¿ESTÁ SEGURO?

Hacer que el otro se sienta inseguro para que entregue lo deseado

 

En la película Marathon Man, de John Schlesinger, un joven inocente, Babe Levy (Dustin Hoffman), es secuestrado y llevado a una habitación en cuyo centro hay un sillón al que es maniatado de pies y manos. Sus captores nada hablan con él, acomodan a su lado una pequeña mesa y una butaca y se retiran. Una puerta se abre al fondo, entra un hombre (Laurence Olivier) y se dirige a su derecha hacia la mesa en la que deja un envoltorio que saca de su maletín. Se quita el saco, levanta las mangas de su camisa y mientras se lava las manos en un pequeño lavabo, pregunta:

—¿Está seguro?

El joven, sin entender, susurra:

—¿Me está hablando?

El hombre repite:

—¿Está seguro?

Babe dice:

—¿Seguro de qué?

El hombre levanta su voz:

—¿Está seguro?

Ahora el secuestrado afirma:

—No puedo decir que estoy seguro si la pregunta no es más específica.

El hombre se seca las manos, camina hacia la mesa, lo mira, e insiste:

—¿Está seguro?

El joven, asustado y mirando los movimientos de sus captores, suplica:

—Primero dígame de qué.

Con voz cansina le repiten:

—¿Está seguro?

Babe concede:

—Sí, estoy seguro, muy seguro.

La pregunta le llega ahora con ojos penetrantes y voz muy baja:

—¿Está seguro?

Desconcertado, como hablándole a un loco, el joven dice:

—No, no estoy seguro, es muy peligroso.

El hombre despliega en la mesa un conjunto de instrumentos, toma dos de ellos, le acerca a la cara una luz potente mientras uno de sus captores le sujeta la cabeza, le hace abrir la boca, revisa sus dientes, le dice que tiene una caries profunda, y repite:

—¿Está seguro?

Después hunde la punta de su filoso instrumento en la cavidad del diente enfermo, mientras Babe se sacude de dolor.

Esa escena antológica del cine muestra como pocas la manipulación de la palabra y la acción para lograr la inseguridad del otro, así convertido en víctima para que entregue lo deseado.

 

 

 

Cuestión de vida o muerte

Hoy vemos una coincidencia más amplia que lo usual en los analistas políticos, acerca de la intención del gobierno en instalar en la opinión pública el tema de la inseguridad y el miedo para así consolidar los electrones ideológicos de su núcleo y a la vez contener la labilidad de los círculos más alejados de partículas electoras que se van desprendiendo del elemento radioactivo de Cambiemos. Esa intención suele interpretarse como una táctica propia de la coyuntura. Sin embargo, el cálculo y la manipulación de la inseguridad y el miedo, así como de la incertidumbre en el vivir cotidiano, han formado parte de la concepción política de la gestión que el gobierno actual ha puesto de manifiesto desde su asunción.

El temprano decreto “de emergencia pública” de Macri habilitando el derribo de aviones en la lucha contra el narcotráfico (enero 2016), el “protocolo antipiquetes” de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich (febrero 2016) y las declaraciones del ministro de Educación Esteban Bullrich, al decir “el problema es que nosotros tenemos que (…) crear argentinos que sean capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla" (septiembre 2016), entre muchas otras señales, muestran esa coherencia desde los orígenes en torno al lugar de la inseguridad y la incertidumbre en la concepción política de Cambiemos. En todo caso, lo que hoy se observa es que después de tres años de gobierno, cuando el aumento en el desempleo, la inflación, el endeudamiento, el empobrecimiento, los cierres de empresas, la persecución política, la manipulación de la justicia y tantos otros males son certezas de la vida diaria, la radicalización ideológica de la coalición gobernante concentra la inseguridad, el miedo y la incertidumbre no ya sobre el vivir sino sobre la vida misma. Porque con la preocupación del gobierno ante las elecciones de 2019, se trata ahora de una cuestión de vida o muerte en la que es necesario reglamentar el uso de armas de fuego dejando en claro quienes quedan habilitados al uso discrecional de las mismas.

 

Andy Warhol. "Guns", 1981.

 

El mito de diciembre y el caos final

Esa operación discursiva que se repliega desde el territorio perdido del vivir cotidiano, medido en la multitud de variables que configuran la escala de bienestar/malestar sobre las que el gobierno pudo operar exitosamente durante tres años, manipulando la comunicación y sin detenerse ante el engaño y la mentira, ahora se concentra y reduce regresivamente, con el foco puesto en la inseguridad, a las escalas binarias más primitivas de orden/caos, tranquilidad/miedo, amor/odio, vida/muerte.

