Un crimen de Estado

Prólogo del libro del mismo título, escrito por Sebastián Premici

 

¿Hay algo más dañino que un Estado llevando adelante políticas de terror? ¿Hay, aun, algo más infame que el hecho de que esas políticas sean requeridas y sostenidas por empresarios y terratenientes, y que mantengan la misma matriz represiva y conservadora desde hace ciento cincuenta años?

Sí, lo hay: que la mentira y la ilegalidad sobre la que se pertrecha el terror se convierta en verdad.

El periodista Ury Avnery dijo que para que ello suceda se deben suprimir todas las otras voces, asegurarse de que el ciudadano escuche solo una voz, que se repita una y otra vez, interminablemente. De esta manera, la mentira se convierte en verdad. En tal situación, el ciudadano común se convence de que la línea oficial es su opinión personal. Avnery se preguntaba qué se podía hacer para contrarrestar ese mecanismo. Antes que nada, hay una necesidad vital de una segunda voz. El lavado de cerebro puede ser eficiente solo cuando la voz oficial disfruta de un monopolio completo. Por eso, un primer paso para evitarlo es oponer una voz, por más débil que sea, ante cada versión falsa emitida por el gobierno. “El poder de la verdad contra una máquina de lavado de cerebro siempre es limitado. Pero al final, incluso si lleva tiempo, la verdad prevalecerá. Se necesita valor”.

Santiago Maldonado, un crimen de Estado es una voz contrahegemónica que desenmascara la impunidad del poder. Es un relato necesario, valiente, detallado y documentado que reconstruye los siete minutos previos a la muerte de Santiago Maldonado.

Esos siete minutos del 1° de agosto del 2017 se encuentran tejidos, de la mano de la peor cara del Estado y su maquinaria de represión, a la historia de una región, de un pueblo. El autor nos lleva, entonces, a los orígenes de ese tejido, al año 1889.

Así, el miedo de Santiago y de los integrantes de la Pu Lof en Resistencia Departamento Cushamen de aquel día quedan indisolublemente unidos a los ecos de los gritos de las torturas y de las violaciones a los derechos humanos de hace un siglo y medio, en la misma Patagonia.

Ecos que se anclan en un territorio, en esa tierra como valor simbólico y convertido en significante, que presenta continuidades desde las resistencias de Nahuelquir hacia el presente, y de los despojos de la Sociedad Rural Argentina de Martínez de Hoz hasta los terratenientes y empresarios Benetton y Lewis.

Al unir el pasado, este presente y los confines del futuro al que nos quieren llevar, se hace manifiesta la pregunta central de nuestra historia: si la matriz institucional de la república conservadora que constituyó la campaña del desierto todavía subsiste y si la violencia política estatal continúa vinculada a esa matriz.

En la búsqueda de una respuesta, Premici se adentra en las prácticas y lógicas de las alianzas convergentes entre empresarios, terratenientes, gobiernos y fuerzas represivas que, hace ciento cincuenta años, intervienen con un mismo dispositivo violento y opresivo, y utilizan diversas metodologías para expulsar y desalojar a las comunidades indígenas de la región.

Santiago Maldonado fue víctima de esta violencia persistente y de ese terror temido y conocido por los pueblos indígenas, al que nunca pudieron escapar.

La arbitrariedad del accionar de las fuerzas represivas, sumada a la impunidad e impudicia de los funcionarios políticos y judiciales, dejan en evidencia no solo las prácticas violentas e ilegales y el uso desmedido de la fuerza, sino también su planificación. Esa organización —que se presenta referenciada con nombres y apellidos, días y lugares de encuentros, decisiones y órdenes, actuaciones y maniobras en la ruta, en el juzgado, en la televisión, en el senado, en Buenos Aires, en El Bolsón, en Esquel—, que se convierte en obscena al ser parte de la maquinaria del Estado, es la que conduce a la idea de la restauración, reinauguración de lo siniestro.

En los últimos años hemos asistido a un proceso de mutación en la relación entre el Estado y los Pueblos Indígenas, que ha derivado de la invisibilización de sus demandas a la conformación de un enemigo, con la consiguiente necesidad de poner en el centro de la escena a algunos referentes o comunidades en particular, universalizando características y reclamos. Este libro es un documento central para comprender esta relación y la influencia que ha tenido en ella el gobierno de Cambiemos.

Al presentar el recorrido de estas tierras, de estos pueblos, de los terratenientes y del Estado, Premici deja en claro que la política represiva actual se monta en una serie de déficits históricos de las políticas estatales en relación con el reconocimiento de derechos de los pueblos originarios. Y a eso se suma nuestro presente en materia de seguridad, enmarcado por los nuevos objetivos estratégicos de Estados Unidos, frente a la necesidad de la expansión del modelo económico neoliberal, y a la importación de las denominadas “nuevas amenazas”, entre las que se encuentran los pueblos indígenas, especialmente cuando tienen algún control territorial o vinculación en la defensa de recursos estratégicos.

De este modo, los conflictos y las resistencias de los siglos XIX y XX persisten en la actualidad. De allí que el terror estatal presente, aun con sus propias lógicas, se remita al genocidio originario, reeditado bajo diferentes paradigmas y motivaciones: desde el orden religioso y su fin evangelizador; el económico y las necesidades de tierras; el político y la conformación de un estado nacional.

Frente a la desesperanza y el desamparo del Estado criminal, debemos rescatar las enseñanzas del movimiento de derechos humanos de nuestro país, de las Madres y las Abuelas que, en épocas aún más hostiles que estas, supieron documentar aquellos crímenes atroces que las tuvieron como víctimas y fueron obstinadas, pacientes y tenaces en la lucha por la justicia. El proceso de juzgamiento por los delitos de lesa humanidad es la evidencia de que aquel camino fue fructífero.

Este libro será parte esencial de los procesos judiciales que impulsaremos contra los autores de las atrocidades que denuncia esta investigación. Entre ellos, Patricia Bullrich, Pablo Noceti, Gonzalo Cané, Daniel Barberis, Guido Otranto y Silvina Ávila.

Es necesario nombrarlos para que nunca se nos olviden, para no olvidar qué hizo cada uno, qué dijeron y qué lugar ocuparon. Como nos enseñó Juan Gelman, “lo contrario del olvido no es la memoria, sino la verdad"; para que esa verdad tenga su lugar en la Historia, ellos deberán ser condenados por los crímenes que cometieron.

 

 

 

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