Poder M

Las mutaciones del capitalismo y la voracidad del poder mafioso enquistado en el Estado

 

Cuando un clan mafioso se configura como una organización de base carismática tiende a constituir una “comunidad de carácter emocional” (M. Weber, Economía e società, Comunità, 1981, vol. I, p. 239). Podemos verificarlo en La oferta (2022) –que narra extraordinariamente la producción y filmación de El Padrino– a través de la relación entre Joe Colombo (jefe de la famiglia Profaci, uno de los cinco clanes clásicos de la ciudad de New York) y Al Ruddy, productor de la película. Cuando los clanes se enteran de la idea de la filmación intervienen para frustrarla pues entienden que la película enturbiaría la reputación de la comunidad ítalo-americana. Las negociaciones entre la producción y los clanes destraban el problema, pero Colombo pone una condición: en la película no se usaría ni una vez –de hecho es así– la palabra mafia. Sí permite, en cambio, famiglia. Ésta es un grupo de poder y un aparato de dominio. Esto quiere decir que no se configura apenas sobre la base de relaciones de reciprocidad y comportamientos de los agentes involucrados en el lazo familiar, sino en la explicitación y propagación de ciertos ordenamientos criminales sostenidos sobre el poder de la amenaza y el empleo de la coerción. Los reglamentos se organizan alrededor de la figura del capobastone, quien dicta las órdenes criminales, elabora políticas y las despliega a través de la coerción asumida por el aparato integrado por la famiglia. El boss ocupa un lugar muy relevante porque tiene el verdadero poder de decisión, que atañe a la elección de las estrategias que debe adoptar un clan junto con las deliberaciones acerca de las medidas criminales o extorsivas específicas que deben implementarse. Otra prerrogativa suya es fijar las retribuciones de los asociados, definidas sobre la base del mecenazgo: “el ‘mecenatismo’ del boss se revela indispensable para mantener la cohesión interna” del clan (F. Armao, Il sistema mafia, Bollati Boringhieri, 2000, p. 66). El mecenazgo del boss satisface las necesidades de los integrantes del clan pero su acción puede estar dirigida también a “grandes entidades (con donaciones, fundaciones, regalos y emolumentos)” (Weber, p. 241) para aumentar el prestigio de su poder. Sin embargo, esta modalidad tiene una condición de reversibilidad, pues las grandes entidades pueden ser interpeladas con un pedido de “colaboración” en el presente para que el poder del boss las beneficie en un futuro próximo. Francisco Caputo, hermano del asesor pluritatuado Santiago, está interpelando a grandes empresarios “para pedirles una colaboración para la Fundación El Faro, la entidad que armó La Libertad Avanza para formalizar la recaudación de cara a la campaña [de 2025]. Todo partido grande tiene su fundación, y LLA ya no es la excepción. El lanzamiento de la fundación, que será presidida por Agustín Laje, será el 13 de noviembre”. Otro aspecto decisivo de este tipo de mecenazgo es que siempre esconde otro rostro, oscuro, que precisa para elaborar la condición inherente del doble poder mafioso: el del extorsionador violento.

 

Agustín Laje, hora de recaudar. Foto: Sebastián Salguero, Anfibia.

 

Estatalidades

Si el Estado puede ser imaginado como una empresa institucional de carácter político en la que el aparato administrativo ejerce el monopolio de la violencia (legítima) con el propósito de garantizar la vigencia de los ordenamientos jurídicos y su aplicación (Weber, p. 53), entonces la famiglia es menos un clan –aunque fácticamente lo veamos como tal– que un modo de estatalidad, concurrente con la condición de la estatalidad moderna. Ese grupo es de poder porque sabe ejercer influencia y voluntad sobre territorios que clásicamente tenían límites geográficos más o menos precisos. En los momentos constitutivos de las organizaciones clásicas, el territorio podía coincidir con un pueblo diminuto, una ciudad, un segmento regional o una región. Con las mutaciones del capitalismo, el territorio fue asumiendo los contornos de las empresas y luego de grupos empresarios integrados por distintas corporaciones, operativos en un conjunto de países. Con el empalme entre mafia y política, el territorio se fue adhiriendo a los contornos del Estado moderno, amplia esfera de relaciones colonizables.

