El club de los suicidas

La Unión Europea en “offside”

 

El deshielo entre Estados Unidos y Rusia se escenificó en Riad, y sin necesidad del clima de los desiertos sauditas, sino a través del trabajo de los dos equipos que prepararon en absoluto secreto este primer round de conversaciones.

Estados Unidos nombró un team para el encuentro, del que llamativamente no forma parte el general Kellog. Las malas lenguas sugieren que fue un pedido de Putin, quien probablemente no ha digerido los discursos de Kellog sobre las sanciones petrolíferas a Rusia.

Evidentemente, el clima de las personas era óptimo, sobre todo después de la liberación por parte de Moscú del ciudadano americano Marc Fogel, arrestado en 2021  y condenado a 14 años de prisión por tenencia de marihuana para uso terapéutico.

En Politico.eu, los periodistas Andrei Soldatov e Irina Borogan firmaron un artículo con el título: “Qué quiere verdaderamente Putin”. La respuesta es clara: el reconocimiento de Rusia como potencia a la par de Estados Unidos. En el despacho donde se sentaron las dos delegaciones había solo rusos y americanos; el diario ruso Kommersant, el más importante del país, tituló en primera página, como era de esperarse, “El triunfo de Putin”; en cambio, el Wall Street Journal, como era de esperarse, escribió: “Rehabilitación difícil de digerir”.

Trump ha apretado el acelerador hasta llegar a atacar a Zelensky, al que llamó “dictador”, “cómico mediocre” y otros insultos, con lo que puso en evidencia la ruptura entre Washington y Kiev.

Esta aceleración ha dejado al descubierto a la dirigencia europea, que parece no salir de su asombro ante el viraje del “aliado” que ya ha enunciado la misión que le espera a Europa: en palabras pobres, pagar los gastos y construirse una defensa autónoma aun dentro de la OTAN; por ahora, de las siete bases de la organización, cinco están bajo mando americano. Será importante la reunión de la OTAN en abril para observar el desarrollo de las relaciones.

En la ecuación europea no existen las palabras “imperialismo”, “potencia hegemónica” o “república imperial”, como denominaba Octavio Paz a Estados Unidos; para ellos Trump es el mal, la encarnación de una pesadilla (como ha escrito un editorialista del Corriere della Sera). Evidentemente, estaban cómodos con Biden, cómplice del genocidio de Gaza; ahora, frente a una paz posible, se sienten desorientados.

Pero ninguno podrá decir que no estaban avisados del eventual retiro americano del campo; no sabemos si es una técnica consolidada o destino, pero sucede. Lo contamos en El Cohete a la Luna en donde citamos el artículo del profesor Wolfgang Streeck publicado en el Frankfurter Rundschau del 2 de febrero de 2024.

La llamada telefónica entre Trump y Putin confirmó dos cosas: que los dos gobiernos estaban desarrollando contactos secretos y lo más importante (y que todos sabíamos), que esta es una guerra por procura dirigida por los americanos.

Putin siempre quiso negociar con Estados Unidos porque sabía que de ellos dependía la guerra y la paz. Había perdido rápidamente las esperanzas de que llegara de los europeos alguna propuesta de negociación; al contrario, la línea belicosa sostenida por la OTAN recibió el apoyo de varias resoluciones del Parlamento Europeo a partir del 6 de octubre de 2022, cuando explicaba que “la ayuda fraterna” otorgada a Ucrania con toda clase de armamentos apuntaba a “recuperar el pleno control de todo el territorio dentro de las fronteras reconocidas por el derecho internacional”, lo que incluía el Donbass y Crimea.

El apoyo prosiguió con la resolución del 16 de febrero de 2023, cuando se reafirmaba que “el objetivo principal de Ucrania era vencer la guerra contra Rusia”, subrayando que se trataba de la capacidad de Ucrania de expulsar al enemigo y sus aliados del territorio reconocido a nivel internacional. Poco después, el 29 de febrero, se relanzaba el objetivo de “conseguir la victoria”, precisando que esto solo podría realizarse a través del abastecimiento continuo y en constante aumento de todo tipo de armas convencionales.

El 17 de julio de 2024, el Parlamento Europeo declaraba “irreversible” el proceso de adhesión de Ucrania a la OTAN, declaración que se reafirmó el 29 de noviembre con una nueva resolución. Es interesante notar la subida de tono de estas declaraciones, que acompañaban el avance de las tropas rusas en territorio ucraniano, y delataban una desconexión con la realidad del campo de batalla.

Pero la dirigencia europea sabía perfectamente que el motivo de la guerra para Rusia no era la ambición de apoderarse de Ucrania (y llegar hasta Lisboa, como sostenía parte de la prensa), sino la adhesión de este país a la OTAN, y lo explicitó claramente el entonces secretario de la OTAN, Stoltenberg, en una audición en el Parlamento Europeo el 7 de septiembre de 2023, donde admitió que Rusia había querido negociar poniendo como precondición para no invadir Ucrania el bloqueo de posteriores extensiones de la OTAN.

