La semana pasada escuchamos a Louis Armstrong y a Ella Fitzgerald en un tema de la década de 1930: It Isn't A Lovely Day. Mientras sonaba recordé cuándo lo conocí. Me lo hizo escuchar María Elena Walsh, cuando su casa era uno de mis refugios en tiempos de la dictadura y yo era para ella el único soporte masculino admitido en ese gineceo mientras peleaba contra el cáncer, con una decisión como pocas veces he visto. Era uno de los temas de Top Hat, o Sombrero de Copa, la cuarta de las diez películas que Fred Astaire y Ginger Rogers filmaron entre 1933 y 1949. Es decir, años terribles, de una recesión económica y una crisis de todos los valores por lo menos tan malos como los que nos tocan aquí y ahora, Segunda Guerra Mundial y macartismo incluidos.
La trama ingenua de esas películas se basaba en la conexión entre dos actores formidables que parecían uno para el otro, aunque en la realidad apenas se toleraban. Ese era el pretexto para encadenar canciones que él entonaba como los dioses, y números de baile prodigiosos. Te conté que Ella Fitzgerald había preparado un número de tap dance, para competir en el miércoles de los aficionados del teatro Apollo de Harlem, pero cuando le llegó el turno se abatató y en vez de bailar cantó, comienzo de una carrera espectacular. A Fred y Ginger les pasó algo parecido.

Él bailaba desde la niñez, en pareja con su hermana Adele, pero nunca había pensado en el cine. Ginger era actriz (y de las buenas, que hasta ganó el Oscar a la mejor, en 1940 por Kitty Foyle) pero sólo movía las piernas para caminar. Él era un obsesivo que ensayaba, y la obligaba a acompañarlo, hasta caer muertos de cansancio, corrigiendo cada detalle hasta la perfección. Ella cita una vez en que recién le permitió interrumpir cuando sangraban sus pies. En sus películas casi no hay cortes, porque él quería hacer el número de un tirón, en una sola toma. Cuando se hartó de escuchar los elogios dirigidos a él, Ginger sólo dijo que ella hacía lo mismo, pero moviéndose hacia atrás, con un vestido incómodo y tacos aguja.
Fred Astaire tuvo otras compañeras de baile más completas que Ginger Rogers, como Eleanor Powell, Cyd Charisse y Rita Hayworth, que eran bailarinas profesionales, y de yapa, las dos últimas, unos minones deslumbrantes. Incluso hizo un número bellísimo con Joan Crawford, cuando te mareaba con sus ojazos y ni soñaba con presidir la PepsiCola. Pero nunca tuvieron la misma repercusión que cuando en sus brazos caía Ginger Rogers. Creo que los libretos, simplotes y bobalicones, tienen algo que ver, porque proveían la fuga indispensable hacia la felicidad, que sólo podía provenir del deseo y la fantasía de un mundo menos atroz.
El esquema en todas las películas era el mismo. Fred se enamoraba locamente y Ginger no le daba ni cinco de bola. Se armaban confusiones que la llevaban a odiar a ese pesado. Pero él insistía sin rendirse jamás y por último lo conseguía. Era pura lógica, ya que no hacía falta explicar por qué alguien podía amar a ese grillo saltarín, con una voz pequeña pero una expresividad descomunal. Sospecho que escuchando a Fred Astaire encontró su estilo Tony Bennett, que como cantante era insuperable pero cuando daba unos pasitos en el escenario querías taparte los ojos. En la radio no podés ver la escena, pero como decía Hebe, te hacés un teatro escuchando. Te spoileo la trama, total ya pasaron 90 años. Él consigue suplantar al cochero del hotel, que ella contrata para ir a su clase de equitación. Cuando ella lo advierte, le pide que se detenga y él responde que no sabe cómo detener al caballo, de modo que siguen a la carrera en las calles de Londres hasta que llegan a la pista. Pero un tormentón de truenos y relámpagos interrumpe la cabalgata y ella se cubre en un gazebo. Él llega con su fiacre y se ofrece a llevarla, taxi señorita, como si no se conocieran. Ella por supuesto lo desdeña, hasta que retumba el primer trueno y salta a sus brazos. Primero él canta It Isn't A Lovely Day. Por más que se desplome el cielo, es un día hermoso, porque está con ella. Luego bailan y te olvidás por un rato de la desocupación, los despidos y la crueldad. Terminás con la misma sonrisa boba de él. Ese es el misterio, creo.

Conocido por su presentación en musicales de Broadway, recién apareció en el cine en 1933, con Dancing Lady. Su personaje es el bailarín Fred Astaire, contratado para enseñarle una rutina a Joan Crawford, que es la pareja o está en algún enredo que no recuerdo con el imponente galán Clark Gable, quien era la antítesis de Astaire. Representaba mejor que nadie al macho fuerte y seguro, de biceps como pantorrillas. Así los dibujó el ilustrador del Newyorker, Art Birnbaum.
En 1940 se topó con Eleanor Powell e hicieron esta escena en Melodía de Broadway, con música de Cole Porter. No tengo adjetivos, porque sería hiperbólico. Ambos de blanco hasta los pies, en un escenario negro lleno de estrellas, y espejos a la distancia que registran sus pasos desde otros ángulos.
Nuestra editora Paula Lussi (que ante todo es actriz y directora) sólo los conocía de nombre. Cuando vio el video dijo: "Hermoso, la liviandad de los cuerpos contentos".
Después les propusieron otra película. Fred se excusó. Y le confesó a Eleanor: "Sos demasiado buena para mí. Termino exhausto". Era por lo menos tan buena como él y las películas que hizo sola lo demuestran con creces. Ambos hacían cosas innovadoras. Él era capaz de bailar con un perchero y Eleanor con su perro.
Creo que ya te conté el comentario de Rita Hayworth al hacer el balance final: "Las auténticas joyas de mi vida son las dos películas que filmé con Fred Astaire". Una de ellas, de 1942, transcurre en el Buenos Aires pre-peronista. Su título original es You Were Never Lovelier (Nunca fuiste más adorable) pero en castellano la retitularon Bailando nace el amor. La curiosidad es que se trata de la remake de Los martes orquídeas, del año anterior, que fue la primera película de Mirtha Legrand, entonces de 14 años. Rita Hayworth hizo el papel de Mirtha Legrand, y Fred Astaire el de Juan Carlos Thorry. Los guionistas estadounidenses adaptaron el libro de Sixto Pondal Ríos y Carlos Olivari. Hay varias escenas de aquel Buenos Aires en vías de extinción y también aparecen Xavier Cugat y Abbe Lane, que fueron famosos en mi infancia. No encontré una escena reproducible, de modo que va esta, de la otra película que ambos filmaron, You'll Never Get Rich, cuyo título lo dice casi todo: Tan cerca y sin embargo tan lejos.
Ya en la década de 1950, Fred Astaire bailó en dos películas con Cyd Charisse. La primera The Bandwagon, de 1953, incluye la escena romántica más sensual que recuerdo, cuando los dos bailan Dancing In The Dark en el Central Park. Ella con chatitas, porque a Fred le acomplejaba que su acompañante fuera más alta que él.
Cuando despegó El Cohete, en 2017, todas las semanas incluíamos algún fragmento de Fred Astaire, con alguna de sus distintas acompañantes, porque necesitábamos de esa belleza simple para apechugar con el país sombrío en el que el partido Procaz venía de imponerse en las elecciones de medio término. Con más razón ahora. La fuga hacia la felicidad ayuda a soportar las penurias de la realidad.
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