De grupo de poder la famiglia se transforma en grupo de poder político cuando logra despertar el deber de la obediencia en la representación de sus dominadxs. La obediencia puede ser estimulada sobre la base de varios factores: miedo –se sostiene el poder de un clan reconvertido en aparato político, sea movimiento, partido o individuo representativo por temor a venganzas o represalias: esta es una modalidad clásica; beneficios –cuando se garantizan los intereses materiales y los negocios de lxs dominadxs a través de gestiones legales y/o ilegales que el poder político mafioso habilita dentro, desde o afuera del Estado; creencias –inculcando la idea de que la mafia es un poder tradicional con una legitimidad mayor que la del Estado moderno, por ser anterior a éste; carisma del boss –virtud individual y social, en el sentido de que depende del mafioso y de la disposición de lxs dominadxs en aceptar esa “luminosidad” (carisma: charis, esplendor); imagen –que los mafiosos construyen de sí mismos y de su organización (configurada alrededor de un código de honor, un ordenamiento formalmente válido o sistema de reglas racionales). La famiglia tiende a devenir grupo de poder político al emanciparse de su dimensión territorial ancestral. Por lo que concierne a nuestro campo reflexivo –la Argentina–, los clanes meridionales de Italia, al alejarse de sus territorios arqueológicos a través del proceso inmigratorio, lograron desgajar la historia criminal de sus apellidos e inauguraron un nuevo ciclo histórico, atenuado de su pasado. Bajo el disfraz empresarial, y más espesamente que en sus lugares de origen, se empalmaron con los ciclos y las modalidades del capitalismo. Al diversificar negocios, intereses y capitales fueron asumiendo las dimensiones y las tareas de holdings empresariales. Esta historia criminal se religa con la historia política nacional, especialmente con aquella que va de la Libertadora a la última dictadura. Los holdings, para prosperar, necesitan de las regulaciones estatales que perpetúan la dominación de clase de la burguesía en desmedro de la clase trabajadora.

 

La lengua de la violencia

La historia criminal de los clanes y la historia política nacional se anudan en torno de una institución: la violencia. Para las mafias, la violencia es un factor ordenador y de regulación social. Su propósito es imponer la propia voluntad y obligar a la otredad (política, social o clasista) a la sumisión, coartando su voluntad de acción, de raciocinio y de discurso. La violencia mafiosa suele tener el propósito de colonizar el poder ajeno. El carisma de un líder mafioso es juzgado “por sus seguidores sobre la base de su capacidad personal para ejercer la violencia. Si un líder carismático alcanza y mantiene su autoridad mediante la prueba de su fuerza, en el caso del mafioso, el asesinato constituye la ‘prueba’ más relevante de su ‘reconocimiento’ [...]: la determinación de eliminar a competidores y enemigos” (Armao, p. 63). Pero puesto que la violencia mafiosa no es inmediatamente perceptible porque el poder que (la) organiza es oculto, un índice de reconocimiento del capobastone está en la lengua que habla públicamente. Para reconocer a un mafioso hay que escucharlo hablar. Tenemos que ser capaces de escuchar la lengua que emplea para ser socialmente creíble, que tiende a adherirse a los modos discursivos y a las manifestaciones materiales de la violencia. No me refiero al uso de la coerción física, que es propia de todos los grupos de poder políticos, en condición –o no– de monopolio. La mafia nos pone frente a una concepción colonizadora de la violencia, que tiende a eliminar o desplazar competidores y enemigos o, cuando esto le resulta imposible, a parasitar su espacio de poder.

El mafioso suele ser en general un individuo incapaz de expresarse con fluidez, dueño de una retórica limitada, despojada de capacidades oratorias destacables. Maradona lo había identificado con esa oración que le escuchamos: “Ríanse, ríanse, muchachos. No sabe leer. Y es Presidente de la Nación”. Aquí un ejemplo de esa lengua a través del relato de un homicidio. Simone Pepe, de la cosca Bonarrigo-Mazzagatti-Polimeni (clanes de Oppido Mamertina, Reggio Calabria), repone la historia de cómo hizo desaparecer a un hombre devorado por una piara de cerdos. “Una confirmación empírica de la pobreza del lenguaje mafioso puede encontrarse en el número cada vez mayor de transcripciones de escuchas telefónicas y ambientales adjuntas a los expedientes de juicios penales; e incluso en los testimonios prestados por colaboradores de la justicia” (Armao, p. 61, n. 25). Un texto esclarecedor (e inquietante) desde este punto de vista, pues se basa en varias partes en los diálogos interceptados de los protagonistas directos de los hechos narrados, es el de G. Bianconi / G. Savatteri, L’attentatuni. Storia di sbirri e di mafiosi (1998).

