“Dile a la gente que los homosexuales pueden ser valientes”.
Willem Arondeus, gay que atentó contra los nazis
Durante el régimen de terror nazi, hubo homosexuales que escondieron a judíos o se unieron a la resistencia con un valor que trascendió por décadas. Un caso emblemático es el de quienes atentaron contra un ente estatal en Ámsterdam, lo que pagaron con sus vidas.
Es que desde julio de 1942, cuando comenzaron las deportaciones de judíos hacia los campos de exterminio, la población solidaria neerlandesa escondió a 25.000 de los 140.000 judíos residentes en los Países Bajos; les procuraban alimentos y documentos falsos.
Unos y otros enfrentaban un problema: los DNI truchos podían ser descubiertos si eran comparados con los datos registrados en la Oficina de Empadronamiento. Así que planearon asaltar ese edificio y quemarle sus registros. El 27 de marzo de 1943, lograron destruir 800.000 documentos (15%) e inutilizaron el sistema que verificaría el resto.
Quizás el éxito los hizo irse de boca o la necesidad de mostrar su orgullo. Descubiertos, quien iba al frente con un arma, Willem Arondeus, asumió toda la responsabilidad. Antes de su ejecución, se aseguró de que se supiera que otros dos de la docena que lo acompañaba compartían su condición homosexual. Con la frente alta, profirió la frase que inicia esta nota.
Desde los 18 años, llevaba 30 sin ver a su familia, que le había dado la espalda porque no podía ni sabía cómo aceptar su desafío a las costumbres machistas de un país que, desde 1871, tenía un artículo 175 del Código Penal que prohibía las relaciones entre hombres —dos millones las practicaban— y cuyo incumplimiento devino en el arresto de 100.000 varones, de los cuales, 53.400 terminaron condenados.
Alemania había ilegalizado la homosexualidad desde antes de los nazis, por considerarla una aberración contraria al principio de la expansión de la raza aria en el marco de una vida familiar “normal”.
Desde Bolivia
Otro gay que enfrentó a Hitler lo hizo desde dentro del régimen.
Ernst Röhm, un ex veterano de la Gran Guerra, que sirvió como oficial en Bolivia (1928-1930), a su regreso de Sudamérica encabezó la SA de camisas pardas, una fuerza de choque parapolicial. Creía que su condición homosexual no contradecía su adhesión ultraderechista. Así le fue. Al año siguiente de la toma del gobierno, fue asesinado en la Noche de los Cuchillos Largos (junio/julio de 1934).
Lo mismo hicieron con otros mandos de las SA, como Edmund Heines, de quien informaron que había sido hallado en la cama con un soldado de 18 años, por lo que los ejecutaron en el acto, al igual que a otros 300 SA, entre los que había varios homosexuales.
Contra ese telón prejuicioso justificaron la purga que el propagandista Joseph Goebbels postularía como campaña moral, con el beneplácito de parte de la sociedad. La homosexualidad fue usada para justificar una medida política que permitiera concentrar poder. Noventa años después, en comparación con aquella purga, Ramiro Marra y sus antecesores la sacarían barata.
Mantuvieron la opción sexual de Röhm en secreto hasta que la develó un periódico de izquierda. Aun así lo bancaron porque sus tres millones de partidarios eran votos necesarios. Conseguido el gobierno, se deshicieron de él, entre cientos más.
Röhm había defendido la violencia como herramienta para obtener objetivos políticos. No sólo en el antifascismo había homosexuales corajudos de armas tomar.
La represión avanza
Así como castigaron a los suyos, también a los opositores: la policía Gestapo confeccionó “Listas Rosas” de quienes se identificaban como gays, obligó a los detenidos a delatar, tomó nombres de agendas, confiscó listas de abonados a revistas, cayó sobre bares y clubes específicos. Disolvieron las asociaciones gays; señalaron a disidentes políticos y sacerdotes para cargar contra ellos; a cientos les ofrecieron castraciones “voluntarias” a cambio de liberarlos.
En 1933, vandalizaron el Instituto de Ciencias Sexuales (que cerrarían) de Magnus Hirschfeld, cuyos escritos tiraron a una hoguera de libros. En 1935, ampliaron la lista de conductas sexuales tipificadas en el artículo 175. En 1936, las SS establecieron una Oficina Central del Reich para el Combate de la Homosexualidad (y el Aborto).
A partir de la década siguiente, enviaron a decenas de miles de “homosexuales” a campos de concentración, identificados con un triángulo rosa, para ser humillados, torturados, sometidos a experimentos, a castraciones forzadas. La Crónica del Holocausto estima entre 5.000 y 15.000 los asesinados de estos grupos detrás de aquellas alambradas.
La posguerra sucia
Tras la liberación de los campos en 1945, los prisioneros de triángulos rosas siguieron marginados. Muchos condenados por violar el artículo 175 permanecieron presos. Decenas de miles más fueron presos en la posguerra por esa norma que regiría hasta 1969.
Recién en la década de 1990, el gobierno reconoció a las víctimas homosexuales; derogó las condenas nazis, estipuló indemnizaciones (2002) e inauguró el Monumento a los Homosexuales Perseguidos en el Nazismo (2008) en Berlín, cuando llegó a ser alcalde un gay.
El último conocido sobreviviente de un campo (Buchenwald) fue Rudolf Brazda, autor de un libro sobre los triángulos rosas. Murió en 2011.
Otro arrestado, como un chico que a los 17 años fue llevado de su casa por la Policía, brindó su testimonio para la TV alemana en 2017.
Para quienes deseen seguir los debates en inglés, hay material del Museo del Holocausto de Estados Unidos.
En la Argentina
La nueva estrategia distractiva a cargo del Poder Ejecutivo Nacional (PEN) contradice el interés del Museo del Holocausto, que en 2020 abordó de modo crítico la represión nazi a la homosexualidad, como puede corroborarse en el siguiente video a cargo del profesor Bruno Garbari, referente de contenidos del Museo del Holocausto de Buenos Aires.
Dos años después, fue el Centro Sefarad-Israel quien unió por teleconferencia a España con la Argentina en una mesa redonda que analizó la situación del colectivo LGBTIQ+ antes, durante y después de la Shoá, en pos de “ofrecer herramientas y claves para la enseñanza del Holocausto desde una perspectiva de género”.
En la misma tradición que el neerlandés, el argentino Carlos Jáuregui hubiese repetido que “en una sociedad que nos educa para la vergüenza, el orgullo es una respuesta política”.
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