¿Cuánto vale Milei?

La semicolonia avanza, aplastando estructuras legales y constitucionales

 

¿Es Trump un “activo” ruso?

En Estados Unidos se viene discutiendo, ya hace bastante tiempo, si Donald Trump, el actual mandatario norteamericano, es un asset (activo) de Rusia, es decir, alguien que fue captado e impulsado en algún momento para servir a los intereses rusos cuando estuviera en posiciones de poder.

Por supuesto que no tenemos ninguna posibilidad de comprobar o desmentir esto. La versión saca al personaje Trump de la dimensión política, de los procesos sociales, y lo pone en el terreno de las conspiraciones. De las conspiraciones de altísimo vuelo.

Es evidente que Trump no podría estar donde está si no hubiera sido capaz de captar el interés, la simpatía y el apoyo de decenas de millones de norteamericanos, logrando canalizar múltiples descontentos y frustraciones, así como la añoranza por un pasado de gloria que les quieren arrebatar desde afuera y desde adentro (“los demócratas”, “los woke”).

La agencia noticiosa Bloomberg publicó en estos días un cuadro muy sugestivo, sobre la participación de los distintos estratos de ingreso de la sociedad norteamericana en el consumo total, en 1990 y en la actualidad.

 

 

El cuadro es muy claro en materia de los efectos de las políticas neoliberales en Estados Unidos.

Mientras el 90% de la población redujo su participación en el consumo, el 10% más acomodado lo incrementó en un 25% en los últimos 34 años. Ni qué hablar lo que está pasando en el 60% más bajo: su participación se contrajo en más de un 20%, a partir de un nivel ya muy reducido en 1990.

Trump fue quien logró instalar la idea de que este proceso de despojo de las mayorías a favor de minorías cada vez más pequeñas es producto de que otros países, como China, México, Canadá u otros, combinados con políticos norteamericanos pusilánimes que no saben negociar, le robaron industrias y puestos de trabajo a los estadounidenses. Según Trump, todos explotan a los Estados Unidos, se aprovechan del país y lo van debilitando.

Como cuentito simplificado puede dar buenos resultados, como se vio en las recientes elecciones. Pero como diagnóstico serio no sirve para nada: la globalización, que impulsó Estados Unidos a nivel mundial, estuvo diseñada para favorecer la expansión universal de las grandes corporaciones globales, creándoles un ambiente político-institucional propicio para el despliegue de nuevos modelos de negocios. No fue casual, ni fue una tontera que se les ocurrió a los demócratas, sino que todo el sistema político norteamericano participó y apoyó un proyecto del gran capital, que prometía seguir teniendo a los Estados Unidos en el centro de la escena económica mundial. Pero nada es perfecto, y la apuesta de la globalización neoliberal generó una expansión enorme en Asia, y especialmente en China.

Uno de los que está viviendo en carne propia la tensión entre globalización y trumpismo es su operador estrella, y gran serruchador del Estado norteamericano, Elon Musk, que empieza a sentir el repudio hacia su persona en la caída de las ventas de Tesla en Europa, y en el ascenso de la empresa china BYD (Build Your Dreams), que ya la superó en ventas en 2024.

El ataque y desmantelamiento de sectores importantes del Estado norteamericano le sirve a Trump para compensar discursivamente los nuevos recortes impositivos a los más ricos que planea hacer en los próximos meses. Está jugando con fuego: todo el mundo sabe que Estados Unidos está muy endeudado, que tiene un déficit fiscal y de comercio exterior muy importante, y que la continuidad de esos desequilibrios va a poner en duda no sólo la solidez de la deuda pública norteamericana, sino el prestigio del dólar como moneda internacional.

El blitzkrieg victorioso, a tiros de incrementos tarifarios que anunciaba Trump en las semanas previas al comienzo de su gestión, va en camino a ser un cenagal de medidas y contramedidas, en las que parece que Estados Unidos no sigue una estrategia lineal, sino los vaivenes y oscilaciones personales de quien hoy concentra buena parte del poder en ese país.

Los experimentados diplomáticos norteamericanos seguramente ven con amargura cómo el laborioso entramado de poder y prestigio que logró instalar Estados Unidos en diversos espacios de la opinión pública mundial se deteriora a paso acelerado debido a la torpeza diplomática de su Presidente, a las humillaciones, mentiras y descortesías que propina a aliados y amigos. Son daños de largo plazo a la hegemonía mundial estadounidense.

