Los riesgos del von papismo

Los vericuetos de la historia y las derivaciones trágicas de fenómenos barriales

 

La historia está llena de fenómenos barriales que han causado tragedias. En 1907, un ciudadano austríaco, que había sido azotado por su padre cuando era niño, fue rechazado en la Academia de Bellas Artes de Viena. Seis años después, abandonó desilusionado esta ciudad hacia Munich, donde lo encontró el estallido de la Primera Guerra Mundial en Odeonsplatz, el 2 de agosto de 1914 [1]. Participó de esta conflagración y, luego de la derrota alemana, se le encargó que se infiltrara —como un topo— en el Partido Obrero Alemán (DAP). Su líder, Anton Drexler, invitó a este ignoto Adolfo Hitler a que brindara su primer discurso público el 16 de octubre de 1919. Pese a ser su mentor, el titular del DAP —renombrado como NSDAP— fue finalmente desplazado en 1921. Años más tarde, cuando el ascenso de este partido era imparable, Franz von Papen lo invitó a formar gobierno. Sin embargo, un grupo de conservadores le expresaron su preocupación por la futura designación de Hitler, a lo cual respondió: “Te equivocas. Nosotros lo hemos contratado” [2]. El 30 de enero de 1933, este fenómeno barrial, Adolf Hitler, fue nombrado Canciller, y el 24 de marzo de ese mismo año fue aprobada la “Ley para el Remedio de las Necesidades del Pueblo y del Reich”, conocida como Ley Habilitante, que le otorgó todos los poderes legislativos al Poder Ejecutivo. El visionario von Papen fue detenido y enviado como embajador a Austria. Cuando el Reich Alemán empezaba a desmoronarse, en junio de 1944, Hitler continuaba sosteniendo que pese a los embates enemigos –que son el mal– contra los muros del imperio se avecinaba la victoria más grande del Reich alemán [3].

También a fines del siglo XIX, pero en la ciudad de Gori, otro niño vivía la violencia que su padre alcohólico descargaba sobre su madre. Años más tarde, este otro fenómeno barrial, Iósif Stalin, conoció a Vladimir Lenin en 1905. Luego de la revolución de 1917, el líder soviético, ya enfermo, advirtió al XIII Congreso del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Soviéticas (PCUS, 1922): “El camarada Stalin, llegado a Secretario General, ha concentrado en sus manos un poder inmenso, y no estoy seguro que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia”. A partir de la muerte de Lenin en 1924, Stalin logró desplazar y ejecutar a líderes intelectuales del PCUS, como Grigori Zinonev (1936), Lev Kamennev (1936), Karl Radek (1939) y Nicolai Bujarin (1938). También, el hombre que amaba a los perros, Lev Trotski, fue asesinado en 1940. El fenómeno barrial, “bruto” georgiano, Iósif Stalin, se impuso a estos brillantes dirigentes y mantuvo el poder en la Unión de Repúblicas Soviéticas (URSS) hasta su muerte en 1953.

Según el Museo del Holocausto de Estados Unidos, el primero fue responsable del genocidio de 17 millones de personas (contando a los seis millones de judíos); mientras que el segundo fue responsable de la muerte de 3,3 millones de seres humanos según Stephen Wheatcroft, sin contar a los 6,5 millones que murieron en la hambruna de 1932-1935. En ambos casos, no se contabilizan a los que murieron en combate.

Que en la Argentina Ricardo López Murphy haya llamado con liviandad fenómeno barrial a Javier Milei y que Mauricio Macri haya creído que iba a controlar y copar al gobierno libertario es no conocer los vericuetos de la historia. Así, actores políticos del partido conservador PRO, del “socialdemócrata/liberal” Unión Cívica Radical y de la Colación Cívica, donde militan figuras progresistas como Facundo Manes (UCR) y Margarita Stolbizer (¿?) han permitido a Javier Milei tener sus propias leyes habilitantes: DNU 70/2023 y ley 27.742 Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos. De esta manera, se han sumado a una la larga tradición política de “von papismo” de la historia.

