Ya no queremos preguntar
La denigración del periodismo y la destrucción del Estado de derecho no indignan al establishment
En mayo del 2012, un mes después de haber lanzado su nuevo programa Periodismo Para Todos (PPT), Jorge Lanata convocó al estudio de Canal 13 a un centenar de periodistas. Según La Nación, el grupo estuvo conformado, entre otros, por Joaquín Morales Solá, Nelson Castro, Fernando Bravo, Marcelo Longobardi, Ricardo Kirschbaum, Eduardo Zunino, María Laura Santillán, Pablo Sirvén, Alfredo Leuco y Magdalena Ruiz Guiñazú.
“Formamos un grupo de periodistas que queremos preguntar, hacer nuestro laburo, y cuando preguntamos, preguntamos en nombre de ustedes. Cuando no nos responden, es un problema de todos” afirmó el conductor, antes de declamar, con entonación somera, “¡Queremos preguntar!”. Detrás suyo se corrió un gran telón y apareció el centenar de invitados, que retomó con ahínco el estribillo. Varios de los periodistas convocados llevaban pancartas impresas, con algunas consigas tan virtuosas como vaporosas: “Conferencias de prensa con preguntas”, “Libre acceso a la información” o “No al escrache de periodistas no oficialistas”. En realidad, la mayor afrenta a la libertad de prensa –que nos colocaba al borde de una dictadura– era, según ese grupo de indignados, la ausencia de conferencias de prensa por parte de CFK.
Mis amigos gorilas también estaban indignados por esa falta, lo que no dejaba de asombrarme ya que era un tema que nunca les había interesado particularmente. De hecho, cada vez que les preguntaba si recordaban alguna conferencia de prensa de Presidentes anteriores, su respuesta era esquiva. Pero la indignación era bien real, y eso es lo que importaba.
Luego de cantar el estribillo de rigor, Lanata le consultó a un emocionado Fernando Bravo qué le preguntaría a la Presidenta. Su respuesta ilustró la autorreferencialidad del ágape: “Le preguntaría qué piensa de este programa que estamos haciendo”. Por su lado, Magdalena Ruiz Guiñazú eligió una pregunta casi metafísica: “¿Por qué, para la Presidenta, el que piensa distinto es un enemigo?”
Volver a imaginar a esos profesionales aguerridos, algunos con carreras relevantes, obligados a entonar el “¡queremos preguntar!” munidos de pancartas impresas distribuidas para la ocasión, genera una inevitable vergüenza ajena.
PPT fue la respuesta mediática del Grupo Clarín al 54% obtenido por CFK en las elecciones del 2011; comicios que ganó en primera vuelta, a casi cuarenta puntos de Hermes Binner, el segundo y hoy olvidado candidato. “Está Cristina y el resto es paisaje” sentenció por aquel entonces Jorge Asís, olvidando que unos pocos meses antes había publicado El kirchnerismo póstumo, un ensayo sobre el final imaginario de esa obstinación política.
Lanata fue el buque insignia de Clarín, y una de las patas de la Santísima Trinidad conformada por los medios, la justicia federal y los servicios, que impulsó lo que hoy llamamos lawfare para desgastar el liderazgo de CFK y terminar con la “anomalía kirchnerista”. Su programa fue una corte de los milagros donde se mezclaban personajes turbios de todo pelaje, que vendían operaciones envueltas con el celofán de la investigación periodística. Hay un hilo rojo entre esas operaciones y el odio explícito que llevó horcas y bolsas mortuorias a la Plaza de Mayo y concluyó con el intento de asesinato a CFK.
Un año después, en 2013, dos de los miembros de aquel alegre coro, Ruiz Guiñazú y Morales Solá, denunciaron al gobierno de CFK ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) por “cercenar” la libertad de expresión y “demonizar” su actividad, además de buscar “eliminar el periodismo”. Viajaron a Washington en representación de un grupo de humoristas integrado por Nelson Castro, Luis Majul, Alfredo Leuco, Mariano Obarrio y Pepe Eliaschev.
Asombrosamente, Morales Solá reconoció que la despenalización del delito de calumnias e injurias llevada a cabo por el gobierno kirchnerista era un paso significativo en la defensa de la libertad de expresión, pero consideró que, en realidad, “el gobierno está reemplazando la condena penal por la condena pública y no sé qué es peor”. Concluyó, no sin cierta valentía: “Prefiero la cárcel al odio y a que el Estado cambie la historia de mi vida”.
Ruiz Guiñazú recordó que “fue sometida a un juicio llamado ético y popular que se desarrolló frente a la Casa de Gobierno a plena luz del día”. En realidad, se refería a una iniciativa de la Asociación Madres de Plaza de Mayo en la que se “condenó” simbólicamente a medios y periodistas por “traición al pueblo” durante la última dictadura militar. Que se tratara de una iniciativa privada, sin participación del gobierno, era sin duda un detalle menor.
