Stefan Mandel y la lotería

La historia de un hombre que probó que tener suerte puede entrañar un trabajo enorme

 

La historia del hombre en su búsqueda por ‘conquistar’ el azar es fascinante. Uno ‘sabe’ que la probabilidad obra en contra, que las posibilidades son remotas, pero aún así, el hombre, usted y yo, mujer u hombre, intenta y ha pugnado por ‘domar’ al azar, que a lo largo de los siglos ha resultado siempre esquivo. No pretendo acá hacer una descripción exhaustiva de todos los intentos porque no alcanzaría el tiempo que me queda de vida, por mucho que sea. Sin embargo, cada tanto se me cruza alguna historia que no conocía y siento algo así como una ‘necesidad’ de comunicarla, de contarla o mejor dicho, de compartirla. Es por eso que quiero escribir algunos párrafos sobre la historia de Stefan Mandel (1). Todo lo que sigue sobre sus primeras experiencias, sucedió en las décadas que van desde 1960 hasta 1990, aproximadamente.

Mandel nació en Rumania, cuando todavía se reconocía como un país comunista. Eso sí, Mandel era/es, matemático. Su plan fue siempre poder doblarle el brazo al azar, pero lo curioso es que la forma en la que lo hizo, parece (o al menos me pareció a mí desde que me tropecé con su historia), la más pedestre de todas. Es decir: si uno pudiera comprar todos los números posibles (me refiero a la lotería), debería ganar. Así de sencillo. Pero lo que uno siempre sospecha es que el dinero involucrado para comprar todos los números en juego, debería cancelarse con el potencial premio. Peor aún: si algún otro participante también eligió los mismos números, entonces habría que repartir el botín, por lo que este tipo de estrategia parece aún más inviable.

Por otro lado, uno imagina que las autoridades de la lotería (cualquiera sea el país del que estemos hablando, Rumania o no), deberían contemplar ese caso particular: “Si una persona pudiera comprar todos todos los números, claro… debería ganar”. Sin embargo, acompañando esa frase debería decir: ‘No sea tonto. Si los compra todos, tendrá que invertir más dinero del que seguramente va a ganar. ¡No lo haga!’.

Sin embargo, eso no necesariamente es cierto y curiosamente, eso fue lo que dio origen a la historia que quiero compartir. Vea lo que sucedió.

Como escribí más arriba, Mandel nació en Rumania. Después de graduarse, comenzó a trabajar cooperando con los economistas de una compañía minera. Su idea fue intentar diseñar una estrategia que le permitiera aumentar sus posibilidades de ganar a la ‘versión de la lotería’ que se jugaba en ese momento en Bucarest (la capital). En principio quiso ver si podía conseguir acceder al segundo premio. No necesitaba acertar todos los números (que eran seis elegidos entre los primeros 70), pero sí los suficientes para poder obtener el segundo lugar. En el camino, descubrió un método que parecía asegurarle que podría llegar al primer premio. Ni bien advirtió la posibilidad de diseñar esa particular estrategia, para qué preocuparse con el segundo premio si podía acceder a quedarse con todo. ¡Y eso fue lo que hizo!

Naturalmente, al avanzar en esta dirección es cuando uno empieza a sospechar que en alguna parte aparecerá algo ilegal. Pero no, hasta ahí estaba (o parecía estar) ‘todo legal’ como diría un portugués. Durante cuatro años, Mandel había dedicado su esfuerzo a garantizarse cinco de los seis números que necesitaba ‘acertar’. Cuando llegó el momento de hacer la inversión y poner a prueba el método, surgió el primer obstáculo: para poder implementar su teoría, necesitaba invertir todos sus ahorros, todo el dinero que había juntado. Obviamente, más allá de las dificultades matemáticas, el riesgo era enorme. ¿Y si había calculado algo mal?

Lo notable es que, como en las películas, ¡Mandel ganó todo! Ahora que tenía un poco de dinero, logró hacer lo que hasta allí le hubiera resultado imposible: abandonar Rumania. La historia cuenta que ‘coimeando’ oficiales del ministerio de relaciones exteriores rumanos, logró que —en tanto que judío— le dieran una visa para emigrar a Israel. Y allí fue.