Europa y la OTAN prefirieron la guerra a la negociación.

En noviembre de 2022, el general Mark Milley, jefe de Estado Mayor americano, declaró que ni Ucrania ni Rusia podrían vencer la guerra, y que el conflicto terminaría en una mesa de negociaciones, y no era un diagnóstico solitario; varios expertos en cuestiones militares coincidían con Milley.

En los últimos meses, y frente a la irreversibilidad del avance ruso, se fue abriendo paso la idea que había dibujado Milley. Zelensky también declaró que estaba dispuesto a negociar con Putin, pero aquí surge una nueva expresión: la “paz justa”. Una canción repetida por Zelensky y los socios europeos, que esconde, y no mucho, la idea de que Ucrania no deberá sufrir mutilaciones territoriales; una vez más, la distancia entre realidad y ensueño se hace presente. Las guerras se terminan con acuerdos posibles; la paz que se consigue es una “paz posible”, como lo ha explicado Alberto Negri, editorialista de Il Manifesto y sin dudas el mejor analista de la prensa italiana.

China ha visto positivamente la iniciativa de Trump. En la conferencia de Munich, el ministro de Relaciones Exteriores, Wang Yi, declaró el viernes 14 que su país apoya el proceso de paz en el que todas las partes deberían participar en el momento oportuno.

 

 

La cumbre de la desesperación   

Es conocida la frase “si no te invitan a la mesa, eres parte del menú”, sensación confirmada por las despreciativas palabras de Vance en Múnich que mandaron en cortocircuito la dirigencia europea. Después del desconcierto inicial, fue Macron el que decidió asumir el rol de líder frente a la emergencia. A toda prisa convocó a París al grupo principal de países de la UE y al Primer Ministro británico a una reunión el pasado lunes 17. Algún analista la ha llamado “La cumbre de la desesperación”, donde circularon  propuestas delirantes como la de crear una fuerza de peacekeeping para enviar a Ucrania, donde participarían Inglaterra y Francia.

Hay una parte de la política europea que rechaza cualquier posibilidad de negociación con Rusia. Una expresión de ese rechazo es la del diputado socialista francés Raphaël Glucksmann, saboteador del Front Populaire desde adentro en ocasión de la moción de censura presentada contra el gobierno Bayrou por la France Insoumise: “Para Ucrania y Occidente es una catástrofe porque a Trump sólo le interesan las tierras raras de Ucrania y está disponible a aceptar las peticiones de Putin. La conferencia de Múnich tiene la fuerza de un símbolo: una rendición, como en 1938. El fin de Occidente tal como lo hemos conocido”.

Glucksmann recita el típico discurso que hemos escuchado hasta el cansancio, de un lado: “Putin no ha vencido en el campo de batalla, los juegos están abiertos pese a los pocos kilómetros conseguidos mes tras mes”, o sea que Rusia no consigue imponerse ni siquiera contra Ucrania porque es débil o ineficiente; pero sucesivamente insiste: “[Putin] nos arrasará a todos”, contradiciéndose a sí mismo; lo importante es agitar “el peligro que amenaza desde Oriente”, y sigue: “Si no hacemos algo, no se detendrá”; ese “hacer algo” es continuar con el flujo de armas a Kiev para que la guerra no se detenga, omitiendo que el problema de Ucrania es la falta de hombres y no de armas.

La señora Meloni, a raíz de la pirueta trumpiana, ha quedado notablemente expuesta; debe mantener los pies apoyados en las dos orillas del río, Bruselas y Washington. Fue la última en llegar a la “Cumbre de la desesperación” de París y su proyecto de servir de puente entre Trump y la Unión Europea se ha visto velozmente oscurecido por el vitalismo de Macron.

Otra novedad en el área italiana fue la declaración de Giuseppe Conte a raíz de la iniciativa americana: “Trump, con rudeza, ha desenmascarado la propaganda belicista de Occidente sobre Ucrania y puso en claro lo que el Movimiento 5 Estrellas sostiene desde hace tres años: derrotar a Rusia no era realista”. Esta posición pone en entredicho la eventual alianza con el Partido Democrático, firme sostenedor, en cambio, del envío de armas a Ucrania.

El otro lema de los enemigos de la cumbre de Riad fue: “Ningún acuerdo de espaldas a Ucrania y Europa”. Por el momento se han escuchado declaraciones de los americanos que manifiestan que los dos excluidos en este comienzo bilateral serán llamados, oportunamente.

Los europeos también acusan a Estados Unidos de querer apoderarse de las riquezas del subsuelo ucraniano; Trump pone como excusa el sostén americano de tres años de guerra. Pero esto también se sabía y lo contamos en El Cohete, en donde aludimos al discurso del congresista americano de North Carolina, Lindsey Graham.