La caída de las acciones en la Bolsa norteamericana de estos últimos días empieza a reflejar una creciente inquietud por el efecto de las medidas de Trump en materia de actividad económica, de rentabilidad de las empresas y de la continuidad de la (sobre)valuación de los activos financieros.

Trump va delimitando un mapa, como lo señaló en su primer discurso inaugural ante el Congreso, en el que Groenlandia “será nuestra, de una forma u otra” por razones de seguridad nacional, se declarará “la guerra a los carteles” de la droga (amenaza directa de intervención militar contra la soberanía mexicana) y se recuperará el Canal de Panamá “de manos de los chinos (…) el Canal se lo dimos a Panamá, no a China”. Parece el diseño de un Estados Unidos replegado geográficamente, que desconoce el extraordinario beneficio que la expansión mundial de sus empresas y entidades financieras la ha traído como país, a pesar de haber tenido que sacrificar, en el camino, algunas ramas maduras de la producción industrial.

Probablemente nunca sepamos si Trump es un asset de Rusia, o de alguna otra potencia, o sector económico o corporación, pero las líneas económicas y de política internacional que está prefigurando en sus primeras semanas de gestión parecen llamadas a debilitar la posición internacional de los Estados Unidos, poner en crisis el discurso de la globalización y el libre comercio que tan bien supieron inculcar a todo el planeta, y romper el encanto de una hegemonía muy eficazmente construida desde la Segunda Guerra Mundial.

Si efectivamente Trump fuera un asset ruso, no cabe duda que fue una excelente inversión, ya que está debilitando la relación entre las potencias atlánticas, incluida la OTAN, cerrando el grifo del armamento norteamericano a Ucrania, y reposicionando todo el mapa de vínculos y alianzas internacionales sin una estrategia hegemónica.

 

¿Es Milei un “activo” norteamericano?

El modelo ultra individualista de los Estados Unidos se fue trasladando a otras regiones, y a pesar de su evidente desequilibrio social fue presentado como modelo universal a imitar, a pura prepotencia de poder comunicacional.

Ni qué hablar que en América Latina, donde las elites dominantes han perdido todo compromiso con sus propios países, todo lo que lleve al desmantelamiento de las precarias estructuras de protección social y de regulación económica es bienvenido.

La ideología “marco” en la que se inscribe el proyecto que actualmente se ejecuta en la Argentina es especialmente dañina para países periféricos, que tienen estructuras más débiles, tanto a nivel institucional como en la propia sociedad civil.

Que después de 30 años de privatizaciones sigamos padeciendo grandes apagones, con todo el sufrimiento individual y familiar que conllevan, además de las pérdidas económicas, es porque lo que no funciona es la sociedad civil, en la que supuestamente reside la soberanía popular. EDESUR puede ser lo que es porque los ciudadanos, los usuarios, no lo somos. No sólo frente a las empresas, sino frente al sistema político que supuestamente nos representa.

Ahora tenemos una catástrofe de origen ambiental en Bahía Blanca, en donde podemos observar la precariedad en la que vivimos y la necesidad urgente de fondos y planificación parar evitar daños aún mayores. Venimos de otra grave catástrofe de origen ambiental en el sur. Pero tenemos un gobierno nacional negador del cambio climático, y que se jacta de cortar presupuestos y fondos imprescindibles tanto para la investigación de los fenómenos como para la prevención de los mismos y la protección de los ciudadanos. ¿Qué clase de ciudadanía es esta, qué clase de sistema político, qué clase de democracia?

No debería sorprendernos: el Presidente Milei no está aquí para ocuparse de la Argentina en el sentido de cuidarla y de hacerla mejor.

Hay que repetirlo para creerlo: Milei ya viajó en poco más de un año ¡nueve veces! a los Estados Unidos, mucho más que a las provincias argentinas, que no le importan. No es un Presidente normal, sino un Presidente que se dedica, con convicción, a debilitar todas las estructuras que constituyen la Nación, consciente y sistemáticamente.

