Aún lejos de unas trumponomics
El líder de Estados Unidos necesita tiempo para afirmar, o no, el nuevo paradigma de las derechas extremas
Al final de su novela Píldora roja, Hari Kunzru recrea el clima de terrorífica desazón que sufren el protagonista, familiares y amigos cuando, en noviembre de 2016, Donald Trump derrota a Hillary Clinton. Reunidos en su casa con el champagne ya bien frappé, a medida que se conocen los resultados electorales cada uno pone violín en bolsa y se va cabizbajo hacia su morada antes de que anochezca en demasía, uno más angustiado que el de al lado. Como en otro famoso libro, Soy leyenda (Richard Matheson, 1954), donde el protagonista que resume la sobrevivencia de la humanidad a un cataclismo se encierra en su casa noche tras noche para estar a resguardo de zombis, el escritor psicótico del relato de Kunrzu cree que “se viene la noche (trumpista)” y asoma un rebrote de su enfermedad paranoica, tal el trasfondo de un libro que alude a la emergencia de las nuevas y extremas derechas reaccionarias.
Pero después de todo, la primera experiencia presidencial del magnate estadounidense no fue para tanto. Claro: excepto para los casi 1,2 millones de muertos de Covid-19, entre otros que sufrieron por distintas razones las políticas trumpistas traducidas en violencia de las armas libres, suicidios por falta de políticas sanitarias y el flagelo de las drogas en una sociedad adicta, o los migrantes deportados, entre varias causas más. Estados Unidos fue el país con mayor cantidad de víctimas fatales de la pandemia, seguido por Brasil, también liderado entonces por un negacionista de las vacunas como Jair Bolsonaro.
No sabemos qué fue de la vida del atormentado académico inventado por Kunzru, pero ante los anuncios y primeras medidas de Trump en su segunda experiencia en la Casa Blanca, quizá ahora sí, si resultan en más nueces que ruido, se justifique temer ciertas calamidades. Por ejemplo, ¿cómo sería una nueva pandemia? Porque el secretario de Salud que eligió el mandatario estadounidense es un Kennedy de los que no cree, como su jefe, en el valor científico de las vacunas. En materia económica, ambiental o de política exterior, ¿esta segunda vuelta preanuncia un caos sistémico?, ¿podrá consolidar o no el nuevo paradigma que buscan las derechas radicalizadas del siglo XXI, furiosa reacción de un Occidente decadente?
En la década de 1980, otro mandatario perteneciente al (y asimismo con cierta ajenidad a la burocracia del) Partido Republicano, Ronald Reagan, fue el abanderado de la ideología que fue dejando atrás el modelo keynesiano de Occidente, que por cierto arrojó como saldo muchos mejores resultados en comparación con todo lo que vino luego. Junto con otros líderes como la británica Margaret Thatcher o el menos rutilante alemán Helmut Kohl, respaldados y empujados por diversos ideólogos de universidades y centros de estudios ultraconservadores, Reagan y los suyos fueron dando forma a lo que luego sería conocido como neoliberalismo. Hay analistas que ven en América Latina, más precisamente en el Chile de la dictadura pinochetista, el germen iniciático de ese experimento monetarista, que en la Argentina no pudieron repetir con igual suceso Martínez de Hoz y Adolfo Diz. Habrá que ver si este trumpismo logra la fama de las reaganomics, para lo cual falta que recorra un trecho, pero en cuanto a antecedentes en el Cono Sur ya se anota el megalómano Javier Milei, a quien de todos modos y en el peor de los casos le falta mucho para equipararse a la revolución neoliberal que hicieron los Chicago boys trasandinos.
