El deseo insatisfecho del neoliberalismo argentino es volver a los 17. En tanto argentino, ese deseo es volver al 17 de octubre de 1945 y seguir pasando hacia atrás las páginas de nuestra historia. En tanto neoliberalismo, ese deseo es volver al año 17 del siglo XX, aquel de la revolución rusa, y a partir de allí, decretado el fin de la historia (Fukuyama, ¿The end of History?, 1989), iniciar un nuevo ciclo desprendido de toda concesión previa.
Buscando la energía perdida
El ex Ministro de Trabajo Carlos Tomada, atónito y transfigurado en un programa televisivo por lo que escuchaba decir al economista neoliberal Iván Carrino respecto a las relaciones entre el empleador y los trabajadores, creyó encontrar la estación de destino de ese viaje del deseo: “Estamos discutiendo como en 1910”. Sin dudas. Aunque si en ese regreso introducimos como variable a la escuela pública, y consideramos la política educativa del gobierno actual con especial énfasis en la provincia de Buenos Aires, esa compulsión regresiva parece desear volver a antes de la propuesta que Sarmiento presentó en su libro Educación popular en 1848.
Y si atendemos a la cuestión política, económica y social de estos días, ese regreso llegaría hasta 1824, cuando el FMI no existía y el préstamo de un millón de libras esterlinas autorizado por Rivadavia y garantizado con rentas y hasta con tierras públicas, lo otorgaba la Baring Brothers para el supuesto de obras que nunca se harían, y para la sumisión económica neocolonial a la geopolítica de Inglaterra. Pero interesa pensar las diferencias.
Porque tanto que se trate de dejar atrás los últimos setenta y dos años del irreductible populismo peronista, o los setenta y dos años del socialismo soviético, o de ir más allá y volver a la Argentina del Centenario, y aún antes; ese deseo de retorno hacia los tiempos de la Década Infame, el mundo de preguerra y el Orden Conservador, no debería confundirnos. Esa tendencia a la repetición no es un mero anacronismo, y tampoco es un ejercicio literario al modo en el que Proust buscaba el tiempo perdido entre su expectante deseo de niño y el bálsamo de los labios de su madre al rozar sus mejillas con el beso de las buenas noches (À la recherche du temps perdu, 1906/22).
Cabe pensar en cambio que el deseo neoliberal es recuperar la energía de dominación cedida por el capitalismo en sus respuestas defensivas a las crisis del siglo pasado, concedidas al multilateralismo del bienestar constructivo de sujetos de derechos económicos, sociales y culturales; para deconstruir las concesiones y poner esa energía al servicio ofensivo de la concentración creciente de la riqueza y la ampliación de las desigualdades propias del poder de los procesos de globalización financiera. No se trata de la ineficaz tendencia a la repetición del tropezar otra vez con la misma piedra. Por el contrario, se trata de un gesto de vitalidad recreativa. En otros tiempos, esa energía de dominación se impuso sin piedad con guerras de exterminio a millones de personas. Y hoy no debería sorprendernos que la liberación de esa potencia destructiva por el neoliberalismo no vacile en el genocidio social de poblaciones enteras.
Una legislación fascista
Macri dijo en una reunión con los gobernadores que hay dos problemas en la Argentina: el costo laboral y el sistema previsional. Pero el paro del martes 25 fue una respuesta social contundente a sus políticas. Carrino, autodenominándose liberal, decía: “Me llama la atención que Moyano que dirige el sindicato de camioneros y es responsable de buena parte de la legislación fascista que tenemos (…) si no tuviéramos esas legislaciones tendríamos menos desempleo. Entre 2001 y 2002 los sueldos eran tan baratos que aumentó el empleo (…) Toda esa idea de los derechos de los trabajadores, como si la ley generara derechos… Yo no creo que acá haya un conflicto entre empresarios y trabajadores y que vos tenés que proteger a uno porque si no se abusan… Los liberales creemos en los acuerdos voluntarios (ideas de Nozick como veremos)”.
Tomada, con gesto de no creer lo que escuchaba, respondía: “Ustedes quieren bajar el salario para después utilizar ese margen... pero quiero que me des un ejemplo de un país, uno, en el que la reforma laboral haya dado resultado. (…) de 103 países que aplicaron la reforma laboral en ninguna generaron empleo, en ninguna mejoraron la calidad del empleo, en ninguna lograron llevar inversiones. (…) estar planteando que los problemas de la Argentina se resuelven con flexibilidad laboral quitando a los trabajadores derechos individuales y colectivos, es de otro planeta. Pero ahora se entiende todo… Ayer hubo una audiencia porque se acusó a un sindicato de formar una asociación ilícita”.
