Europa y la diplomacia del fusil

El Viejo Mundo es hoy la segunda región más militarizada del planeta

 

Un reciente informe del Centro Delàs de Investigación y Acción por la Paz y el Desarme, con sede en Barcelona, España, revela que en 2023 el gasto militar conjunto de los países europeos fue de aproximadamente 290.000 millones de euros (312.000 millones de dólares), un 21% más que el año anterior. Según dicho Centro, si a esa cantidad se le suma la participación del Reino Unido y Noruega, países del continente que no integran la Unión Europea, el gasto militar europeo el año pasado alcanzó los 366.623 millones de euros (395.000 millones de dólares). El segundo del mundo y solo por detrás del norteamericano, mayor que el de China y tres veces más que el de Rusia.

Por otra parte, Europa en la actualidad es también el segundo exportador mundial de armas luego de Estados Unidos. En 2022, los países de la Unión Europea exportaron productos militares por valor de 36.000 millones de euros (39.000 millones de dólares), de los cuales más de un 12% se destinó exclusivamente a Ucrania.

 

 

 

 

El impacto belicista de la guerra en Europa Occidental

Ha sido justamente el conflicto Rusia-Ucrania —y el incondicional apoyo masivo de Europa occidental a su socio de Kiev— el pretexto y detonante principal de este acelerado proceso de militarización de la Unión Europea. Conflicto que supone cambios de paradigmas desde inicios del siglo XX, cuando el continente apostaba a “una Europa en un mundo mejor”, hasta el presente. El 21 de marzo de 2022, días después del inicio del conflicto ruso-ucranio, el Consejo Europeo aprobó su “Brújula Estratégica”, ambicioso programa para reforzar la seguridad y la defensa continental hasta 2030.

Como lo afirma el Centro Delàs en su informe Por una política de paz y desarme en Europa, propuestas para una Europa de la distensión, la paz y la seguridad compartida, “en este proceso han jugado un rol especialmente protagónico la industria militar y los lobbies de armamentos”, quienes promovieron la construcción de una Europa de la Defensa basada en fondos para la promoción y la venta de armas. Más allá de la simple enumeración de cifras y porcentajes comparativos, explica Delàs, institución antibélica que forma parte de la Red Europa Contra el Comercio de Armas (ENAAT, en inglés), la guerra en Ucrania “ha sacado a la luz la ineficiencia del sistema para garantizar la paz y la incompetencia de quienes han dirigido y ejecutado las decisiones sobre paz y seguridad en Europa”. ENNAT, coautora del informe, con sede en Bruselas, nació en 1984, reúne a una veintena de entidades de unos doce países del continente.

Tal como lo definen los autores del estudio publicado la segunda quincena de octubre, el mismo intenta “ayudar a construir un relato alternativo que vaya más allá de la crítica a las políticas que han llevado a Europa a la guerra”. Su punto de partida: la profunda preocupación por un proceso histórico marcado por un sostenido acento militarista. En menos de dos décadas, puntualizan, el presupuesto común para la defensa de la Unión Europea se ha triplicado y la identidad continental sobre el tema ha ido cambiando, alejándose de sus principios fundacionales, los cuales contaban con un enfoque en la seguridad como respuesta a posibles amenazas. El nuevo énfasis es ahora “una visión de seguridad y defensa europea con un enfoque militarista, basado en la seguridad nacional”. Esta nueva construcción pone en el centro mismo a los Estados en lugar de los seres humanos, la naturaleza y las generaciones futuras.

 

Organizaciones de la sociedad civil española se pronuncian contra la guerra. Foto: Centre Delàs.

 

 

 

La diplomacia de las armas no es diplomacia

¿Qué está en juego en este verdadero debate sobre la sociedad europea y sus paradigmas de defensa y seguridad? Los investigadores responden que, de no frenarse este proceso de militarización, se estará socavando cualquier posibilidad de que la Unión Europea sea un agente creíble en la promoción de la paz y los derechos humanos: “Una Europa militar determinará que las respuestas militares de la propia Unión sean más frecuentes”. De esta manera se estará obstaculizando el desarrollo de una diplomacia dispuesta a “crear condiciones que eviten conflictos armados y promuevan la paz” mediante relaciones de amistad, coexistencia e interdependencia con los países vecinos.

