El "Premio Nobel" de la ortodoxia

La construcción de un régimen alternativo de verdad

 

El historiador y filósofo del pensamiento económico Phil Mirowski investigó “el papel y el significado del Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en honor a Alfred Nobel”, al que se suele aludir erróneamente como el “Premio Nobel de Economía”. Esta “confusión nominal”, señala este autor, debe llamar la atención sobre “el papel del colectivo de pensamiento neoliberal (…) que casi universalmente se pasa por alto”. Mirowski demuestra que “este Premio Nobel de imitación ha sido un componente muy eficaz del conjunto de herramientas neoliberales para construir un régimen alternativo de verdad, en particular con respecto a la imagen pública y el contenido de la ortodoxia económica” [1].

Los ganadores de la versión 2024 de este premio, anunciada el 14 de octubre, fueron los economistas Daron Acemoglu (MIT), Simon Johnson (MIT) y James Robinson (Universidad de Chicago). Según el comunicado oficial de prensa, se premian los estudios sobre “cómo se forman las instituciones y cómo afectan la prosperidad”, porque “nos ayudan a entender la diferencia en la prosperidad de las naciones”. Eufemismos que desvían la atención del único interrogante válido: ¿cómo justificar la generación de desigualdad y la acumulación de ingresos surrealistas —por ejemplo, del 1% más rico—, que se disparó a la luna conla epidemia de la financierización de la economía global desde la década de 1970?

La maniobra no es muy sutil y se descifra en la justificación del premio: “El 20% más rico de los países del mundo es hoy unas 30 veces más rico que el 20% más pobre. Además, la brecha de ingresos entre los países más ricos y los más pobres es persistente; aunque los países más pobres se han vuelto más ricos, no están alcanzando a los más prósperos”. En la Disneylandia neoliberal, donde “los países más pobres se han vuelto más ricos”, el problema se desplaza entonces hacia “la brecha”.

Para difundir el evangelio de la brecha de prosperidad, el premio que la ortodoxia se entrega a sí misma fue para un bestseller didáctico, ideal para inundar las librerías de los aeropuertos. Nos referimos al libro Why Nations Fail (¿Por qué fracasan las naciones?, 2012), de Acemoglu y Robinson, donde se enhebran las “pruebas nuevas y convincentes” que han encontrado los tres galardonados para comprender las razones de “esta brecha persistente”. La clave que se festeja está en “las diferencias en las instituciones de una sociedad”.

Analicemos entonces qué son estas “pruebas nuevas y convincentes”.

 

¿El problema son las instituciones?

 

 

Zurcir retazos de historia

Los ganadores se encuadran en la corriente del neo-institucionalismo económico, donde otro “premio Nobel de Economía” (1993), el historiador Douglass North, dejó una marca insoslayable: “Las instituciones son las reglas del juego en una sociedad, o, más formalmente, las restricciones diseñadas por los humanos que dan forma a la interacción humana. (…) En consecuencia, ellas estructuran incentivos en el intercambio humano, ya sea político, social o económico”. La hipótesis de partida de North fue que la economía neoclásica ignora qué tipo de instituciones son adecuadas para crear mercados eficientes con “bajos costos de monitoreo y transacción”. Sus aportes se enfocan en la dinámica de cambio institucional y su vigencia desborda el marco neoclásico.

Desde North en adelante, las transacciones —y sus costos— son las unidades de análisis primarias del neo-institucionalismo. Se trata de reducir los costos de transacción en un mundo donde la información es costosa y donde, por lo tanto, los individuos se comportan de manera oportunista y con racionalidad limitada. Así, las instituciones —formales e informales— se proponen reducir las incertidumbres y aportar estabilidad (y, a veces, eficiencia) a la interacción humana y al intercambio económico. Ahora bien, la línea que evoluciona desde el pensamiento de North diverge de la realidad al ritmo de los choques de calesitas, países y sistemas financieros globales, de los que la teoría ortodoxa nada logra atisbar, menos explicar y todavía menos prever. ¿Qué pueden tener en común los mercados eficientes con BlackRock?

Este contexto vacía de sentido la afirmación que se hace en la difusión de los antecedentes científicos oficiales del premio: “Al igual que North, los galardonados han adoptado una visión amplia de lo que constituye una institución económica y política buena o mala”. La “visión amplia” de North, treinta años más tarde, desemboca en la parodia metodológica del libro de Acemoglu y Robinson: al mejor estilo de receta del FMI, la estrategia es “one size fits all”. Receta única para cebras, monos y gorriones.

