Miércoles 14 de noviembre. La plaza Belgrano de Villa Ramallo está concurrida. Tres chicos llegan, dos se sientan en un banco y al tercero no le queda más opción que sentarse en el suelo, vereda de la plaza. Se encuentran a escasos metros de donde estoy sentado. Entre ellos conversan y comparten cuestiones de música. Cuando me estoy yendo en mi bicicleta —alrededor de las 19:30— veo a un policía que baja de su moto en una de las calles (Ingeniero Iribas) que da a la manzana que ocupa la plaza céntrica. Desde otro móvil descienden más policías, en dirección hacia los jóvenes. Decido volver, observo como los requisan, les piden que saquen las cosas que tienen en sus bolsillos. Celulares, llaves: los van dejando en un banco. Son cuatro policías. Después se acerca uno más: el subcomisario Cristian Ponce, que no lleva uniforme. Viste jean y remera. Se acerca a los jóvenes cuando uno de los policías le muestra algo que no alcanzo a distinguir. (Menos de medio cigarrito de marihuana, me confirmará uno de los jóvenes). Le escucho decir a Ponce: “La plaza es para los chicos, no para venir a porrear”.
El subcomisario le ordena a uno de los policías que los lleven contra al móvil que está ubicado en otra de las calles, paralela a la plaza. Los jóvenes obedecen, les dicen que deben poner sus manos contra el patrullero. No hay necesidad de tanta exposición cuando ya fueron requisados, pero la plaza está concurrida y se advierte que necesitan mostrar el operativo inútil e innecesario. Se acerca el otro móvil, donde va el subcomisario. El policía que conduce advierte que observo de cerca la puesta en escena. Con la ventanilla baja y brazo afuera grita a los demás pero con la clara intención de que lo escuche: “¡Si necesitan un testigo decile al señor, ya que está mirando!” Respondo que no voy a ser testigo porque no pienso ser parte de la farsa. Cuando veo que el subcomisario Ponce inclina su cabeza para distinguirme, le digo que me conoce como periodista y que estoy registrando lo que hacen para comunicarlo a la Defensoría.
Ponce me grita desde el patrullero: “Deciles también, Latrille, que te negaste a cumplir con la carga de la ley, de salir de testigo”. Reitero que no me voy a prestar a la farsa, que debería conocer los fallos de la Corte sobre tenencia, que no tiene sentido lo que hacen con un despliegue innecesario e inútil. “Vos no sabes lo que tienen”, me dice Ponce y su patrullero se va. Los jóvenes quedan a la espera del chequeo que se realiza desde el otro móvil. Uno de los policías, mediante comunicación vía radio con la Comisaría, va pasándoles nombres y apellidos para ver si hay antecedentes. Al rato cae uno de los padres de los jóvenes. Los dejan ir. Un uniformado me suelta antes de irse: “Listo, señor, hemos terminado”. Creo que sienten vergüenza por lo que hicieron.
En el discurso de apertura de sesiones del Concejo Deliberante, en abril de 2016, el intendente de Ramallo, Mauro Poletti, expresó: “Vamos a proceder a la adquisición de 10 perros, para que cuando nuestros estudiantes egresen de la policía local, tengamos una división canes de perros preparados y adiestrados para el rastrillaje y la detección de estupefacientes. Para trabajar en prevención y que los espacios públicos vuelvan a ser para las familias y no para ir a drogarse. Nosotros no estamos dispuestos a mirar para otro lado cuando pasamos por las plazas“. Curiosamente, la sala estalló en aplausos (https://ar.ivoox.com/es/30101687 ). Las palabras del subcomisario Ponce a los jóvenes que estaban en la plaza fueron en sintonía con expresadas por el Intendente tres años atrás.
La división canes todavía no fue aprobada por el Gobierno de la provincia, la Policía Local se transformó en Policía Comunal y realiza el mismo trabajo que la Bonaerense. Hay que agradecer que aún no puedan echar los perros encima de los jóvenes sospechados de consumir marihuana.
Las drogas como mecanismo de control son muy bien explicadas por Horacio Verbitsky en Vida de Perro. A cincuenta años del lanzamiento de la guerra contra las drogas, una revista norteamericana entrevistó a Bob Haldeman, uno de los principales asesores de Nixon. Ahí se le preguntó por la declaración de guerra contra las drogas y Haldeman respondió: “Nosotros teníamos dos problemas, los hippies que combatían y denunciaban la guerra de Vietnam y los negros que reclamaban igualdad de derechos. Nosotros no podíamos criminalizar ni a los hippies ni a los negros. Pero criminalizamos la marihuana que fumaban los hippies y la heroína que consumían los negros. Fue el instrumento perfecto para controlar a esos dos colectivos”.
La ley 27.737 castiga la producción, venta, comercialización y también consumo de sustancias prohibidas. Si bien su artículo 14 penaliza con prisión de uno a seis años para quien tuviera drogas en su poder y para el consumo personal de un mes a dos años, en el fallo Bazterrica de 1986 y luego en el caso Arriola se resolvió la inconstitucionalidad de ese punto de la ley por considerar que viola la privacidad y la autonomía individual. Sin embargo, este tipo de operativos policiales son una constante y es el colectivo de jóvenes quienes sufren la persecución. Así, los espacios públicos son cada vez menos públicos para ellos.
En mayo de este año se instaló la base del GAD (Grupo de Apoyo Departamental) en el paseo Viva el Río de la costa de Ramallo. De la inauguración participó el obispo emérito, monseñor Héctor Cardelli. “Vengo a impartir una bendición a todos ustedes que han decidido y han optado por este camino del servicio y de la protección contra un enemigo que es muy fuerte y que no se deja doblegar fácilmente, pero es invisible, que es el demonio”.
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