Invivible
Agresiones y regresiones políticas
Tres días después de un nuevo aniversario del golpe de Estado cívico-militar del 24 de marzo de 1976, Graciela María Frías Artes recibió por correo electrónico la notificación de que el represor y apropiador Eduardo Alfredo Ruffo había solicitado la libertad condicional en 2024. “Si tanto quiere la libertad, pues que me diga dónde está mi abuela”, fue la respuesta de Graciela. Fue uno de los motivos por los que decidió volver a vivir en España hace siete meses. Emprendió por temor el mismo camino que su madre Carla Artes, nieta restituida en 1985, que huyó a España en 1987, cuando su abuela, después de recuperarla, intentó resguardarla de los genocidas sueltos, luego de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final que les daba impunidad.
Fue el 27 de marzo de este año, en el marco de la ley 27.372 —de derechos y garantías de las víctimas— por la que les corresponde el derecho a ser informados y expresar su opinión antes de cada decisión de los jueces que implique disponer modificaciones en la modalidad del cumplimiento de la pena, cuando Graciela recibió el correo de la Secretaria de Derechos Humanos por pedido del Tribunal Oral Federal N.º 1, para consultarle sobre la libertad condicional solicitada por el apropiador y abusador de su madre y quien se encargó de la desaparición de su abuela, Alfredo Ruffo.
“La verdad es que está más que claro que uno de mis motivos para volverme a España ha sido ese. Milei justamente está en el poder y a mí me llegó semanas antes de salir del país el e-mail informándome que el represor de mi madre había pedido la libertad condicional. Obviamente en el marco de la ley tenían que comunicarse conmigo y lo que hice fue decir no. ¡Que para qué coño va a salir si no ha dado nunca la libertad, por qué se la voy a dar yo! Si tanto quiere la libertad, que me diga dónde está mi abuela; si me lo dice, otro gallo canta”, expresa desde España, en diálogo con El Cohete a la Luna, Graciela María Frías Artes.
El clima que se vivía con el nuevo gobierno, la sensación de impunidad, aceleró la partida del país de Graciela y su familia, que ya lo tenían pensado. Ese correo la alertó. “No me gustó para nada —se lo comenté a mi esposo—. Fue uno de mis mayores temores, que con el gobierno de ultraderecha que está teniendo la Argentina, le dieran la libertad condicional y tanto la vida de mis hijas, la de mi esposo y la mía corrieran peligro”, dice la joven de 29 años que inmediatamente solicitó una conferencia con la fiscalía y fijó cuál era su posición. Pero el temor fue fuerte en ella y decidió irse a vivir a España más rápido de lo que imaginaba.
Su bisabuela Matilde Artes, conocida como Sacha, sintió lo mismo cuando huyó con Carla Artes a España en 1987, cuando su nieta recuperada tenía 12 años. En aquel entonces, las leyes del perdón eran realidad. El gobierno de Milei simpatiza con los genocidas, como hicieron legisladores de su espacio que se fotografiaron visitándolos en prisión, pero el repudio a esa actitud muestra lo que significaría la decisión de que reine la impunidad ante los crímenes de lesa humanidad, cumpliendo “la promesa” de libertad a represores e impedir que se los siga juzgando.
Ese es un camino con demasiada resistencia y con alto costo político que la pareja de hermanos gobernantes no está dispuesta a recorrer. Además, se trata de los viejos ejecutores; los empresarios beneficiarios de aquella dictadura gozan de buena salud en el país y hoy también son los favorecidos por las políticas libertarias que les permiten maximizar sus ganancias. Aplauden la miseria planificada que los Milei ejecutan, como lo hicieron entonces con la dictadura.
Pero la sensación de Graciela que aceleró su ida a España es entendible. Y no se trata solamente de un sentimiento personal de un familiar víctima directa, sino que es un sentimiento colectivo, y los organismos de derechos humanos que participaron el 14 de noviembre en la audiencia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), donde el Estado argentino fue convocado para brindar respuestas sobre la vigencia de los derechos humanos, lo sintieron. “El rol estatal en las audiencias fue agresivo”, calificó el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) en el comunicado en que describieron la audiencia.