La especialización del mafioso típico-ideal es la capacidad de ejercer la violencia. Esa capacidad tiende a ser estereotipada en las películas sobre mafia, en las que el boss suele aparecer retratado con unos guardaespaldas feos y crueles con inclinación a la metralleta (sin importar nunca su coeficiente tecnológico) y al homicidio. Ese estereotipo muestra una veta destacable, que concierne al modelo de la violencia mafiosa. Este se explicita menos a través del duelo que de la emboscada, que implica sorpresa y ocultamiento. Si se hace un escrutinio de este estereotipo descubrimos que para desplegar la violencia se precisan conocimientos muy específicos dentro de las esferas operativas del poder mafioso. La economía es una dimensión del comportamiento social de la cual las mafias no pueden prescindir. La estatalidad, otra. Dentro del ámbito del blanqueo económico –que es un modo de proteger la identidad de la famiglia y la procedencia de sus capitales– se necesita contar con un buffet jurídico que abra una cuenta bancaria bajo mandato. Éste firma los documentos de apertura de la cuenta a su nombre, indicando al banco que actúa por mandato de un cliente que aparece con un nombre de fantasía de una sociedad anónima. La sociedad pondrá a trabajar un administrador de fortunas, que deposita en la cuenta el capital acumulado a ser blanqueado, proveniente de miles de vidas violentadas (por la inyección en distintas clases sociales de distintos estupefacientes o a través de la organización de formas esclavas de trabajo). Esas operaciones suelen desplegarse en países que cuentan con secreto bancario, o en cuevas fiscales con apariencia de países respetables con soberanía nacional garantizada o de países dirigidos por gobiernos que habilitan aparatos legales del tipo “apto blanqueo”. En la Argentina este procedimiento se llama: Régimen de regularización de activos, cuyo propósito es regularizar bienes y activos no declarados a través del pago de una módica colaboración al Estado llamada eufemísticamente “impuesto especial de regularización”.

 

Guerra de mafia

El sistema de poder mafioso persigue la acumulación económica de una élite criminal-empresarial a través de la colonización, control y expansión de posiciones de poder. Esas posiciones pueden verificarse a través del control masivo –y tendencialmente monopólico– de mercados ilegales: de los más primarios (robo de autopartes) a los más sofisticados (narco a gran escala). Los capitales ilegales acumulados son reinsertados –en parte– en sectores cada vez más amplios de los mercados legales. Cuando el poder mafioso decide colonizar, controlar o expandirse en un territorio –barrio, ciudad, vía fluvial, ruta aérea o segmento del Estado– ocupado por otro poder (legal o ilegal) tiende a librar una guerra de mafia. Ese belicismo tiene una peculiaridad: son guerras constituyentes. No se libran sólo para dominar un territorio y sus recursos estratégicos. Reorganizan las viejas jerarquías de poder, las alianzas sociales que ya no se consideran válidas y las reglas que hasta ese momento habían regido las relaciones internas del territorio o la institución colonizada. La guerra de mafia es obra y decisión del capobastone. En las vertientes arqueológicas, se activaba el recurso carismático o la calidad extraordinaria del boss: la prueba de la violencia masiva, que es la condición de posibilidad y de reconocimiento de la validez del carisma. Las mutaciones del capitalismo –que en nuestra era tiene tres dimensiones superpuestas: productiva, digital y narco (especialmente en América Latina)– determinan también una evolución en la forma del poder mafioso, que se ha movido a un estado más avanzado. Las guerras, que hoy pasan desapercibidas, modifican la constitución pre-existente de una institución o un territorio, y “el modo más directo de verificar esta eventualidad es a través del cambio en la composición del grupo que detiene la autoridad” (L. Bonanate, Elementi di relazioni internazionali., Giappichelli, 1997, p. 250). La racionalidad constituyente de una guerra dentro del Estado nacional ha sido identificada por Leandro Renou. En un tuit del 18 de octubre escribió: “A 11 meses del inicio del Gobierno de Milei, Macri maneja casi todos los lugares clave del gabinete. Energía, Seguridad, BCRA, Economía, Agricultura y Capital Humano. En síntesis, en solo 11 meses ya maneja mucho más poder del que tenía CFK dentro del gabinete de Alberto. Un pacman”. Pacman es un nombre aceptable para el poder M. Frente a esa voracidad, el otro ¿seguirá prefiriendo a la mafia porque –como dijo oportunamente– tiene códigos, cumple, no miente y compite?

 

 

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