Futbol, negocios y violencia
Durante su etapa en Boca, Macri decía que la responsabilidad de la violencia era del Estado
Mis recuerdos van desde principios de los ’70. El fútbol era el argentino. El europeo era irrelevante para nosotros. La Libertadores tenía prestigio pero no empañaba al torneo local. Los jugadores se quedaban años en sus clubes. El éxodo a Europa era excepcional. (Y, por las dudas, la dictadura dispuso una disparatada prohibición de transferencias.)
La violencia se focalizaba en las barras o en alguna locura policial. El público era pacífico, más allá de algún insulto.
Las barras eran grupos que se peleaban entre sí para robarse las banderas que luego se exhibían en la tribuna. En principio, la barra no agredía ni robaba a los hinchas de su equipo. Tampoco a los del rival, si no eran barras. No era habitual el uso de armas. No eran financiadas por los clubes. Tal vez alguna entrada o un micro. En general compraban sus entradas, que se vendían los días de partido. Hasta los ‘80, ser barra no era una profesión. Los operativos policiales no eran costosos: la seguridad no era un gasto relevante para los clubes.
Las entradas eran accesibles: populares. Es cierto, la situación económica era otra. En 1974 la pobreza y la desocupación en Argentina eran bajísimas. El trabajador iba a la cancha.
En las plateas podía haber simpatizantes de ambos clubes. En River, luego de la reforma para el Mundial '78, en la popular visitante había una franja que ocupaban los locales. No era costumbre ir identificado con la remera.
A finales de los ‘80 apareció la violencia del que no es barra. Empezó a ser normal que se sintiera con autoridad para agredir al hincha visitante en la calle, escupir o tirarles cosas a los jugadores, etc. La barra se profesionalizó. Pasó a ser una actividad rentable, cuidada y defendida con violencia. Las peleas ahora son entre fracciones de la misma barra, con armas y muertos en violentísimos enfrentamientos. Es parte del negocio de la violencia y la seguridad, que llegó y se quedó.
La culpa del visitante
En 1995 irrumpe Macri en el fútbol. Su tono naif o alguna anécdota con Grondona no debe minimizar los efectos de este hecho. Obviamente no es el responsable de lo que ocurre. Pero es un actor destacado desde hace mucho.
Luego de modificar la estética de la Bombonera e introducir conceptos de gestión empresarial, inauguró la estigmatización del visitante. Con un discurso supuestamente moderno (“como se hace en Europa”) limitó el acceso de los visitantes a 3.000 espectadores. El enojo de los hinchas obligó a sus dirigentes, malgrado sus finanzas, a limitar las localidades de los simpatizantes de Boca. Así la práctica se extendió a todos los clubes. Salvo para cuatro o cinco equipos, es perjudicial. Pero fue aceptado mansamente. Ya existía el negocio de la seguridad. Seguridad privada y policías. Facturaban para trasladar visitantes y recibir locales. Sistemas de cámaras, el AFA PLUS que nunca se usó, pero que seguramente se pagó, etc., etc.
La última etapa de la estigmatización del visitante tuvo inicio con una semifinal de Copa Boca y River sin visitantes. En 2013 se extinguió el visitante del futbol argentino. Se impuso la lógica del ajuste. Pensaron: menos ingresos porque no vienen los visitantes, pero menos gastos por seguridad. Es dudoso que los gastos hayan disminuido.
Economía de los clubes
La economía de los clubes se sostenía con el público. En los clubes chicos otro ingreso fuerte era la venta de jugadores a los más populares. La explosión del negocio del futbol europeo por la TV aumentó el éxodo. Las cifras aumentan exponencialmente, más con el ingreso de los países árabes, China y Estados Unidos. Un jugador exitoso en los ‘70 tenía un buen pasar. Hoy cualquier jugador mediocre que va a Europa o China será millonario.
En los '90 aparece el negocio de la TV privada. Deja de transmitir Canal 7 y aumenta la cantidad de partidos televisados. El negocio es fabuloso. Clarín, además, lo usó para desarrollar el cable a un punto cuasi monopólico con prácticas abusivas. Nunca fue sancionado.
Un estudio realizado en 2015 a pedido de la AFA por la Facultad de Ciencias Económicas (UBA) concluyó que los hinchas seguían siendo quienes aportaban los mayores ingresos, a través de las entradas y el pago de las cuotas sociales, que representaban el 31 %. Las transferencias de futbolistas explicaban el 7 %. Los derechos de televisación el 29 % y el 19 % el marketing y sponsors.
