Entre las viejas culturas y la más moderna poesía de la soledad.
Hable, Cuchi… Hable usted. ¡Hábleme! Sigamos conversando. ¿No le parece que tiene palabras para nosotros?
"Siempre me acuerdo de una copla de Castilla que decía: Cuando la muerte venga no l‘ei de poner asiento/ así no vuelve a venir/ y le sirve de escarmiento".
"La canción popular es una síntesis de emoción y sabiduría. Es por muchas razones un mensaje muy breve, aunque nunca de menor calidad ni de una pequeña trascendencia frente a las grandes obras, siempre y cuando tenga el nivel que debe tener."
"La música es una fuerza espiritual incontenible. La cultura no tiene líneas negativas, no las puede tener. La identidad no te abandona cuando vos la representás. Nada hace mal a la cultura, sobre todo el conocimiento del camino por donde han andado los genios de la calidad del Alban Berg; la honestidad del Schöenberg es la de un santo".
El Cuchi nació en Salta el 29 de Septiembre de 1917. Hace 100 años.
Carcajada, diablura, coqueteo con la muerte, desvelo filosófico, laberintos de la poesía, son los elementos que lo contienen, lo constituyen. Amparados por ellos podemos atisbar y comprender su música. Hay una suerte de ecos del surrealismo en estos breviarios del vivir donde se festeja el modo en que una humorada interrumpe la lógica de las acciones y la superficie decorada del mundo. Pero acaso pasado por el cedazo de las altas culturas andinas. Surrealismo criollo, entonces. Con su música, su obra, queda siempre la certeza que el folklore, si bien tiene sonidos lejanos, infinitamente arcaicos, respira, al mismo tiempo, la complejidad del mundo presente.
Leguizamón se ha colocado exactamente en ese lugar, ha realizado su obra ahí, en el medio del mito de viejas culturas y la más moderna poesía de la soledad. El Cuchi, tal es su apodo y por medio del cual lo conocemos, es un filósofo de los sonidos, del mito y del humor. Ha inventado un horizonte sonoro absolutamente novedoso en la música folklórica argentina. Ha creado un estilo que lo hace rápidamente identificable. Octavas, acordes de paso, armonías, diseños melódicos y esa exquisita mano izquierda nos hablan del riesgo y de la renovación que ilumina toda su vida musical.
El Cuchi inspira su música irreverente en el paisaje. De ahí que sus melodías y ritmos sean tocados por él bajo el amparo de una mímesis notable. La chacarera saldrá del canto del sapo rococo y el huayno del andar de la llama. Pero esa geografía pone en jaque los modos más duros y estereotipados por medio de los cuales se habla sobre la identidad nacional y cultural. Ante esas callosidades teóricas, prefiere la risa, la ironía y las fiestas populares. Se deja llevar por la exuberancia del carnaval del pueblo y el de su espíritu burlón que no se detiene ni ante la muerte. Detrás y simultáneamente a ese festín popular, están Arnold Schöenberg, Satie, Sara Vaughan, Art Tatum, Alban Berg, Duke Ellington, Coltrane, Olivier Messiaen y muchos más. Con estas dos líneas, diría Leguizamón, somos libres: los mitos y las leyendas populares y las vanguardias artísticas del siglo XX. Todo en tensión e interrogándose.
Desde esta perspectiva la música del Cuchi es eterna y absolutamente inspiradora. No tiene una entrada privilegiada. Ofrece siempre la posibilidad de pensarlo de nuevo desde cualquier otra mirada. Uno siempre está en conversación con él porque su obra brinda infinitos planos. Así siempre estaremos recomenzando con el Cuchi.
Su música es expansión por eso nos dispara hacia el infinito espacio de las sonoridades, las armonías y los ritmos.
A partir de una caída, en 1995, el Cuchi evidencia problemas cognitivos severos. Estas dolencias neurológicas le van provocando un deterioro progresivo de la memoria. Dos años antes de su muerte, en 1998, también pierde el habla. Cuando muere, el 27 de septiembre del 2000, no sabe quién es.
El periodista tucumano Roberto Espinosa le ha realizado numerosas entrevistas. En una de las últimas lo describe "sentado en su sillón, agitando el tiempo en un gesto e intentando recordar viejos acordes. La bolsa de los años se le ha subido al hombro. El Cuchi confiesa con dolorosa ironía que se ha olvidado de tocar el piano y luego de un silencio, agrega que está dispuesto a aprender de nuevo”.
A 100 años de su nacimiento, los músicos argentinos lo interrogan una y otra vez. Es evidente que, con él, todo queda pendiente
Comparto con ustedes esta zamba llamada Me voy quedando, interpretada por él en su piano eterno. Tanto la música como la letra le pertenecen. En el estribillo dice:
A veces no sé quién soy
La lanza de mi silbido va alborotando recuerdos
Desenredando los caminos
Mientras mi risa cae al abismo.
Me voy quedando, Cuchi Leguizamón
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