TIEMPOS DIFÍCILES
Macri y Bolsonaro, similitudes con el autoritarismo fascista y diferencias a develar
Ricardo Carpani, La Fundación de Buenos Aires, 1993
Pero hacen como los teros
Para esconder sus niditos:
En un lao pegan los gritos
Y en otro tienen los güevos.
José Hernández, El gaucho Martín Fierro
Pasaron cosas
Vivimos sorprendidos e indignados por la degradación de la democracia en nuestro país y otros países de la región. Muchas naciones que ayer lo proclamaron, hoy han dejado de considerar que “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”. El disfrutar de la libertad de palabra y de creencias; el no ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado; el tener presunción de inocencia mientras no se demuestre la culpabilidad en el caso de ser acusados; y el tener, entre otros, los derechos a igual protección de la ley siendo oídos con justicia por un tribunal independiente e imparcial; al trabajo y a la seguridad social; a sindicarse para la defensa de los intereses como trabajadores; a un nivel de vida adecuado; a la educación, la cultura y la salud; todo esto, hoy, resulta despreciado.
Vivimos tiempos difíciles. Y como frente a los actos ultrajantes de los totalitarismos, el fascismo y el nazismo, se acuñó una nueva concepción de la vida política, hoy al ver atacados a los fundamentos de esas democracias de los derechos humanos, es frecuente que usemos aquellos términos para describir las injusticias actuales. Sin embargo, y aunque la exigencia de progreso moral para nuestra visión política nos obliga a tener memoria de aquellas, esa exigencia también nos obliga a ver en modo claro y distinto a las diferencias de este tiempo y su realidad, en el intento de explicar y comprender los actos ultrajantes actuales para una búsqueda de respuestas a los mismos.
El tiempo de hoy no es el de la posguerra mundial. “Pasaron cosas”. Descolonización territorial e imperialismo industrial eran entonces categorías mayores, así como hoy lo son el neoliberalismo político y la globalización tecnológica y financiera. Pero la nación conductora de aquella etapa superior del capitalismo que fue el imperialismo, no logró apropiarse del salto adelante del dominio global, porque la globalización se le escurrió entre los dedos a esos “potentes y grandes” (al decir de Rubén Darío) Estados del norte.
Democracias sin paz
Apenas diez años después de haber subido al carro triunfal de la victoria, cuando el mundo parecía estar a su alcance unilateral, ya caído el sueño internacionalista del socialismo, un ataque simbólicamente devastador a los centros vitales de los Estados Unidos les hizo estallar en odio y en perder el respeto a la vida, la verdad, el bien y la justicia. Bush acuñó entonces las doctrinas de “Agresión positiva” y “Guerra preventiva” para justificar con la primera la pretensión de un derecho a tratar a otros Estados como “terroristas”, y a permitir con la segunda el destituir a todo gobierno extranjero que amenazara en modo inmediato o difusamente mediato su seguridad. A ello se agregaba la noción de “entrega extraordinaria” para los procedimientos “extralegales” de trato a los sospechosos de terrorismo; y un supuesto de expansión global de la “democracia” estadounidense reformulada en esas coordenadas.
En ese itinerario, la prestigiosa revista médica The Lancet calculó en 2006 que desde la invasión de Irak en 2003 por Estados Unidos, justificada con la mentira presidencial de la existencia de “armas de destrucción masiva” que nunca fueron encontradas, habían muerto ya 600.000 civiles. La “guerra” enlazó el operativo militar con los negocios de las corporaciones de armas y petróleo, y con la violación explícita y sistemática de los derechos humanos. Cinco años después, un Presidente demócrata seguiría la transmisión en vivo del asesinato del supuesto responsable de aquel ataque.
Pero mientras el Imperio se distraía en descargar su furia atendiendo con ello a buena parte de sus negocios, el mundo seguía andando: crecían las democracias populistas en América Latina, se fortalecían las nuevas potencias económicas y comerciales de los BRICS, y la globalización tecnológica y financiera emergía como un ingobernable archipiélago de industrias y paraísos fiscales deslocalizados de todo centro imperial. Cuando el motor de la expansión capitalista que había alimentado una expansión de dominio urbi et orbe con todo su poder político, militar, industrial y financiero, dejó de mirarse el ombligo, pudo ver cómo se estaba desvaneciendo el espejismo de pasar a ser el conductor de un imperio ahora globalizado.
