MALONES DE PELÍCULA

Ya en 1918, la Historia disminuida y aumentada por el cine

 

Que en estas tierras predomine la piel gringa, a diferencia de lo que ocurre en el resto de Latinoamérica, es obra de que la expropiación de territorio y, cuando no, el exterminio sistemático de los pueblos originarios fue, es y al parecer seguirá siendo política del Estado neoliberal en su cruzada por la propiedad privada y la concentración del capital. En este aspecto, el concepto “matanza preventiva” que acuña el psicólogo Marcelo Valko en El Malón que no fue adquiere tanta presencia histórica como profundidad descriptiva. A tal punto que resulta plausible hacerla extensiva a los sucesos que les costaron la vida recientemente a Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, así como al conjunto de atropellos que se suceden cada día.

 

El autor, Marcelo Valko.

 

Con el subtítulo Historias y grietas de una masacre de película, narra dos situaciones simétricas e inversas. Por un lado la matanza de indios mocovíes ocurrida el 21 de abril de 1904, en San Javier, pueblito del norte santafecino, por parte de los habitantes blancos y de un pequeño destacamento policial, todos armados con fusiles a repetición. Por otro, la película muda filmada en 1917, El Último Malón, producida y dirigida por el pintoresco Alcides Greca, oriundo del mismo San Javier, quien a la sazón tenía 15 años cuando presenció el hecho en el que su familia tuvo participación relevante: la terraza de su casa fue uno de los bastiones desde donde se fusiló a la indiada. Asimismo diputado yrigoyenista, Greca no sólo fue un pionero en la industria del cine sino, y principalmente, en esa radical tendencia de hablar en nombre del pueblo y aliarse con lo más rancio del poder. Tarea que concretó realizando un film en el que los criminales acontecimientos originales se tergiversan de modo tal que los roles de víctimas y victimarios se invierten, la rebeldía contra la opresión se metamorfosea en caprichoso romance y la historia queda escrita a gusto de los vencedores, como siempre.

La película fue rescatada en 1956 por Fernando Birri para los alumnos de la Escuela Documental de Santa Fe. Más testimonio de la incipiente industria cinematográfica que documento histórico y mucho menos de antecedente de cine antropológico, en todo caso anticipa las puestas en escena indigenistas de Jorge Prelorán atravesadas por una ficción telúrica alla Sergio Leone (Roma, 1929- 1989), sin Sergio Leone. Dotada de un pintoresquismo impostado que el tiempo transcurrido pule, deja al descubierto su perversión: muchos extras indígenas son los mismos que protagonizaron los hechos. Muda por la época, cuenta con esas deliciosas placas en la que se describen situaciones y diálogos, en la que los mocovíes espetan la lengua de Tarzán, floreciente de gerundios e infinitivos. Puede apreciarse en https://www.youtube.com/watch?v=dBc-aKbx9bY.

Atractiva historia que devela una metodología extensiva hasta la actualidad donde la versión mediática sepulta la verdad histórica, el texto de Valko se difumina entre la sobresaturación de datos contextuales y un autobombo que remite a otras obras del propio autor. Recortar el etnocidio de 1904 en San Javier entre los últimos meses de la segunda presidencia de Julio Argentino Roca y la Semana Roja iniciada el 1 de mayo en Buenos Aires puede resultar un cuadro didáctico si se restringe a los hechos relatados (la matanza de mocovíes) y un empacho cuando se transpola a lejanos rincones de la historia. Mixtura en la que colabora un lenguaje adjetivado y testimonial destinado al aplauso del discurso que procura convencer a los convencidos: “En este libro continuamos indagando sobre la Desmemoria que nos han inculcado como un siniestro catecismo diseñado a medida de la elite que ejerce el poder real”. Por encima del intento de conceptualización diseñado a través de mayúsculas, el recurso de caracterizar ciertos pasajes por la ya abusada imagen del “realismo mágico”, a esta altura de realidad a secas y cero magia, se desbarranca al fondo de una poetización anacrónica, esquiva la construcción de un estilo propio y desemboca en lo doctrinario.

El episodio en que Joaquín V. González y el coronel Pablo Riccheri, ambos ministros de Roca, en la ceremonia de exhumación de los restos mortales de Manuel Belgrano, se llevan cada uno un diente del prócer como souvenir, ilustra más una estrategia del poder real que un acto literario “fantasmagórico”. En otra línea, achacarle al flamante diputado socialista de 26 años Alfredo Palacios pasividad ante el asesinato de los mocovíes, surge al modo de una demanda contrafáctica cuya desmesura se halla marcada por la ausencia de contorno. Algo similar transcurre con la caracterización del pueblo mocoví: al carecer, ignorar y/o no utilizar fuentes etnográficas sistemáticas, la perspectiva remanente de esta etnia en la lectura queda restringida al prejuicio, peor aún, a la versión mediática. Que buena parte de la investigación presente de El Malón que no fue resulte de una intensa labor de hemeroteca, desata la paradoja de que, al querer demostrar el sesgo criminal de los diarios de la época, el autor se haga vocero casi exclusivo de la visión de los vencedores.

Discípulo y admirador de la obra de Osvaldo Bayer, a quien dedica el libro, Marcelo Valko extiende y aplica los modismos y métodos de su maestro. Alguna labilidad en el manejo de fuentes, la suplencia de datos por ideologismos en el encadenamiento de sucesos históricos, las analogías anacrónicas, la autorreferencia competitiva que llega a compararse con Rodolfo Walsh, las metáforas épicas y una prosa adjetivada, dan cuenta de una continuidad epistemológica y política de inocultable compromiso. Deslices que por instantes percuden sin anular jalones de historias concéntricas, solapadas, cuya fuerza reside más en su valor paradigmático que en la incidencia que tuvieron en modificar un destino, cruel por lo inexorable.

 

FICHA TÉCNICA

 

 

 

 

 

EL MALÓN QUE NO FUE

Marcelo Valko

Buenos Aires, 2018

160 págs.

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