 

La erosión de la democracia

En 2019 citábamos el libro de Steven Levitsky y Daniel Ziblant, en el cual sostenían que “las democracias pueden fracasar en manos no ya de generales, sino de líderes electos, de Presidentes o Primeros Ministros que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder”. Agregaban que esto no sucede de un día para el otro, sino que las democracias son erosionadas lentamente, “en pasos apenas apreciables”, porque “el retroceso democrático empieza en las urnas” [4]. Entre otras consideraciones, los autores afirmaban que “aquel político que rechaza o acepta débilmente las reglas de juego democráticas; niega legitimidad a los adversarios políticos; tolera o fomenta la violencia; y está predispuesto a restringir las libertades civiles de la oposición y de los medios de comunicación es potencialmente un líder autoritario”.

Si consideraba a Mauricio Macri como líder autoritario en 2018, Milei está completando casi todos los casilleros de la clasificación de estos autores. Al día de la fecha el Presidente no ha llamado a sesiones extraordinarias para tratar el presupuesto, con lo cual a principios de año “podrá” prorrogar el que fue aprobado en 2022 y distribuir los recursos discrecionalmente. También desconoce la legitimidad de la oposición, llamando ratas a sus dirigentes, afirmando que le gustaría “meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo” y denigrando a mandatarios extranjeros Luiz Inácio Lula da Silva, Gustavo Petro, Gabriel Boric, Pedro Sánchez y XI Jimping, entre otros.[5] Asimismo, insulta a periodistas y alienta la violencia contra los mismos, como por ejemplo la agresión a un trabajador de IP Noticias por parte de militantes libertarios.

 


A todo esto, la Corte Suprema de Justicia, garante de la constitucionalidad de los actos de los otros poderes del gobierno, no reacciona y sus integrantes se hacen los desatendidos.

 

Las Alt-Right y sus líderes políticos

En relación a las Alt-Right, hace unos meses recurríamos a Paula Delfino y Pablo Stefanoni para entenderlas. La primera autora considera que las Alt-Right se diferenciaban del liberalismo y del marxismo en que no proponen una narrativa, sino, en términos de Zygmunt Bauman, una retrotopía que se proyecta hacia “un pasado que no existe”; hacia “mundos ideales ubicados en un pasado perdido/robado/abandonado que, aun así, se ha resistido a morir, y no en ese futuro todavía por nacer”. Por su parte, el segundo sostiene que las Alt-Right son “conservadores que no tienen nada que conservar”, que buscan recuperar un pasado idealizado o mitológico: donde se estaba “mejor”: la familia, la iglesia, la campiña, el pueblo, la generación del ‘80. Pero a diferencia de las Alt-Right de los países desarrollados, Javier Vadell piensa que en los países en desarrollo son “un espejo invertido”. Si bien tienen en común la identificación de “otro” responsable de diversos “males”, tales como la corrupción, el atraso económico, la inseguridad, los planeros, la “casta política” y el Estado de Bienestar, o el Estado a secas, responsables de la pérdida de la grandeza nacional, paradójicamente “son capaces de entregar su alma (nación) a los encantos del norte global y son cómplices del saqueo y expolio de los grandes capitalistas”. En este sentido, defienden el capitalismo neoliberal, a diferencia de las propuestas nacionalistas de sus versiones europeas y estadounidenses.

También una de las dimensiones de las Alt-Right es, según Jens Rydgren, “el carácter etnonacionalista de la derecha radical: sus programas están dirigidos a fortalecer la nación haciéndola étnicamente más homogénea (…) y volviendo a los valores tradicionales, particularmente enfrentando las amenazas contra su identidad nacional”. En el caso argentino se produce la dualidad de una reivindicación narrativa de las Fuerzas Armadas, buscando sumarlas a su proyecto político, al tiempo que se las desfinancia y se alientan expresiones que recuerdan a la Liga Patriótica; a la vez que se asimila al Estado a La Libertad Avanza cuando, por ejemplo, terminó el discurso en la cena de camaradería con el grito: “¡Viva la libertad, carajo!”.