El reconocimiento del fracaso en la aspiración de un dominio global por los Estados Unidos y el abandono de esa versión de Pax Americana se expresó en el neoproteccionismo del nuevo presidente Trump: la Ford o la General Motors, paradigmas de las críticas setentistas a las multinacionales en América Latina, eran amenazadas con sanciones comerciales, por el mismísimo Presidente de los Estados Unidos, si llevaban sus plantas a México.
En ese marco, la reformulación de aquel sueño imperial se expresa hoy en términos de la “doctrina de excepción” de un nuevo tiempo para las democracias. Una doctrina que rechaza la noción de democracia respaldada en el multilateralismo de las Naciones Unidas y el respeto de la división de poderes, y que abandona el ideal de la paz y los derechos universales, con la promoción del odio y la violencia, la estigmatización y la discriminación, la explotación y las desigualdades, la propaganda y el control de la opinión, la misoginia, el racismo y la xenofobia.
Todo esto, y mucho más, que se expresa en las propuestas y políticas de Macri y Bolsonaro, muestra en su doctrina similitudes y regularidades con el autoritarismo fascista. Sin embargo, hay que develar las diferencias. Una de ellas es que este nuevo fenómeno no tiene su cuna en Europa, sino en Estados Unidos. Otra es que el Estado corporativo del fascismo con la Camera dei Fasci et della Corporazioni, así como las corporaciones industriales del nazismo, tenían un carácter eminentemente nacional y sujetas al dominio del Estado, a diferencia de la no sujeción al poder de un Estado nacional que tienen las actuales corporaciones globales (de hecho, el fenómeno actual más novedoso es que la corporaciones globales son quienes dominan –aún con su estructura camaleónica y proteiforme— a los Estados nacionales y a los organismos internacionales). Una tercera, no menos importante, es que esta nueva concepción totalitaria del Estado emerge después de una experiencia de cincuenta años de democracias fundadas en los derechos humanos (antecedente crítico para pensar futuros escenarios), mientras que el orden jurídico del fascismo y aún más del nazismo no tenían antecedentes en el derecho internacional para juzgar y sancionar sus crímenes.
Dictamen único
Por eso hay tres conceptos mayores en interacción en lo que decimos: democracia, Estado y globalización. Si ningún Estado-nación puede sumar los tres, lo que les queda a los países es:
1-Tener democracia y Estado con participación primaria en el dominio global, como quiere Estados Unidos;
2- Tener democracia y Estado con participación secundaria en ese dominio, como lo tiene Israel en materia de seguridad y como aspira a tenerlo militarmente el actual Brasil;
3- Tener democracia y Estado con participación subalterna en ese dominio, como lo tiene Chile y postula tenerlo sin éxito el actual gobierno argentino; o
4-Tener democracia y/o Estado sin participación alguna en el dominio global.
Las democracias “populistas” han querido jugar fuera de esta Liga promoviendo la integración regional. El ataque global a esos populismos era de esperar.
Hace diez días fui a Montevideo para ayudar en la comprensión del concepto “dictamen único” que se ha propuesto, por presión de las corporaciones farmacéuticas y biotecnológicas, para uniformar el dictamen de los comités de ética que deben evaluar protocolos de experimentos con medicamentos. El interés de las corporaciones es acortar los tiempos de esa evaluación, otorgándole a uno de los comités la autoridad para unificar las diferencias. Esa propuesta de interés mercantil, nada dice de los procedimientos para asegurar una mayor protección de los derechos de las personas.
El año pasado criticamos el anuncio presidencial de reducir los tiempos de evaluación de la ANMAT permitiendo que si en 60 días no se tenía un dictamen de una investigación entonces la misma tuviera aprobación automática. Hace unos días, Macri se reunió con los directivos de AMGEN (Applied Molecular Genetics), uno de las mayores empresas de biotecnología del mundo, para su radicación en Argentina siempre en orden a la retórica de la lluvia de inversiones, trabajos de calidad, etc. Se trata de un ejemplo de las megacorporaciones que dominan la globalización y dirigen los Estados nacionales. Son las empresas extranjeras que han entrado en fuerte puja con las empresas farmacéuticas nacionales, que protestan. El gobierno se somete a las primeras y a jugar en la C, pero intenta impedir que veamos los huevos y su nido, que sigue estando offshore.
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