Sobreendeudamiento familiar

Se toman cada vez más créditos para pagar servicios, tarjetas, alquiler e incluso otros créditos

 

Algunos sacan créditos para pagar la tarjeta, el alquiler o incluso otros créditos. Los que están registrados en sus trabajos, piden adelantos de sueldo que se comen los salarios futuros. Los que no, acuden a familiares y amigos; pero cuando nadie está en posición de dar una mano, se llega a las financieras, las aplicaciones como Mercado Libre o al prestamista del barrio, que muchas veces también es el narco.

El endeudamiento hogareño entendido como fenómeno social no es algo nuevo, pero desde que Javier Milei es Presidente tiene características específicas que colaboran a un crecimiento sostenido de esta situación crítica familiar. Una bola de nieve imparable que obstaculiza el acceso a los derechos básicos. Y un objetivo quimérico: llegar a fin de mes.

“El núcleo es el endeudamiento que lleva varios años y que se ha agudizado en el último tiempo por gastos fijos altos en términos de luz, gas, agua; es decir, los servicios básicos más el transporte y los alimentos, que hacen que muchas familias, sostenidamente, gasten más de lo que les entra”, aseguró el diputado Daniel Arroyo (Unión por la Patria) en Diputados, donde debatió, junto a especialistas, un proyecto de ley integral que aborde con políticas públicas el endeudamiento familiar.

 

 

Endeudarse es político

Marcela Perelman, directora de investigación del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), participó del debate. Explica la importancia de encuadrar al endeudamiento familiar como un problema público: “Se lo nombra de manera individual, como algo doméstico o privado, y es necesario encuadrarlo en sus dimensiones estructurales para entender cómo condiciona fuertemente el acceso a derechos fundamentales. La deuda es causa y efecto de esas vulneraciones”.

Los datos aportados al debate por el CELS establecen un cruce específico entre deuda y hogares inquilinos, ya que las personas hacen todo lo posible para evitar atrasarse con el alquiler. “De la estabilidad de la vivienda depende la escuela, el tratamiento médico, la red de cuidados, entonces para no atrasarse se adquiere otro tipo de deudas”, asevera.

Así, las familias se endeudan con financieras, bancos, Apps o billeteras virtuales, amigos o familiares. Pero el núcleo de la deuda sigue siendo habitacional: “Queda encubierta como deuda financiera, disuelta. Por eso es importante que exista una ley de desendeudamiento familiar, porque una vez que la deuda habitacional se transforma en financiera queda fuera del alcance de las políticas de vivienda, en caso de que existan”.

 

El diputado Daniel Arroyo y, a su derecha, Marcela Perelman, directora de investigación del CELS.

 

 

Achicar las comidas diarias

El endeudamiento familiar también alcanza a los hogares que no pagan el alquiler. Abel Gómez (59) vive con su esposa y su hijo de 13 años en la localidad de San Martín. Es empleado público. Cobra 400.000 pesos. “Pagamos luz, gas, agua, el cable, Internet y ahí son 200.000 pesos. Se nos había roto la mesada y para comprar material me tuve que meter en préstamos. Tengo tres sindicatos y a los tres les pedí, también a amigos y ahora tengo que hacer malabares para pagarles”, revela.

Cada vez que puede, Abel hace changas: corta el pasto y poda con una máquina vieja que tiene en su casa. “Tengo glaucoma terminal, ya perdí la visión del ojo derecho y parte del ojo izquierdo, se me complica mucho en el trabajo. Mi señora da clases particulares y con eso estamos comiendo. Prácticamente, no cobro nada de sueldo hasta que no se limpien todas las deudas que tengo con los sindicatos”, señala.

La familia tuvo que achicarse, dejó de pagarle fútbol a su hijo, vendió las dos guitarras que tenía y una moto, pero también desaparecieron algunas comidas del día: “Antes desayunábamos a la mañana para llevar al colegio al nene, al mediodía comíamos juntos, la merienda era infaltable y una cena liviana. Ahora, no desayunamos porque va al colegio, ahí arranca y nada más. Viene el mediodía, tratamos de hacerle algo de comer para él porque nosotros ya no… y a la noche por ahí estamos haciendo una merienda-cena o una cena un poco más cargadita si se puede. Nos privamos de muchas cosas”.