En este telón de fondo es interesante hipotetizar cómo toman las decisiones los líderes de las Alt-Right. En un artículo próximo a publicarse sostenemos que las motivaciones que están involucradas en un proceso de toma de decisión política [6] se pueden agrupar en:

  • a) capacidades de poder,
  • b) individuales (imágenes, talentos, actitudes, experiencias previas, todo aquello que haga a las capacidades del actor, más allá del poder que tenga),
  • c) intereses (varían en función del lugar que ocupa en el ciclo de política pública: decisor, burócrata, asesor, entre otros),
  • d) sistemas de creencias [7] y e) el entreverado pulsional [8].

 

Claramente, las motivaciones son multicausales, pero pongamos el foco en dos de ellas.

La primera, y en relación al entreverado pulsional, si entre la pulsión de vida (Eros) y la pulsión de muerte (Tánatos) predomina esta última, los decisores políticos podrían ser destructivos y/o autodestructivos.

La segunda: dentro de las capacidades individuales tenemos las capacidades cognitivas, ampliamente estudiadas por Yaacov Vertzberger [9]. En el marco de estos enfoques cognitivos, resulta interesante –por dos motivos– el concepto de “disonancia cognitiva” [10].

El concepto fue introducido por el psicólogo Leon Festinger en su libro A Theory of Cognitive Dissonance en 1957. Festinger argumentó que la disonancia cognitiva es un estado de tensión o malestar que surge cuando una persona sostiene dos creencias o valores contradictorios, por lo cual tiene una tendencia [11] a “generar ideas y creencias nuevas para reducir la tensión hasta conseguir que el conjunto de sus ideas y actitudes encajen entre sí, constituyendo una cierta coherencia interna”. En primer lugar, y siguiendo a Óscar Picardo, los líderes políticos, en el marco del proceso de toma de decisión y para reducir esa tensión, podrían:

  • a) comenzar a mentir para luego creerse sus propias mentiras e intentar convencer a muchos más sobre sus puntos de vista a través de comunicación y propaganda; a partir de esto,
  • b) establecer un “baremo” para analizar o juzgar otras conductas, siendo un “baremo” de actuación; y
  • 3) cambiar los imaginarios de las personas a través de posverdades y/o fake news.

 

 

 

 

En segundo lugar, y en relación con lo anterior, Antoni Gutiérrez-Rubí sostiene que “cuando las personas sienten una fuerte conexión emocional con un partido político, líder, ideología o creencia es más probable que dejen que esa lealtad piense por ellas. Hasta el extremo de que pueda ignorar o distorsionar cualquier evidencia real que desafíe o cuestione esas lealtades [12]. Es decir, justificamos nuestras decisiones —que se convierten en prejuicios— aunque existan datos que confirmen el error de nuestras convicciones. [De esta manera] la disonancia cognitiva impide razonar sobre la realidad, evaluar nuestras ideas y corregir, consecuentemente, nuestros comportamientos”. Además de esa “conexión emocional” con el líder, debe existir un fuerte lazo emocional entre los miembros de un grupo y/o partido político y/o seguidores del mismo. De esta manera, una de los mecanismos para reducir o eliminar la disonancia cognitiva es el de ajustar los hechos a las creencias.

 

¿Qué hacer?

Sin duda Javier Milei encabeza un gobierno legal y con legitimidad de origen, pero ¿las acciones que erosionan la democracia no ponen en duda esa legitimidad? Luciano Noceto recuerda que Juan de Mariana sostenía que “los pueblos deben obedecer a sus soberanos: se les ha de sufrir lo más posible, pero no ya cuando trastornen la república (…), menosprecien las leyes (…) Actuando así, [el soberano] habrá desconocido el pacto con el pueblo” [13]. Pero más allá de este hecho incontrastable, la pregunta que debemos hacernos es: ¿cuál es la propuesta, la alternativa que se le ofrece a los argentinos aquí y ahora?