Reaganomics vs. trumpanomics
Reagan tuvo como eje de su política económica un incremento sideral de los gastos militares (para de paso, en política exterior, terminar con la Unión Soviética mediante el forzamiento de una carrera armamentística e “inter galáctica”, cosa que logró, aunque no solo por esa razón). También mantuvo fuertes ajustes del presupuesto y de las regulaciones del Estado, aplicó reducciones impositivas para las grandes empresas, rentas y patrimonios, y siguió una estricta política monetaria como ancla antinflacionaria. El gasto público, el sostén de la demanda y el activismo del Estado habían sido las claves del keynesianismo y el objeto principal de ataque de los Reagan y las Thatcher. El neoliberalismo, apoyado por un andamiaje mediático y de penetración cultural gigantesco, por los votos o por las botas cuando fue necesario, logró conquistar gran parte del mundo y fue el rasgo saliente del sistema político y económico de Occidente y alrededores hasta bien entrado el siglo XXI.
Es obvio que es muy pronto para saber si los nuevos paradigmas que encarna Trump, junto con otro puñado de encolerizados presidentes, van a cristalizar en un escenario estable y, a su modo e intereses, exitoso, como fue el período de mayor expansión neoliberal. Es decir, si lograrán imponerse las agendas ultraliberales, reaccionarias en términos de derechos colectivos y sociales, con estrategias económicas y empresariales completamente desreguladas, o más bien reguladas en favor de los capitales más concentrados, y con un poder ilimitado otorgado a los nuevos barones multibillonarios que han sido bautizados con distintos nombres, por ejemplo tecnofeudales. Da la sensación de que será más difícil. Puede parecer que no hay resistencia organizada a esa propuesta de caos, pero es difícil pensar que la magnitud de varias de las propuestas del trumpismo y sus semejantes no vaya generando opciones, resistencias, alternativas. Por cierto, en el nivel geopolítico, lo que emerge como contrapeso en torno a los BRICS es un ejemplo palpable de otro horizonte civilizatorio posible, aun con sus contradicciones y el gradualismo que ha decidido como táctica.
Hasta ahora, las primeras medidas de Trump pueden evaluarse mediante sus capítulos principales. No sorprendieron, pero una cosa era escucharlas en campaña y otra verlas en el ejercicio de la presidencia de la primera potencia mundial.
Agenda antiderechos (si no sos rico)
En materia de derechos humanos, las órdenes ejecutivas implementadas desde el primer día en el Salón Oval preocuparon a diversas organizaciones como Amnistía Internacional, Human Rights Watch y gobiernos extranjeros. Por ejemplo, la predilección de Trump por impulsar sentencias de muerte, por expulsar a inmigrantes, el retiro de la Organización Mundial de la Salud que afecta la posibilidad de coordinar acciones globales en el sector y aun dentro de las propias fronteras de Estados Unidos, un país con enormes problemas de salud pública, adicciones, etc.; la restauración de lo que llamó la “verdad biológica”, esto es una orden ejecutiva que establece que solo se reconocerán los géneros masculino y femenino, borrándose el resto de identidades de género; un aval a la desinformación que fluye por las redes sociales, quitando restricciones en favor de una supuesta “libertad de expresión”; un reajuste del programa de admisión de personas refugiadas o el retiro de la nacionalidad a las personas nacidas en Estados Unidos cuyos progenitores no tengan permiso de residencia en el país o cuya estancia sea solo temporal, entre otras medidas ya ordenadas. El miércoles último, además, anuló la extensión del programa TPS que ofrecía protección a migrantes y anunció que, en cambio, abrirá una nueva cárcel para ellos en Guantánamo, en territorio que Estados Unidos usurpa a Cuba hace años y donde se han violado sistemáticamente derechos humanos.
En términos ambientales, el anuncio más importante de Trump ha sido el retiro por parte de su país del acuerdo climático de París (como ya hizo en su anterior administración, lo cual había revertido temporalmente el Presidente Joe Biden) y la vía libre para las tradicionales empresas petroleras. "Drill, baby, drill!" (Perfora, chico, perfora) dijo Trump, rememorando una frase usada en 2008 por un gobernador republicano de Maryland durante la Convención partidaria de ese año.
