El gobierno de Macri se esfuerza por insertarse en un mundo que ya no existe. La falta de sofisticación intelectual para comprender los cambios internacionales y la cerrazón ideológica lo han llevado, por ejemplo, a abrir indiscriminadamente el mercado a las importaciones con consecuencias gravosas para la industria o a flexibilizar al extremo el ingreso de capitales especulativos generando una monumental crisis cambiaria. Las inversiones no llegaron nunca y la visualización de un mundo globalizado de fronteras abiertas fue una muestra más del déjà vu noventista que acompaña a la “revolución de la alegría”. Ni la Fundación Pensar, ni la cancillería ni la secretaría de Asuntos Estratégicos diagnosticaron lo que era muy previsible: un mundo proteccionista, conflictivo y de fronteras cerradas.
Las lecturas simplistas del escenario internacional se proyectan del campo económico al estratégico-militar. Mientras el gobierno argentino se alinea a las instrucciones que baja Washington a través del Comando Sur para convertir a nuestras Fuerzas Armadas en policías –o a lo sumo en una suerte de guardia nacional–, el mundo experimenta el resurgimiento de los conflictos convencionales.
Así, Macri compromete a nuestras Fuerzas Armadas en la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo, desconociendo la inadecuación de esos instrumentos para la prevención, conjuración e investigación de problemáticas de naturaleza criminal. Además del fracaso que la militarización de la seguridad ha experimentado en países como México y Colombia –con un récord lamentable en materia de violación a los derechos humanos–, se pierde de vista que la Argentina tiene una cantidad más que razonable de policías y fuerzas de seguridad para afrontar el delito: según el último dato de UNODC cuenta con 803 uniformados cada 100.000 habitantes, la tasa más alta de América Latina.
Lo más llamativo es que en el gobierno ni siquiera leen con atención los reportes que producen las propias agencias norteamericanas. Del mismo modo que al asumir como Presidente imaginó un mercado global abierto y sin restricciones, ahora percibe un mundo carente de conflictos clásicos, lo que lo lleva a concluir que hay que sacar a los militares de los cuarteles para ponerlos a enfrentar el delito organizado.
Una rápida lectura de los documentos estratégicos que elaboran las agencias estadounidenses nos da cuenta de la pervivencia de los conflictos militares entre estados. Por ejemplo, el Consejo Nacional de Inteligencia (CNI), en su informe Global Trends 2035 –un insumo clave para los Departamentos de Estado y de Defensa– señala que “los próximos cinco años serán de crecientes tensiones entre países (…) Para bien o para mal, el panorama global emergente está poniendo fin a la era de dominación estadounidense (…) Una confianza excesiva en que la fuerza material puede controlar la intensificación aumentará los riesgos de conflictos interestatales a niveles no vistos desde la Guerra Fría”.[1]
Por su parte, la Estrategia de Defensa Nacional 2018 elaborada por el Pentágono afirma: “Enfrentamos un creciente desorden global, caracterizado por la declinación de las reglas tradicionales del orden internacional (…) la competencia estratégica interestatal, no el terrorismo, es ahora la principal preocupación de seguridad nacional de los Estados Unidos”.[2] Macri, obsesionado con que los militares asuman misiones antiterroristas, haría bien en contemplar esta información o en revisar el Worldwide Threat Assessment de 2018, producido por la comunidad de inteligencia de los Estados Unidos, en donde no se identifica a América Latina como un área principal del terrorismo transnacional ni hay una sola mención a la Argentina.
La potencial conflictividad interestatal no es una cuestión de apreciaciones estratégicas volcadas en papeles. Hace un par de semanas, la OTAN realizó en Noruega el mayor ejercicio militar desde el fin de la Guerra Fría: 50.000 soldados, 10.000 vehículos, 70 navíos y 250 aeronaves de una treintena de países participaron del Trident Juncture 18, con la mirada puesta en la Federación de Rusia. Por su parte, un mes antes Moscú había desarrollado en Siberia las ejercitaciones militares más grandes de su historia: 300.000 soldados, 35.000 vehículos, un millar de aeronaves y decenas de embarcaciones participaron del Vostok 2018, conjuntamente con las fuerzas armadas de China y Mongolia.
También en el mundo académico florecen los estudios que ponen a la “guerra hegemónica” en el centro del debate. El prestigioso profesor Graham Allison, autor del clásico libro La esencia de la decisión (1971) sobre la crisis de los misiles en Cuba, ha afirmado hace un tiempo: “Basados en la trayectoria histórica, la guerra entre Estados Unidos y China en las próximas décadas no sólo es posible, sino que es mucho más probable de lo que solemos reconocer”. La afirmación no es producto de una imaginación frondosa, sino una proyección probabilística de los resultados de una investigación que conduce en el Belfer Center de la Universidad de Harvard. Allí estudia las posibilidades de confrontación entre las potencias hegemónicas en declive y en ascenso. La investigación aborda 16 estudios de caso de los últimos 500 años y concluye que las relaciones entre las potencias dominantes y sus rivales en crecimiento acabaron en guerra directa en el 75% de los casos.
A contramano de estas tendencias, el gobierno argentino ha enviado al Congreso un Plan Anual de Ejercitaciones Militares –ya aprobado en el Senado y en condiciones de ser tratado en Diputados– que incluye al menos nueve ejercicios cuyas hipótesis de empleo son las “nuevas amenazas”, lo que contraviene abiertamente la doctrina de defensa plasmada en las Leyes de Defensa Nacional, Seguridad Interior e Inteligencia Nacional. Se trata de los ejercicios Bold Alligator, Exponaval 2018, Ibsamar, Panamax, Team Work South, Unitas (en sus tres fases) y Cruzex. Un dato importante es que el Poder Ejecutivo ha omitido completamente que las hipótesis de empleo de estos ejercicios son el narcotráfico, el terrorismo, el narcoterrorismo, la piratería y la guerra híbrida, entre otras.