¿Es Milei un asset norteamericano? Si no lo es, merecería serlo, ya que frente a un gobierno trumpista proteccionista y agresivo contra Latinoamérica, se vuelve loco por complacer todas y cada una de las demandas norteamericanas, como si allí hubiera un gran negocio para el país. Su desconexión emocional con la Argentina lo pone en excelentes condiciones para hacer “descuartizamiento mayor sin anestesia”, parafraseando, pero superando, a su querido Menem.

Macri también, en otro estilo, era un asset norteamericano, en contra del Mercosur, a favor de la Alianza del Pacífico, contrario a todo lo patriótico y popular, que fue resumido y condensado magistralmente por la prensa de derecha bajo la etiqueta infamante de “kirchnerismo”.

Milei es un extremo en ese sentido. No oculta que no siente ni conoce a la Argentina, ni a su gente, pero sí que adora a Trump, a Elon Musk, a los líderes de la derecha global, a los grandes CEOs, y al capital global en sus formas más aberrantes, como los bucaneros de las shit-coins.

Milei no necesita que le paguen, ni que le pasen órdenes a través de mensajes cifrados.

Todo su bagaje intelectual y sus estructuras psicológicas lo colocan en la perfecta posición de asset estadounidense, que trabaja incansablemente para que ellos puedan cumplir con sus metas en América Latina, tanto las enunciadas por la generala Laura Richardson, ex comandante de la Sexta Flota, en materia de recursos naturales, como otras que sirvan para romper la unidad regional, debilitar a los países que aún apuestan a cierta independencia relativa, como Brasil, y hacer de cadete internacional del Departamento de Estado.

 

 

 

Nuevo acuerdo con el FMI: ¿Otro episodio colonial?

Para los lectores del Cohete, la situación de la política económica gubernamental no es un enigma: la gestión Milei-Caputo-Macri se metió en un problema grave, jugándose a clavar un tipo de cambio en un nivel completamente inadecuado. Eso lleva a que no puedan acumular reservas, a pesar de diversas inyecciones de dólares recibidas –por comercio exterior, por blanqueo, por venta de ahorros del chiquitaje– y de que persista una duda importante sobre la estabilidad cambiaria.

La cúpula mileísta decidió llegar así hasta las elecciones, tratando de mostrar inflación baja como prueba de éxito supremo, y reclamar el reconocimiento de los votantes.

Sin embargo, las reservas negativas, y las fuertes erogaciones en dólares tanto para pagar compromisos externos como para mantener la ficción cambiaria en las últimas semanas, pusieron una presión muy grande sobre el equipo económico, que corrió a apurar un acuerdo con el FMI, que es el que Milei piensa concretar a través de un decreto de necesidad y urgencia.

La Ley de “Fortalecimiento de la Sostenibilidad de la Deuda Pública”, actualmente vigente, establece en el artículo 2 que “todo programa de financiamiento u operación de crédito público realizados con el FMI, así como también cualquier ampliación de los montos de esos programas u operaciones, requerirá de una ley del Honorable Congreso de la Nación que lo apruebe expresamente”. Así también está establecido en la Constitución Nacional, que constituye sólo un tigre de papel para los poderes dominantes en la Argentina.

La pregunta es: ¿cómo se las van a ingeniar para hacer pasar este nuevo parche de endeudamiento a través de las formalidades establecidas por la ley?

El primer paso lo dio el propio Milei ante el Congreso, explicando en forma muy confusa lo que están cocinando, y mintiendo sobre que no significa más deuda y que sirve para sanear más aún al Banco Central. Nos recuerda cuando en el último tramo del gobierno de Menem, para emparchar la convertibilidad que no conseguía dólares, decidieron vender el último 30% de YPF que quedaba en manos del Estado. Así consiguieron divisas que permitieran sostener aquella ficción cambiaria, con el verso de que querían pagar “la deuda con los jubilados”. Revestían de sensibilidad social la entrega del patrimonio nacional y la continuidad del rentismo financiero.

Ahora, la gran cruzada nacional es “bajar la inflación”, cuando lo importante es sostener el carry trade y garantizar los negocios financieros por lo menos hasta octubre. En el camino, van a agigantar la deuda con el FMI y reforzar la dependencia política de los Estados Unidos.