Diplomacia del garrote
En la esfera de la política exterior, la primera gira del secretario de Estado Marco Rubio ha señalado a Centroamérica en el mapa. Por un lado, es obviamente el primer círculo de lo que Estados Unidos entiende como su “patio trasero”, con un gobierno que adhiere en toda la línea a la vieja y obsoleta Doctrina Monroe. Habría por tanto razones de “seguridad”. Pero también es una de las áreas donde la República Popular China ha cobrado más presencia, incluso desplazando a Taiwán del reconocimiento diplomático de varios países del área, y donde Trump ha anunciado una de sus más estridentes amenazas recientes: “recuperar” el Canal de Panamá, país que será el centro de la atención de la gira de Rubio y donde hay tres puertos controlados por empresas de capitales chinos. Previo al viaje del canciller norteamericano, en Honduras, que ejerce la presidencia temporal de la CELAC, su Presidente Xiomara Castro convocó de urgencia a una reunión del bloque, que bien haría en rearmarse y fijar una estrategia regional al menos en cuestiones básicas de soberanía. Pero la oposición de los gobiernos alineados con Washington, principalmente la Argentina, truncaron el encuentro, que requiere consenso. La Argentina será, como se veía venir, el mascarón de proa del trumpismo en la región.
La República Popular China, desde ya, será central en la agenda diplomática de Trump, como lo ha sido de todos los últimos gobiernos estadounidenses. Es el gran rival estratégico. Además de una posible remake de la guerra tarifaria como en su anterior administración, con anunciada suba de aranceles frente a un déficit comercial que no ceja (entre 300 y 400.000 millones de dólares anuales en la post pandemia), Estados Unidos enfrenta la batalla tecnológica, cuyo último capítulo fue la irrupción en el mercado de la Inteligencia Artificial (IA) de la empresa china DeepSeek. Su tecnología de código abierto puso en jaque el liderazgo estadounidense en el sector y el lunes 27 de enero las acciones de empresas que cotizan en Nueva York como Nvidia y otras tuvieron pérdidas jamás vistas en una sola rueda.
Esto puso un poco en ridículo, o al menos en guardia, el Stargate Project que había anunciado Estados Unidos, con una inversión de medio billón de dólares (más que todo el PBI argentino) y que congregaba en una misma empresa conjunta estadounidense de inteligencia artificial a OpenAI, Oracle, SoftBank y el fondo financiero MGX. El proyecto había comenzado en 2022, pero Trump lo retomó el 21 de enero con bombos y platillos. Con muchísimo menos inversión, DeepSeek, una firma china con asiento en Hangzhou, encendió la alarma: China pasó a ganar la partida de la IA. Es más, otras firmas ya dieron que hablar inmediatamente después, como la iniciativa que al respecto tiene Alibaba, llamada Qwen2.5. Y no será la única.
Algunos analistas sugieren que la llegada de magnates del sector de alta tecnología al gobierno de Trump, representados en la figura de Elon Musk, obedece a que justamente comprenden que están ingresando en un período de peligro y debilidad antes los avances del gran competidor chino. Por ejemplo, el brasileño Carlos Eduardo Martins, profesor en la Universidad de San Pablo, escribió el artículo “La lucha por la Inteligencia Artificial (IA) y las disputas del Mundo Contemporáneo”, donde sostiene que las “Big Techs se acercan a Trump porque son más débiles” y buscan protección del Estado. Por su parte, el periodista Pepe Escobar, desde su canal de Telegram, escribió que “China tiene ventaja sobre Estados Unidos en mucho más que solo modelos de lenguaje de IA”. Y cita un informe del Instituto Australiano de Política Estratégica de 2024 según el cual China ahora domina a Estados Unidos en 57 de 64 tecnologías críticas, frente a solo tres en 2007. Y Estados Unidos, que lideraba en 60 sectores en 2007, ahora lidera en solo siete.
