CORAZÓN DELATOR

El interés nacional, atasco para el gatomacrismo

 

El oneroso y agravado extravío del gobierno ha afectado a los dos tercios de la sociedad que están integrados mayoritariamente por los que se ven necesitados de vender su fuerza de trabajo para vivir. La crisis sigue su curso y entonces hay cada vez menos compradores y a más bajo precio para esa fuerza de trabajo. En este desangelado transcurrir, el gobierno enancado sobre ascuas en el tercio en el que prevalecen los que compran fuerza de trabajo, aboga porque al espacio político en cuarto menguante se lo amplié su relación, o lo que cree que es su relación, con los que mandan en el planeta.

Al fin y al cabo, la crisis se trata de dólares que se deben y no se tienen y el dólar es la moneda mundial. Eso por un lado; pero por el otro, la malaventura financiera de la balanza de pagos refleja la meta de apocar el mercado interno sin plantearse si la transición es posible y, por lo tanto, sin saber cómo hacerla. Lo lamentable del aventurerismo político es que cuanto menor es el ingreso de una persona más cara le sale la factura por el pato. Naturalmente, eso no forma parte de las preocupaciones del gobierno. Tiene otras más acuciantes ahora que, por boca de director del Consejo Económico Nacional de la Casa Blanca, Larry Kudlow, se sabe del interés norteamericano por atar el peso al dólar.

Si eso le conviene o no a la Argentina es una disyuntiva que a la minoría reaccionaria que maneja el gobierno la interpela en el margen. Las condiciones del discernimiento para el país de 45 millones de habitantes las fijan los intereses de los apenas 5 o 6 millones a los cuales expresan. Tales réditos minoritarios están en franca contradicción con los de la mayoría. Bien advirtió Paul M. Sweezy que, en principio, es clave aquilatar que la política exterior está moldeada y dominada por los intereses nacionales clasistas y consigna que “esta afirmación vale tanto para los Estados Unidos de hoy como para el Imperio Romano o la Francia de Luis XIV”.

En consecuencia, con relación al ámbito de las relaciones exteriores, el gobierno irá afianzando su comportamiento en pos de su cada vez más arduo propósito de supervivencia política, tratando de sortear el escollo de mayor volumen que tiene ante sí: aquello que se identifica como el interés nacional. El interés nacional se define en términos de poder ejercer la autonomía relativa. Para eso se necesita impulsar y sostener el desarrollo. Para eso se necesita impulsar y sostener el mercado interno. En resumen: lo que está en las antípodas del gobierno.

De ahora en más, por lo tanto, lo esperable es que los vástagos afortunados de los ’90, se hagan cargo o no finalmente de la pesada herencia de la convertibilidad, profundicen su conducta internacional a partir de otro resabio del un peso-un dólar, que es el del realismo periférico. El realismo periférico fue la justificación conceptual que pergeñó Carlos Escudé para la política exterior de los ’90. Más allá de que el autor fue variando de postura desde entonces, las ideas primigenias resumidas en la voz realismo periférico avanzan hoy con plena vigencia por la fuerza de los hechos. De manera que revisar algunos de sus contenidos hace a formarse un criterio sobre las consecuencias políticas del posible grado de respuesta del gobierno a la demanda norteamericana para patrocinar con el dólar, de una u otra forma, al signo monetario nacional. Además, y como si hiciera falta, Domingo Felipe Cavallo salió en su blog en respaldo del gambito de Kudlow. Para apoyar sus argumentos cita el epilogo de un ensayo suyo de 2014 en el que, entre otras cosas, manifiesta su firme convicción de que independiente de quien resultase elegido Presidente en 2015, la “Argentina retomará la línea de política exterior de los gobiernos de Menem y De la Rúa”.

 

Ingrata

Escudé estipula que el eje de la política exterior es el concepto de interés establecido en términos de desarrollo económico, pero nunca definió que entiende por desarrollo económico. Simplemente infiere que este sobreviene por asirse a los objetivos de la gran potencia. En otras palabras, desarrollo es lo que vuelve necesario el realismo periférico. A partir de esta afirmación por necesidades de la causa, y por lo tanto, sin fundamente lógico atendible, con prudencia previene que, asimismo, es necesario minimizar los costos del seguidismo. Es que “la política de la gran potencia puede volverse contradictoria e impredecible frente a cualquier provocación, sin costo alguno para la gran potencia, y con costos enormes para el Estado periférico, que se convierte en el juguete de un gigante”, anotaba Escudé en los escritos de aquella época y señalaba que eso es una “peculiaridad del proceso de toma de decisiones norteamericano”.

Frente a este horizonte, Escudé deduce que los Estados periféricos “tienen pocas posibilidades de obtener concesiones significativas cuando se adaptan a los objetivos políticos de la gran potencia”. Pero si se adaptan percibirán, según Escudé, que “la gran potencia tenderá a ser 'ingrata' y a demostrar poco interés por su alineamiento: no estará dispuesta a sacrificar casi nada para asegurarlo; porque ese alineamiento vale poco”. Diría nuestra variante periférica de Kipling: es el peso de la responsabilidad del hombre negro. También de los blondos del oficialismo. Considérese el antecedente revelado por WikiLeaks, cuando el alcalde Mauricio Macri iba a la embajada para solicitar que la República Imperial critique “con mayor dureza” a los Kirchner. El corazón lo delata.

