El espíritu oculto

Un fragmento del libro sobre el Opus Dei de Paula Bistagnino, llamado "Te serviré"

He aquí un fragmento del libro de la periodista Paula Bistagnino Te serviré: fe, poder y disciplina, el plan del Opus Dei para beneficiarse de una de las mayores fortunas de América del Sur. Una investigación relevante cuyos ecos han llegado, ya, a la Justicia.

 

 

“El espíritu de la Obra es que sus socios varones ocupen cargos oficiales y, en general, puestos de dirección”, indicaba uno de los primeros reglamentos del Opus Dei, que Escrivá de Balaguer firmó en 1941. Eran dos, de apenas un puñado de hojas cada uno. Uno se llamó Espíritu y el otro, Régimen. En el escrito, el fundador  advertía que sus centros y casas no debían identificarse, ni sus miembros contar que lo eran. “Los nuestros—ordenó— nunca hablarán de la Obra a extraños ni manifestarán que pertenecen a ella”.
El Presidente de facto Lanusse nunca pitó en la Obra, pero su vínculo con ella quedó registrado por escribano: el 18 de mayo de 1973, una semana antes de dejar el poder, entregó un gran lote en el corazón de Recoleta a la Asociación para el Fomento de la Cultura, por intermedio  del Municipio de Buenos Aires. Un cuarto de la manzana que rodean las calles Vicente López, Junín, Ayacucho y Las Heras, en diagonal al cementerio, a dos cuadras de la Iglesia del Pilar y la Plaza Francia. La superficie comprende 2.043 metros cuadrados que se escrituraron como “donación gratuita” por Ordenanza Municipal en agosto de 1972. En 1980, la dictadura encabezada por Jorge Rafael Videla destinó —por decreto— un subsidio que permitió que, en ese terreno, comenzara la construcción de la sede principal de la Obra en la Argentina. El imponente edificio se inauguró en 1992 y para 2020 estaba valuado en más de veinte millones de dólares.

Ese mismo 1992, el Opus Dei se inscribió en el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la Argentina como Prelatura Personal. Eso es todo lo que el Estado sabe de la institución que, según el documento que la reconoce, es sólo una Asociación Civil y no tiene ninguna propiedad ni iniciativa asociada.

Argentina atravesaba un período de agitación política. Una revuelta estudiantil y su represión sangrienta en Córdoba en 1969 había iniciado un clima de convulsión creciente. Los trabajadores y las juventudes organizados reclamaban cambios profundos, en línea con la radicalización que vivía América Latina. Había sido el inicio del fin del gobierno de facto de Onganía, al que siguió el gobierno de facto de Lanusse. Poco después, las elecciones democráticas comenzarían otro ciclo convulsionado, que derivaría en la dictadura militar más sangrienta del siglo XX en el país.

En Uruguay regía una dictadura desde junio de 1973 y en Chile, otra desde septiembre. A la última, los Gianoli Gainza la celebraron en Bella Vista, en Montevideo y en Rosario. Al mismo tiempo, el Opus Dei del Cono Sur vivía su propia fiesta con el anuncio de la primera visita de Escrivá de Balaguer a la región. “El Padre” llegaría a Brasil, Chile y Argentina para bendecir las misiones que un cuarto de siglo antes había iniciado con entusiasmo de iluminado, o de loco, sin saber cómo sería recibido en ese gran bastión católico que era América Latina.

En las residencias de la Obra, el día en el que se anunció que el fundador llegaría a Argentina fue inolvidable. La noticia la dieron las directoras y los directores. A Rosario la noticia llegó antes que a otros centros y Elina lo supo por doble vía, por ser directora y por ser una Gianoli Gainza. Cuando lo pudo decir, lo comunicó con una mezcla de solemnidad y alegría.

Elina Gianoli Gainza.

 

La llegada del Padre no era una fiesta sino un acontecimiento. Cuántos años habían pasado observando su figura en una estampa, en una foto, en un portarretratos de la mesa de luz, en la solapa de los libros. Cuántas noches llevaban leyendo y releyendo Camino, Surco, Forja, alimentándose de cada una de sus palabras. Cuántas mortificaciones le habían ofrecido y cuántas cosas habían conseguido poniendo en lo alto su nombre. A cuántos habían enfrentado para defenderlo, cuánto habían dejado de lado por su llamado.