Las deudas por gastos básicos, según informó el CELS, golpean de manera especial a los hogares monomarentales. Es el caso de Giselle Langer (38), trabajadora estatal, que vive en la ciudad de Buenos Aires junto a su hijo de seis años y solo llega a fin de mes con los adelantos de sueldo bancarios. “Tengo gastos fijos que tienen que ver con la educación, la salud, los alimentos y el tiempo libre. Siempre estoy solicitando la opción de adelanto de salario”, explica.

Esos montos los destina a reparaciones de la casa, remedios, indumentaria o cuestiones cotidianas extras que surgen y para las que no tiene margen. Sin embargo, la cadena de deudas se puso en marcha y en estos últimos meses tuvo que pedir, además, dos créditos bancarios, porque al haber adelantado sueldos, cuando le depositan casi no tiene resto. “Y lo uso para pagar la tarjeta de crédito. Tuve que pagar las facturas de luz con las tarjetas”, se lamenta.

 

Todo se lo lleva el banco

Juan Pablo (45) sabe lo que es endeudarse por el alquiler y los gastos fijos. Vive en San Miguel de Tucumán y es empleado en la universidad. “Vivo con mi pareja y mis dos hijos. Se me está complicando muchísimo llegar a fin de mes. La luz aumentó de 12.000 pesos a 90.000 desde principios de año. Y sin la Ley de Alquileres tengo ajustes cada cuatro meses, pago más de 500.000 pesos”, relata.

Este año ya pidió tres préstamos bancarios y otro en una aplicación digital para pagar alquileres y otros gastos: “Los uso también para cubrir la tarjeta de crédito, que son gastos de supermercado. Antes la usaba para comprar ropa a los chicos o un juguete”. Subraya que ya son muy pocos los asados familiares: lo primero que debieron recortar, junto con el consumo de gaseosas.

La explotación de las tarjetas de crédito parece ser un denominador común. Iván Jeger (51) es periodista y vive en la capital tucumana con su compañera y cinco mascotas: “Para llegar a fin de mes estoy saturando la tarjeta de crédito, se hace cada vez más difícil por el aumento de los impuestos. Tuve que pedir prestado dinero en el banco dos veces este año para pagar tanto la boleta de la luz como los gastos de tarjeta”. Esta crisis –afirma– solo beneficia a los bancos y a las casas que ofrecen préstamos: “¿Cómo hago? Tengo el almacén que me fía; la veterinaria que por suerte también me fía y yo les pago de a poco, y así vamos subsistiendo”.

 

Los narcos, a tasa cero

Marcela Perelman, del CELS, afirma que para diseñar una política que encare el desendeudamiento familiar es necesario entender el fenómeno, la estructura variada de la deuda doméstica y los tipos de prestamistas: “Se contrae un tipo de deuda para poder pagar otra. Las deudas están encadenadas con el mercado formal e informal y eso es un desafío para la política pública”. Señala la complejidad del problema, que transforma una deuda de origen habitacional en financiera, contraída con un banco o App que después es re-pagada con un crédito o con un prestamista barrial. “También en los barrios más pobres hay grupos narco que dan préstamos con muy baja tasa o sin tasa. Existen vínculos entre deuda y dinámicas de violencia. Siempre existió ese vínculo pero ahora tiene manifestaciones específicas, lo mismo que entre deuda y juego”, completa.

 

Pedir a uno para pagarle a otro

“La gente te pide la mercadería que estás vendiendo, se pone a contar la plata y lamentablemente no llega. Te termina pidiendo disculpas. Nosotros vivimos de eso y si la gente no tiene trabajo y no tiene buenos sueldos, no nos compra a nosotros que estamos ofreciéndole un producto mucho más barato. La venta bajó muchísimo, es 5 del mes y no tienen plata”, se lamenta Ruth Riquelme (24).

La joven vive con su hijo en José C. Paz y es vendedora ambulante del Ferrocarril San Martín. Hace tres meses que pide prestado a sus familiares y amigos para cubrir los gastos porque con la venta no le alcanza. “A veces no llego a saldar una comida en el día, ahí le pego un tubazo a mi hermana o mi mamá y me salvan. Es para comprar fruta para el nene. Después voy devolviendo”, explica. Si bien no paga un alquiler, su casa necesita refacciones: “Fui a un banco para ver si me podían dar un crédito pero no, porque soy trabajadora informal y no tengo un recibo de sueldo”. Según sus averiguaciones, un prestamista particular, por un crédito de 50.000 pesos, le pedía con intereses el monto de 150.000.

