Elías, el soldado humillado

Un caso de maltrato y persecución en el Ejército

 

Elías Nahuel Monzón ingresó al Ejército Argentino en 2017 como soldado voluntario. Era algo que había anhelado de chico, cuando se le había fijado la imagen de los granaderos en una visita a su escuela primaria. En sus propias palabras: “Provengo de un hogar muy humilde, en Rafael Calzada, y mis enseñanzas fueron siempre a favor del trabajo, el respeto al otro. Servir a mi país, habiendo vivido en un ambiente que promovía vivir del trabajo, siempre ajeno a lo que me rodeaba como las drogas y otros delitos”. 

Apenas ingresó, a Elías le atrajo la vida militar; se sentía una persona útil en un marco de camaradería y respeto. Sus intenciones eran las de estudiar para ser suboficial. Tras ser votado como mejor compañero de su camada, fue encargado del casino de soldados. “Tengo facilidad para organizarme y esa fue una de las cualidades que se me reconoció”, decía. Era una persona considerada sana por la institución: había pasado pruebas físicas y psicológicas importantes para poder ser admitido como soldado voluntario.

Tuvo un primer destino en el Batallón 601 y luego en el Hospital Militar de Campo de Mayo. Todo lo que se imaginaba se transformó repentinamente. Cuando vio la actitud de alguno de sus superiores, el calvario lo sintió en carne propia.  Un sargento le hizo trasladar con su camioneta un par de veces artículos de librería que se usaban en el Hospital Militar: resmas de papel, tubos fluorescentes, lamparitas, cuadernos, lapiceras. El soldado conducía el vehículo sin saber a dónde iría el cargamento. Pero luego supo que el sargento puso un kiosco en su casa para vender lo que robaba.  Se negó a hacerlo nuevamente y  lo marcaron. A partir de entones sufrió todo tipo de humillaciones y maltratos. Lo insultaban, lo dejaban sin comer, le ordenaban guardias a la salida de su horario laboral. Permaneció más de un día despierto, sin poder conciliar el sueño, para cumplir su tarea diurna más la guardia impuesta como castigo. 

Un superior llegó a hacerlo desnudar delante de sus compañeros, en pleno invierno, para limpiar la cuadra y los baños. En otras ocasiones, lo agarró del cuello. Los sargentos empezaron a hablar mal de él por todos lados, crearon un clima de animadversión en su contra. Elías tuvo un accidente que le lesionó la rodilla. El médico dio tareas pasivas y ante la presión de un sargento entonces agregó que estaba capacitado para hacer guardia. Con la rodilla rota, cargó el armamento aullando de dolor. 

 

 

Pero no se quedó de brazos cruzados. Denunció los hechos por escrito ante las autoridades del Hospital Militar de Campo de Mayo. Nunca contestaron sus presentaciones, donde además denunciaba delitos graves como el robo del material del Estado, del que era cómplice al cumplir la orden de sus superiores. En julio de 2023 elevó la denuncia ante el jefe del Ejército argentino. Lo único que recibió fue silencio. 

Jamás imaginó que lo peor, sin embargo, estaba por llegar. Comenzó con ataques de pánico y tuvo episodios de pérdida de conciencia. Fue atendido en el Hospital de Campo de Mayo y luego, ante la inacción de su lugar de destino, se presentó ante el Hospital Militar Central. Los psiquiatras ordenaron su internación. Estuvo veinticuatro horas en el mismo hospital y después lo derivaron a la Clínica Azopardo. “Elías empezó con ataques de pánico mal tratados en Campo de Mayo, donde sólo había una mujer médica que lo había tratado y conocía, y lo defendía del sargento. Allí fue cuando bajo nuestro consejo se presentó en el Hospital Militar Central, lo vieron tan mal que lo dejaron dos días internado y con análisis. Buscamos los antecedentes médicos de Campo de Mayo y no aparecieron, o sea, que fueron destruidos. A este chico le dijeron que iba a ser otro caso Carrasco, y él ni sabía quién era Carrasco”, sintetiza María Gabriela Scopel, su abogada. 

En el medio, Elías vivió un confuso episodio. Se presentó en el Ministerio de Defensa para ampliar sus denuncias, donde decía que quería vivir y que le habían negado sus haberes —todos sus reclamos tienen sello de ingresados—. Sufrió una lipotimia, ese día sólo había tomado mate y sus pastillas recetadas de la mañana. Ante el desvanecimiento fue medicado sin que nadie le dijera qué droga era y después trasladado, sin plena conciencia, en una ambulancia hacia el Hospital Argerich. Ahí también lo medicaron.