Ambos periodistas mencionaron con preocupación el relanzamiento de la investigación judicial referida a la entrega de Papel Prensa a Clarín y La Nación durante la última dictadura cívico-militar y la implementación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, cuya constitucionalidad había sido confirmada por la Corte Suprema apenas un mes antes, luego de años de litigios y trabas. Mencionar ambos casos fue un gesto de honestidad encomiable: la preocupación de los grandes medios de comunicación, con el Grupo Clarín a la cabeza, pasaba por ahí, no por la denuncia de una censura kirchnerista tan preocupante como imaginaria.
Unos meses antes, durante un discurso referido a la Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo (ACUMAR), CFK afirmó en referencia a sus funcionarios: “Sólo hay que tenerle temor a Dios y a mí, un poquito”. Esa frase, dicha en tono liviano, desató una nueva ola de indignación entre nuestros medios serios. Al compararse con Dios, la Presidenta ponía en tensión al sistema republicano y, quién sabe, tal vez auguraba el advenimiento de una dictadura feroz. No olvidemos que para el escritor apocalíptico Marcos Aguinis, la Presidenta era como Adolf Hitler, o incluso peor.
En ese discurso, CFK respondió a las críticas de Paolo Rocca sobre la falta de competitividad de la Argentina, y sobre la esperanza de que eso pudiera cambiar a partir de las elecciones presidenciales del 2015. El titular de Techint se refería a los sueldos, excesivos desde su punto de vista. En ese mismo sentido apuntaban las críticas de Cristiano Rattazzi, retoño bobo de la familia Agnelli y titular de Fiat Argentina. Cristina defendió tanto los sueldos altos como los subsidios, que calificó de ingresos indirectos.
La victoria de Mauricio Macri en 2015 cumplió las expectativas de Rocca y Rattazzi: los sueldos se desplomaron. Una curva descendente que el gobierno del Frente de Todos no pudo remediar y que explica, al menos en parte, la victoria de La Libertad Avanza en 2023, gobierno que continuó con la misma política de pérdida de poder adquisitivo de los ingresos fijos.
Desde que asumió, el Presidente de los Pies de Ninfa se ha dedicado a denigrar al periodismo en su conjunto, rescatando apenas a unos pocos entusiastas. Trata a los periodistas de ensobrados y evita como el ébola las conferencias de prensa, reemplazándolas por intercambios amables en los que no se sabe con certeza quién entrevista a quién. Jony Viale tuvo la amabilidad de develar el procedimiento, al ser guionado en directo por el asesor presidencial Santiago Caputo. El recorte de pauta oficial establecido como una virtud penaliza en particular a los medios con menos recursos propios, mientras el gobierno alimenta a los medios más poderosos a través de sistemas menos transparentes.

El padre de Conan, por otro lado, no sólo amenaza a sus opositores y gobierna por decreto, sino que, a través del DNU 70, ha llevado a cabo una reforma constitucional encubierta, como suele recordarlo el abogado Andrés Gil Domínguez. La semana pasada, intentado tal vez atenuar el escándalo global del Criptogate, buscó meter por la ventana a dos ministros en la Corte Suprema y amenazó al gobernador Axel Kicillof con intervenir su provincia.
Nada de todo eso –incluyendo la ausencia de conferencias de prensa que otrora ilustraba el fin de la república, las instituciones y coso– ha impulsado al periodismo hacia los niveles de furia y rechazo que conocimos durante los dos gobiernos de CFK. No padecemos ningún coro de paparulos mediáticos afirmando querer preguntar, ni leemos acusaciones apocalípticas o comparaciones desquiciadas. Al contrario, los medios limitan sus críticas a las segundas líneas del gobierno, pero preservan la figura del Presidente, a quien a lo sumo consideran mal asesorado o víctima de un exceso de candor, propio de alguien que “no viene de la política”. La evaporación paulatina del Estado de derecho a favor del 0,1% más rico del país no parece generarles indignación alguna, como cuando trataban a CFK de tirana o de escribanía al Congreso de la Nación.
En realidad, pagamos un precio desmesurado para confirmar lo que siempre supimos: a nuestro establishment no le importan ni las instituciones, ni las formas rudas, ni la corrupción. Son sólo instrumentos para desgastar gobiernos populares que se desactivan apenas el peronismo –hoy circunstancialmente kirchnerismo– vuelve al llano.
Ocurre que enriquecer a los más ricos a costa del bienestar material de las mayorías es la forma más eficaz de aletargar el músculo republicano en este país. Hacer lo contrario trasforma a un gobernante en tirano.
Tirano imaginario, pero tirano al fin.
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