Blinken, ¿el socialista?

La base del poder de Estados Unidos es todo lo contrario a la política económica de Milei

 

Antony J. Blinken, secretario de Estado de los Estados Unidos, publicó el 1° de octubre un documento (disponible aquí) donde, con tono electoral y auto-elogioso, enuncia los objetivos geopolíticos de su país en la confrontación con China, Rusia, Corea del Norte e Irán, a los que califica de países “revisionistas”.

Interesa describir una parte del texto referido a la importancia que da al desarrollo económico.

Señala que, ante cierta debilidad que venía produciéndose en la estructura política de Estados Unidos y que alentó a los revisionistas, el primer aspecto que, a su modo de ver, marca la recuperación de la fortaleza norteamericana es la política económica que desarrolló la administración Biden-Harris.

Para Blinken, la capacidad estratégica de los Estados Unidos descansa en gran medida en su competitividad económica: “The United States’ strategic fitness rests in large measure on its economic competitiveness”.

Por eso, dice, la administración Biden lideró a demócratas y republicanos en el Congreso para aprobar legislación que:

1) promoviera inversiones (que califica de históricas);

2) modernizara la infraestructura;

3) fortaleciera las industrias y tecnologías que, cree, impulsarán el siglo XXI;

4) renovara la industria manufacturera;

5) aumentara la investigación; y,

6) liderara la transición energética global.

Sostiene que esas inversiones internas constituyen el primer pilar de la política de la gestión y que impulsaron la economía como nunca antes desde los ‘90. Explica que eso permitió que el PIB de los Estados Unidos sea más grande que el de los siguientes tres países combinados y que la inflación haya caído a niveles bajos.

A la par, esa política de promoción de radicación de capitales industriales, afirma el documento, permitió que el desempleo se haya mantenido en o por debajo del 4% durante el período más largo en más de 50 años, y que el ingreso de los hogares haya alcanzado un nivel récord con reducción de la pobreza y la desigualdad.

Destaca como instrumentos estratégicos la Ley CHIPS y la Ley de Reducción de la Inflación de 2022, que, para Blinken, es la mayor inversión de la historia en clima y energía limpia.

Indica que Samsung de Corea del Sur se comprometió a invertir decenas de miles de millones de dólares en la fabricación de semiconductores en Texas. Que Toyota de Japón destinó miles de millones de dólares a la fabricación de vehículos eléctricos y baterías en Carolina del Norte. Y que los cinco principales fabricantes de semiconductores del mundo construirán nuevas plantas en Estados Unidos, invirtiendo 300.000 millones de dólares y creando más de 100.000 nuevos empleos en Estados Unidos.

Por ello, dice, Estados Unidos es ahora el mayor receptor de inversión extranjera directa del mundo y también el mayor proveedor de inversión extranjera directa.

Concluye que esto no solo reduce la dependencia de Estados Unidos de China y otros países revisionistas, sino que los convierte en un mejor socio para aquellos que también quieren reducir su dependencia de aquel país.

 

El desarrollo como base del poder

De acuerdo con el documento, el desarrollo industrial en territorio estadounidense, y no en cualquier lugar del mundo donde sea más barato para el capital, es la base de su visión geopolítica, de su capacidad militar e influencia en el mundo.

Pero, además, esa política no habría producido un sacrificio para el capital porque, según el funcionario, aumentó la demanda de bienes y servicios y permitió incrementar las inversiones en chips, tecnología y cadenas de suministro, y estableció estándares tecnológicos que considera cruciales para la seguridad.

Intenté referir el texto en la parte que trata a la economía como base del poder sin asumir ninguna posición respecto de si es cierto lo que Blinken afirma.

Según economistas a los que pedí opinión, es verdad que Estados Unidos ha desarrollado una agresiva política de radicación de capitales industriales en áreas estratégicas para sus intereses utilizando, además, las herramientas tributarias. El proceso comenzó con Trump y fue profundizado por Biden, por lo que constituye una política de Estado, aceptada por demócratas y republicanos.

Referir a Estados Unidos y mirar la Argentina es complejo en muchos aspectos, por ejemplo, en punto a cuál es el lugar político y moral que cada nación considera que debe ocupar en su territorio y en el mundo. Esto, suponiendo que la dirigencia argentina reflexione sobre este aspecto y defina con cierta nitidez los intereses nacionales.

Este texto, de suyo, no versa sobre cuál es o debería ser la posición de la Argentina ante las controversias que se susciten entre Estados Unidos y los revisionistas.

Lo que creo de interés es señalar que la primera potencia mundial considera que la base de su poderío nace de la capacidad de su economía de controlar procesos tecnológicos, producir en su territorio, dar empleo y tener mercado interno. Y que, para ello, el que –de la boca para afuera– se calificaba como el campeón de la libertad de comercio, estableció políticas y sancionó leyes indudablemente proteccionistas.

 

En la Argentina

Repasar la política económica de Estados Unidos según el texto referido y analizar lo que ocurre en la Argentina desde hace tiempo y, especialmente, en la administración Milei, produce perplejidad.

La política económica de Milei es todo lo contrario de la que, según el Blinken, es necesaria para ser poderoso.

Milei propone promover la explotación de los recursos naturales sin ninguna exigencia ni incentivo para la formación de capital industrial. No sólo no hay ningún aliciente para el desarrollo tecnológico, sino que desfinancia hasta el grotesco las universidades y las agencias de producción científica, sin ningún programa para mejorarlas, aunque sea a su particular modo de ver.

No hay ningún plan serio para reducir el 50% de pobres mejorando el mercado interno y el ingreso de los hogares argentinos, ni para dar empleo a los miles de argentinos que se incorporan cada año al mercado de trabajo. Tampoco para mejorar el nivel de vida de la clase media.

El Presidente, por el contrario, cree que es fantástico comprar productos industriales europeos o chinos (“no piden nada”, descubrió, sólo que les compremos…), y lo prefiere en lugar de que se produzcan en la Argentina, dando trabajo.

Sin embargo, nos han dicho hasta el cansancio que “tenemos que hacer lo que hicieron los países a los que le va bien”, y, para ellos, Estados Unidos sería uno de ellos. Ahora, también lo sería la revisionista China.

Se decía que un lúcido funcionario del Ministerio de Economía en épocas doradas sólo aceptaba que la burocracia fuera al exterior si iba a formarse en los lugares de gestión privada o pública, no tanto a las universidades, para que copiaran lo que hacían, y no lo que decían.

Nunca los países centrales fueron estúpidamente liberales, solo salen a competir cuando saben que ganan. En los últimos años, las administraciones de Estados Unidos, además, lo dicen. Pero acá no se dan cuenta de que “es la industria… estimado”.

Sería perder el tiempo aspirar a que los libertarios leyeran a Juan Perón, el político más lúcido del siglo XX. Pero ya que prefieren el siglo XIX y la generación del ‘80 podrían, al menos, repasar las ideas de Carlos Pellegrini, para quien “sin industria no hay Nación”.

Ello, aun a riesgo de que, luego, califiquen a Pellegrini de degenerado fiscal y, a Blinken, de socialista.

 

 

Pellegrini: "Sin industria no hay Nación".

 

 

 

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