Que la falange de Curas en Opción por los Curas haya obtenido un momentáneo triunfo sobre la interrupción voluntaria del embarazo en absoluto significa que deje de persistir en las diferentes prácticas abortivas que, cuando no procura perpetuar, impulsa. La más evidente resulta aquella que se practica en lúgubres tugurios por personal nunca idóneo, en nulas condiciones de higiene y que suelen derivar en severas consecuencias para la feligresía, cuando no la muerte que, como se sabe, licúa en sangre los pecados.
De no lograrse por el anterior método, los renovados templarios que hacen del instrumento de tortura su emblema (dos maderos cruzados), tienen la oportunidad de recurrir al sistema comprobadamente eficaz, aplicado a mediados del siglo XX. Consiste en introducir un elemento metálico —una cuchara, por lo general— en la vagina de la infiel y aplicarle corriente eléctrica de modo que abarque toda la zona. Si allí se encuentra un feto, más mejor, ya que estimula sobremanera el sacramento de la confesión.
Asimismo, de fallar lo anterior, resta la alternativa utilizada en la misma época de embarcar a la candidata en una aeronave a fin de arrojarla a las aguas bien lejos de las costas patrias, para que “se encarguen las orcas”, como lo aconsejaba el asesor naval Alfredo Astiz. Tal “forma cristiana” fue desarrollada por la agrupación de capellanes de los Curas en Opción por los Curas, según consta en nutrida jurisprudencia, oportunamente inaugurada por el oficial de Marina Adolfo Scilingo.
Curiosamente, estas dos últimas metodologías en momento alguno fueron evocadas en las nutridas argumentaciones expuestas por los parlamentarios en los debates recién discontinuados. Flamante pifio de la memoria, resguarda a la corporación clerical del riesgo de evidenciar aquella condición de posibilidad que hace a su íntimo proceder: la clandestinidad de sus métodos intestinos y propósitos correlativos. Queda por ende a resguardo su milenaria labor de directo control sobre los cuerpos de carne y hueso, excelsa vía de acceso a las correspondientes almas — como le llaman. Ahora sí, sin distinción de color, edad, credo o género.
Los renovados métodos abortivos, ya comprobados en otras circunstancias en que fueron aliados en el asalto al poder político como en 1955 y 1976, en modo alguno son novedosos en la historia de este, otra vez, bendito país. En 1853 se opusieron a la abolición de la esclavitud. En 1884 a la educación pública. En 1888 al matrimonio civil. En 1947 al voto femenino. En 1987 al divorcio. En 2006 a la educación sexual integral. En 2010 al matrimonio igualitario. Una Historia jalonada de arduas luchas y, lo que se dice, coherente.
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