En 509 páginas se recorre un caleidoscopio de retazos sobre el Imperio Romano, la historia de la Europa feudal, de la América previa a la conquista, la España de la colonia, loas y más loas a la Revolución Gloriosa (con más de 60 menciones), procesos de independencia, la revolución industrial, gobiernos africanos —Sierra Leona, Botswana, Sudáfrica—, la Restauración Meiji, la China de Mao y la del crecimiento rápido, la Rusia absolutista y la Unión Soviética, Corea del Norte, etc., etc. Y claro, no podía faltar la Argentina y… el maldito general. ¿Videla? No, Perón.

Todo este abigarrado collage está basado en fuentes secundarias, es decir, en investigaciones de tercerxs autorxs que hicieron su propia selección de fuentes primarias orientadas a sus propios intereses interpretativos. Es decir, Acemoglu y Robinson interpretan una serie heterogénea de interpretaciones de otrxs. Es importante este punto: así no se trabaja en —o con la— historia. Porque con esta falsa metodología es posible encontrar en la Babel de la historiografía retazos para demostrar casi cualquier hipótesis.

 

 

Una máquina de auto-validación

El efecto de rigor con fundamento empírico se basa en unas pocas piezas teóricas sencillas y didácticas: “momentos críticos” (“critical junctures”); instituciones políticas y económicas “inclusivas” y “extractivas”; “círculos viciosos” y “círculos virtuosos”; y la noción de  “destrucción creativa” de Joseph Schumpeter, que introduce la innovación como fetiche y comodín. Con esta máquina simple y genérica, no hay episodio, evento, proceso o estructura social, económica, política o cultural que los autores no puedan encajar en su mapa de jerarquías validadoras del destino manifiesto anglosajón.

La historia del último milenio explicada con palancas y poleas.

 

En esta ensalada con exceso de radicheta y achicoria, los tomates cherrys son Gran Bretaña y Estados Unidos, que aportan el polo luminoso e inspirador: “Las instituciones económicas inclusivas son a su vez apoyadas por instituciones políticas inclusivas, es decir, aquellas que distribuyen el poder político ampliamente de manera pluralista y son capaces de lograr cierto grado de centralización política para establecer la ley y el orden, las bases de derechos de propiedad seguros y una economía de mercado inclusiva” (p. 430). Solo faltan los violines.

En espejo invertido, el submundo donde las instituciones no funcionan: “De manera similar, las instituciones económicas extractivas están vinculadas sinérgicamente con las instituciones políticas extractivas, que concentran el poder en manos de unos pocos, quienes luego tendrán incentivos para mantener y desarrollar instituciones económicas extractivas para su beneficio y utilizar los recursos que obtengan para consolidar su control del poder político” (p. 430).

La caracterización del crecimiento de China “bajo instituciones políticas extractivas” se alude en estos términos: “China rompió moldes, aunque no transformó sus instituciones políticas. Como en Botswana y el sur de Estados Unidos, los cambios cruciales se produjeron durante una coyuntura crítica: en el caso de China, tras la muerte de Mao” (p. 426).

Así funciona esta máquina multiprocesadora de historia: “Mientras que los círculos virtuosos hacen que las instituciones inclusivas persistan, los círculos viciosos crean fuerzas poderosas que favorecen la persistencia de las instituciones extractivas. La historia no es el destino y los círculos viciosos no son inquebrantables (…). Pero son resilientes. Crean un poderoso proceso de retroalimentación negativa, en el que las instituciones políticas extractivas forjan instituciones económicas extractivas, que a su vez crean la base para la persistencia de las instituciones políticas extractivas” (p. 465).

Del cajón de sastre sin fondo que aporta la academia, Acemoglu y Robinson seleccionan varios retazos a la medida de una Argentina que sirva como contraejemplo de manual. En la comparación de intentos de ampliación de las Cortes Supremas, cuentan que, con estrategias semejantes a las de Chávez y Fujimori en los años '90, Roosevelt intentó la ampliación de la Corte Suprema. Sin embargo, “quienes comparten el poder bajo instituciones políticas pluralistas” le impidieron a Roosevelt deslizarse por esta “pendiente resbaladiza”. El Presidente de Estados Unidos se dio la frente contra “el poder de los círculos virtuosos” (p. 329).