Parafraseando a Enzo Traverso —que analiza el pensamiento de Walter Benjamin—, debemos abandonar la visión que había “inspirado la cultura del antifascismo”, que había estado dominada por la idea de progreso. A criterio de Benjamin, el progreso es un mito poderoso que actúa como un narcótico sobre el pueblo, debilitando sus fuerzas; desmovilizándolo, como podemos observar en la actualidad. En otras palabras, el progreso no es un proceso lineal, sino “un movimiento dialéctico que produce su propia negación”; el progreso y la regresión avanzan de la mano. De esta manera, y siguiendo a Daniel Bensaïd, Traverso dice que el futuro está siempre abierto, “y, por ende, forjado por las elecciones de sus actores” [14].

Si en 1991 desapareció el horizonte de futuro para la izquierda alrededor del mundo y solo quedó “una memoria saturada de guerras, totalitarismos y genocidios”, a los argentinos nos ha sucedido lo mismo en estos últimos años. ¿Cuál es el horizonte? Benjamín propone el “tiempo del ahora (…) que conecta la rememoración del pasado [irrealizado] con la utopía del futuro”. Enzo Traverso aclara que recordar el pasado no significa repetirlo, sino más bien “cambiar el presente (…) [porque] la transformación de [la Argentina] es una hipótesis estratégica y horizonte regulador”. Se trata en definitiva de pensar, construir poder, planificar políticas públicas e implementarlas para “una utopía concreta y posible” [15]. Salir del “no” y de la inmediatez, porque sin la utopía del ahora “la vida sería un ensayo para la muerte” [16].

 

 

 

 

[1] Kershaw, I. (2015). Hitler. La biografía definitiva. Buenos Aires: Ediciones Península, foto 6.
[2] Kershaw, I. (2015). Íbidem, p. 353.
[3] Churchill at war, episodio 4. Disponible aquí.
[4] Levitsky, Steven & Ziblatt, Daniel (2018). Cómo mueren las democracias. Buenos Aires: Ariel, pp. 11 y 13.
[5] Ver, entre otros, Una política exterior anti-realista y Desatinos y exabruptos.
[6] Los actores toman las decisiones en un escenario que es múltiple (núcleo decisorio, burocrático, societal y externo) y moldeado por los siguientes factores: a) sistémicos, b) sistema político, c) sociales y d) institucionales. Ver Eissa, S. (2015). ¿La irrelevancia de los Estados Unidos? La política de defensa argentina (1983-2010). Buenos Aires: Arte y Parte, p. 68.
[7] Roberto Russell utiliza el concepto de sistemas de creencias por una razón de “simplicidad” y que abarca más que la ideología.
[8] Eissa, S. (2024), “Una mirada desde el Posestructuralismo de la política exterior. Algunos aportes desde Freud y Lacan”. En RIPEA. Revista de Investigación en Política Exterior, 4 (8). En edición.
[9] Vertzberger, Y. (1990). The world in their minds. Information processing, cognition and perception in foreign policy decision making. Stanford: Stanford University Press. Ver también Snyder, R., Bruck, H. & Sapin, B. (2005). Foreign policy decision-making. New York: Palgrave MacMillan.
[10] Agradezco la recomendación de lecturas de Mercedes Ayelén Eissa Andina. Soy el único responsable de la interpretación de los mismos.
[11] Ver también Ovejero, A. (1993), “La teoría de la disonancia cognoscitiva”. Psicothema, 5 (1), pp. 201-206. Disponible aquí.
[12] Al respecto, Drew Western afirma, en su libro Political Brain. The Role of Emotion in Deciding the Fate of the Nation" (2007), que los repúblicanos en Estados Unidos “tienen un cuasi monopolio en el mercado de las emociones (…) [Los demócratas siguen insistiendo con] “el mercado de las ideas”.
[13] Noceto, Luciano (2022). Autoridad y poder. Arqueología del Estado. Buenos Aires: Editorial Las Cuarenta, p. 49.
[14] Traverso, Enzo (2022). Melancolía de izquierda. Marxismo, historia y memoria. México: Fondo de Cultura Económica.
[15] Ibidem.
[16] Joan Manuel Serrat.

 

 

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