Identidad y memoria
Graciela, en diálogo con El Cohete, se considera una superviviente. Por eso procuró, ante un clima argento irrespirable, protección para su familia. Así también lo quiso su madre, Carla Artes, que falleció el 22 de febrero de 2017 de cáncer, cuando tenía tan solo 41 años. Carla volvió a la Argentina en 2011 con sus tres hijos, dada la situación terrible que vivía en España. Después de mucho meditar, Carla me contó qué había visto en 2010, cuando vino a dar su testimonio en los juicios de lesa humanidad: “Las cosas estaban prosperando, además estaban las Abuelas que me ayudarían en lo que me hiciera falta hasta que me estableciera”, dijo, sin equivocarse sobre el giro que habían dado las políticas económicas de inclusión de Cristina Fernández de Kirchner.
Carla volvió al país con Graciela, su hija mayor, que lleva el nombre de su abuela, desaparecida el 29 de agosto de 1976; su otra hija, la del medio, que se llama Anahí, nombre de la nieta de una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, Chicha Mariani, y el más pequeño de sus hijos, Enrique (que ahora tiene 20 años), que lleva el nombre de su abuelo, asesinado el 17 de septiembre de 1976. Todos volvieron luego a España. La última en volver fue Graciela, motivada por las políticas reivindicadoras de genocidas de Milei.
“Yo siempre supe que, si en algún momento tenía hijas o hijos, quería que tuvieran el nombre relacionado con mis abuelos, como para reivindicarlos y mantenerlos vivos en la memoria”, afirma convencida Graciela en diálogo con El Cohete. La joven tiene bien en claro que la identidad y la memoria son cosas serias en su vida. Cuando el año pasado nació su segunda hija, Graciela le dijo a su esposo que, de ser niña, le pondría el nombre de guerra que utilizaba su abuela Graciela, que era Ella, y si era niño, quería ponerle Guillermo, nombre de guerra de su abuelo Enrique. Finalmente, se trató de una niña, que se llama Ella Estrella.
Carla Artes fue víctima del Plan Cóndor. Sus padres se conocieron militando en la Junta de Coordinación Revolucionaria. Enrique representando al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros y Graciela, haciendo lo mismo con el Ejército de Liberación Nacional (ELN) boliviano. Carla nació en Lima, Perú, el 28 de junio del 1975. Sus padres se trasladaron a Bolivia el 11 de octubre, donde se sumaron al ELN. Su madre tuvo su militancia como dirigente estudiantil y participó en actos contra la explotación campesina y minera.
El 2 de abril de 1976 asistió a una huelga minera y ese mismo día fueron secuestradas en su domicilio. A su mamá la llevaron al Departamento de Orden Político y Carla fue ingresada en un orfanato. Su padre estaba en Cochabamba. Carla y su mamá fueron trasladadas a la Argentina el 29 de agosto de 1976. La dictadura de Hugo Banzer las entregó a la de Videla a través de la frontera Villazón-La Quiaca. Fueron llevadas al centro clandestino de detención Automotores Orletti. Su padre no llegó a saber que fueron trasladadas a la Argentina porque fue asesinado el 17 de septiembre de 1976 junto con otros compañeros en una casa de seguridad en Cochabamba.
Carla fue apropiada por Eduardo Alfredo Ruffo, integrante de la Triple A, y su esposa Amanda Cordero. El matrimonio estuvo prófugo de la justicia hasta 1985. Carla pudo ser recuperada por su abuela Matilde Sacha Artes Company. Se realizaron análisis inmuno-genéticos en el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) y en septiembre de 1985 se confirmó que era la hija de Graciela Antonia Rutila Artes y del uruguayo Enrique Joaquín Luca López.
