El gobierno nacional despliega un discurso climatológico para disputar la interpretación social de la situación económica. Es decir, responsabiliza a las circunstancias, a la “pesada herencia” y hasta a los gestores circunstanciales de las políticas públicas, pero deja fuera de culpa y cargo a las políticas neoliberales de su gobierno.
Los números de la “tormenta” son contundentes y develan que la festejada “pax cambiaria” en realidad esconde el paso de la economía argentina por el engañosamente calmo ojo del huracán: más de 100 por ciento de inflación desde diciembre de 2015 –un nivel que las consultoras internacionales toman como criterio para establecer una situación “hiperinflacionaria”—; más de 50.000 millones de dólares de fuga de capitales desde la asunción de Cambiemos –solo en junio de este año la fuga superó los 3.000 millones de dólares, triplicando la cifra de junio de 2017 y adelantando que 2018 probablemente supere el récord de 2008—; la deuda externa ya supera los 140 mil millones de dólares al mismo tiempo que hasta los propios técnicos del FMI ponen en duda la sustentabilidad del programa económico; y un exiguo 0,6 por ciento de crecimiento de la economía en el primer semestre del año, tras un brusco derrumbe en mayo, que anuncia el inicio de un segundo semestre técnicamente recesivo.
Vista desde el presente, esta disputa por la interpretación de la crisis refuerza la importancia de la discusión que se dio el año pasado en la oposición política entre quienes expresaron una postura dialoguista y quienes sostuvieron una política antagónica a la del macrismo. De haber ganado los primeros, serían mucho peores las condiciones para elaborar un discurso opositor que identifique al neoliberalismo como enemigo principal y pueda construir sobre esa base una alternativa política para 2019.
Divisores
Ya desde la aparición del Frente Renovador en 2013, los grandes grupos económicos trabajan para contrarrestar la polarización que existe en nuestra sociedad entre una expresión nacional-popular y otra neoliberal, recordando con nostalgia el “consenso neodesarrollista” quebrado hace diez años, en 2008.
Su tesis es la de la “avenida del medio”, que en 2013 consiguió un éxito importante para debilitar al gobierno kirchnerista, pero que en 2015 y 2017 fue relegada a un cómodo tercer lugar, ocasión que fue aprovechada por el capital financiero internacional para desplazar a los grupos económicos de la posición hegemónica que hasta entonces mantenían al frente de la clase dominante argentina.
Los últimos movimientos en la escena política encuentran a Massa, Pichetto y Urtubey convencidos de persistir en la tesis de la “avenida del medio” y consolidados en la idea de expresar a un peronismo confiable para el poder económico, cuya prueba de fe es renegar de CFK. Esta posición nuevamente asegura la presencia de sectores del peronismo al menos en dos listas hacia 2019, para beneplácito del gobierno nacional.
Un polo opositor
En la vereda de enfrente, las posiciones antagónicas contra el neoliberalismo funcionan como un polo aglutinador de un amplio frente político contra el neoliberalismo, que en medio de la confrontación política y social, mediante distintas iniciativas, puja para empezar a delinear sus contornos.
Desmintiendo la tesis de que el kirchnerismo estaba agotado como identidad de masas y que solo permanecía como una rémora del pasado, el núcleo más dinámico de este frente amplio es Unidad Ciudadana, que está en proceso de despliegue a lo largo y ancho del país, con el objetivo de darle volumen al espacio cristinista a nivel nacional y en cada una de las provincias.
En las elecciones del año pasado el peronismo comprobó en distintos territorios el poder de fuego que puede tener una lista identificada con CFK, en caso de no alcanzar un acuerdo de unidad. Con esa herramienta el kirchnerismo aspira a nacionalizar lo que logró el año pasado en la provincia de Buenos Aires: que la mayoría de los jefes territoriales del peronismo se acoplen a su estrategia electoral, a riesgo de no poder revalidar sus propias cuotas de poder local.
Mientras amplias porciones de la sociedad empiezan a procesar que “no vuelven más” fue una idea ilusoria y que una alternativa competitiva al neoliberalismo incluirá en un rol protagónico a la fuerza conducida por la ex Presidenta, un segundo debate atraviesa a todos los sectores: ¿es necesario construir un candidato moderado para poder ganar las elecciones?
Esta es la tesis que defiende –en beneficio de su propia candidatura— Felipe Solá, así como otros sectores del peronismo y también referentes de otros espacios como Victoria Donda, convirtiendo sus deseos y convicciones en una certeza estadística, mediante las especulaciones sobre el supuesto techo electoral de CFK. Es opinable si hay condiciones para que Cristina gane un eventual balotaje contra Macri en 2019, pero es seguro que un candidato de conciliación no garantiza un triunfo, tal como experimentamos amargamente con Daniel Scioli en 2015.
Nuevas coordenadas
La decisión de lanzar Unidad Ciudadana en 2017, a costa de dejar al margen el sello del PJ, relanzó al kirchnerismo y acercó a CFK a un mundo en transición donde no cotizan alto los políticos de partido, y las siglas partidarias tradicionales no consiguen representar por sí mismas a ninguna fuerza social significativa, como demostró la inesperada llegada del PRO a la Casa Rosada.
No se trata solo de un fenómeno argentino sino que sucede también en los Estados Unidos de Donald Trump y Bernie Sanders, o en la Europa de Emmanuel Macron, Pablo Iglesias y Beppe Grillo. Incluso en México Andrés Manuel López Obrador acaba de alcanzar la presidencia venciendo por una amplia distancia a los tres partidos políticos principales, a la cabeza de un movimiento como el MORENA, fundado hace solo cuatro años.
Este es el contexto que se presenta para la formación de un frente contra el neoliberalismo en nuestro país. En coordenadas como éstas es difícil creer que el mejor criterio para la selección de una candidatura presidencial sea un acuerdo de consenso entre facciones partidarias, por sobre la necesidad de expresar con firmeza y certidumbre una traducción política esperanzadora del proceso de resistencia que se está desarrollando en las calles.
En otras palabras, si es cierto, como dijo CFK después de la elección de octubre del año pasado, que “aquí no ha terminado nada, sino que hoy aquí empieza todo”, entonces es posible pensar que la formación de un frente de unidad hacia 2019 sea más parecido a 2017 que a 2015.
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