Escudé ilustra el contradictorio comportamiento norteamericano historiando un episodio ocurrido en nuestro país en el que mientras que para “Braden vender armas a la Argentina era peligroso, para Messersmith el peligro radicaba en no venderle armas, ya que preveía una carrera armamentista entre fabricantes europeos [...] dispuestos a llenar el vacío dejado por Estados Unidos”. Se refiere a los embajadores norteamericanos Spruille Braden y George Messersmith. El primero fue embajador en la Argentina entre fines de mayo y fines de agosto de 1945. Messersmith lo reemplazó. Braden es el de la célebre disputa con Juan Perón. “Braden o Perón” fue el lema con que Perón hizo la campaña que lo llevó a su primera presidencia en 1946.

 

JGK

Un par de apuntes del afamado economista, ensayista y diplomático John Kenneth Galbraith, trazados a principios de los '90 sobre el funcionamiento de la política exterior de los Estados Unidos, dan cuenta de cierta evolución dentro de la misma lógica que dicta que ahora como antes los intereses privados siguen tallando con peso en las zonas de menos relevancia estratégica. Galbraith expresa que dados el desenlace de la Guerra Fría y el grado de desarrollo alcanzado por los norteamericanos, “gran parte de la política exterior tiene un carácter pasivo recreativo”. Con esa caracterización, Galbraith explica la situación por la que atraviesa la política exterior norteamericana, la cual “carente del apoyo económico que fue decisivo en el pasado, depende notablemente de los militares y en consonancia con una tradición bien asentada, es recreativa más que real”.

Para Galbraith, que el aparato militar norteamericano opere sobre la base de su propio poder interno “significa, entre otras cosas, que ya no es necesario un enemigo plausible”. No obstante, “el presupuesto militar se ha mantenido relativamente inmune. Esta es la prueba, repetimos, del poder autónomo de los militares”. Por lo que en vista de estas circunstancias prevalecerían “las guerras menores y aparentemente seguras”. El buen funcionamiento del equilibrio de poder dentro de los Estados Unidos evita los desmadres.

De acuerdo a Galbraith, en la esfera cotidiana de la política exterior norteamericana, el escenario delineado se traduce en que “cuando los comentaristas sesudos y la prensa informan de un deterioro en las relaciones entre los Estados Unidos y algún otro país, el cambio sólo se ha producido, en la práctica, en las actitudes de un número limitado de funcionarios de cada bando. No hay ninguna consecuencia o participación más amplia”. Puntualiza que “un titular de prensa diciendo que el gobierno estadounidense observa con grave preocupación ciertos acontecimientos [en distintos países] solo significa que ha reaccionado así un puñado de funcionarios del gobierno”. Y con cierta ironía, Galbraith comenta que “al comunicar su preocupación, ellos son los Estados Unidos. Las posteriores consecuencias del acontecimiento son normalmente leves, como también cuando, más tarde, se dice que las relaciones han mejorado”.

Juegos de seducción

El esquema de Galbraith, frente al cual el de Escudé no es más que una desaconsejable respuesta que así lo confirma, da elementos para encuadrar el raigal del ucase de Kudlow y la presumible respuesta que está abocado a dar del sofocado gatomacrismo. Convendría sopesar, antes de meter en este baile a la cuestión geopolítica que involucra como principales actores a China y a Rusia, sino se trata nada más que de intereses subalternos de algunos funcionarios subalternos de jerarquía. No obstante, sea como fuere, lo importante es lo que van a pedir a cambio. A mediados de los ’80, en plena crisis global de la deuda externa de la periferia, se apreciaba como muy peregrina la propuesta de vender las empresas del sector público para pagar. Unos años después se generalizó la práctica. ¿Ahora que no hay prácticamente empresas públicas? El Fondo de Garantía de Sustentabilidad presenta buen prospecto.

En el quid por quo tampoco parece atinado descartar al Comando Sur y su esgrima de las nuevas amenazas. Si bien el poder autónomo del aparato militar norteamericano es básicamente independiente de la existencia de un enemigo, o mejor dicho precisamente por eso, su manejo de la legitimidad también proviene de contar con una cartera de opciones adecuadas. Por opciones adecuadas se debe entender situaciones inverosímiles cuya existencia amenazante se vuelve irrefutable.

Lo único que se puede esperar de un gobierno extenuado en la carrera contra el tiempo, que por corazón, vocación, miopía y torpeza haga virtud de necesidad agarrando lo que le dé la principal potencia y quedemos a merced de los intereses, contradicciones y conflictos que enfrentan entre sí a los sectores de poder de la misma. Después de todo, el realismo periférico racionaliza la situación de escabel que como política exterior reclama Cavallo.

 

 

La salida de la crisis implica edificar una relación seria con Washington. Visto como funciona la política exterior norteamericana, la seriedad en el trato con la potencia la establece la Argentina. Eso implica, como prerrequisito, poner en práctica políticas nacionales en el terreno de decisión propio. Ese es el único camino para manejar nuestro crecimiento. Es por ir en dirección contraria a lo que sugiere la realidad, que estamos asistiendo al triste sainete del gobierno, al que un funcionario norteamericano le dice –como si tal cosa y apuntándolo con el dedo índice en ristre—, lo que tiene que hacer, sin esperar otra reacción que el acatamiento.

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