Ajustar el mercado interno en función de los pagos externos es lo que define el comportamiento del gobierno ante la crisis que generó por mano propia. Una vez más fue ratificado en la conferencia de prensa del miércoles 18. En ese mar de palabras vacías, el gobierno navega entendiendo que su poder político proviene de convencer a los acreedores externos de ser la única camarilla con capacidad de hacerle morder el polvo a sus compatriotas.
En contraste, ajustar los pagos externos a las necesidades del mercado interno es el lugar que le reserva la historia al arco opositor. En ese horizonte se perfila con mayor nitidez la inevitable reestructuración de la deuda externa, con dificultades aparentes y reales. Sobre las primeras, un trabajo de Henrik Enderlein, Julian Schumacher y Christoph Trebesch [1] (EST) de marzo de 2018 sobre defaults de los países trata de demostrar que ya no rige el histórico supuesto de que la deuda soberana estaba por encima de la ley y era no exigible. Los autores compilan los datos de juicios por deuda soberana presentados en los Estados Unidos y el Reino Unido entre 1976 y 2010. Desde mediados de 2000, según EST “uno de cada dos defaults estuvo acompañado de juicios, en comparación con menos del 10% entre los años '80 y principios de los '90. Las demandas han crecido de casi cero a un promedio del 3% de la deuda reestructurada”. Considerando como leading cases los de la Argentina y Grecia, EST concluyen que los juicios “están reestructurando los mercados internacionales de deuda soberana de una manera fundamental. Los tribunales en jurisdicciones extranjeras actúan cada vez más como un mecanismo de cumplimiento obligatorio, ya que pueden imponer explícita o implícitamente embargos financieros a los defaults soberanos”.
Los módicos números que aportan los mismos autores no avalan sus conclusiones. Que se registre una tendencia, no quita que por más Griesa del que se trate, los buitres cobraron acá por el quintacolumnista nacional. Sin ese sector que en el mismo día que se dio a conocer ese fallo saliera a vociferar que pagaría, no hay forma, dada la lógica inmanente del sistema internacional, de que la deuda soberana esté por debajo de la ley y sea exigible. Esa es la cuestión aparente, pues lo único que hace efectivo los juicios es la posibilidad de encontrar y darle espacio a la quinta columna.
El problema real es el entendimiento político interno. Por lo tanto, salir de la crisis a favor de las mayorías nacionales requiere una dosis muy grande de poder político. La actuación conjunta de las expresiones de las distintas clases y sectores no es una opción, es una necesidad. Que sea necesario no significa que sea posible. Implica que, objetivamente, no hay otro impedimento para hacerlo posible que la voluntad política. De cómo resulte ese entramado, si es que resulta, del grado de conciencia política y operatividad que alcance, depende el tenor de la salida desde las actuales circunstancias aciagas.
Convertible y no convertible
Repasar algunas escenas en las salidas de las dos crisis que ocurrieron desde la restauración democrática de 1983, la de la hiperinflación y la del 2001, advierte desde la perspectiva histórica sobre esas dos alternativas. En 1991, el objetivo buscado y logrado fue volver a poner en condiciones al país para abrazarse de lleno a los dictados de las finanzas globales. En 2001, tratar de que las finanzas globales no afecten las posibilidades del desarrollo nacional. La primera salida duró lo que la financiación global. En el recorrido a la gran crisis con que se despidió, el cuerpo social fue estropeado. La segunda bajó prácticamente la pobreza a la mitad desde donde la había encontrado y terminó sin crisis; aunque atravesando las zozobras propias de un país periférico que quiere cambiar sus estructuras.
La otra diferencia importante está en la convertibilidad de entonces y la no convertibilidad de ahora con respecto a los salarios. Definido el salario como un conjunto de bienes y servicios, particularmente sustancias alimenticias, la manera de abordar las disparidades funcionales de los dos sistemas monetarios es observando la trayectoria histórica del consumo de calorías. Según datos de la FAO correspondientes a la serie histórica del balance de alimentos, se constata que los valores medios del suministro diario de energía alimentaria (SEA) en la Argentina entre 1965 y 1997, se situaban en torno a las 3100 kcalorías por persona. En 2013 la FAO informó que, conforme sus indicadores, en nuestro país se había alcanzado la meta del “hambre cero”.
Como habrá sido el desorden de los precios ocurrido a partir de 1988 que entre ese año y 1992, siempre de acuerdo a los datos de la FAO, hubo una disminución de alrededor de 200 kcalorías diarias promedio en el SEA. Con el estropicio que hubo en la distribución del ingreso se intuye que a una mayoría relativa le bajó mucho y al minoritario resto nada. La recomposición atenuada de los salarios a partir de la moneda convertible repercutió en la suspensión de un cierto número de sectores de la producción, el repliegue de los capitales y el desempleo, todo esto bastante aumentado por la apertura. Esto es lo que experimenta la convertibilidad como sistema monetario ante un alza de salarios. En cambio, en un sistema no convertible como el actual, un aumento de los salarios monetarios implica el aumento de los precios interiores con devaluación de la moneda nacional y, en consecuencia, el alza de los salarios nominales sin alza de los salarios reales.