Nos imaginamos los conciliábulos con la oposición colaboracionista: van a apoyar esta maniobra ilegal para “no poner palos en la rueda”, no importa de qué carro, ni a dónde vaya.

Es probable que el gobierno lo plantee como una encrucijada en la que no se puede dejar de colaborar porque “si le va bien al gobierno, nos va bien a todos”. En cambio, si se traba el acuerdo por razones de soberanía nacional, la culpa la tendrán los que “pusieron palos en la rueda”.

Todo este edificio de saqueo está basado en la ignorancia ciudadana. Que la gente crea que es lo mismo una deuda del país con el FMI o una deuda entre dos reparticiones del Estado. Que crea que es lo mismo deber en pesos que deber en dólares. Que crea que la inflación se resuelve saneando al Banco Central, porque se lo repiten cada cinco minutos.

¿Vale un acuerdo con un organismo internacional si lo promulga un gobierno por decreto? Se va a generar un gran debate jurídico, mientras el Ejecutivo lo va a firmar, y el FMI también.

La semicolonia avanza, aplastando las estructuras legales y constitucionales, los partidos políticos y las ingenuas creencias en que existe algo llamado “República”.

Si hubiera un sistema de partidos políticos democráticos, ya deberían estar declarando, en un acto solemne, convocando a la prensa internacional y a los representantes diplomáticos extranjeros, que no se aceptará un acuerdo realizado en semejantes condiciones, semi secreto y sin cumplir los recaudos públicos establecidos. No es posible aprobar algo que no se sabe qué es.

 

Correlaciones en movimiento

Milei se ha debilitado a partir de la estafa cripto, y trata de mantener una imagen de solidez en base a intensivos actos de efecto publicitario, como la lamentable puesta en escena del inicio de sesiones ordinarias del Congreso.

Todo es así: mentir, falsificar, impostar, acallar argumentos e informaciones, y seguir avanzando.

Milei es lo fuerte que es porque hemos visto sucumbir ante el asset norteamericano (y de la elite de negocios local) a la mayoría de las formaciones políticas, a los gobernadores, a la mayoría del sindicalismo, a la prensa que patalea contra los modales autoritarios pero avala la destrucción del país, a sectores nacionales que no entienden en qué mundo viven, etc.

Sin gestos ejemplares, aturdida por la metralla del ajuste salvaje, la resistencia popular se repliega.

Hay, por supuesto, voces muy dignas, que mantienen encendida la llama de la dignidad, tanto en el plano nacional como en el personal. En el kirchnerismo y en la izquierda se encuentran muchos que vienen sosteniendo una lucha muy difícil, en un contexto de desmoronamiento democrático y de desaliento popular.

Sorpresivamente, el miércoles pasado, un sector de la hinchada de Chacarita se hizo presente en la zona del Congreso para solidarizarse con los jubilados que son apaleados y gaseados sistemáticamente por la policía de Patricia Bullrich y de Waldo Wolff.

Ese gesto fue muy significativo. Una pequeña minoría de los sectores más dañados por las brutales políticas gubernamentales recibió un gesto de cariño y acompañamiento inesperado, en un contexto de gran soledad y defección de quienes deberían estar naturalmente allí.

En realidad, casi todos los agredidos por este gobierno –personal sanitario, docente, empleados públicos, investigadores, científicos, estudiantes, pacientes, gente con hambre, trabajadores de fábricas que cierran, jóvenes sin trabajo ni esperanza– se las están arreglando solos, atomizados, como si vivieran un problema sectorial, o peor aún, personal.

En realidad, es la Nación la que está siendo agredida en cada uno de ellos.

Forman parte de un colectivo y así lo deberían asumir.

Sin embargo, los vínculos sociales que por momentos parecen cortados, diezmados, no lo están tanto.

Requieren, a veces, simplemente gestos. Nuevas hinchadas de fútbol, en un hecho inesperado y políticamente muy reconfortante, están diciendo que los viejos apaleados no están solos, que van a ir a acompañarlos. Sin decirlo, dicen que nuestro país no es un amontonamiento de zombies esperando ser empaquetados y vendidos por un agente extranjero.

Aquí hay gente, y hay una reserva de humanidad, que se está cocinando a fuego lento.

La historia, la gran historia, puede empezar todos los días.

 

 

 

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