Aunque sea el principal ingreso, el público es cada vez peor tratado, o expulsado si es visitante. Los clubes resignaron ingresos y aumentaron gastos en seguridad. Esta ecuación se agudiza en las divisiones del ascenso. Paralelamente, cedieron poder en las televisoras. Entre televisoras e intermediarios la renta pasa de asociaciones civiles a empresas. Privados ricos, clubes pobres.
Entidades como FIFA o CONMEBOL no ayudan. La opacidad de su organización y finanzas es innegable. El proceso impulsado por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos reveló una trama de sobornos y corrupción entre dirigentes y televisoras (controladas por Fox, Torneos y Competencias, etc.) que, si bien no sorprendió, expuso la podredumbre. ¿Cambió algo?
Los fiscales de Estados Unidos invocaron jurisdicción por el uso por los imputados del sistema bancario estadounidense. También se dijo que fue una advertencia política a la FIFA y al mundo del futbol por la exclusión de ese país en un gran negocio.
Soluciones Cambiemos
El devenir relatado tuvo una AFA con vicios y arbitrariedades. Y una autoridad: Grondona. Hoy se nota un solo cambio: no hay autoridad.
¿Los clubes, sus dirigentes, grandes o chicos, tienen alguna propuesta? No parece.
La gestión anterior tuvo experiencias poco felices como Hinchadas Unidas. Rescato la idea de Fútbol para Todos. Tal vez hubiera sido suficiente el control estatal sobre la transparencia del negocio, con reglas de limitación de plazos para los contratos con las televisoras, competencia de postulantes, reserva de contenidos para transmisión gratuita, preservación de imágenes para uso por los clubes (titulares originales del derecho a su imagen), etc. Pero fue una experiencia interesante.
Se estigmatizó a FPT por un discurso innecesariamente oficialista. Macri, durante la campaña, aseguró que lo mantendría. Incumplió. Volvió a ser un negocio privado. Cambiemos fue por AFA aliado a Moyano. Creó la Superliga como gestora del torneo local. Ningún cambio positivo se verifica.
Durante su etapa en Boca Macri afirmaba que la responsabilidad de lo vinculado a la violencia era del Estado. Desde el gobierno dijo que volverían los visitantes. Cero resultados.
En base a un análisis muy primitivo, ideó un régimen de exclusión de personas de los estadios que supone que la solución es actuar sobre los efectos, y no sobre las causas. Para peor, el régimen es inconstitucional. Sin ley que lo autorice pues el proyecto que envió no fue sancionado, creó una suerte de sanción penal que impone el Ejecutivo sin proceso, defensa ni recurso judicial. Lo llama “restricción administrativa” y lo aplica a aquellos que tienen imputaciones por delitos cometidos en ocasión de un espectáculo deportivo. Nadie se escandaliza por sancionar sin proceso a un barra, cuyas inconductas nos tienen hartos a todos. Pero es peligroso que se legitime que el Ejecutivo puede disponer “restricciones administrativas” a la libre circulación (penas) a quienes son objeto de imputaciones en causas judiciales. La medida es “fácil pero inútil”: las barras siguen en todos los estadios.
Macri también insinuó la creación de las sociedades anónimas deportivas. Por suerte, por ahora no prospera. Luego de estos éxitos, sorprendió con pifiadas como anunciar que Boca-River se jugaría con visitantes. Fue desautorizado por dos presidentes de clubes y funcionarios de bajo rango, en el día. Hace unas horas el presidente de un club invocó su palabra. Nadie confirmó ni desmintió si era o no su opinión. Humo.
Por fin, Cambiemos encontró la solución: aumentar las penas. El mejor equipo.
Para sumar ideas, Larreta y Vidal proponen legitimar el juego online. ¿Cuánto puede afectar el negocio del fútbol? Lo seguro es que no contribuirá a la transparencia.
Aumentar las penas es un método que fracasó. Todas las conductas reprochables que se vieron el sábado y por décadas están penadas.
Si el fútbol es un negocio, el modo aun no explorado de ordenarlo es a partir de ese concepto. Un estudio de los ingresos y costos de los clubes es básico. Luego, el Estado debe definir con los clubes y AFA cuál es el modelo de ese negocio. Y tener un programa.
Clubes y Estado deben elegir un modelo. Se puede mantener el régimen actual: un negocio residual en Sudamérica, para exportar la materia prima. La decadencia incluye a Brasil: basta recordar las palizas que recibieron los jugadores de Arsenal o Tigre en finales organizadas por CONMEBOL, o ver la pobreza técnica de sus equipos.
