Uno podría concluir que fue un gesto de compañerismo y solidaridad muy loable en estos tiempos de escasez de trabajo. O podríamos imaginar que la amistad de años entre la Negra Vernaci y Humberto Tortonese los soldó de una manera que ninguna radio puede romper. Y eso ya sería bastante. Pero, en realidad, el gesto de la Negra de irse de Radio con Vos frente a la amenaza de sus directivos de echar a un compañero de equipo como Humberto —con quien ha compartido durante años delirios, goces infinitos y tristezas de igual calibre—, es mucho más que eso. Con este gesto, la Negra desafió una vez más al sistema todo. Y lo desafió con la única arma ante la cual el sistema carece absolutamente de defensa: la dignidad.
La historia es sencilla y repite un gesto que, si no está relacionada al apriete que han sufrido algunos medios con la pauta, al menos habla a las claras de una economía de empresa que necesita achicar cada vez más la calidad de sus productos para sobrevivir. Aprovechando unos días de ausencia del programa Black and Toc que realizaban juntos por una afonía de Humberto, los directivos de la Radio con Vos le propusieron a la Negra prescindir de él, a pesar de que este ya les había puesto a disposición su renuncia. Sin pensarlo un segundo, la Negra contestó: “Nos vamos los dos”. Al aire. Sin pulgas. En pelo. Como suele hacerlo la Negra siempre.
Así es como, al apotegma que indica que billetera mata galán y que el mercado es capaz de doblegar cualquier voluntad, instigar conveniencias, comprar morales y ultrajar hasta los más pintados, la Negra les contestó con un gesto, que ella no era una mercancía y que las relaciones humanas son mucho más importantes que cualquier sueldo. Así, con una despedida en pleno programa más envaselinada de lo que estamos acostumbrados a escucharle a diario, les dio a entender a los dueños de esa radio que se metan sueldo y emisora en el ojete, si es que les caben juntos.
Conozco el país de norte a sur y se que hay en él un mar de conciencias que no se doblegan con dinero. Que creen en la solidaridad. Que necesitan del otro para poder ser y hasta que sienten al prójimo como parte de sí mismos. Muchas veces me encontré en los caminos de nuestra patria con el gesto gaucho de un arriero que detuvo su tropilla sólo para acompañarme un rato mientras yo arreglaba mi vehículo descompuesto, con un consejo de algún camionero que me indicaba un peligro más adelante, o con la charla afectuosa de un cacique en una comunidad indígena advirtiéndome sobre los beneficios de alguna planta. Es en esos pequeños gestos donde anida la base de la construcción de cualquier proyecto nacional colectivo. Son esas actitudes las que le dan contenido a aquello que llamamos Nación argentina. Y son esos valores los que reivindicó la Negra ayer con su gesto. Nada menos. Algo que tanto nos hace tanta falta en este momento en que se quiere instalar la hipocresía como mérito y condición de la modernidad.
Queda solo por decir que la trascendencia de Humberto como actor y humorista fue creciendo sin pausa desde la época del Parakultural, cuando los parapoliciales entraron a llevarse presos actores y público en medio de su primer performance en la que él recitaba el prólogo de las rimas de Bécquer con una corona de profilácticos en la cabeza, desde una escalera que habíamos construido juntos. Hoy Humberto es un actor que demostró con abundancia una ductilidad televisiva, radial y teatral absolutamente infrecuente, capaz de hacer radio hilarante por la mañana y personificar a la noche al magnate de las finanzas creado por Discépolo en la pieza Blum, que en estos días protagoniza de un modo que, estoy seguro, Discepolín hubiera aplaudido hasta las llagas. Pero permítaseme además señalar que el profesionalismo de Humberto fue siempre acompañado de una dulzura y humanidad capaz de enamorar a cuantos lo siguen y a todos los que lo conocemos. Lo puedo afirmar porque fui uno de los primeros blancos de esas virtudes que, aunque un poco más a la distancia, aún hoy tengo el placer de admirar en él. Nada está más lejos de su manera de ser que el intento de permanecer en un trabajo donde no lo requieran. Su dignidad estuvo siempre por encima de las pequeñeces humanas y su talento no necesitó ni necesitará jamás de espacios ni tratos especiales.
No era de esperar entonces otra actitud de una compañera tan entera como la Negra Vernaci, que ha sabido siempre valorar el talento con el que Humberto enriqueció sus programas al tiempo que apreciar su estatura humana. Estoy convencido de que valores como los que menciono de Humberto y de la Negra volverán pronto a tener preponderancia en un país de gauchos como el nuestro, a pesar de cualquier régimen como el actual, que pretende encorsetarlos con espejitos de colores como el mercado y el interés personal, o silenciarlos con un dinero que, tal como dijo la Negra, hoy abunda más para callar que para hablar.
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