EL LIBRO DE TODOS LOS LIBROS

Sei Shônagon escribió el texto fundante de la literatura japonesa

 

“Un día, el Ministro del Centro entregó a la Emperatriz una pila de cuadernos. La Emperatriz me preguntó: ‘¿Qué se podría escribir en ellos? El Emperador ya está redactando los Anales de Historia’. Entonces yo le contesté: ‘Si fueran míos, los usaría como almohada’. La Emperatriz me dijo: ‘Entonces, quédatelos’, y me los dio”. Así, como al pasar, tal vez con un mohín de no darse cuenta y una sonrisa que procura parecer displicente, forjada por su propia autora comienza la leyenda fundacional de El Libro de la Almohada (Makura no Sôshi), una de las dos obras monumentales (la otra es Romance de Genji, de Murasaki Shikibu) que dan inicio a la literatura japonesa.

El prejuicioso exotismo occidental le otorga a cualquier producción cultural realizada por pueblos de ojos rasgados —poco importa que se trate de chinos, japoneses, coreanos, vietnamitas, mogoles, sioux, esquimales o coyas— el ahistórico e invisibilizador adjetivo “milenario”. Borra así identidad y particularidades en general y, en la ocasión que nos ocupa, las letras niponas, su doble condición genética: literatura tardía e inaugurada por mujeres. Rubricado por Sei Shônagon, El Libro de la Almohada en su flamante edición argentina de más de trescientas sesenta páginas, consta de 185 notas de tan deslumbrante como, en su complejidad, sencilla escritura. De su autora se sabe que entre el año 990 y 1000 de nuestra era sirvió de ayudante de menor rango de la emperatriz Sadako (976-1001), a cuya muerte eventualmente continuó como dama de la corte. Posición privilegiada para una observadora sagaz y meticulosa, dotada de una amplia cultura y don de gentes, atributos que le permitieron relevar costumbres, entretelones, poemas (breves vehículos de comunicación en la socialización, el romance y la política), memoriales, apólogos, historias palaciegas, acertijos y, por supuesto, chismes.

 

 

A más de un milenio de distancia, la obra de Shônagon refulge en la paradoja que se aleja al infinito del Japón contemporáneo en el mismo movimiento en que aloja en sus entrañas muchas de las marcas indelebles, emergentes en una cultura signada por la diversidad histórica. Más que un repositorio de meras referencias costumbristas —que las hay—, aloja las bases de una metodología del relato, parámetros estéticos, formas tanto de subrayar una escena como de solaparla. Asimismo normativas de la época destinadas al recato, el buen gusto, el fervor por lo agradable, en fin, una estética destinada a lo perdurable como criterio más que al modo de fórmula cortés evanescente. Al respecto, resulta notable el esmero de Shônagon al describir la indumentaria de damas y caballeros, nobles o plebeyos, civiles o militares. A los ropajes destinados a las distintas ocasiones, formales o domésticas, se les suma la variedad de colores vivos, siempre en consonancia con las celebraciones del calendario, la estación, el clima, el eventual público, la compañía y hasta el estado de ánimo. Los detalles estéticos exceden la indumentaria; comprenden los artefactos, vehículos, ornamentaciones alusivas, hasta la arquitectura de chozas a palacios. Fruición que permite entrever que, más allá de lo decorativo, tal juego de combinaciones cromáticas y de materias primas, surge el compendio de una ética anudada a las estratificaciones sociales. Desentrañar rasgos y signos de semejante esmero resulta hoy en día, a la distancia epocal y bajo los cristales distorsivos de Occidente, una faena de conclusiones improbables. Limitaciones lógicas, aceptables hasta lo entrañable en tanto de cada referencia o descripción asoma con decoro una conducta, una visión del mundo, una perspectiva envuelta en forma encantadora. La belleza envuelve el mensaje.

El universo habitado por la autora de modo alguno es el del pueblo trabajador japonés. Resulta de los hábitos palaciegos, caracterizados por el lujo y la opulencia, con estratos y funciones claramente delimitados: para nada una sociedad igualitaria. Comparten sin embargo ámbitos poblados por deidades benefactores y temibles demonios, algunos de los cuales podían intercambiar condiciones en forma, hoy por hoy, aleatoria. Situado en el esplendor del período Heian (794-1185), coincide con el desenvolvimiento de la escritura fonética prioritaria en las mujeres y con ellas la difusión del verso, la ficción, los diarios y la literatura epistolar.