“A mí no me sirve, estamos sin baño en la casa, de a poquito estoy comprando materiales, de a puchitos. Está mucho más barato comprar 20 ó 30 ladrillos que comer –enfatiza–. Mi hermano ha sacado créditos a un prestamista para tapar otro crédito que le pidió a otro y así sucesivamente, es una cadena de nunca terminar”.

Hace poco, para sumar un extra, comenzó también a vender golosinas al por mayor. “Publico en mi WhatsApp, en mis redes sociales y sale uno que otro pedido. Mi pareja, que está sin laburo, hace el reparto”, cuenta.

Durante la semana, si la venta no fue buena, Ruth se las arregla con fideos hervidos. Sostiene que puede estar así todo el mes, pero no su hijo. Por eso pide prestado. También, junto con otros vendedores de la UTEP, organiza todos los jueves una olla popular a la vera de las vías de la estación Presidente Derqui.

“Es una lucha diaria, pero algo podés ayudar a otra gente –expresa–. Una no sabe por la situación que está pasando el otro, si ayer comió o si su hijo tiene la posibilidad de ir al colegio con la panza llena”. Víctima y testigo de una crisis que no tiene techo.

 

Números de las deudas

Según la medición del índice de vulnerabilidad inquilina realizada por CELS e Idaes-UNSAM, en mayo pasado:

  • 20 % de los hogares inquilinos declararon estar atrasados con el pago del alquiler.
  • 60 % de los hogares inquilinos declaró estar endeudado con bancos, financieras o personas conocidas y, dentro de este porcentaje, el 70% destinó ese préstamo a pagar el alquiler.
  • 60 % de los hogares inquilinos está atrasado con el pago de impuestos, servicios, cuotas del colegio, prepagas y re-pago de créditos y diferentes financiamientos.

En todas las dimensiones, los hogares monomarentales (sostenidos por mujeres) están más endeudados.

 

Pagar la fruta con tarjeta

La profundidad de la crisis se ve en vivo y en directo cuando la gente se acerca a comprar los productos básicos. Mariana Moretti, parte de ECAS (Empresa Cooperativa de Alimento Soberano) cuenta que tuvo que asistir a una mujer cuando quiso pagar la verdura con la aplicación de Mercado Pago y no pudo, ya que le retuvo los montos por una deuda. “Entró en crisis, se descompuso porque eran los últimos 11.000 pesos que le quedaban y había viajado hasta la cooperativa para comprar más barato”, subraya.

Por su parte, Juan Pablo Della Villa, también de ECAS, dice que hay algunos elementos cotidianos con los que se cruzan desde su lugar que permiten una lectura de la situación. “Uno es la cantidad de gente y sobre todo niños y niñas que entran a pedir comida, lo que sobra, algo para tirar o regalar. Y aquí cada 15 minutos entra alguien a pedir. Es tremendo, cotidiano, constante y en aumento”, asevera.

Otro factor a considerar, según su punto de vista, es la cantidad de personas que se acerca a pedir trabajo. “Estamos descargando el camión y te paran para ver si se pueden quedar a descargar. Es algo que no veíamos, tenemos un mercado en la ciudad de Buenos Aires y en provincia de Buenos Aires hace ya tiempo”, manifiesta.

Por último, señala que va en aumento la cantidad de gente que paga la fruta y la verdura con tarjeta de crédito: “O que pichulea y compra lo que puede, al punto de decir: ‘dame una cebolla, dos papas, un zapallito verde’. Nosotros tenemos un descuento para jubilados y jubiladas los martes y jueves, y es notable la diferencia de venta de tickets en esos días”. Los montos que las personas pagan, asevera, son cada vez más bajos. “Está deteriorada la capacidad de consumo, si bien tenemos niveles altos de cantidad de ticket no llegan a solventar los gastos que tenemos”, concluye.

 

 

 

* Artículo publicado en Tiempo Argentino.

 

 

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