Hace miles de centurias, en una comunidad desorganizada muy, pero muy lejana, un grupo de muchachos emprendedores orbitaban en derredor de unas cátedras universitarias que se reconocían “nacionales” (pues las había extranjerizantes, mas no internacionales) que funcionaron entre el año '67 y el '71 del arcaico siglo XX. Poseían también un lugar de reunión que funcionaba como básica unidad de emplazamiento territorial desde donde se ansiaba conducir a las desparramadas masas populares. Con equilibrado número de dirigidos y dirigentes, el agrupamiento constituía una presencia peroncha en algunos claustros y aceras aledañas a su sede en un barrio que siglos más tarde se puso de moda. Habían leído al General, con fruición La Comunidad Organizada, Conducción Política; un poco menos Actualización Política y Docrinaria para la Toma del Poder, e incluso, algunos, Toponimia Araucana. Asimismo, la Historia Argentina de Pepe Rosa, Scalabrini Ortiz, Hernández Arregui, Jauretche, en esa línea, aproximándose con cautela a Cooke y Mariátegui. En los ratos de ocio Marechal, Manzi, Gálvez. Coqueteaban con cierto catolicismo y con la agrupación de derecha Guardia de Hierro.
Habitaban ese bosque muy contentos hasta que llegó la década del '70 con el desembarco de una horda de pocos –lejanos— veteranos y profusión de recién llegados que con los pelos largos y los dedos en V constituyeron una Juventud de la que dícese Gloriosa, que en vigoroso engorde pasaron a sumar adeptos y conducir locales barriales y centros de estudiantes. Con lo que los mentados muchachos quedaron colgados del pincel. Merced a la bulliciosa algarabía, en un principio marcharon en dulce rejunte. Eran tiempos violentos desde que había sido derrocado el tirano prófugo, el poder político asaltado por la fuerza de las bayonetas, de modo que las organizaciones populares revolucionarias ensayaron la lucha armada. Hasta que el primer día de mayo de 1974, en un santiamén la juventud maravillosa dejó de serlo, la Plaza de Mayo se vació y, acaso por motivo inverso, aquellos muchachos emprendedores se distinguieron fundando la Juventud Peronista Lealtad. Palabra del folklore peronista, para entonces resignificada en su maquiavélica etimología, se opone a traición y a menudo se confunde con obediencia debida.
Después llegó el genocidio cívico-eclesiástico-militar que realizó su operativo masacre hasta que intentó extender el terrorismo de Estado a las aguas del Atlántico Sur y debieron escabullirse entre la noche y la niebla remanentes. Las organizaciones revolucionarias habían sido arrasadas, sus militantes asesinados o en el exilio, los intelectuales (Walsh, Urondo, Gelman, Ortega Peña, Duhalde, Conti, Carri, Gleizer, lista infinita), con idéntico destino. Para graficarlo mediante un vetusto modelo: cuando el damero de la izquierda queda aniquilado, en política ese desplazamiento desata un espejismo: el de la derecha pasa a parecerse a Fidel y el de los fachos, a un conductor televisivo de nocturna zoofilia. Entre los “leales” hubo quien había ojeado una frase de Lenín (“crear el Partido a través de la prensa”) y, sin tanta ambición, encontraron la oportunidad de alzarse con el espacio e inventaron una publicación a la que intitularon Unidos. Entre 1983 y 1991 editaron veintitrés números.
Sin la grotesca simplificación que antecede probablemente sea difícil situar esa antigua, breve página en la que la revista-libro de marras procuró intervenir en el debate intelectual que centrifugaba el peronismo. De ahí la contribución capaz de aportar la reciente publicación de la síntesis de la tesis de doctorado de la investigadora Martina Garategaray (Buenos Aires, 1978), editada por la prolífica Universidad de Quilmes. Parcial reflejo de la transición democrática y del debate de los años '80, Unidos es caracterizada por la autora como un proyecto político identitario, destinado a generar un “movimiento de inclusión y exclusión sobre el que se definen un nosotros y un ellos, se distingue un pasado, un presente y un futuro en abierta y consiguiente disputa”.
A lo largo de la investigación se refleja cómo el equipo editor apuntaba a participar del esquema de poder (en el primer número propone un plan de gobierno), postulándose como los “legítimos herederos” del pensamiento y la acción de Juan Domingo Perón, oponiéndose “al oportunismo y a desviación”. En particular se diferenciaban de la ya inexistente organización Montoneros, a quienes equiparaba con la burocracia sindical. Es en esta dirección que, en dos números del año 1985, publican los documentos críticos a la conducción de la organización guerrillera escritos por Rodolfo Walsh entre 1976 y 1977, a fin de utilizarlos como fuentes documentales para justificar la derrota de la lucha armada y la necesidad “de abandonar la acción militar y volver a la política”. Sin reparar que el sujeto del enunciado suele definir al enunciador, el bagaje conceptual de la revista acudía a nociones que remitían a la “doctrina”, la “tradición peronista”, y “la realización plena del individuo y la comunidad”, promoviendo una “forma de constitución de lo social con cierta forma de verticalismo articulador en la tradición peronista” capaz de “explicar esta mirada ‘desde arriba’”.
Eran tiempos del auge del peronómetro, artefacto de producción serial cuya aguja indicaba quién era más, menos, poco o nada peronista, y cuya posesión otorgaba plena razón para reclamar un lugar en el Estado, eventualmente en el Poder. Muertos, desaparecidos o en el exilio (considérese que durante el alfonsinismo aún había presos políticos y los militares no habían depuesto las armas) los otrora militantes de las organizaciones revolucionarias quedaban fuera de tales disquisiciones. Lo que permitió avanzar a los pensadores de la JP Lealtad, esporádicamente acompañados por escribas voluntariosos provenientes de espectros políticos aledaños. Posteriormente el conglomerado que confluía en Unidos, a su vez quedó al margen del menemismo y, conjurado el ímpetu de la Renovación peronista, apoyó al Grupo de los Ocho diputados disidentes, con lo que continuó participando en forma directa en la puja institucional, al punto de confluir luego varios de sus dirigentes en la primera Alianza que llevó a la presidencia a Fernando de la Rúa.
Con generosidad histórica (y el decoro de obviar las fuentes de financiamiento de Unidos), Garategaray apunta que la publicación “puede ser pensada como una revista de la transición y en transición” y, en tanto consigna las sucesivas transacciones, plasmaba “una voz distinta que, justamente por no haber sido hegemónica, puede ser hoy revisitada para pensar, a partir de ideas que allí se desplegaron, los límites y posibilidades de una democracia que aún se sigue debatiendo”.
FICHA TÉCNICA
Unidos, la revista peronista de los ochenta
Martina Garategaray
Buenos Aires, 2018
150 págs.
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