Guerreras de ayer y hoy

En el Día Internacional de la Mujer, un recorrido de 80 años con eje en las Nobel de la Paz

 

Antes de la Segunda Guerra Mundial, de cuya finalización se cumplen 80 años, sólo dos mujeres habían sido premiadas con el Nobel de la Paz: la baronesa Bertha von Suttner (1905), periodista que en su novela ¡Abajo las armas! (1889) adelantó el feminismo pacifista, y la socióloga estadounidense Jane Addams (1931), quien presidía la Liga Internacional de Mujeres Pro Paz y Libertad. De esa organización femenina pacifista, la más antigua del mundo, era presidente honoraria Emily Greene Balch, sindicalista que recibió el Nobel –compartido con un hombre– en 1946. Fue la primera en ganarlo en posguerra.

El conflicto cambió los roles pasivos que les eran impuestos. Unas 400.000 mujeres lucharon como los hombres. Baste como ejemplo el de la ucraniana Ludmila Pavlichenko, mortífera francotiradora, o las pilotos de bombarderos estadounidenses.

 

 

Despreciadas por varones desplazados de su rol previo, que inventaron que ellas ganaban sus medallas en la cama, pasaron a ser llamadas “esposas de campo”, lo que les dificultó conseguir maridos.

Más controvertido para los héroes fue el tabú de las violaciones por parte de soldados japoneses, rusos y aliados.

 

 

Las esclavas sexuales que el imperio japonés reducía como “mujeres de consuelo” para sus soldados fueron entre 20.000 (según un historiador japonés) y 410.000 (según un chino),​ a lo largo de diez países del sudeste asiático.

 

 

En Europa, los nazis habían violado a las mujeres de los poblados que tomaban en el frío frente oriental. Cuando el Ejército rojo pasó a la ofensiva, tuvieron permiso de Stalin para hacer lo mismo, sobre todo con las alemanas. También violaron los estadounidenses, los franceses y, en menor medida, los británicos. Muchas denuncias quedaron asentadas en las iglesias. Los hijos de las violaciones tardaron en brindar sus testimonios.

 

 

Otras fueron objeto de represalias por sus relaciones consentidas con los invasores. Tal el caso de las francesas, seducidas por los apuestos alemanes que habían recibido la orden de desfilar con sus mejores galas por París y comportarse como caballeros. Nada que ver con las atrocidades a las que sometían a las judías o gitanas secuestradas en los campos de exterminio, sobre las que practicaron toda clase de experimentos hasta descartarlas en hornos crematorios.

Esta semana fue subido a Youtube un trabajo vía inteligencia artificial con el relato de “La Hermandad” secreta de viudas (como Lidia Kovac, cuya familia fue asesinada en la masacre de Lídice) y supervivientes del Holocausto dedicadas a rastrear y hasta matar a criminales nazis, luego de haber creado una red de inteligencia que localizó a cientos de ellos en Sudamérica, Oriente y Europa.

 

 

Entonces, sostener a las familias no era algo menor. En Alemania, ante la falta de cinco millones de hombres, las “mujeres de los escombros” se sumaron a la limpieza y reutilización de los edificios bombardeados. Con ese antecedente, lograron que la Constitución alemana occidental de 1949 anulara toda diferencia entre hombres y mujeres, paso que en España se daría recién en 1978 y que aún no se concretó en la cuarta parte del planeta.

 

La Guerra Fría

Durante la década del ‘50, las mujeres cumplieron roles irremplazables, como el de espías, algo en lo que se habían adelantado las británicas durante la Segunda Guerra Mundial.

En materia laboral, muchas se negaron a devolver a los varones los lugares de empleo; se resistieron a perder su independencia. Así se llegó a la década del ‘60, con la minifalda de Mary Quant, la píldora anticonceptiva y la ampliación de las libertades sexuales para ellas.

Ninguna de tales libertades fue fácil de tolerar. En América, 1960 fue el año del asesinato de las hermanas Mirabal, opositoras al dictador Rafael Trujillo, de República Dominicana. En memoria de ellas se conmemora el 25 de noviembre como Día de la No Violencia contra las Mujeres.

La reacción convivía con la superación. Si en 1961 un hombre fue el primero en salir del planeta, dos años después lo lograba una mujer, la soviética Valentina Tereshkova.

 

Primera mujer al espacio (1963).

 

Para la segunda mitad de los ‘60, cuando se intensificaron los bombardeos estadounidenses sobre Vietnam, las mujeres y sus criaturas estuvieron entre la población más afectada. En el país invasor, las chicas marchaban a la par de los varones al protestar o expresar su arte. Joan Báez antecedió a Bob Dylan y no se limitó a cantar, incluso en Sudamérica; grabó en Vietnam el lado B de un disco con sonido de bombas de fondo.

