CUANDO LA MENTIRA ES LA VERDAD
Una reedición de "1984", ilustrada por Luis Scafati y traducida por Ariel Dilon
Winston Smith apenas alcanza la condición de cuarentón, vive en un séptimo piso por escalera (el ascensor hace años no funciona) a un kilómetro de su trabajo en el Ministerio de la Verdad, oficialmente responsable de las noticias, el entretenimiento, la educación y las bellas artes. Luce una figura esmirriada, frágil, con un atisbo de dolor atribuido a una úlcera varicosa sobre el tobillo derecho. El pelo rubio destaca un rostro áspero, rojizo por las hojas de afeitar desafiladas y el jabón basto. Como todos los funcionarios del Partido, lleva un overol azul de tono desapacible, como el cielo urbano, opacado por el humo y el polvo calzados como un lúgubre sombrero sobre Londres, ciudad principal de la Franja Aérea Uno, tercera provincia más populosa de Oceanía, con el dólar como moneda e curso legal. Frío y radiante tras la bruma, al mediodía de esa jornada de abril ingresa en el edificio Victoria (todo allí se llamaba Victoria, no por alguna reina ya borrada de los manuales sino por un futuro triunfo bélico), a oscuras por un corte programado de luz, parte del plan de ahorro destinado a la próxima Semana del Odio. Ya en su monoambiente, se sienta en lo que sabe un punto ciego fuera del alcance de las telepantallas que ven y escuchan lo que sucede en cada lugar, a toda hora. Extrae de un cajón la libreta en la que aspira a escribir algo, un diario, frases sueltas, lo que sea. Teme ser descubierto por la Policía del Pensamiento pese a estar fuera del alcance de las telepantallas, aunque no de los helicópteros que rastrillan con binoculares las ventanas. Podría ser arrestado, acusado de ideocrimen, lo cual acarrea prisión, golpiza, tortura, trabajos forzados, balazo en la nuca, vaporizado.

La tarea de Winston Smith en el Ministerio consiste en redactar lo que se le ordena, reescribir aquello que acaba de ser tachado. Incluyendo principalmente la Historia, grande o pequeña, universal o doméstica: un día se anuncia que la ración de chocolate se reducirá a veinte gramos semanales. Al día siguiente, que se aumenta a veinte gramos semanales. “¿Podría ser —reflexiona Winston— que se tragasen aquello tan solo veinticuatro horas después? Sí, se lo tragaban”. Pues el slogan del Partido reza “Quien controla el pasado, controla el futuro; quien controla el presente, controla el pasado”. La verdad es desde siempre y para siempre, “así de simple. Todo lo que se necesitaba era una interminable serie de victorias sobre la propia memoria. ‘Control de realidad’ lo llamaban; en parlanueva, ‘doblepensar’”. Laberíntico mundo del “saber y no saber, tener conciencia de una veracidad total mientras se decían mentiras cuidadosamente elaboradas; sostener simultáneamente dos opiniones que se cancelaban entre sí, saberlas contradictorias y creer en las dos; emplear la lógica en contra de la lógica (…), creer que la democracia era imposible y que el Partido era el guardián de la democracia”. En los parques, las avenidas, en los muros de los edificios, en las telepantallas, el dogma se sintetiza:
LA GUERRA ES PAZ
LA LIBERTAD ES ESCLAVITUD
LA IGNORANCIA ES FUERZA
No es improbable que el ávido lector de El Cohete a la Luna haya alguna vez leído la última novela de George Orwell (India, 1903 - Londres, 1950). Escrita a finales de 1945, apenas finalizada la Segunda Guerra Mundial, 1984 se publica poco después de su otra celebrada “antiutopía”, Rebelión en la granja. Tan o más política que la anterior, ambas obras engrosan injustamente los anaqueles de literatura fantástica o ciencia ficción, escamoteando su condición de denuncia, manifiesto, prospección histórica y sociológica. Reservorio a la vez del ideario socialista enarbolado por el autor, su condición metafórica describe los eventuales efectos de la degradación del capitalismo en tiempos de redestribución del poder económico y político local y mundial: el líder británico vencedor del fascismo, Winston Churchill, en la cima de su popularidad, no obstante pierde las primeras elecciones en tiempos de paz. El mapa mundial se modifica en forma radical, comienza la Guerra Fría; el bloque socialista surge como archienemigo del liberalismo capitalista, con los Estados Unidos al frente.

Una atmósfera de euforia victoriosa y destrucción cobija la creación de 1984 con un protagonista de nombre acorde, aristocrático y poderoso, Winston, y un apellido por demás plebeyo, Smith. Ilustran una división de clases que, en el libro, se expresa entre los miembros del Partido exterior —los jerarcas—, los del Partido interior —funcionarios— y los “proletas” —masa trabajadora marginal—. A diferencia de las narrativas fantásticas en las cuales el juego dramático propone articuladores sin demasiada rigurosidad, Orwell desenvuelve una trama sin dejar escapar ningún conector lógico, tecnocrático o político. En esa vía compone tres libros en uno: el relato vivencial de los personajes ensayando alguna resistencia, el volumen clandestino atribuido al archienemigo Emmanuel Goldstein caracterizando al régimen despótico, y “Los principios de la parlanueva”, manual de una nueva lengua oficial propugnada por el poder dominante “para satisfacer las necesidades del Socing, Socialismo Inglés”, eufemismo con el que se autoproclama el poder dominante. Joya de la semiología ideológica dedicada a expresar “la visión del mundo y los hábitos mentales propios de los devotos del Socing”, así como a “volver imposible otra manera de pensar”. La instancia del amor como contrapartida del odio, por su parte, en el relato queda desplazada a la condición de condimento de otras instancias organizativas prioritarias.
Para este conjunto, el autor despliega una escritura precisa, sin fisuras, de lectura exquisita aún al embarcarse en situaciones escabrosas. En esta reedición de más de trescientas cincuenta páginas, dos factores engalanan la lectura: la prolijísima traducción de Ariel Dilon (Buenos Aires, 1964), respetuosa de la tercera persona del original, llevada a un castellano fluido, accesible, dinámico. En la misma alude al “Hermano Mayor” que todo lo ve y todo lo escucha, misteriosa cabeza del régimen, acaso evitando el “Gran Hermano” propio del actual show televisivo de freaks, tan en boga. Y también las ilustraciones del genial artista plástico Luis Scafati (Mendoza, 1947), presentes cada tres o cuatro páginas en un blanco y negro rotundo, con imágenes intensas, sin escatimar el plumín ni, en algunas ocasiones, el collage.
Libro indispensable, un clásico, digno de relectura al menos una vez por década, trae el presente una perspectiva del poder reinante cuyos rasgos y manipulaciones se reciclan en forma constante bajo diversas modalidades de represión, control ideológico e impunidad. Probablemente por eso mismo en las redes antisociales ha surgido un post anónimo que grafica estas contingencias. Valiéndose de los círculos eulerianos con que se imparte en la escuela la teoría de conjuntos, 1984 figura en espacio propio. A su diestra Fahrenheit 451 (Ray Bradbury, 1953), la epopeya de los bomberos quemadores de libros; debajo de éste La naranja mecánica (Anthony Burgess, 1962) novela y film de violencia y sobreadaptación, con Un mundo feliz (Aldous Huxley, 1932), la historia de una sociedad controlada a través de las drogas, a su lado. Y en el centro, en la confluencia del cuarteto, la leyenda “Usted está aquí”.
FICHA TÉCNICA
1984
George Orwell
Ilustraciones de Luis Scafati
Traducción de Ariel Dilon
Buenos Aires, 2024
352 páginas
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