Elina lo anunció en la casa. Siempre, para cualquier misión o campaña, la labor de San Miguel era el primer núcleo de la organización. Luego seguía San Gabriel y, por último, era el turno de las chicas y los chicos de San Rafael. Para todos, el anuncio de la visita era la oportunidad de poner en marcha la maquinaria y multiplicar la cosecha.

En cada centro del Opus Dei, comenzó una campaña económica: todos los miembros, sin importar su jerarquía, debían conseguir algo, lo que pudieran. De algunos se esperaba más, por sus contactos o por la situación de sus familias. Las campañas económicas siempre eran momentos de tensión, porque se ponía a prueba la disposición y el buen espíritu de cada uno. Se descontaba que siempre alguien podría aportar algo, fuera dinero en efectivo, o bien objetos de valor o tal vez algún servicio necesario.

Lo más urgente era la puesta a punto de La Chacra, donde se alojaría el Padre durante los 14 días de su visita. La casona estaba en funciones, pero seguía tal como la habían  recibido de la familia Gallardo.

Según el relato del Opus Dei, el dinero y las voluntades no tardaron en aparecer. Con el dinero recaudado a través de donaciones, se encargó el mobiliario del comedor a un carpintero en Córdoba. Alguien prestó, y luego regaló, “la imagen de una Virgen Dolorosa muy antigua” que se ubicó en el primer piso, en el hall junto al despacho y la habitación principal reservados a Escrivá de Balaguer. Eran dos ambientes amplios, uno a modo de antesala, con vistas al patio, varios sillones tapizados en tela fina color bordeaux, una lámpara de pie y un escritorio de madera lustrada. La habitación, también de pisos de mosaicos oscuros como el resto de la casa y paredes cubiertas por empapelado amarillo con ribetes dorados, estaba coronada por una cama de gran cabezal y pies de madera oscura, en estilo provenzal antiguo, con mesas de luz y lámpara haciendo juego. Sobre la cabecera relucía una madera alargada con la jaculatoria preferida de Escrivá de Balaguer, la que repetía cada noche antes de dormir y que presidía también su dormitorio en Roma: “Aparta Señor de mí lo que me aparte de ti”. La frase se repetía en el despacho y en el patio.

Toda la vida en esos días giraba alrededor de la visita, no sólo en lo material y concreto. La certeza de que estarían cerca de un santo llenaba el espíritu y daba fuerzas.

Hubo charlas, misas abiertas, convivencias de formación para dar a conocer el espíritu de la Obra,  peregrinaciones al santuario de la Virgen de Luján “para rogar por los frutos de la visita.”

Desde Buenos Aires, enviaron a la Chacra a varios grupos de chicas jóvenes que frecuentaban los centros Sur, La Ciudadela y Los Arrayanes, para que colaboraran con las tareas.

Cuando Escrivá de Balaguer subió al avión, en 1974, sabía que viajaba a territorio sembrado. No llegaría para conquistar, sino para expandir. Las cosas estaban dadas para que lo recibieran como a un líder. Aterrizó en Buenos Aires el 7 de junio, procedente de Brasil; desde el aeropuerto fue directo a La Chacra. Los primeros días los pasó allí, recibiendo en el living y en el parque a sus hijos e hijas más destacados: un puñado de personas y familias de la élite argentina.

Fue la única vez que la familia Gianoli Gainza volvió a reunirse en pleno. El Padre los recibió en audiencia privada. Carmen y su marido llegaron con sus diez hijos, algunos ya adultos. La abuela María Elina viajó desde Punta del Este con María Luisa. Sergio y Beatriz también llegaron desde Uruguay, cada uno con su familia.

Elina viajó desde Rosario.

Era un día frío, pero los Gianoli Gainza y su prole eran tantos que no cabían en el despacho de Escrivá de Balaguer. Así que hubo que buscarles un salón más grande.