Según el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI, por sus siglas en inglés), Rusia-Ucrania, de igual forma que lo fue en 2022, sigue siendo ahora el principal conflicto bélico. En 2023, el gasto militar de Rusia en términos de porcentaje de su Producto Interno Bruto (PIB) alcanzó el nivel más alto desde la disolución de la Unión Soviética: 5,9%. En el caso de Ucrania, fue el 37%. Estas cifras provistas por el instituto sueco permiten concluir que la guerra está pesando más sobre Ucrania que sobre Rusia.

El impacto del conflicto en el continente no ha perdido peso. Como lo constata el SIPRI, todos los miembros de la OTAN, excepto tres, han aumentado su gasto militar. Además, once de los 31 miembros de la OTAN han alcanzado, o incluso superado, su objetivo de destinar el 2% de sus respectivos PIB a fines militares, el porcentaje más alto desde el final de la Guerra Fría. A pesar de todo, desde la perspectiva del movimiento anti militarización las alternativas para promover un enfoque no belicista en el continente europeo existen y están a la mano. Por una política de paz y desarme en Europa identifica y anticipa algunas pistas para promover una perspectiva de “paz positiva”.

 

Ucrania es el principal destinatario de voluminosos paquetes de ayuda militar europea. Foto Naciones Unidas.

 

Una condición casi esencial para “construir la gran Europa para la paz [sería la] incorporación de Rusia al proyecto europeo, sea cual fuere la fórmula que se pueda conseguir [a fin de evitarse] definitivamente, esta vez sí, la guerra en el continente”. Es necesario, insisten los autores, visualizar a Europa como “una región autónoma con un papel de neutralidad entre Oriente y Occidente, capaz de reducir la tensión y la carrera armamentista que desvía fondos [e impide] dar respuesta a las necesidades de la población (acceso a la vivienda, educación, sanidad)”.

Además, agregan, sería necesario “salir de la tutela de la OTAN y Estados Unidos, construyendo una seguridad que responda únicamente a las necesidades de la población y el territorio europeos”. De igual forma, abandonar el camino de un hipotético Ejército Europeo y consolidar un cuerpo diplomático continental reforzado y creíble, aumentándose sus capacidades y recursos para implementar una mayor política de cooperación entre los Estados miembros.

También sería esencial, enfatiza el Centro Delàs, emprender políticas de desarme y desmilitarización en Europa y desde Europa, ya que limitar la disponibilidad mundial de armas obligará a las partes en conflicto a buscar otras opciones al uso de la violencia. Para ello es imprescindible que el continente pase de una Política Común de Seguridad y Defensa, la cual promueve misiones militares, a una de mayor Cooperación al Desarrollo tanto para las zonas más deprimidas de los países europeos como en otros continentes. Esto implicaría un cambio de óptica esencial: reemplazar el desarrollo de nuevos sistemas armamentísticos que sirven para impulsar la industria militar europea por una producción civil, humana y sostenible.

La lucha por la hegemonía militar global, destacan los autores del informe, succiona recursos esenciales para el desarrollo de Europa y el bienestar de su población. Por esta razón, no dudan en confrontar enfáticamente la hipótesis de que la carrera armamentista ayudará a lograr la paz, y en desmentir que la arbitraria cifra del 2% del PIB destinado a gastos militares pueda resultar en mayores niveles de paz y seguridad en el continente.

El clima bélico mundial, con la guerra ruso-ucrania en el centro, pero agravado también desde el último año por la escalada del conflicto en Medio Oriente, lleva al planeta entero a situaciones impredecibles. El recurso a las armas nucleares reaparece como una opción menos remota que apenas 30 meses atrás. Los escasos 1.300 kilómetros que separan Berlín de Kiev, o los 2.100 kilómetros en línea recta entre Roma y Beirut, o la Banda de Gaza, demuestran que los dos grandes conflictos contemporáneos tienen como escenario los suburbios geopolíticos de la Europa Occidental. Un continente una vez más sentado sobre un polvorín con mecha corta y en la encrucijada de dos concepciones totalmente opuestas. La que pregona alimentar el fuego mediante la multiplicación ilimitada de su propia militarización, y la que propone enfriar las tensiones mediante la intensificación de opciones pacíficas, diplomáticas y negociadas. Por el momento, la irracionalidad bélica sigue imponiéndose.

 

 

 

 

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