 

 

Dos psicólogas le dieron el alta sin análisis previos. Le hicieron pedir un Uber que lo dejó a cinco cuadras de su casa, cerca de la medianoche. No tiene recuerdos de eso, le llegó el recibo del Uber a su correo. Un vecino lo vio y lo saludó. Elías tampoco recuerda haber deambulado con los ojos entrecerrados durante casi cinco horas. “Llegué a la cuadra de mi casa y daba vueltas sin saber cuál era mi puerta. Me lo dicen los vecinos; yo no estaba consciente aunque caminaba y hablaba. Mi vecino, que vio mi sombra por la ventana y me reconoció, me llevó hasta la puerta de mi casa y me desperté en mi cama al otro día a las seis de la tarde. Todo me daba vueltas”, dijo en su denuncia, representado por Scopel, quien recuerda que existe una Ley de Salud Mental donde se especifica que nada pueden hacer los facultativos contra la voluntad del paciente, salvo que ponga en peligro su vida o la de terceros. 

Agrega el soldado: “No sé si me hicieron firmar cosas. No sé si me obligaron a decir que estaba de acuerdo con mi medicación y mi traslado en ambulancia al Hospital Argerich; recuerdo que iba en la ambulancia con una mujer vestida de verde. Nunca, en plena conciencia, lo hubiera permitido. Me hubiera comunicado con mi madre, con mi hermana o hermano para avisarles qué es lo que pasaba conmigo”. 

Elías enfatiza que sus dolencias se produjeron mientras cumplía servicio. Unas cartas documento posteriores a este episodio lo obligaron a concurrir a una junta médica. Un mes antes le habían suspendido su sueldo sin ningún motivo. Él contestó las cartas documento con correos electrónicos, ya que no tenía dinero; no le habían depositado los haberes, ni para comer, ni para medicinas, ni para la factura de luz. “Me quedé sin obra social, sin dinero para comprar mis remedios. Sin dinero para viajar, para comer, para trasladarme. El abandono de persona es claro”, dice Elías Monzón, y agradece a las salitas de su barrio que le proveen de la medicación.

En su denuncia especifica la gravedad de los hechos. “No me caben dudas del accionar de todos los funcionarios denunciados, más los que me han medicado sin mi consentimiento y me trasladaron al Hospital Argerich, no al Hospital Militar donde me corresponde por mi calidad de soldado voluntario. Tanto el médico o enfermera que me medicó en el Ministerio de Defensa como los que me recibieron en el Hospital Argerich me sobremedicaron, me hicieron perder la conciencia y así, hablando y caminando, sin entender ni recordar qué hice, llegué a mi casa a rehacer esas horas que me tuvieron secuestrado, privado de mi libertad. Todos han incurrido en delitos aberrantes”. 

¿Es normal que un soldado del ejército argentino sea llevado contra su voluntad a un hospital del gobierno de la ciudad de Buenos Aires? Precisa Elías Monzón en la denuncia: “Si estaba inconsciente, pudieron haber hecho conmigo lo que deseaban. Me secuestraron, me drogaron, me largaron a la calle solo. En el Ejército y en el Ministerio de Defensa está mi legajo, con mis datos, mi dirección. Hay ambulancias, autos de protocolo, camiones, camionetas. Mi madre no supo nada de mí por casi 14 horas. Me han abandonado, me han dejado sin depositar mis haberes, sin poder pagar mi alimentación, mis remedios y no tengo forma de movilizarme. Soy solo un soldado que vive en Rafael Calzada, en calle de tierra. Pero este soldado quiere vivir, cansado de ser tratado como material descartable. Recuerdo mis buenos días de mi ingreso al Ejército, cuando era un muchacho feliz de cumplir con mi trabajo y reconocido por mis pares y superiores. Era el tipo más feliz del mundo cuando estuve destinado a ayudar a la gente de La Matanza en una inundación”. 

Elías acaba de cumplir 25 años. Desde que le dejaron de pagar sus haberes sin causa, bajó veinte kilos. Para mantenerse, hoy hace changas, barre casas, limpia baños. Sus vecinos lo apoyan. “Mi impresión es que a través de la falta de horas de sueño (guardias seguidas aún con una rodilla mal, que hoy le duele cuando camina), sin días de descanso, sin dejar por escrito todo lo que denunciaba (y mucho lo tiene firmado), sin dejar por escrito sus pedidos de ayuda médica donde trabajaba y la falta de estos episodios en su legajo médico, destruyeron hasta hoy la vocación de un chico de 25 años, que quería hacer la escuela de suboficiales”, reflexiona su abogada. 

Y agrega: “Elías Nahuel se topó con gente delincuente como hay en todos lados. En el Ejército nunca pueden dar de baja a alguien sin una junta médica previa. Ellos le cortaron el sueldo sin notificarlo, sin cumplir con las reglamentaciones y con el agravante de la enfermedad conocida”. 

La causa está frenada en el juzgado de Julián Ercolini. Pasaron dos años, 24 presentaciones y ninguna respuesta. Hoy Elías Nahuel Monzón sigue denunciando al Estado argentino, mientras su defensa prepara la querella por los delitos de secuestro, incumplimiento de los deberes de funcionario público y abandono de persona, entre otros ilícitos.

 

 

 

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