“El Padre estaba muy bien informado de nosotros, en especial de la abuela y de Elina”, recuerda Mauricio Gatica Gianoli, que tenía ya 20 años. No se equivoca. El fundador del Opus Dei sabía quién era María Elina, sabía de la primera casa de mujeres en Chile, de los aportes a las campañas económicas, de las empresas, de la rama femenina en Uruguay. Le habían hablado de Elina, la primera numeraria de la familia, la heredera de la generosidad de su madre, la que había consagrado su vida a la Obra. También sabía de Carmen, que estaba allí con su tropa de niños y niñas formados en el Opus Dei.

La autora, Paula Bistagnino. Foto: Alejandra López.

 

”Estuvimos un buen rato con él y nos trató con mucha atención”, dice Mauricio, que al rememorar el momento lo califica como “emocionante”: “No eran muchas las familias que tenían una audiencia privada con él”.

Una frase se repetía en boca del Padre en aquellos encuentros íntimos con Escrivá: “Ustedes no son iguales al resto de los cristianos, ustedes son elegidos”.

La presencia de Josemaría Escrivá de Balaguer en la Argentina fue noticia para un círculo pequeño. No se publicó nada en los diarios ni se extendieron invitaciones abiertas al público general. Sin embargo, el trabajo de los fieles dio sus frutos y los encuentros en La Chacra muy pronto resultaron pequeños para la expectativa que se había generado.

Hubo seis tertulias en total. Las primeras fueron el sábado 15 y el domingo 16 de junio en el Centro Cultural San Martín. Las siguientes, el 18 y el 21 en el Colegio de Escribanos, adonde acudió buena parte de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, abogados y escribanos de los estudios más importantes del país, además de toda la dirección del Colegio, entre decenas de invitados. Tampoco eso salió en los diarios.

Dos días después, se realizaron las dos últimas y más multitudinarias tertulias: el 23 y el 26, miles de fieles colmaron el Teatro Coliseo durante horas y conversaron con él. Tampoco hubo registro en los medios, ni siquiera en La Nación y La Prensa, a pesar de que tuvieron allí a algunos representantes.

Hay videos de esos encuentros con hombres y mujeres de todas las edades, entremezclados, en familia, que hacen preguntas al líder. Algunos se presentan como curiosos y piden consejos, otros se definen como personas comunes en busca de algo más. Escrivá de Balaguer hace chistes, ríe, habla con palabras sencillas y dice que todos ellos pueden ser mejores, buscar la perfección. Parece un encuentro sin riesgos, donde todos están felices y no hay nada que incomode.

Nada de eso fue espontáneo: “Las preguntas y las personas que podían hacerlas ya estaban elegidas y autorizadas”, asegura una exnumeraria que participó de aquellos preparativos. “Nos dijeron que si queríamos hacer preguntas teníamos que escribirlas y entregarlas. Después, se elegía a quienes podían preguntar. Y si no alcanzaban las preguntas, se escribían otras que se repartían a quienes quisieran hacerlas”, agrega Isabel Dondo, que también era la encargada de comprarle cada día las medialunas a Escrivá de Balaguer en una panadería porteña para que, luego, alguien las llevara a toda velocidad hasta La Chacra, distante a 25 kilómetros.

Otra numeraria se ocupaba de conseguirle endivias, algo difícil de hallar en esa época en Argentina.

La lista de pedidos del fundador del Opus Dei era precisa y nadie osó desobedecerla. Durante toda la estadía, la organización se esmeró para atender cada detalle, saciar cada demanda y complacer cada gusto del Fundador. El 28 de junio, Escrivá de Balaguer partió hacia Chile satisfecho. Dejaba en Argentina una estela que duraría varias décadas.

Miles de personas participaron de las misas, las audiencias privadas y las tertulias en el jardín durante esas 14 jornadas. Llegaron invitados desde Uruguay y Paraguay; en esos días, por primera vez en su vida cientos de personas asistieron a una actividad del Opus Dei.

Había allí muchos empresarios y políticos católicos que recibieron la invitación a ser parte de una nueva ética profesional, una revolución de laicos que cambiaría al mundo, tecnócratas movidos por una fuerza espiritual sobrenatural, apóstoles que se mueven en medio del mundo bajo una apariencia similar a la de los demás, pero que llevan en sus vidas comunes una misión que nunca, por ninguna razón, deben manifestar.

Porque, como lo indica Escrivá de Balaguer en el escrito fundacional llamado Espíritu, “la Obra pasa oculta”.

 

 

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