Frente a la opacidad del proyecto de ley argentino, una revisión de las leyes de entrada y salida de tropas de los países vecinos –Uruguay, por ejemplo– permite advertir la “omisión maliciosa”, por parte del gobierno de Cambiemos, de la verdadera hipótesis de empleo de esas ejercitaciones. También los sitios web oficiales –entre ellos, el del Ejército de los Estados Unidos– ofrecen información más fidedigna respecto del verdadero objetivo de estos adiestramientos.
¿Significa todo esto que los conflictos militares pueden volver de manera inminente a América Latina? La respuesta es “no”, aunque habría que estar muy atentos a cómo evoluciona en el corto plazo la situación del vértice andino (en particular, la relación colombo-venezolana), sobre todo a partir de la última elección presidencial brasileña. No son pocos en Brasil los que creen que el eje Trump-Bolsonaro podría conducir a una guerra o algún tipo de intervención militar sobre Caracas. El electo mandatario de la ultraderecha ya anunció la posible cesión a los Estados Unidos de la base de Alcántara, en el norteño estado de Maranhão, de gran valor estratégico por su proximidad con la línea del Ecuador.
Paralelamente, por cuestiones ideológicas, se ha desactivado en el último tiempo el Consejo de Defensa Suramericano (CDS) de la Unasur, la primera iniciativa histórica que intentó gestar una agenda regional sudamericana en materia de defensa. El organismo no procuraba confrontar con otros estados, sino construir una política que permitiera a la región posicionarse como bloque, en un mundo que asoma cada vez más conflictivo.
En el caso de la Argentina, el país no enfrenta en la actualidad un horizonte de guerra o conflictos inmediatos que puedan demandar el empleo del poder militar convencional. Sin embargo, como revela la información reproducida por las agencias estadounidenses, el escenario mundial se ha vuelto más pugnante que en el pasado y la posibilidad de conflictos en el futuro, por ejemplo por el acceso a recursos naturales, no debería ser descartada (en este sentido, el mencionado Global Trends 2035 del CNI incorpora, por primera vez, al “Ártico y la Antártida” como una región estratégica). América Latina, además, se ha convertido en un ámbito de disputa de intereses entre potencias globales como Estados Unidos, China y Rusia, cuestión que debe ser adecuadamente ponderada en nuestro planeamiento defensivo-militar.
Finalmente, no puede perderse de vista la existencia del enclave colonial en las Islas Malvinas, con la significativa dotación militar británica desplegada allí. Esta situación debería ser adecuadamente contemplada en cualquier cálculo de seguridad internacional y defensa por parte del gobierno nacional, dada su importancia estratégica en materia de proyección atlántica y antártica. Desde luego, no se trata de pensar soluciones militares para estos escenarios, sino de ponderar la disposición de una fuerza razonable con capacidad para tener presencia en territorios que, en el futuro, podrían configurar ámbitos de disputa con las grandes potencias.
En este marco, el país gasta en defensa el 0,8% de su PBI. El presupuesto de la “función defensa” para el año 2019 será de $ 71.042.483.247, mientras que el del Ministerio de Defensa trepará a $ 102.838.290.570. Estos datos exhiben una caída del 41,64% para el Ministerio de Defensa y del 42,18% de la “función defensa” con respecto al año 2015. Mientras que al iniciarse el gobierno de Macri el inciso 1 (sueldos y pensiones) representaba el 77,15% del total, en 2019 esa cifra ascenderá al 83,52%. Por su parte el inciso 4 (equipamiento) pasará del 4,57% al 2,51% en el mismo periodo. [3]
Se trata, sin más, de lo que Ernesto López definió, a mediados de la década de 1990, como un “desarme de hecho”, es decir, un encogimiento de la estructura defensivo-militar como expresión de una coyuntura económica regresiva y de fuertes ajustes fiscales, sin ningún tipo de evaluación estratégica acerca de la reconversión y modernización castrenses. [4]
La Argentina macrista se debate entre una lectura insustancial del escenario internacional y la conversión de sus fuerzas armadas en una guardia nacional. Un delgado hilo rojo anuda la mala praxis económico-financiera con la situación estratégico-militar. Es el resultado de imaginar un mundo que ya no existe.
*Profesor e investigador (UBA, UNQ, Unsam)
[1] Consejo Nacional de Inteligencia del Gobierno de los Estados Unidos. 2017. Global Trends. Paradox of Progress. Recuperado de: https://www.dni.gov/files/documents/nic/GT-Full-Report.pdf [08 de noviembre de 2018]
[2] Gobierno de los Estados Unidos. 2018. Summary of the National Defense Strategy. 2018. Recuperado de: https://dod.defense.gov/Portals/1/Documents/pubs/2018-National-Defense-Strategy-Summary.pdf [08 de noviembre de 2018]
[3] Eissa, S. 2018. “Querida encogí a las FFAA”. El Cohete a la Luna. Recuperado de: https://www.elcohetealaluna.com/querida-encogi-a-las-fuerzas-armadas/ [08 de noviembre de 2018]
[4] López, E. 1994. La reducción del gasto militar en la Argentina: algunas implicaciones económicas y políticas. Lima: Centro Regional para la Paz, el Desarme y el Desarrollo en América Latina de las Naciones Unidas
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