En la Argentina de Perón “se dieron las mismas luchas en el contexto de instituciones económicas y políticas predominantemente extractivas” (p. 329). Por eso, “democráticamente electo como Presidente” en 1946, “Perón podría gobernar efectivamente como un dictador” (p. 330). Afirmación parcialmente borroneada por la que se lee más adelante: “Los peronistas ganaron las elecciones gracias a una enorme maquinaria política que triunfó comprando votos, distribuyendo favores y cometiendo actos de corrupción, incluidos contratos gubernamentales y empleos a cambio de apoyo político. En cierto sentido, se trataba de una democracia, pero no era pluralista” (p. 385). Como si estuviéramos leyendo el New York Times al final de la Segunda Guerra Mundial.

Como ejercicio de testeo buscamos sin éxito la fuente en que se basa este último juicio [2]. El tratamiento de la Argentina en el libro de Acemoglu y Robinson nos confirma el abismo que separa, por un lado, la ficción metodológica que valida a priori una apología anglocéntrica ambiciosa y, por otro lado, la pretensión teórica omnívora que confunde explicación con clasificación normativa.

 

 

Epílogo

La práctica de la historia, como disciplina narrativa, se enfrenta a un océano de complejidad infinita. Por eso cualquier abordaje con mínimo rigor requiere de periodizaciones, identificación de escalas temporales, foco geográfico, contextos, estructuras y procesos, formulación de hipótesis que orienten las preguntas, la selección de fuentes primarias y el análisis interpretativo. Nada de esto se encuentra en el caleidoscopio que intentamos analizar, plagado de prejuicios jerárquicos propios de la prepotencia del destino manifiesto anglosajón. En todo caso, un producto sofisticado de negación de la historia y, por esto mismo, una gran pieza de posverdad.

Como propuesta de ambición teórica y metodológica equiparable, podría mencionarse, a modo de contrapunto, la teoría del sistema-mundo de Immanuel Wallerstein, heredero de Marx, Braudel y la teoría de la dependencia, que deja una obra personal de cuarenta años y una escuela de pensamiento prolífica. En esta obra también se busca el sentido del significante “instituciones”, pero con niveles de rigor y densidad inconmensurables. En esta línea, un aporte deslumbrante del papel de los ciclos hegemónicos en la historia del capitalismo —dimensión ausente en Acemoglu y Robinson— se presentó en El largo siglo XX (1994) de Giovanni Arrighi, donde se caracterizan las etapas de financierización de los finales de ciclo.

Si alcanza con bestsellers de aeropuerto, El Capital en el Siglo XXI (2013) de Thomas Picketty cumpliría con este requisito (además de otras virtudes) para un “premio Nobel de Economía”, salvo que no pertenece al club selecto de la ortodoxia económica.

Una última pregunta para profundizar en otra ocasión: ¿qué cosas no hay en el libro de Acemoglu y Robinson? No hay, por ejemplo, orden hegemónico, ni sistema capitalista, ni neoliberalismo, ni institucionalidad global, ni procesos de endeudamiento como mecanismos de coerción…

En síntesis, monumental aporte del “premio Nobel de Economía” a la des-comprensión de la historia y del presente.

 

 

 

 

 

[1]  Phil Mirowski. 2022. “The Neoliberal Ersatz Nobel Prize”, pp. 219-254. En: Plehwe, D., Slobodian, Q., y Mirowski, P. (eds.), Nine lives of neoliberalism. Londres: Verso.
[2] El tratamiento de la sección “El corralito” se basa en artículos de The Economist de 2001. El resto de las alusiones a la Argentina se basa en cuatro fuentes secundarias: Iaryczower, M., Spiller, P. y Tommasi, M. 2002. “Judicial Independence in Unstable Environments: Argentina 1935-1998”, American Journal of Po­litical Science, vol. 46, pp. 699-716; Helmke, G. 2004. Courts Under Constraints: Judges, Generals, and Presi­dents in Argentina. New York: Cambridge University Press; Rock, D. 1992. Argentina 1516 -1982: From Spanish Colonization to the Falklands War. Berkeley: University of California Press; Sawers, L. 1996. The Other Argentina: The Interior and National Develop­ment. Boulder: Westview Press.

 

 

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