Cuando se aproximaba el fin de 2016 y Macri iba a cumplir el primer año de su mandato, declaró: “Diciembre es un mes como cualquier otro, se construyó un mito, pero hay que vivirlo de otra manera”. La ministra Patricia Bullrich reafirmó hace unos días: “Ahora están construyendo la Hipótesis Diciembre, la incertidumbre, la idea de que todo va a explotar, de que la gente va a ir a hacer saqueos, y creo que nosotros como gobierno tenemos que desarmar muy claramente esto”. Curiosa distinción entre incertidumbre de los otros (E. Bullrich) e incertidumbre propia (P. Bullrich).

Si de mitos se trata, el mito griego del origen del mundo, que relata Hesíodo, pone en el principio del universo al Caos. Después vendría Eros (el Amor), elemento primordial o principio ordenador del que surgirían las Tinieblas, la Noche, la Luz celeste y la Luz terrestre. “Encontramos un Estado desordenado”, afirmó Macri en su discurso del 1 de marzo de 2016 ante la Asamblea Legislativa. Y las autoponderaciones que siguieron al describir sus primeros ochenta días de gestión parecían ubicarlo en el lugar del Eros ordenador. Sin embargo, la realidad social y política a tres años vista muestra que el cambio que se ha puesto es la reversa, y que el tiempo transita ahora desde el Orden al Caos. De allí que el fantasma de diciembre acecha como las tres brujas de Macbeth.

Pero este gobierno siempre ha proyectado sus vicios en los otros y ha invertido el significado de las acciones y el lugar del sujeto responsable de las mismas. Y ya es más que evidente que el descalabro, desorden, temor, intranquilidad y malestar de nuestra población es consecuencia directa de las acciones de este gobierno, y que todas ellas son un regreso al caos más primitivo. Pero en lugar de la realidad actual como desorden, inseguridad y temor generado en las políticas gubernamentales, ahora se proyectan las situaciones de peligro asociadas a las mismas, sobre los delincuentes, Hebe de Bonafini, Juan Grabois y los movimientos sociales, según declaró recientemente la ministra Bullrich al periodista Luis Novaresio.

 

Andy Warhol, "Eight Elvises", 1963.

 

Ojos que no ven

Al hablar de la sensación de peligro, sin embargo, el psicoanálisis diferenció entre el “susto”, o situación de peligro caracterizada por la sorpresa y el no estar preparados para ella; la “angustia”, por la espera de la situación peligrosa y el intento de prepararse para afrontarla; y el “miedo” que se refiere a un objeto definido al que se considera peligroso. El gobierno ha logrado unificar en la población a esos tres significados de peligro, aunque ahora quiera proyectarlo en otros. Primero fue la sorpresa, después la angustia y ahora el miedo por el peligro de sus políticas.

En los tres casos el bienestar es alterado políticamente con una regresión a etapas más primitivas del desamparo. Son aquellas etapas del psiquismo infantil que Melanie Klein conceptualizó como un caos de objetos que se escinden en una dialéctica de “buenos” y “malos”, con sus pulsiones ambivalentes, amorosas y agresivas a la vez, de vida y muerte, en un proceso de desarrollo que conducirá progresivamente, con todo lo polémico que esto sea, a la construcción normativa de los rasgos distintivos de humanidad del sujeto humano por diferencia con los otros animales. Una dialéctica que puede ser comprendida como una etapa primaria del psiquismo, pero que es políticamente injustificable en una democracia tanto como táctica o como estrategia.

Dice Diógenes Laercio en Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres: “Disputando Platón acerca de las ideas, y usando de las voces mesalidad y vaseidad, Diógenes de Sínope dijo: ‘Yo, oh Platón, veo la mesa y el vaso; pero no la mesalidad ni la vaseidad’. A esto respondió Platón: ‘Dices bien; pues tienes ojos con que se ven el vaso y la mesa, pero no tienes mente con que se entiende la mesalidad y vaseidad’”. Cabe imaginar aquí la posibilidad verosímil de que algún funcionario político del actual gobierno objetara: “Mis ojos sólo ven a un animal o a un hombre, pero no a la animalidad o a la humanidad de la que tanto hablan” (como lo hace la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad, por ejemplo). La respuesta platónica a esa paleopolítica diría: “Dice bien, porque usted sólo tiene ojos con los que se ven a un animal o a un hombre, pero no tiene sensibilidad ni razón con la que se entienden la animalidad y la humanidad”.

 

 

 

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