 

 

“Escribí en mi habitación estos apuntes sobre todo lo que vi y sentí, pensando que no iban a ser conocidos por nadie. Aunque mis anotaciones son triviales y sin importancia, podían parecer malintencionadas e incluso peligrosas a otros, por eso he tenido cuidado en no divulgarlas. Pero ahora me doy cuenta que, así como inevitablemente brotan las lágrimas, según dice el poema, del mismo modo estas notas dejarán de pertenecerme”. Cordial y encantadora hasta en las mentiritas, Shônagon imposta un ejercicio de humildad, cuan corresponde a una dama de alcurnia, japonesa y de hace mil años. Puede haber ocurrido en tanto tendencia de la época; lo cierto es que la autora se alza como voz primera en establecer series clasificatorias; arbitrarias, sí, aunque ordenadoras de secuencias en un universo caótico. Instala conjuntos heteróclitos como “cosas elegantes” donde figura un abrigo blanco sobre un justillo violeta, huevos de pato; hielo granizado mezclado con jarabe de bejuco, colocado en un jarrón de plata reluciente; un rosario de cristal de roca, flores de glicina, flores de ciruelo cubiertas de nieve, un niño pequeño que come frutillas. Orden arbitrario regulado de acuerdo a cualidades y percepciones sensibles, desenvuelve un inventario cuya riqueza reposa en la diversidad que, a su vez, dispone la constitución de una memoria. Y ésta da pie a una secuencia histórica, que a su vez se aproxima a la constitución de lo que podrá formar un orden racional. Un puente entre la magia y la reflexión que tal vez será. De estas series clasificatorias, Shônagon ofrece al lector por decenas, cada cual más encantadora.

A diferencia de la lengua sajona y, más aún, la latina, tratándose de la escritura japonesa inaugural, la traducción es casi todo, si no todo. Por más que en el último milenio la obra haya sido atravesada por sucesivas versiones textuales, incluyendo transliteraciones al inglés, esta primera traducción completa al español guarda una prolija complementariedad, observable en el relieve particular de gramática y sintaxis. Labor monumental de Amalia Sato, ofrece páginas de perfecto acople al espíritu original, no menor al respeto por los giros y figuras vigentes en la conjetura sobre su origen. El prólogo y las notas a cargo de Sato complementan con rigor histórico y profundidad crítica un peldaño de acceso indispensable. El arduo trabajo sobre las escrituras japonesas exige una singular atención sobre los silabarios propios de la caligrafía a base de ideogramas, donde confluyen sonidos con campos semánticos sintetizándose en códigos cargados de sentido. El ajuste indispensable de tamañas variables, en esta oportunidad arroja un efecto capaz de transmitir con la mayor fidelidad atmósferas y sensaciones para cada trama.

Nutrido de breves y esporádicos poemas, El Libro de la Almohada engalana una prosa dedicada a los vínculos signados por las acciones corporales, a las situaciones girando en torno a los afectos producidos en la autora no menos que a las actitudes asumidas por la multitud de miembros de la corte y sus auxiliares: “Qué casa es ésta/ donde las cejas de las hojas del sauce/ se han tornado tan insolentemente anchas/ que han desprestigiado a la propia primavera”. Momentos sugestivos, aparentes banalidades cotidianas, cobran hondura en las profundidades de la escritura de Sei Shônagon, fundadora de una tradición literaria proyectada hasta nuestros días. Más de cuarenta generaciones han transcurrido desde que fuera construido lo que se considera el libro que contiene, anticipados, todos los libros. La frescura de formas y contenidos permanece incólume al sostenerse en la variedad de los relatos y el firme compromiso con la belleza conservado en los rasgos fundantes de una cultura y su impacto universal.

 

 

FICHA TÉCNICA

El Libro de la Almohada

Sei Shônagon

Traducción de Amalia Sato

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2024

368 páginas

 

 

 

 

 

 

 

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