EL SÍNDROME BOLSONARO
Aumento de la clase media periférica y la parte de la Argentina de sesgo fascista
Hay murmuraciones. El interrogante está corriendo. Con atendible preocupación se atisba si en el caliginoso trayecto hacia la salida de crisis argentina, el factor brasileño Bolsonaro agregó también entre nosotros al fascismo como posibilidad. La aproximación primaria a la dilucidación de semejante alternativa remite a examinar el grado de probabilidad de ese tipo de respuestas, en la metabolización nacional de las pulsiones que brotan de esas y otras tendencias globales en danza.
En las naciones desarrolladas se llama populistas a las experiencias tipo Bolsonaro que se vienen sucediendo en países del centro y de la periferia. Dado el espanto de los antecedentes históricos, se comprende el uso del eufemismo. Para encontrar la cosa en común que tienen distintos países y circunstancias que los llevan a abrazar al fascismo, vale apuntar a las definiciones que tratan de delinear su torvo perfil. La segunda de las tres acepciones que el diccionario de la Real Academia registra para fascismo establece que alude a la: “Doctrina del fascismo italiano y de los movimientos políticos similares surgidos en otros países”. La tercera acepción refiere a la: “Actitud autoritaria y antidemocrática que socialmente se considera relacionada con el fascismo”.
El más consultado y completo diccionario de vocablos económicos, Palgrave, indica que "el fascismo no trajo ninguna contribución original a la teoría económica, excepto por algunos elementos en la teoría del corporativismo allegados por los fascistas italianos”. Esquematiza que “el planteo del Estado fascista de la primacía nacional por encima del bienestar individual fue para dirigir las actividades económicas para estos fines”. En este contexto, “el principio del interés nacional significa fortaleza económica sobre la base de la propiedad privada de los medios de producción, poder militar como precondición para la expansión imperialista y […] autarquía”.
En el Diccionario de Política de Norberto Bobbio el fascismo alcanza una tipificación más densa y concisa cuando se lo inscribe como “un sistema político que trata de llevar a cabo un encuadramiento unitario de una sociedad en crisis dentro de una dimensión dinámica y trágica promoviendo la movilización de masas por medio de la identificación de las reivindicaciones sociales con las reivindicaciones nacionales”. Por lo tanto, el fascismo es “una ideología de crisis. Nace como respuesta a una crisis […] La crisis puede estar relacionada con un evento determinado (una guerra o una desocupación masiva), pero es necesario tomar en cuenta que el evento revela la crisis, no la provoca”. Para observar la marca en el orillo del fascismo enumera “la ubicación de una trayectoria que, de acuerdo con el modo en que se ejerce el poder, va desde el autoritarismo hasta el totalitarismo, la combinación de un motivo nacionalista con un motivo socialista, el racismo (existente con diferentes grados de intensidad en todos los fascismos), la coexistencia contradictoria de una tendencia particular y de una tendencia universal, el sustrato social proporcionado por la clase media (con excepción del peronismo) y al mismo tiempo la aparición de dirigentes relativamente sin pertenencia de clase”.
Don Juan y el fascismo
Ubicar al peronismo en el espectro fascista es un lugar común entre los intelectuales norteamericanos y europeos. Bobbio no es la excepción. El que pone las cosas en su lugar para la Argentina y la región es Eric Hobsbawm. Dice el historiador inglés que “fue en América Latina donde la influencia del fascismo europeo resultó abierta y reconocida, tanto sobre personajes como el colombiano Jorge Eliécer Gaitán (1898-1948) o el argentino Juan Domingo Perón (1895-1974), como sobre regímenes como el Estado Novo (Nuevo Estado) brasileño de Getulio Vargas de 1937-1945 […] Y, sin embargo, ¡cuán diferentes de sus modelos europeos fueron las actividades y los logros políticos de unos hombres que reconocían abiertamente su deuda intelectual para con Mussolini y Hítler! […] El apoyo principal de Perón era la clase obrera y su maquinaria política era una especie de partido obrero organizado en torno al movimiento sindical que él impulsó. En Brasil, Getulio Vargas hizo el mismo descubrimiento. Fue el ejército el que le derrocó en 1945 y le llevó al suicidio en 1954, y fue la clase obrera urbana, a la que había prestado protección social a cambio de su apoyo político, la que le lloró como el padre de su pueblo. Mientras que los regímenes fascistas europeos aniquilaron los movimientos obreros, los dirigentes latinoamericanos inspirados por él fueron sus creadores. Con independencia de su filiación intelectual, no puede decirse que se trate de la misma clase de movimiento".
Clase media
Y ciertamente no lo fue ni lo es, por más que albergara grupos minúsculos que si lo eran y lo son. La clave de diferenciación entre la experiencia europea y de la región es el papel de la clase media, conforme lo destacan los diferentes análisis relacionados. Es lo que tiene tela para cortar en la actualidad donde se da por sentado un importante avance cuantitativo de la clase media en la periferia. De acuerdo a un informe reciente de la Brookings Institution, realizado por Homi Kharas y Kristofer Hamel, en el planeta hay 200 millones de ricos, 3.590 millones de clase media, 36.160 millones de vulnerables y 630 millones de seres humanos pobres (8% de la población mundial). No muy diferente de la medición del Banco Mundial que clasifica como comprendidos en la clase media a aquellos que ganan un ingreso superior a 2 dólares por día ajustado por el poder de compra. Un poco más de 4.000 millones de individuos. Para sus cálculos, informan Kharas y Hamel que utilizaron encuestas de ingresos y gastos de 188 países y clasificaron los hogares por monto de gastos en dólares comparables de 2011, por día y por persona en cuatro grupos: 1) pobreza extrema (gastan menos de u$ 1,90); 2) vulnerables (gastan entre u$ 2 y 10); 3) clase media (gastan entre u$ 11 y 110); 4) ricos (gastan más de u$ 111).