Mientras seguía con su trabajo ‘de oficina’, invirtió varios años, una vez más, hasta descubrir las dificultades que tendría que enfrentar para ganar la lotería en Tel Aviv. Como escribí más arriba, no parecía haber nada sofisticado: la idea era tratar de detectar cuántos números debía comprar (sino todos), para poder ganar el premio mayor. Ese premio, iba aumentando en la medida que había semanas que se declaraba desierto. Por lo tanto, si bien comprar la misma cantidad de números —eventualmente todos— seguía siendo constante, el premio variaba, y variaba para arriba. ¿En qué momento valdría la pena hacer la inversión? A Mandel le alcanzó con replicar el mismo algoritmo que había usado en su país natal y una vez más, cuando supuso que había llegado ‘el’ momento, lo puso en práctica. Y ya no sé si usar la palabra ‘casualidad’, una vez más: ¡ganó!

 

 

Con mucho más dinero ahora, Mandel necesitaba radicarse en algún lugar en donde los premios fueran mayores, donde fluyera mayor dinero y por lo tanto, la implementación del algoritmo podría ser más complicada (porque había que comprar más números), pero también la recompensa sería decididamente más importante. Su objetivo fue trasladarse a Australia. Consiguió visas para toda su familia y allí fue. Pero en el camino, logró algo importante también: ingresar en el circuito de las loterías británicas, aprovechando la relación que siempre hay/hubo entre los australianos y los ingleses.

La gran diferencia que encontró, es que en lugar de tener que salir y comprar los billetes, los australianos permitían que cada persona los pudiera imprimir en su casa u oficina. Para poder hacerlo, necesitaba tener impresoras láser, que si bien hoy son comunes, en aquella época eran muchísimo más caras y mucho más difíciles de conseguir.

Igual, eso no fue un impedimento. Mandel consiguió todo. Como el capital que él tenía no le alcanzaba para comprar todos los números necesarios, su reputación le permitió conseguir ‘inversores’. Eso es lo que le hacía falta, y los consiguió también. Pero por otro lado, más allá de las impresoras láser y las montañas de ‘papel’ para imprimir, necesitaba evitar duplicaciones, implementar un sistema de doble verificación para que no sobrara, pero que tampoco faltara ninguna combinación, y después había que trasladarlos hasta los diferentes negocios que los recibían, los procesaban y se comprometían a entregar ‘recibos’ con la numeración correcta, para que sirviera como comprobante de cada una de las inversiones. En definitiva, si bien es un método exhaustivo, a usted (sí, a usted) no se le escapa que un ‘error’ en el diseño, impresión, distribución y entrega termina con el negocio… para siempre. Y por otro lado, determina la ‘bancarrota’ de muchísima gente.

Y algo que no incluí antes, es que más allá de la posibilidad de que hubiera ‘varios ganadores’ con quienes deberían compartir el premio, entra en danza también las cuestiones impositivas. Cuanto mayor es el dinero a recibir, mayores son los aportes a los equivalentes de la DGI en cada uno de los países.

Es decir: decidir que una jugada particular es la que ‘merece’ que Mandel y su ejército de inversores (que llegaron a superar los ¡dos mil quinientos!) decidieran participar, es porque habían hecho muy bien las cuentas sobre qué esperar y cómo diseñar la distribución de los números a imprimir en cada hoja. En si mismo, ya era/es un arte que requiere de un extremo cuidado.

Con este método, Mandel logró ganar la lotería australiana… ¡doce veces! De hecho, hasta ese momento, Mandel no había hecho nada ilegal, pero las autoridades australianas decidieron modificar las ‘reglas’. Primero, decidieron impedir que una sola persona pudiera comprar todos los billetes. Eso fue fácil: Mandel consiguió otras cinco personas a quienes hizo socias. Eso ya era suficiente, de acuerdo con la nueva reglamentación exigida por los australianos. Después volvieron a ‘correr el arco’: ya no podían ser personas/individuos los que compraran todos los boletos: hacía falta que aparecieran compañías y/o corporaciones. Mandel decidió constituir una firma dedicada específicamente a comprar billetes de lotería.

Y así siguieron, unos y otros. Más restricciones de parte de las autoridades, y más ‘vueltas’ que debía sortear el rumano. Hasta que claro, llegó un momento en el que los obstáculos a eludir eran tantos, que Mandel tuvo que detenerse: Australia ya no le servía. Como ya había conseguido la ciudadanía para él y toda su familia, comenzó a buscar en otros lugares en el mundo, y naturalmente, terminó en el sitio que, intuyo, usted está pensando (¿no es así? ¿dónde iría usted?). Bueno, yo, cuando llegué a este punto, pensé en Las Vegas, en Nevada. O Atlantic City, en New Jersey.