O puede haber un programa para que el negocio del futbol sudamericano genere ingresos por espectadores, televisación, sponsors, etc., que tienda a parecerse a las ligas europeas. Que tome en serio las inferiores, como en Europa. El ingreso en el mercado de los Estados Unidos y México parece imprescindible. Mejorar los estadios, televisación, luces. Con los visitantes, para hacer una fiesta de deporte y público. ¿A quién le vamos a vender un partido mediocre, en un estadio mal iluminado, semivacío, con un diseño de seguridad que parece la frontera de un país en guerra? En muchos casos, esa es la imagen.
Si la opción es la de futbol residual, basta con mantener esta CONMEBOL y a su dirigencia que, cuando no es detenida por las autoridades de los Estados Unidos, es un ejemplo de opacidad y parcialidad.
Reducir y eliminar la violencia, de los barras y de los no barras, presenta dos problemas diferentes.
Hay que estudiar cómo desactivar el negocio de la seguridad que se alimenta de la violencia. (Como la violencia urbana que hace florecer la seguridad privada.) Una idea es identificar y reducir los negocios de las barras. Esto va de la mano de aumentar la transparencia y perseguir delitos dentro de la administración de los clubes. Si la barra es financiada con la emisión de vouchers de acceso no registrados, estamos ante una defraudación al club y tal vez evasión tributaria. No de una mera contravención. Lo mismo ocurre si hay contrataciones laborales sin contraprestación. Si los pases de los jugadores incluyen pagos no declarados en el exterior o comisiones inexplicables a representantes, hay delitos de lavado, defraudación, etc. La transparencia achica la renta ilegal y la presión de la barra.
Respecto de la violencia que no viene de la barra, sugiero pensar en aplicar severamente la responsabilidad objetiva con sanciones deportivas.
Ninguna multitud se conduce en paz si no hay una intención mayoritaria de hacerlo así. Cuando conducimos siguiendo las reglas de tránsito lo hacemos no solo por el temor a la sanción, sino también porque sabemos que contribuye a nuestro propio interés. La responsabilidad objetiva al organizador es criticable porque conlleva la sanción colectiva, no individualizada. En el derecho penal liberal es inadmisible la pena colectiva, porque sanciona al inocente. Es lo que sucede cuando se aplica la responsabilidad objetiva, pues se declara un responsable por el mero hecho de que se produzca el daño o la conducta reprochada, independientemente de quién la realiza. Es el caso de cuando se sanciona a un club (expulsión del torneo) por la conducta de una persona, aunque sea identificada.
En este caso no es una sanción penal, sino reglamentaria. Producto de un acuerdo entre clubes que admiten que pueden sufrir un perjuicio injusto, pero que saben que de persistir la violencia se mantendrá una situación ruinosa.
El repudio colectivo al que provoque violencia, en preservación del interés propio, puede producir el autocontrol, y que inconductas que hoy son (estúpidamente) percibidas como una expresión de afecto por el club o valentía sean vistas —aun por el autor— como el riesgo cierto de producir un severo daño al club por el cual siente pasión, por ejemplo la expulsión del torneo.
La sanción debe aplicarse imparcialmente, sea cual fuera el club o la instancia. Si un aficionado de una institución agrede al aficionado de otro club o a sus jugadores, el club del agresor como mínimo pierde los puntos. Sea Boca, River o Chacarita.
El público de un club que pierda puntos una vez repudiará enérgicamente a cualquiera que lo ponga en riesgo en el futuro. Y cuando veamos lo que le pasó al vecino, pondremos nuestras barbas a remojar. Tal vez en el primer torneo el resultado deportivo se distorsione. Sería como incorporar el fair play colectivo al éxito deportivo. (¿“La hinchada y los jugadores”, dice el canto?). Confiemos en que prevalecerá la racionalidad colectiva del público. Tal vez reglas utilitaristas tengan su reivindicación. Hace veinte años que probamos con la represión y el negocio de la seguridad. Y así nos va.
¿Dirán que esto no alcanza a las barras? Ellas actúan con prepotencia, pero con cierto consenso del público. Si es identificada como la causante de la sanción al club será repudiada y peligrará su negocio. Lo mismo ocurriría si lo hiciera por apriete o venganza. Queda la hipótesis del “comando infiltrado”. Me parece disparatado. No es tan fácil que un grupo se infiltre en otro estadio para cometer desórdenes y no sea descubierto.
La clave de cualquier política es, primero, la decisión. Segundo, hacer un análisis correcto de las causas y los negocios involucrados. Y, por fin, aplicarlo a quien le toque.
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