Es evidente que el subsuelo ucraniano está en la mira de los americanos. Existen en Ucrania cerca de 20.000 depósitos de al menos 116 tipos diversos de minerales, incluyendo las tierras raras, sobre todo en las regiones de Donetsk y Luhansk, ocupadas por el ejército ruso, la primera aproximadamente el 70% y la segunda completamente, en tanto el ejército ruso avanza hacia un gran yacimiento de litio en la región de Donetsk, en las inmediaciones de Pokrovsk, mientras que ya tienen bajo control el yacimiento de Krouta Balka, en la parte meridional de Zaporizia.

Ucrania es uno de los diez primeros productores de minerales. Abastece el 5 % de la producción mundial, según Ceenergy. Sus reservas estratégicas son titanio, litio, berilio, manganeso y uranio. Según los datos publicados por la sociedad Denton, Ucrania posee las mayores reservas de titanio en Europa y el 7% de las reservas mundiales; es también el quinto productor de galio, metal imprescindible para los conductores LED; fundamental también el aporte de neón para la producción de chips en Estados Unidos. Kiev contribuye además con el 43% del laminado de acero que importa la UE, y cuenta con reservas importantes de ferro y manganeso, cruciales para la producción de acero verde.

El apetito por las reservas minerales se intensifica, ya que China el 3 de febrero anunció la implementación de controles a las exportaciones de tungsteno, telurio, bismuto, indio y molibdeno; los controles son la respuesta a los aranceles del 10% impuestos por Trump y el fondo de la medida es dificultar o retardar la entrega de material a las empresas americanas que son clientes habituales de China.  

Las cifras que esgrime Trump como débito de Ucrania en favor de Estados Unidos son variables y, se teme, dependen del humor del momento; las presiones americanas para obtener un acuerdo con Ucrania a cambio de armas y sostén económico han sido duramente criticadas por el canciller Olaf Scholz, quien considera “egoísta utilizar dichos recursos para financiar la defensa. Las reservas minerales deberían ser utilizadas para la reconstrucción del país en la posguerra”.

Macron se postula como líder de un eventual retorno de la UE al gran juego, pero es demasiado pronto para hacer pronósticos. Hasta el momento, los únicos puntos firmes enunciados por los propios americanos son que Ucrania no recuperará sus territorios y que su ingreso en la OTAN es imposible. Podrían retornar a una mesa de negociaciones si el sistema de seguridad integral que desde hace años solicita Putin encontrara una respuesta, ya que Europa no podría estar ausente de un acuerdo de semejantes proporciones.

 

 

Seducidos y abandonados

La dirigencia europea, a partir del cambio orquestado por Estados Unidos, se ha lanzado en una serie de declaraciones que aluden a consideraciones del tipo “canceladas de un golpe 80 años de relaciones euroatlánticas”, al carácter autoritario del régimen ruso (lo cual es cierto) y al camino similar que ha emprendido Trump en Estados Unidos (que parece evidente). Pero en el espacio de las relaciones entre Estados, la moralina y la descalificación ética no funcionan, son fútiles desahogos autoconsolatorios.

En estos discursos de novias abandonadas están ausentes los pactos de Minsk firmados en mala fe por Francia y Alemania, como declaró la señora Merkel; ha desaparecido el Batallón Azov; no se menciona la gestión de Naftali Bennett, Primer Ministro de Israel convocado por Putin después de la invasión para llegar a un acuerdo con Zelensky; nadie se recuerda de los acuerdos de Estambul a los que faltaba solo la firma de las delegaciones para detener las acciones bélicas, saboteados por Boris Johnson.

En este crescendo de declaraciones bélicas enmascaradas como reclamos de paz, los europeos se han distinguido por renunciar a cualquier iniciativa tendiente a detener la guerra en la frontera oriental, han dejado que la política exterior de sus países fuese dictada por la OTAN, han contribuido a enviar al matadero a miles de ciudadanos ucranios que son las víctimas más señaladas de esta guerra. Han actuado contra los mismos intereses europeos comprando gas licuado y armas a Estados Unidos con consecuencias depresivas para la producción europea por el aumento de costos.

Y Alemania, otrora respetada potencia, ha permanecido en silencio después del sabotaje del gasoducto Nord Stream como si la cuestión fuera ajena a los intereses de su país.

Esta dirigencia ha construido con paciencia y devoción su suicidio político, pero atención, de allí no pasará, ya que su brújula es la supervivencia; estos tipos emigrarán de la esfera pública a la privada con naturalidad porque siempre caen parados, como Stoltenberg, que ha aterrizado velozmente en la presidencia del comité directivo del Club Bilderberg. Los veremos en los consejos de grandes empresas o como CEO de la nueva realidad económica, o peor aún, escribiendo sus memorias.

Han actuado durante décadas como complacientes servidores; no se puede pretender que, cuando cambia el viento, sean tratados como estadistas.

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 8.000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 10.000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 15.000/mes al Cohete hace click aquí