Intervenir en la guerra que se libra en Ucrania para despejar el camino hacia una confrontación más clara con China parece otra línea posible de la diplomacia y la inteligencia que emana del Departamento de Estado y la CIA y se sostiene con los insumos que compra a los grupos armamentísticos el Departamento de Defensa o “Pentágono”. Trump ya mueve fichas con Putin y Zelensky para una negociación que ponga fin al conflicto de tres años, con todas las de perder para Ucrania. Putin ya dijo que estaba dispuesto a dialogar con su viejo conocido norteamericano. Y este dijo a su vez que Ucrania ya estaba lista para una negociación por la paz. Y finalmente está la tragedia palestina, que nada bueno puede esperar del gobierno trumpista y su alianza con el sionismo internacional y el régimen genocida que comandan Netanyahu y otros criminales de guerra. La hiriente frase de que buscará “limpiar” Gaza –en línea con la intención de “limpieza étnica” que procura Israel allí y en Cisjordania para expandirse por un supuesto mandato bíblico donde no le corresponde, incluso hasta Damasco en Siria– mediante el traslado de más de un millón de palestinos a países vecinos provocó críticas de numerosos países. Sólo una intervención global de los BRICS o de unas Naciones Unidas distinta a la inocua actual, creíble y con poder de gobernanza efectivo, podría alterar el cuadro de situación que enluta al mundo civilizado ante la calamidad del holocausto palestino.
Otros temas de la agenda exterior de Trump fueron, en campaña, las provocaciones de cowboy imperialista contra Dinamarca por Groenlandia, contra Canadá, México o la citada Panamá, así como –ya en funciones de gobierno– las deportaciones a México, Brasil, Guatemala o Colombia, entre otros países, respondidas con coraje –aunque cada uno en su circunstancia– por Claudia Sheinbaum, Lula da Silva o Gustavo Petro.
Es la economía…
En cuanto a la política económica, Trump ya derogó varios impuestas heredados de la administración Biden y por ello lo aplaudieron CEOs de multinacionales de su país que participaron del reciente Foro de Davos. Y en línea con lo ya señalado acerca de sus amigos high tech, se esperan otras normativas que protejan los intereses de Silicon Valley.
Para el consumidor común, si avanza con tarifas a las exportaciones de quienes considera sus enemigos (un gran tema de campaña, y que parece comenzar a tomar forma a partir del anuncio de este sábado de que impondrá aranceles sobre productos provenientes de México, Canadá y China), los precios de productos cotidianos importados aumentarán y perjudicarán al gran público. El magnate ya anunció además que renuncia al acuerdo global firmado en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) para gravar con 15% los beneficios de las grandes empresas que, en general, lo evaden a través de sus diversos domicilios fiscales y el enmarañado organigrama societario que han aprendido a complejizar a los fines de eludir impuestos. A la intención de poner algo en caja ese Gran Bonete impositivo al que juegan las grandes transnacionales, Estados Unidos ahora lo llama “impuesto extraterritorial” y Trump amenaza con sanciones a quienes osen querer cobrarlo.
Ya que estos esbozos de lo que podría ser el Gobierno Trump 2 comenzó refiriendo dos novelas de la gran literatura estadounidense, quizá una de las nacionales más robustas, terminemos igual. En Washington DC, Gore Vidal trabaja un personaje, Clay Overbury, despiadado y velocísimo, que ayudado por un jefe de prensa y comunicador malvado (un Steve Bannon o un Adorni actuales, salvando las distancias con… y entre ellos) inventa cosas para hundir a un enemigo, entre otras hermosuras del poder palaciego. Y en Psicópata Americano (Bret Easton Ellis, 1993), acaso la escena más terrible es el cruel asesinato de un mendigo, después de ser humillado hasta lo indecible por el protagonista central, el yuppie Patrick Bateman. Las ambiciones políticas y económicas de los más poderosos, el descarte cada vez más violento de los vulnerables de abajo, todo está escrito ya. Los resultados también. Cambian los tiempos. Y las posibilidades o no de éxitos siempre están abiertas.
* Nota publicada originalmente en Tektónikos.
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