Ellas no sólo trocaron en inconcebible la posibilidad de quedarse en casa mientras se cambiaba el mundo en el Mayo Francés o la Primavera de Praga; también caían ante la “represión estudiantil en México” (Tlatelolco, 1968, del que el gobierno mexicano se disculpó recién hace cinco meses), cuyo relato para la posteridad quedó a manos de una mujer: Elena Poniatowska.

A la inviabilidad pacífica para cambiar el mundo le siguieron las luchas armadas de los ‘70, con mujeres enroladas en las guerrillas, desde Cuba a la Argentina.

 

De vuelta

A partir de la segunda mitad de esa década, el Comité Nobel volvió a premiar mujeres.

En 1976 lo hizo con dos pacifistas nacidas en Belfast, Betty Williams y Mairead Maguire, cofundadoras del Movimiento para la Paz en Irlanda del Norte, que buscaba alternativas al conflicto armado.

En 1979, Teresa de Calcuta, líder de las Misioneras de la Caridad, ganó su Nobel de la Paz. En 1982, Alva Myrdal, científica social, diplomática y feminista sueca, lo compartió con el mexicano Alfonso García Robles, “por su magnífico trabajo en las negociaciones de desarme de las Naciones Unidas, donde ambos han asumido roles cruciales”.

Algunas tenían reconocimiento internacional previo; varias no contaron con difusión ni después del galardón, y otras significaron una posibilidad de adopción por parte de la industria cultural.

Tal el caso de Aung San Suu Kyi (1991), “por su lucha no violenta por la democracia y los derechos humanos” en la ex Birmania, país al que luego de un golpe los militares llamaron Myanmar (1989). Detenida, fue adoptada como presa de conciencia por Amnesty International y galardonada con una decena de premios, incluido el Simón Bolívar, de Venezuela, y las más importantes medallas de Estados Unidos. Su historia fue filmada por Luc Besson. Continuó cada vez que pudo su lucha por la democracia. A pesar de ganar elecciones, no le era permitido llegar a la Presidencia. A pesar de llevar a su partido al gobierno, es blanco de las críticas habituales a toda mujer metida en política. Está de nuevo presa desde 2021, cuando otro golpe de Estado la detuvo por fraude electoral y por romper las normas durante la pandemia. En 2023 le anularon cinco de 19 condenas, aunque el régimen pretende que quede en prisión por un cuarto de siglo más. En junio cumplirá 80 años.

Al año siguiente, una india maya quiché se convirtió en la única latinoamericana Nobel de la Paz (los otros cinco fueron hombres): Rigoberta Menchú había sido víctima de la dictadura guatemalteca asesina de su familia (un hermano fue quemado vivo, cuenta en el libro autobiográfico). En ella se resumía la explotación contra los pueblos originarios iniciada 500 años antes. Su promoción al Nobel fue a instancia de la antropóloga Ana González y Lucrecia Lombán (APDH Quilmes), entre otras organizaciones que le hicieron recorrer la Argentina cuando llevaron la propuesta a Adolfo Pérez Esquivel, quien formalizó la candidatura.

 

Rigoberta, entre Lombán y González. Detrás, Vicky Lombán (h).

 

 

Entre siglos

Muchas bombas de la Segunda Guerra que nunca explotaron son encontradas cada tanto. Otras, colocadas en posteriores conflictos, también pueden explotar; y lo hacen. Sus víctimas mutiladas hablaron con una activista estadounidense de derechos humanos que ayudaba en Nicaragua, Honduras y El Salvador. Esa profesora, Jody Williams, cumplía 47 años cuando le llegó la noticia. Compartiría el Nobel de la Paz 1997 con la Campaña Internacional para la Prohibición de las Minas Antipersona “por sus contribuciones para la prohibición y limpieza de las minas”. El galardón era corolario del trabajo de seis organizaciones entre las cuales tallaba Human Right Watch y que había contado con apoyo de la princesa Diana de Gales.

 

Williams ante el camboyano Tun Channereth, al recibir el Nobel.

 

Otra militante por la democracia, la abogada Shirin Ebadi, fue la primera iraní y musulmana en recibir el Nobel de la Paz. Fue una de las primeras juezas del país y llegó a presidir un tribunal, pero la revolución islámica de 1979 prohibió a las juezas. Como abogada, tomó la defensa de casos políticos. Cuando acusó a agentes gubernamentales, la presa fue ella. Liberada, fue defensora de casos de maltrato infantil. Ganó el Nobel en 2003, tras “sus esfuerzos por la democracia y los derechos humanos”, en particular “de mujeres y niños”. El Comité reconocía la “valentía” de quien “no ha atendido a las amenazas”. Se presentó a la ceremonia en Oslo sin cubrirse el pelo.