Después de haber considerado Massachusetts (que pagaba $37 millones de dólares por 9 millones de combinaciones) y Arizona ($11 millones de dólares por 5.100.000 combinaciones), finalmente se decidió por Virginia. Virginia ofrecía ciertas ventajas, no menores, no despreciables. Recién acababa de ser implementada, los inversores podían comprar tantos billetes como quisieran y encima, ¡los podían imprimir en sus domicilios particulares! Pero el dato más importante es que los seis números que conformaban el billete se elegirían desde el 1 hasta el 44. En los otros estados llegaban hasta el 54, con lo cual se incrementaban muchísimo las combinaciones posibles. Esto significaba que con 6 números, había ‘solamente’ 7.059.052 combinaciones posibles, muchísimas menos que las más de 25 millones habituales.

Es por eso que teniendo que pagar solamente un dólar por billete, Mandel necesitó (junto a sus co-inversores) juntar menos de 7 millones 60 mil dólares. Como se imagina, llegado a este punto no había nada que lo detuviese. La logística lo forzó a conseguir entonces 4.500 inversores (siempre en Australia). Pero además necesitaba que le permitieran jugar sin estar físicamente en Estados Unidos.

Logró todo esto, lo cual fue no trivial, porque cada uno de sus ‘socios’ tuvo que invertir $4,000 dólares. Más allá de las ventajas que describí más arriba, aún quedaban más impedimentos. Una vez impresos, el peso llegaba a casi… ¡mil toneladas! Por otro lado, ¿cómo haría para enviar todos los tickets desde Australia? La encomienda le habría de costar más de 60,000 dólares (sesenta mil).

Aún así, supongamos que esa fue la parte fácil. Pero después, quedaban un par de puntos importantes:

  1. ¿Cómo garantizar que llegaran a tiempo?  
  2. ¿Cómo pagar los billetes?

Lograr que llegaran no fue fácil, pero no fue la peor dificultad que enfrentaron. Entre una ‘jugada’ y otra, había tres días de diferencia. Claro que a usted no se le escapa que trasladar ‘cualquier objeto’ desde Sydney hasta Virginia requiere de una organización ad hoc, específicamente ‘hecha a medida’. No hay vuelos directos y sin escalas desde Sydney hasta Charlottesville. Pero por otro lado, Mandel necesitaba que le aceptaran ‘cheques’. Seguro que no pagaría en billetes (dólares), sencillamente porque eso sí hubiera costado una fortuna, no solo por el peso, sino también por el traslado, teniendo en cuenta todas las garantías de seguridad que se hubieran requerido. Entonces había que lograr que los negocios —habilitados por las autoridades norteamericanas al efecto— le aceptaran cheques. Y Mandel lo hizo. Logró cheques certificados de manera tal que eso tampoco fuera un impedimento.

 

 

Y hasta acá llegué. Faltaba un último paso: esperar la oportunidad que el dinero en juego, de ganarlo, valiera la pena la elaboración de toda la logística. Mandel y sus ‘socios’ tuvieron que esperar. Cualquier error era garantía de desastre [2], y como está escrito, uno es tan fuerte como su eslabón más débil. Las cuentas indicaban que para que el operativo se iniciara, el premio debía superar los 20 millones de dólares, limpios, netos, luego de pagar todos los gastos, impuestos, traslados, impresiones, verificaciones múltiples, etc, etc… (y leyendo más arriba uno entiende "cuántos etcéteras hay involucrados"). Y así lo hicieron.

Cuando las cuentas le dieron por primera vez, un contingente de personas dirigidas por su socio Anithalee Alex en sus cuarteles generales [3] comenzó con la tarea de la impresión, con el cuidado necesario para ‘no errarle a ningún número que debía aparecer en cada combinación’. El equipo tuvo que trabajar produciendo 100,000 (¡CIEN MIL!) billetes por hora… durante dos días. 48 horas sin parar. Al mismo tiempo, una vez presentados organizaron los ‘recibos’ o ‘comprobantes’ en cientos de cajas.

Cuando todo funcionaba de acuerdo con lo previsto, usted también intuye que ‘algo’ tuvo que haber pasado. Si no, ¿dónde está la historia? ¿Dónde está el drama?

Súbitamente, uno de los negocios receptores de los tickets dejó de funcionar. La computadora, a partir de un momento, ¡dejó de recibir más billetes! Y el problema comenzó a propagarse… Ya no solo era un negocio, sino que la computadora central pareció empacarse y no recibía más ‘ingreso de datos’.

