Artistas del hartazgo

Formas de expresar el desasosiego

 

Nací al finalizar la Segunda Guerra Mundial, en un país rico en lingotes de oro, donde por entonces había tolerancia a la existencia de crotos y linyeras, personajes marginados de (y por) la sociedad, mayormente anarquistas —que predicaban con el ejemplo de vidas austeras, creativas, despojadas de riquezas materiales, alejados del hogar— a quienes se les permitía viajar gratuitamente en el tren yendo por las provincias, para trabajar de cosecha en cosecha.

Mientras tanto, en el otro extremo de la pirámide social estaban los dueños de la tierra, de aquellas inmensas extensiones donde se criaban ganados para ser exportados luego de faenados. Los ricos propietarios disfrutaban entonces exhibiendo sus riquezas al punto que se daban lujos como el de viajar por placer a Europa llevando entre su equipaje una vaca que les proporcionaba leche fresca cotidianamente —para no sufrir abstinencia láctea durante el cruce oceánico— al tiempo que despertaban curiosidad y admiración entre los europeos.

Era mi país tan inmenso y próspero que, a comienzos del siglo pasado, publicitaba llamados internacionales a europeos para que vinieran como inmigrantes a efectos de poblarlo —ya que los descendientes de indígenas no eran considerados personas, sino más bien animales domésticos luego de sometidos— y llenarlo de oficios y profesiones útiles para el crecimiento económico y social. No se habían percatado los dirigentes políticos de la época que junto con los conocimientos y habilidades los extranjeros llegaban de Europa nutridos de ideas revolucionarias, principalmente socialistas y anarquistas, las que prendieron con fuerza en la pampa ondulada y sus alrededores, tanto que las primeras organizaciones de trabajadores surgieron a comienzos del siglo XX, apenas pocos años después que en Europa y Estados Unidos, a pesar de que en ese entonces las comunicaciones eran escasas, caras y demandaban tiempo.

Entre tantos inmigrantes también llegaron de Europa artistas de calibre y diversidad de géneros, los que prosperaron, se reprodujeron y fructificaron a lo largo de las décadas, revelando talentos de renombre mundial.

Las nuevas ideas y las organizaciones sociales surgidas a partir de ellas generaron acciones de defensa de los derechos sociales y económicos que desafiaron el statu quo e incitaron al régimen democrático de entonces a provocar sangrientas represiones. Estas volvieron a ocurrir en las sucesivas crisis, y llegaron, en la segunda mitad del siglo XX, a empujar a muchos miles de argentinos a exiliarse para preservar las vidas. Las crisis prosiguieron; desde entonces el país soporta estancamiento económico y ha pasado de ser inclusivo a ser expulsor de grupos sociales muy capacitados y talentosos. 

Además del conocido caso de científicos y técnicos, numerosos artistas se diseminaron por los cinco continentes, tejieron redes entre artistas exiliados y otros que permanecieron en el país, yendo y viniendo por nuestra latitud para renovar lazos y exhibir su renovado arte al público local así como para refrescar vivencias del terruño. Muchos de esos artistas viajan por todo el país y así van sembrando discípulos y admiradores de su arte hasta en pequeños poblados de provincias donde jóvenes que quieren desarrollarse en el campo de las artes deciden lanzarse a las rutas por donde tienen la posibilidad de mostrar sus habilidades mientras conocen nuevos lugares, ríos, montañas y llanuras, personas con quienes conversan, reciben ayudas, conocimientos y reconocimiento que los estimulan a seguir en la ruta de esa manera. 

Días pasados estuve en Necochea, ciudad agroexportadora, cuna de aquel singular líder sindical de trabajadores agropecuarios paradójicamente favorecedor de capitalistas, donde tuve la dicha de conocer a un grupo de tres artistas del camino provenientes de diferentes parajes de la gran provincia. Ocho años hace que las rutas y el arte los han hecho agruparse y amalgamarse. Recorrieron juntos caminos de la Patagonia cordillerana y siguieron hasta llegar a la costa.

Paraban en una esquina importante de la ciudad, donde con inmensa dedicación y simpatía ejecutaban sus artes de equilibristas y circo, deleitando a los automovilistas-espectadores, quienes al parar por los semáforos les entregaban algún “billetito”. Pude observar cómo estos saludaban con la bocina cuando volvían a pasar por la esquina a ese grupo que derrochaba arte, alegría y simpatía dedicada a cada cual, a veces individualmente, otras en descollante conjunto. 

En mi primer contacto con ellos, me preguntaron si no me sobraba un billetito, ya que estaban recién llegado. Me consultaron mi nombre —por el cual me llamaban a partir de entonces todas las veces que nos cruzábamos por las calles— y yo los interrogué acerca del arte que me dijeron que cultivaban. A lo cual con enorme simpatía y desparpajo, en improvisada muestra de chispa artística, respondió Martín, uno de ellos: “Somos artistas del hartazgo”. Nos reímos varios minutos los cuatro ante semejante ocurrencia y luego, hermanados por aquella complicidad, me despedí de ellos casi fraternalmente.

No sólo me pareció una respuesta genial, sino que me dejó pensando a qué se referiría con semejante concepto. Enseguida me vino a la memoria la justificación política de muchísimos votantes del mamarracho gobernante actual, hartos de tantas expectativas frustradas por gobiernos previos. De altisonantes promesas incumplidas mientras la pobreza crecía sin cesar. Todo ello expertamente capitalizado por el poder real que encontró al actor más apropiado para entronizar. 

Probablemente, el hartazgo político sea el trasfondo de aquella conceptualización artística formulada por Martín. Sin embargo, me inclino por bucear entre motivaciones más estructurales relacionadas con tantas décadas de desasosiego de grupos pensantes, soñadores, constructores y sensibles que han visto frustradas sus esperanzas de vida en el propio territorio nacional debido a los poderosos de siempre que no se animan a convivir con los “crotos y linyeras” actuales que aspiran a un país distinto, próspero para las mayorías populares; un país en el que todos podamos alcanzar la felicidad basada en la enorme prodigalidad del territorio nacional.

Ante tanta avaricia y crueldad del poder reinante, los artistas del hartazgo tal vez expresen con creatividad y desparpajo aquella sentida necesidad popular cada día más alejada de concretarse.

 

 

 

 

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