Al año siguiente, la primera africana en recibir el Nobel de la Paz fue la keniata Wangari Maathai, la primera afro-oriental en obtener un doctorado. Es un excepcional caso de reconocimiento a una trayectoria política, ya que esta ecologista fundadora del Movimiento Cinturón Verde en 1977, fue elegida parlamentaria y ejercía como ayudante del ministro de Ambiente cuando recibió el Nobel “por su contribución para el desarrollo sostenible, la democracia y la paz”.

 

La Primavera Árabe

Dos mujeres de Liberia y una de Yemen compartieron el Nobel de 2011 debido a “su lucha no violenta por la seguridad de las mujeres y sus derechos a la plena participación en la construcción de la paz”. Leymah Gbowee lidera Mujeres de Liberia Acción Masiva para la Paz, movimiento clave para acabar con la segunda guerra civil en 2003, lo que devino en la elección presidencial de su compañera Ellen Johnson Sirleaf, la primera electa en África (2005). Gobernaba cuando les llegó el Nobel y siguió haciéndolo hasta 2018.

La tercera galardonada fue la periodista yemení Tawakkul Karman, a quien una empresa de celulares le negó una licencia en 2007, por lo que inició una protesta a favor de la libertad de expresión, que extendió a otras cuestiones. Después de que los tunecinos derrocaran a su gobierno en enero de 2011, redirigió las protestas a su país para extender esa Primavera Árabe, lo que le dio fama internacional. Esta fundadora del grupo Mujeres Sin Cadena fue la primera yemení, la primera árabe,​ la segunda musulmana y una de las tres más jóvenes (nacida en 1979, tenía 32 años) en ganar un Nobel.

Mucho más joven es Malala Yousafzai, quien recibió el galardón a los 17. Nacida en 1997, estaba en la escuela cuando empezó a escribir su diario de Anna Frank. Posteaba para la BBC cómo era vivir e intentar estudiar bajo el régimen talibán que había dinamitado un centenar de escuelas. Por eso la balearon a la cabeza mientras iba en el ómnibus escolar. Sobrevivió, fue recibida por Barack Obama y recibió apoyos que incluyeron desde Selena Gómez a Madonna.

 

La década reciente

Otra joven ganó el Nobel a los 25 años. Nadia Murad había sido una de las 6.700 esclavizadas en Irak por el Estado Islámico (2014). Al huir, se convirtió en embajadora de buena voluntad de la ONU para la dignidad de los supervivientes de trata de personas. Gracias a ella, por primera vez el Consejo de Seguridad de la ONU era informado sobre la trata. Fue recibida por el papa Bergoglio y fundó la Iniciativa Nadia, para ayudar a mujeres y criaturas víctimas de genocidio, crímenes de guerra y trata, por lo que en 2018 fue galardonada con el Nobel de la Paz junto a Denis Mukwege “por sus esfuerzos para erradicar la violencia sexual como arma en guerras y conflictos armados”. Mukwege es un ginecólogo congoleño que durante las guerras operó a miles de mujeres violadas, a razón de diez durante 18 horas diarias.

Una víctima de una campaña de acoso de género en internet es la filipina María Ressa, ex corresponsal de CNN y fundadora del portal de investigación Rappler. Hostigada por su trabajo, en 2021 fue galardonada con el Premio de la Libertad de Prensa (Unesco)​ y con el Nobel de la Paz compartido con el ruso Dmitri Murátov por “salvaguardar la libertad de expresión”.​

Otra iraní galardonada es la colaboradora de periódicos reformistas Narges Mohammadi, vicepresidenta del Centro de Defensores de los Derechos Humanos (DHRC) dirigido por la ex jueza Ebadi (Nobel 2003).​​ Estaba en prisión en Teherán cuando recibió su Nobel “por la lucha contra la opresión de las mujeres en Irán y por promover los derechos humanos y la libertad para todos”. En ella, “el premio reconoce a los cientos de miles que, el año anterior, se han manifestado contra la discriminación”, señaló el Comité en 2023. Un año después, luego de una operación y sin poder caminar, fue regresada a prisión, a cumplir la condena de 12 años que incluían 154 latigazos. En diciembre recibió una salida de tres semanas para recuperarse. El permiso se extendió en pos de contrarrestar la presión internacional, aunque ella tiene antecedentes de haber sido devuelta a prisión en cuanto desliza alguna crítica. Aun así, desde una camilla, en cuanto pudo gritó “¡Mujer, Vida, Libertad!”:

 

 

 

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