El gobierno ya publicó el aviso fúnebre del método de metas mediante el cual Federico Sturzenegger primero y Luis Caputo después confiaban contener los aumentos de precios, con tan sólo anunciarnos cuál debía ser la inflación dentro de un año y, mientras aguardaban que los argentinos alineáramos nuestra conducta a sus pronósticos, recompensaban el perdurable escepticismo de los inversores con una tasa cada vez más alta de las LEBACs en pesos que emitía el Banco Central.
El réquiem lo entonó el ministro de Hacienda Nicolás Dujovne en Nueva York: “Hemos decidido reemplazar el esquema de metas de inflación por una regla simple y verificable sobre los agregados monetarios… porque un esquema en que el principal instrumento es la tasa de interés en un país que tenía mucho financiamiento monetario y tenía que corregir precios relativos, probablemente no dio los resultados esperados”. La simpleza declamada del nuevo método reside en la promesa del flamante presidente del Banco Central, Guido Sandleris, de no permitir hasta junio del año que viene que los argentinos consigamos ni un solo peso más de los pocos que tenemos hoy. Para lograrlo, Sandleris se ha comprometido públicamente a pagar cualquier tasa que el mercado le exija a cambio de los pesos sobrantes. Por “mercado” debe entenderse los bancos, que son los únicos autorizados a comprar y determinar el rendimiento de las letras de liquidez LELIQ que el Banco Central utiliza para absorber esos pesos.
La única diferencia sustantiva entre las dos recetas es la intensidad desmesurada con que el gobierno aplicará la nueva. Ambas reflejan su convicción inalterable de que la economía argentina está enferma y sólo pueden curarla la recesión y la pérdida del poder de compra de los salarios. Ambas recurren exclusivamente a instrumentos financieros: las LEBACs a treinta días de plazo antes, las LELIQs que ahora vencen cada siete días. Ambas conceden que sea la voluntad de los mercados la que dicte variables cruciales de la economía como la tasa de interés y el precio del dólar. Ambas se desentienden de los daños colaterales que ocasionan en materia de empleo, consumo y actividad. Y ambas se respaldan en los vaticinios complacientes de analistas económicos que simpatizan con el gobierno y sus políticas de ajuste perpetuo.
Por eso no debería sorprendernos que la nueva conducción del Banco Central no haya sepultado, junto con el régimen de metas de inflación, su relevamiento mensual de expectativas de mercado, conocido por la sigla “REM”, cuya única razón para existir era anclar con un insumo técnico aquellos objetivos inverosímiles. Los resultados de la última edición del REM publicada el martes, un día después del estreno de la remozada política monetaria, justifican el voto de confianza de las autoridades.
El promedio de las respuestas ofrendadas por las 46 entidades que contestaron el cuestionario, sobre un total de 63 habilitadas para hacerlo, se alinea con las proyecciones oficiales, salvo por ligeras discrepancias sin las cuales se evaporaría cualquier semblanza de decoro profesional. El proyecto de presupuesto que el gobierno envió al Congreso estima que el producto interno bruto caerá 2,4% este año y 0,5% el año que viene, mientras el REM pronostica que caerá una décima más este año y el mismo 0,5% en 2019. El REM calcula que el dólar costará $43 a fin de año, un peso menos que el techo actual de la banda de flotación libre del tipo de cambio acordada con el FMI. El REM augura que el 2018 concluirá con una inflación anual de 44,8%, dos puntos y unas décimas más que la estimación plasmada en los documentos internos del Ministerio de Hacienda.
La predilección de la mayoría de los participantes del REM por acompañar las fantasías oficiales se ha mantenido constante desde el debut del relevamiento a mediados de 2016. Por ejemplo, entre el REM de diciembre del año pasado y el REM de enero de este año, el pronóstico de la inflación anual y del precio del dólar para el final de 2018 subió apenas de 17,4% a 19,3% y de $20,4 a $21,7, respectivamente, a pesar de que en el lapso transcurrido entre ambos Marcos Peña había obligado a Sturzenegger a modificar las metas de inflación, el entonces ministro de Finanzas Caputo había admitido que al gobierno se le dificultaría volver a emitir bonos en los mercados internacionales, y ya se habían insinuado las subas de la tasa de interés del gobierno estadounidense y del precio del barril de petróleo que hasta hoy se señalan como motivos de la crisis.
Una variante crucial del régimen de metas de inflación diseñado por Sturzenegger y continuado por Caputo y Sandleris, respecto del esquema que se aplicó entre 2004 y 2012, minimiza el riesgo reputacional en que incurren los analistas por desdeñar la realidad. El sistema actual se limita a difundir el promedio de los resultados de todas las respuestas de los participantes y preserva la confidencialidad de las respuestas específicas aportadas por cada uno de ellos. El sistema anterior tampoco revelaba las respuestas individuales pero publicaba un ranking con los cinco participantes que habían pronosticado más certeramente cada variable económica encuestada.
Desde luego, quienes contestan el REM pueden influir sobre la realidad pero no crearla. El programa monetario y cambiario adoptado por Sandleris colapsará si, más temprano que tarde, el riesgo país de la Argentina no disminuye lo suficiente como para permitir que el gobierno vuelva a emitir deuda en el exterior y deje de depender exclusivamente de la munificencia del FMI. Para lograrlo el gobierno necesita algo que es más difícil de conseguir que el optimismo de las consultoras locales: los dólares de sus clientes extranjeros.
--------------------------------
Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí
Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí