Literatura más allá de las redes sociales
Cuarenta cuentos verticales y una novelita horizontal de Virginia Feinmann
Subgénero del cuento, el microrrelato es situado por la crítica olvidadiza como producto residual del mensaje en redes sociales; twiter, feizbuc, Instagram, esos chismes que condensan imágenes, abrevian ideas, limitan lenguajes. También comunican, distribuyen, son herramientas: el martillo tanto puede construir una casa como también abrirle el cráneo a cualquiera. Cierto es que existen, sin abundar, algunas pequeñas obras realizadas ad-hoc, aisladas o en capítulos, que resultan a veces exitosas, cada tanto de calidad, sin exagerar: siguen la vía experimental en pos de adquirir cuerpo propio. Sin embargo, lo micro, ya sea en narrativa o poesía, reconoce lejanos antecedentes, desde aquellas pequeñas escenas plantadas antes de las tragedias griegas a modo de aperitivo, al apólogo, la fábula, la juglaresca, al aguafuerte y el aforismo, hasta llegar y volver al haiku.
¿Cuál es la dimensión de lo micro? Esa es la siguiente incógnita que, como toda elucubración en relación al tamaño, depende de los gustos. Posiblemente el dinosaurio que despertó a la vida Monterroso, junto a algún haiku zen de esos bien antiguos, contengan la respuesta, más que en su indudable profundidad lírica en el hecho de constituir, en sí mismos, la mayor expresión de un género en lo mínimo de su enunciado. En términos periodísticos, Rodolfo Walsh nunca se cansaba de explicar que antes de “mujer de vida ligera que ofrece su cuerpo por dinero”, es preferible escribir “puta”. Por su nombre, las cosas. Y que las metáforas se construyan con esas cosas, las que son nombradas. Situación que transforma los adjetivos en un estilete más peligroso para quien lo esgrime que a quien apunta.
Capacidad de síntesis, al fin y al cabo, que a pesar del usufructo de la primera persona narrativa, en su honor se abstiene de la plena autorreferencia. Estima literaria que logra Virginia Feinmann (Buenos Aires, 1971) en cada uno de los cuarenta cuentos cortos, cortísimos, reunidos en su flamante segundo libro, prolongación de la microliteratura experimental desarrollada por Internet. Personas que quizás conozcas alcanza un efecto múltiple: en cada relato unitario plantea una vicisitud individual, atinente al personaje que ella misma presta a modo de máscara para bocetar un rasgo de condición humana; hace de la astilla singular, leña universal. Tal efecto funcionaría como una lectura vertical de cada microrrelato. En forma perpendicular, se esconde una nouvelle que atraviesa horizontalmente todas y cada una de las cuatro decenas de historias, que de tal modo pueden leerse en cualquier orden sin alterar el producto.
Esta última lectura despliega en un manojo de fragmentos la vida toda de una mujer de cuarentaypoco, sobreviviente de un padre erudito nietzscheano hasta la renegación, madre de orejas abiertas y escucha clausurada, hermana que compite y hace que no lo sabe, amante casado al que se le justifica cualquier verdulería, trabajos inestables, economía fluctuante, antimacrismo acérrimo, cristinismo fervoroso, compromiso con la pasión. A la vez, mujer erotizada, capaz de tramitar el fin de una pareja a través de la división de los bienes encarnados en el kit de vibradores. Cierto efecto de tierna empatía Feinmann lo alcanza sin forzar la trama, lo que redunda en un chispazo humorístico tras el choque de lo trágico con lo patético: “Tetraparesia, cuadriparesis, cuadriplejia…Las tres palabras muy rápido. Entiendo enseguida. Hago la pregunta más estúpida del mundo. Pero… ¿lúcido? Sí, lúcido. El infierno, pienso. Hago la segunda pregunta más estúpida del mundo: doctor, ¿usted sabía que él tenía dos hijas? (…) Esta mirada ya sí es de pena. No amor, no sabía nada”. Y el cuento ahí no termina; respira, toma aliento para seguir.
Remates jugosos en cada historia, funcionan al modo de cierre en el que el lector retiene el aire y, al unísono, como esos puntos suspensivos que en los folletines por entrega suplían el “continuará”. Diálogos, descripciones y situaciones se complementan en la constante interacción entre lo singular y lo histórico, sin amedrentarse de la viñeta frívola aunque tampoco rindiéndose a ella. Todo lo contrario. Al narrar una visita a la psiquiatra que, en vez de recetarle un medicamento, ensaya una gimnasia holística, Feinmann grafica: “Ahí, en tu centro, respirando. Ahora vamos a hacer una alineación con el universo. La energía viene de arriba, es un sol dorado que flota arriba de tu cabeza… (…) Yo no la miro. Sé que la miraría como al pibe del PTS, que había montado junto a otros cuatro un puestito contra el tarifazo en el Obelisco. Cuatro eran. Me dio un volante y le pregunté, sin ironía, porque quería saber de verdad, qué postura tuvieron en el ballotage. Muy serio él: en el ballotage el partido votó en blanco. Ah, ¿sabés qué? No lo quiero al volante”.
Personas que quizás conozcas, el título, alude a ese algoritmo con el que feizbuc procura ampliar su red de fisgoneo con el pueril pretexto de que el afiliado coseche nuevos “amigos”. Reciclaje del Big Brother orwelliano, genera una comunicación falsificada, suerte de prótesis atrofiada para un miembro sano, destinada a transformar los deseos en espumosa ilusión satisfecha, muda. Política cultural materializada, hoy por hoy no basta con su denuncia. Virginia Feinmann hace del cuerpo de su protagonista una pantalla que plasma aquella vileza en actos estroboscópicos. También, en su cotidiano, singular, modesto combate. Uno a uno es lo que suma.
FICHA TÉCNICA
Personas que quizás conozcas
Virginia Feinmann
Buenos Aires, 2018
119 págs.
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