Se presume que la citada legislación laboral fascista es la que se atribuye al peronismo en sus distintas administraciones, pero especialmente en la primera, por la formulación de los diez Derechos del Trabajador con el Decreto 4865 del 7 de marzo de 1947: 1.a trabajar, 2.a una retribución justa, 3.a la capacitación, 4.a condiciones dignas de trabajo, 5.a la salud, 6.al bienestar, 7.a la seguridad social, 8.a la protección de la familia, 9.al mejoramiento económico, y 10.a la defensa de los intereses profesionales.
Pero en el fascismo, que en sentido estricto es el régimen que gobernó Italia entre 1922 y 1945, sólo tardíamente —entre 1943 y 1945— Mussolini quiso poner las fábricas en poder de los obreros y fortalecer el poder sindical. Aquella “legislación fascista” poco tiene que ver con los diez derechos de los trabajadores argentinos. Hay más similitud, en cambio, entre la tecnocracia de los ingenieros fascistas en Italia y la España franquista, con la tecnocracia actual globalizada de los CEOs neoliberales. La diferencia es que unos trabajaban para un mega-Estado totalitario, y otros trabajan para el manejo totalitario desde un Estado mínimo que según el filósofo neoliberal Robert Nozick (Anarchy, State and Utopia; 1974) al operar en un “sistema libre” permitiría a las personas adultas establecer voluntariamente contratos de esclavitud. Así como lo lee.
Háganlo rápido
Los economistas neoliberales críticos del gobierno de Macri dicen que su problema fue aplicar un ajuste gradualista en lugar de una “carnicería de gran dolor”. Pero el gobierno actual desplegó en dos años una cadena nacional de faenamientos, hasta que la tolerancia social estalló en diciembre por la reforma previsional. Tres meses después, el más que acelerado endeudamiento tocó fondo en el sistema financiero internacional.
En junio de 1976, Henry Kissinger se reunió con el ministro de Relaciones Exteriores de la Argentina, César Augusto Guzzeti. Este dijo: “Nuestro principal problema en la Argentina es el terrorismo”. Kissinger respondió: “Si hay cosas que tienen que hacer, deben hacerlo rápidamente. Pero usted debe volver rápidamente a los procedimientos normales”.
El gobierno de Macri no tuvo el manejo sustentable que el Orden económico neoliberal del mundo exige a los estados-nación: no volvió a los procedimientos normales que se exigen para sostenerse y seguir produciendo para seguir entregando beneficios. Para un país con tal fracaso, ese Orden prevé tres alternativas: ser declarado “estado fallido” si sus recursos económicos (sobre todo energéticos) no son interesantes, ser intervenido militarmente si lo son, o acudir a la penitenciaría del Fondo Monetario Internacional que se ocupará de enseñarle la lección de cómo hay que poner fin a las historias previas y a la vez canalizar esa energía recuperada para gobernar los estados en el mundo global del neoliberalismo, haciendo sostenibles las desigualdades y la injusticia.
Volver al futuro
Los fracasos sin retorno de Macri (y de Temer en Brasil) abren la posibilidad de volver a los “populismos”. O le exigirán al poder corporativo el extremo de recurrir a la vía militar. Por eso se agita el fantasma de la violencia. Pero este mal gobierno pasará y dejará los cuerpos desolados y hambrientos, las manos vacías, los años de la educación y la salud perdida, la niñez y la vejez desamparadas, las vidas sin proyectos. Dejará una democracia violada que no tuvo las defensas que lo impidieran. Y dejará una República saqueada porque, como en la crisis financiera internacional de las hipotecas, las democracias liberales son navíos al acecho de la piratería neoliberal.
Hay que empezar a pensar en recuperar los sueños de un horizonte de futuro. El gobierno que suceda a éste deberá restaurar en cuanto se pueda y con la mayor urgencia a los más dañados. Y las fuerzas políticas deberán ir pensando en una nueva Constitución que fortalezca a los poderes Legislativo y Judicial, limite las arbitrariedades del Ejecutivo y profundice las garantías de un control independiente de toda política pública que atente contra los supuestos básicos de nuestra democracia, como lo ha hecho este gobierno.
- Ilustración principal: Giuseppe Pellizza da Volpedo, "El cuarto Estado", 1901.
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