Las cuentas de Mandel indicaban que aún faltaban registrar más de un millón y medio de combinaciones. En total, entre todos los negocios, habían recibido un poco más de 5.500.000 de los 7.100.000 tickets, es decir, algo así como el 78% del total. Y ya no había más tiempo para nada. La peor de todas las situaciones posibles acababa de suceder. ¿Y entonces?

Entonces... ¡el milagro! Sí, un milagro. Ya no había nada que pudiera modificar el destino. La extracción de los números que conformarían el billete ganador estaba a punto de comenzar y Mandel sabía (tanto como el resto de sus ‘socios’) que ahora todo quedaba en manos del ‘azar’. Después de haber ‘peleado’ tanto para tratar de derrotarlo, para intentar doblarle el brazo, finalmente todo… ¡literalmente todo! ...quedaba reducido al azar.

El día tan esperado fue el 15 de febrero de 1992. Ese día particular, el canal oficial de Virginia ofreció ‘en vivo’, la extracción de los números: 8…11… 13…15…19… 20.

Y cuando no había nada más para pensar, el ‘milagro’ sucedió. Aún con más de un millón y medio de combinaciones que se quedaron afuera, la combinación ‘ganadora’ se había filtrado. Como si alguien, en alguna parte, allá ‘arriba’ o ‘acá abajo’ se estuviera riendo de tanto esfuerzo.

Mandel ganó. Ganó los 27 millones de dólares [4] a los que aspiraba si obtenía los seis números que necesitaba. Pero irónicamente, el total superó ese número largamente, porque en el camino, obtuvo todos los segundos, terceros y cuartos premios que se ofrecían, llevando el total a superar los 30 millones de dólares.

El comisionado de la lotería de Virginia, Kenneth W. Thorson, hizo honor a lo que correspondía y si bien hubo varios en el estado que querían iniciarle un juicio a Mandel, la idea no prosperó y el premio (o mejor dicho, los premios) fueron entregados y pagados como correspondía [5].

 

Final

Hoy, octubre del 2018, Mandel vive en una isla (llamada Vanuatu) en el norte de Australia. Su periplo terminó allí. Intentó en algún momento replicar el algoritmo en Israel, nuevamente, pero fue detenido acusado de fraude. Pero esa ya es otra historia, y por ahora, y aparentemente por el resto de sus días, su objetivo es quedarse donde está. El azar, agradecido. 

 


 
[2] Mandel usó un nombre de fantasía (que están tan de moda hoy): Pacific Financial Resources. Y configuró un trust al que llamó International Lotto Fund (ILF). Con esos datos convenció a 2.524 inversores que pusieran al menos 3.000 dólares cada uno. Debido al éxito que había tenido antes, logró juntar más de 9 millones de dólares. En un galpón de Melbourne, se estableció con 30 computadoras y 12 impresoras laser. Contrató 16 empleados a tiempo completo e imprimió los más de 7 millones de billetes. Lograrlo le llevó 3 meses. Cuando terminó, el peso total orilló las mil toneladas. Los envió a Estados Unidos y pagó por el envío 60.000 dólares
 
[3] El 12 de febrero de 1992, tres días antes del sorteo, Alex se registró en el hotel Holiday Inn, en Norfolk, Virginia. Allí estableció su ‘comando general’ en un galpón cerca de un parque, el Koger Center. Alex preparó un equipo de 35 personas (la mayoría de ellas eran ‘contadores’) que terminaron distribuyendo paquetes de 10.000 tickets (o billetes) envueltos en papel celofán. Cada uno tenía adosado un cheque por 10.000 dólares certificados por el banco. Durante dos días completos, los enviados especiales llegaban hasta las estaciones de servicio y supermercados habilitados para recibir los billetes, entre otros, los más conocidos: Farm Fresh, Miller Mart y Tinee Giant. Los cajeros en cada uno de esos negocios, recibieron y procesaron los millones de tickets generados algorítmicamente por una computadora.
 
[4] El total fue $27,036,142. Ese dinero lo obtuvo por haber conseguido el primer premio. Pero además, obtuvo los 6 segundos premios, 132 terceros premios y 135 premios menores. La historia completa está acá: https://thehustle.co/the-man-who-won-the-lottery-14-times
[5] Mandel contrató a la firma Lowe Lippman para transferir los $7.100.000 dólares al Crestar Bank en Virginia. Esos dólares fueron divididos en cheques de $10.000 cada uno. Pero también necesitó del nombre de una persona a quien enviarle todo el dinero, y finalmente lo logró, estableciendo una sociedad con quien terminó siendo su amigo: Anithalee Alex.

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