Con precisión, Carla describió ese momento donde se enteró de que la estaban buscando en el libro inconcluso que continuará su hija mayor Graciela. “Estaba en mi habitación viendo televisión cuando, cambiando de canal, apareció en la pantalla. Ahí estaba hablando pausadamente, pidiendo por su hija Graciela, de veinticuatro años, que estaba desaparecida, y por su nieta Carlita, que contaba con nueve meses. Portaba en su pecho dos fotos con las mencionadas. Con mucha sorpresa me reconocí en la foto de la niña”, recordó.
“La única foto de pequeña que tenía con mis apropiadores era de la misma niña, solo que con diferente ropa y diferente locación, estaba sentada en una sillita de comer. Por lo tanto, era imposible que no me reconociera, la misma carita, los cabellos rubiecitos, y sobre todo y fundamentalmente los mismos ojitos”, describió. Carla solamente atinó a preguntar: “¿Qué hacía esa señora con mi foto?”. La respuesta fue una paliza de sus apropiadores acompañada de una inyección de miedo en palabras: “¡Es una vieja bruja que te está buscando para sacarte la sangre!”. Pero cuando recuperó su identidad y abrazó a su abuela Sacha, la bruja fue mágica.
Las palabras que compartió Carla describen con profundidad lo que significó recuperar su identidad. “Sé que en ese acto recuperé todo lo que me había sido injustamente arrebatado durante tantos años, nada material, pues con mis apropiadores lo tenía absolutamente todo, sino afectivo y espiritual, y he de decir que ese fue el instante más mágico que he tenido en mi vida”, describió sobre aquel primer contacto con su abuela. “Abrió sus brazos a modo de alas y me recosté en su pecho. Ella los cerró con inmensa ternura, como si quisiese que no se escapara ni un poquito todo el amor que me tenía reservado. Y así nos quedamos un buen rato, sin decir ninguna palabra; solo oíamos nuestros corazones latir fuertemente”.
Esa memoria es la que portan, con una identidad también marcada, los hijos de Carla. Graciela habla de su familia con mucho amor. Habla de su reencuentro con su hermana Anahí, después de cuatro años sin verla. Describe a sus hijos y habla de la genética, que la sorprende. De su beba Ella Estrella dice que tiene los ojos verdes de Carla. Cuando habla de Nina Luna, su hija de 11 años, nota que se parece a su abuela Graciela en lo físico. Esos genes de cada uno están presentes, son memoria. Señala que su hija mayor tiene el mismo amor y corazón grande que Carla.
En 2023, en el debate presidencial, con “el plan motosierra, las privatizaciones, los recortes”, Graciela supo que si Javier Milei “asumía la presidencia, la Argentina iba a estar muy jodida”. Cuando fue electo, sintió que la lucha de sus abuelos había sido en vano: “Han peleado por tantos, por un mundo más justo y equitativo para todos y sentí una impotencia muy grande y me largué a llorar (...). Sentí que se estaban arrebatando todos esos sueños que tenían mis abuelos”.
Cree que su madre le dejó un legado: terminar de escribir el libro que estaba planeando. Cerró toda la herida de su pronta partida cuando visitó el ex centro clandestino de detención Automotores Orletti en 2022, donde reposan los restos de Carla. “Fue ahí donde me liberé y le dije que yo siempre iba a estar bien por ella. Que no se preocupara, que soy fuerte, soy una superviviente. Mi madre pasó por un montón de cosas, mi abuela, mi bisabuela, y no dejo de ser una superviviente de todas las maldades y atrocidades que sucedieron en aquella época”.
Un dato curioso es que su bisabuela Sacha, con sus 92 años, es la única tatarabuela del pueblito Campanet, de la localidad de Mallorca, España, donde se encuentra Graciela junto a su esposo e hijas y hermanos. También se reencontró con su padre y su familia. La memoria viaja y habita otros lugares, no se deja atrapar por el manto del olvido de los pocos que, embriagados por un triunfo efímero, se creen que han vencido. Solamente tienen capacidad de daño, para hacer más invivible la vida en un país que, más temprano que tarde, encontrará su camino, porque la identidad y la memoria son más fuertes que el olvido.
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