Kharas y Hamel, entienden como ingreso de clase media aquel que permite comprar electrodomésticos. Debe consignarse que la medida más utilizada de la clase media, y mucho más restrictiva, fue propuesta en 2002 por Branko Milanovic y Shlomo Yitzhaki, para quienes pertenecen a este segmento en la periferia las personas con ingresos diarios entre aproximadamente 10 y 50 dólares, ajustados por la paridad de poder de compra. En el centro, clase media se es a partir de 85 dólares diarios a precios norteamericanos. En 2012, Shimelse Ali y Uri Dadush tomaron una posición tercia y consideraron para la región subdesarrollada clase media a las personas relacionadas con los autos en circulación. Su estimación de la clase media se circunscribe al ámbito de las economías en desarrollo del G20, que representa más del 70% del total del PIB de las economías en desarrollo. Aplicando grosso modo sus cálculos a la actualidad, habría alrededor 800 millones de personas de clase media. En la óptica de Milanovic y Yitzhaki y para la misma zona geográfica, no más de 500 millones. El número real que cuantifica la clase media global parece más sensato que ande por estas marcadamente más constreñidas estimaciones.
Pero independiente de que las cifras resulten infladas o atenidas a la realidad, el cúmulo de diferentes estudios sobre el tópico coinciden en observar no solo que la clase media en la periferia ha ido creciendo (en todo caso discuten en cuánto y a qué ritmo seguirá avanzando) y junto con su homónima del centro constituyen el segmento más grande de la demanda en la economía global, sino además que ha devenido en un sujeto político muy dificultoso que quiere servicios sociales y no quiere pagar impuestos. Es esto lo que imposibilita o al menos hace muy peliagudo encontrar un conjunto de políticas que puedan atender estas demandas a contramano.
El (no tan) nuevo Estado industrial
Si se sigue a Bobbio en que “el evento revela la crisis, no la provoca”, y se observa que prolongando los patrones históricos, el comportamiento político patológico de la clase media es la argamasa del fascismo, entonces ¿qué provoca la crisis que revela el evento Bolsonaros-de-este-mundo? La crisis que expresa el fascismo de hoy es provocada por la imposibilidad económica y física de alcanzar en la periferia como un todo, el modelo cultural de consumo de la clase media establecido por el nuevo estado industrial, según lo conceptualizara a mediados de los ’60 John Kenneth Galbraith para la sociedad norteamericana. En palabras de Galbraith: "Lo que se llama un alto nivel de vida consiste, en una medida considerable, en arreglos para evitar la energía muscular, aumentar el placer sensual y aumentar la ingesta calórica por encima de cualquier requerimiento nutricional concebible”.
A falta de pan, bueno son los tortazos para aquellos a quienes de manera completamente alienada se responsabiliza por la imposibilidad: los vulnerables de este mundo. En los países desarrollados opera lo mismo, nada más que se trata de una mezcla de historia política y temor a no perder lo obtenido. Unos por no llegar. Otros por no irse.
Nosotros y ellos
Lo que es imposible para el conjunto de la periferia no es inalcanzable para la Argentina. No hay a la vista, ni se avizora, que la base material de la Argentina impida avanzar hacia un nivel de vida bastante más alto que el actual, en un lapso razonable. ¿De manera que no hay por qué preocuparse hasta dónde la crisis que instaló el gatomacrismo encontrará un incentivo de salida en la camisa de once varas que confecciona día a día el fascismo global?
La tristeza no es solo brasileña. Dada nuestra historia y nuestro presente sí hay de qué preocuparse, a partir de tomar en cuenta el asunto tan desagradable como inevitable de aceptar que convivimos con una parte de la Argentina de sesgo fascista. Esa que en el '55 bombardeó a civiles indefensos en la Plaza de Mayo y continuó en sus trece hasta el genocidio del '76. Que en la actualidad, y aún muy atenuada en su morbo, mata por la espalda con balas estatales, confunde aviesamente sindicatos con sindicalistas para impugnar a los primeros en nombre de los segundos, tiene detenida a Milagro Sala y a otros tantos presos políticos. Esa que da espacio para que atontados dirigentes de empresas reunidos en el coloquio de Idea en Mar del Plata declaren que esperan que en 2019 el gobierno ¡ratifique el rumbo!
Bien vale preguntarse, entonces, ¿qué posibilidades tiene hoy esa Argentina de sesgo fascista de expandir su –por el momento— apocado, aunque siempre dañino, volumen político? Las menos provienen de cómo se articule el sentido de unidad del movimiento nacional. A sabiendas de quienes son ellos, en un reportaje radial de hace unos días le preguntaron al psicoanalista Jorge Alemán quiénes seríamos nosotros. Alemán respondió: "Los que quieren que en el pueblo reine el amor y la igualdad". No es sensiblería ni ingenuidad. Es sensibilidad para manifestar la dura disputa que tiene por delante el optimismo de la voluntad llevado mano a mano por el pesimismo de la razón. Eso evitará que si algunos grupos políticos intentan replicar por acá el experimento Bolsonaro no nos encontremos un día preguntándonos como con bronca y junando, ¿cómo y cuándo fue que descarrió la democracia argentina?
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