El lunes 1° de octubre el ex juez Carlos Rozanski, el constitucionalista Eduardo Barcesat, el diputado nacional Horacio Pietragalla y el Llamamiento Argentino Judío presentaron una denuncia ante la justicia federal contra Mauricio Macri. El motivo de la imputación fue un mensaje difundido a través de su cuenta oficial, de la red social Twitter, en la que utilizó fraseología literal extractada del libro Mein Kampf (Mi Lucha) de Adolf Hitler.
En el mensaje de Macri se empleaban los conceptos de “veneno social” y “personas envilecidas”, con que el dirigente nazi se remitía, en el primer cuarto del siglo XX, a quienes consideraba sus enemigos, judíos y comunistas.
La presentación realizada en la justicia federal recayó en el juzgado de María Romilda Servini de Cubría y la fiscal actuante será Paloma Ochoa. [1] La denuncia detalla que el primer mandatario incitó a la violencia colectiva contra opositores políticos al identificarlos como “veneno social”, y convocó a su aislamiento cual si fuesen sujetos leprosos en plena modernidad tardía. La apelación a esa persecución contra quienes sustentan opiniones divergentes no mereció ningún comunicado por parte de la AMIA ni la DAIA. Ambas entidades se han alineado como indudables apéndices del gobierno macrista y se encuentran más preocupadas en eludir los escándalos sexuales y las acusaciones de abuso contra sus dirigentes, antes que repudiar discursos repudiables como éste.
El marketing que rodea a la derecha empresaria argentina, agrupada en el PRO y Cambiemos, no ha podido desligarse de la pátina discriminatoria que le es intrínseca y que está grabada en los inicios de su conformación histórica. El modelo hegemónico actual de los sectores reaccionarios es una combinación entre programas económicos neoliberales, autoritarismo represivo recubierto por fraseología jurídica y blindaje mediático. Mediante la articulación inestable de esos componentes se ha buscado disimular las banalizaciones de los Derechos Humanos y el carácter estigmatizador hacia diferentes sectores sociales, especialmente hacia los sectores populares, los migrantes, las mujeres y las orientaciones sexuales disidentes.
Sin embargo, un racconto mínimo de los deslices discursivos muestra con claridad aquello que se ha pretendido enmascarar un lustro atrás como la expresión de una nueva derecha. En diciembre de 2010, a raíz de la ocupación del Parque Indoamericano, en la Ciudad de Buenos Aires, tanto Macri como su jefe de Gabinete, Horacio Rodríguez Larreta, atribuyeron la intrusión en Villa Soldati como el producto de una “inmigración descontrolada”, catalogando despreciativamente a quienes se veían en la necesidad de ocupar tierras ante la carencia de viviendas.
El 12 de septiembre de 2013, luego de ser parte de una rememoración sobre el Holocausto (sufrido durante la Segunda Guerra Mundial por gitanos, discapacitados, homosexuales, Testigos de Jehová y judíos), el actual Presidente afirmó que “hay que terminar con el tema de la memoria… hay que mirar para el futuro… dejar el pasado atrás”. Pocos meses después, su principal consejero comunicacional, Jaime Durán Barba, afirmaba suelto de cuerpo que “Hitler era un tipo espectacular”. El 22 de abril de 2014 el ingeniero recibido en la UCA señaló que “a todas las mujeres les gustan que les digan un piropo. Aquellas que dicen que no, que se ofenden, no les creo nada. No puede haber nada más lindo…, por más que esté acompañado de una grosería, que te digan qué lindo culo que tenés”. El 21 de marzo de 2015 sugirió, convencido, que la homosexualidad es una enfermedad y un homosexual “no es una persona ciento por ciento sana”.
El desprecio por migrantes, la memoria de las víctimas y la misoginia se ha sumado al permanente etiquetamiento hacia los mapuches. Su estigmatización redundó en dos asesinatos aún velados por los vericuetos de una Justicia dispuesta a trabajar al servicio de los poderosos. La recurrente adjudicación de supuestos componentes subversivos y terroristas entre los activistas de los pueblos originarios fue utilizada por el macrismo, además, para asociarlos al chavismo venezolano. Esto motivó que en diciembre de 2016 el Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial (CERD) difundiese cuestionamientos hacia la Argentina en relación con la situación de pueblos originarios, los afrodescendientes y los migrantes, “quienes enfrentan un agravamiento de su discriminación”.
Por su parte, el secretario de Derechos Humanos Claudio Avruj subrayó el 25 de agosto de 2016, en relación a la Shoá, que nunca se pudo determinar fehacientemente si las víctimas “fueron 6 millones ó 5 millones”. Su intención fue minimizar la bandera de los 30.000 desaparecidos, cuyo número fue puesto en duda reiteradamente por varios funcionarios gubernamentales. En ese mismo tenor de desprecio e ignorancia, el ministro de Educación, Esteban Bullrich, definió a los nazis el 26 de marzo de 2017 como parte de una “dirigencia que no supo unir”, en un acto realizado en la Casa de Ana Frank en Ámsterdam. Tiempo antes, en una gira por el sur del país, expresión que era necesaria una “nueva campaña al desierto” esta vez de índole educativa.
Existen menos distancias entre Bolsonaro, Trump y Macri de lo que se supone. Los tres son la expresión de un modelo restrictivo de las garantías y libertades públicas, mediadas por específicas particularidades nacionales. El supremacismo injerencista del presidente de Estados Unidos, la prepotencia militarista y represiva de Bolsonaro y los lapsus hitleristas de Macri responden a patrones sustentados en una raíz común: la restricción a la democracia, la conservación de privilegios y la apelación a la resolución violenta de los conflictos sociales. El neoliberalismo siempre se ha presentado con bigotito chaplinesco.
- La imagen principal es de Sebastián Miquel
[1]. Denuncia completa: https://bit.ly/2zKZ385
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