Esto no significa que los salarios no puedan o no se deban aumentar. Todo lo contrario. Manifiesta los obstáculos que deben ser vencidos para lograr su alza efectiva. Como estamos en un sistema monetario no convertible, la expresión monetaria del salario, el salario nominal, es lo que varía y tiene consecuencia en los precios; en tanto, el salario real, varía muy poco a lo largo del tiempo. En otras palabras, la divergencia señalada hace que lo que determina el precio del salario no es lo que el trabajador gana realmente, sino lo que cuesta en términos monetarios. El comportamiento no convertible del salario y lo ocurrido con las calorías entre 1988 y 1992 es para tener en cuenta puesto que el fuerte desorden en los precios es lo que con más probabilidad promete la salida de la crisis.
Walking Dead
Hacia 1784 el banquero suizo Jacques Necker (usualmente recordado por su actuación como financista de Luis XVI, antes y durante la Revolución Francesa), escribía que “para atribuir [el] precio de su trabajo” en todas partes se ha calculado “lo que le era exactamente necesario” al asalariado para reproducirse y mantener a su familia. Ni más ni menos. De esa percepción que tenía de la realidad, Necker infería que “si fuera posible que se llegara a descubrir un alimento menos agradable que el pan, pero con el que fuera posible sostener el cuerpo del hombre durante 48 horas, el pueblo pronto se vería obligado a no comer más que una vez cada dos días”.
Una visión más clásica, imposible. Puesta al día en la realidad argentina, significaría que una caída del salario conllevaría una disminución de la población nacional. Un aumento eventual de los salarios elevaría la población por encima de los medios de subsistencia. Estos, al encarecerse, la harían disminuir a su nivel de equilibrio demográfico. Aceptable para la época de Necker, dado que los salarios estaban desde hacía siglos estancados en el pantano de la subsistencia. Pero desde hace siglo y medio los sobresueldos son logrados por factores institucionales; genéricamente: los sindicatos. Gracias a ese factor institucional el salario argentino no tiene esa relación clásica con el equilibrio demográfico.
En el fondo de las cosas la perspectiva de Necker interpreta plenamente la conducta anacrónica gubernamental. Necker no tenía necesidad de encubrir lo que colegía. El gobierno argentino sí. Bien que mal, la democracia le impide ser sincero. Al amparo del pendón de la competitividad, no sólo intenta abatir el módico sobresueldo que separa al salario argentino del correspondiente al nivel de subsistencia, sino que además procura bajar el valor de la fuerza de trabajo definido por el consumo de calorías. La renuencia a corregir los precios al alza de la energía y los alimentos y los diversos frenos a la recomposición salarial van en esa dirección. También en el sesgo que se refleja en el Staff Report del FMI al señalar que el programa “establece salvaguardas para proteger a los más vulnerables de Argentina” y se tienen en vista medidas “en caso de que las repercusiones sociales empeoren con relación a las perspectivas que sustentan el programa”. Casi nada.
Pan rallado
Carlos Alberto Dumas Lagos, más conocido por el Gato Dumas, que fuera un importante e innovador cocinero argentino, sostenía que la milanesa era el plato nacional. Algunos refutarán poniendo el bife en la plancha o el asado en la parrilla. En cualquier caso, el sentido común hace suyas este tipo de nociones, en la que el poder de compra del salario depende de la productividad del sector que proporciona la base de la alimentación o de otro consumo característico en el que se vuelca el grueso del sueldo. En realidad, depende de la capacidad de la disputa política de los trabajadores. Teniendo esto último en cuenta, para no desmentir a Dumas y dado que estamos en el ámbito del gatomacrismo, su triunfo sería que pasemos de la tradicional milanesa de cuadrada o bola de lomo a la de soja.
Tiene margen. Hay que considerar que el requisito “normal” de “Necesidades Energéticas por Persona” calculado por la FAO gira en torno a las 2200 (kcalorías/día). Estamos en las 3200, arriba de la media mundial y similar a las de los países desarrollados. Los periféricos, unas 500 por debajo nuestro en promedio. La persistencia del salario real en los niveles acostumbrados yugula el margen del que cree disponer el gatomacrismo. Frente al deterioro creciente del consumo popular, el tema es que, en la salida de la crisis, la oposición se tiente con retornar a las 3200 calorías diarias, frene ahí su cometido y en nombre del orden, la consideración mundial y cosas por el estilo se dedique a acomodar el paisaje y nada más. A esta altura del desarrollo argentino, el consumo masivo se convierte en la condición sine qua non de la supervivencia del país. El país debe entonces consumir o entra en terapia intensiva. La contradicción se vuelve crítica y con ella se desvanece la ilusión de ese orden. La unidad nacional conduciendo la disputa sindical es la que pone las cosas en su lugar.
El historiador Fernand Braudel, advierte que “la lucha de clases puede adormecerse, pero es como el fuego bajo la ceniza, nunca se apaga. Un peligro muy seguro. También una salvaguardia. ¿Qué no pasaría si la sociedad fuera obediente in eternum?” Esa es la gran verdad de la milanesa (de carne) que obliga a la reestructuración de la deuda.
[1] Schumacher, J, C Trebesch, and H Enderlein (2018), “Sovereign Defaults in Court”, CEPR Discussion Paper No. 12777 and ECB Working Paper No. 2135.
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