No hay Universidad sin Nación

El camino hacia la degradación económica, social y cultural de nuestro país no debe continuar

 

La Marcha Federal Universitaria que se llevó a cabo el miércoles pasado volvió a tener un impacto político significativo, como la anterior, y dejó abierto un conjunto de nuevos interrogantes sobre el rumbo que irá tomando la situación social y política argentina.

En principio, volvió a confirmar que, a pesar de no haberse encarado una campaña organizada y sistemática de concientización en relación al tema de la asfixia presupuestaria de las universidades estatales, el tema “educación” provee un telón de fondo social muy propicio, que debilita la efectividad de la propaganda oficialista –aunque el gobierno no se priva de lanzar calumnias contra el sistema universitario nacional sin fundamento alguno—, y que amplía los espacios de simpatía y solidaridad con la defensa de universidad pública.

Tan es así, que diversos referentes políticos se hicieron presentes en esta convocatoria, desde Carrió hasta Moreno, pasando por la izquierda, Larreta, Massa. CFK también encontró la forma de hacerse presente, desde las inmediaciones, en el Instituto Patria. También marcharon diversos gremios y muchísima gente que adhirió espontáneamente.

Está tan arraigado el tema educativo en la clase media, que la ministra Bullrich no pudo dar rienda suelta a su vocación represiva. Pegarle a mansalva a sectores medios que inundan todo el espectro político, sería seguramente un gol en contra más.

Es que el gobierno se ha ubicado, por vocación profunda, muy a la derecha de la ancha avenida del medio, sosteniendo, como señaló Milei recientemente ante unas de 5.000 personas en Parque Lezama, que la gente apoya entusiasmada todas y cada una de las medidas que les están arruinando la vida, y que además no entiende.

Que un grupo numéricamente insignificante festeje al ajuste, vitoree a Caputo, aplauda mientras el Presidente cancherea con que está llevando a cabo el ajuste fiscal más grande del mundo y de la historia, es entendido por la actual gestión como una luz verde para cualquier desatino político.

De todas formas, quedan aún pendientes algunos pasos para que pueda pensarse que la educación universitaria pública y gratuita está a salvo de las garras de los grupos empresariales que manejan a este gobierno.

El Parlamento deberá rechazar el veto presidencial, y si eso ocurriera, habría que ver en qué medida esta gestión extremista estaría dispuesta a incumplir con las leyes emitidas por el Poder Legislativo, y que disposición tendría en ese caso el Poder Judicial, para obligar al Ejecutivo a respetar las leyes.

Convengamos que todo el panorama es muy impreciso en un país cuya institucionalidad está demasiado adaptada a las demandas de los grupos de poder, y demasiado divorciada –salvo en los momentos electorales— de las necesidades de la población.

 

 

Educación universitaria: ¿para qué?

Que la educación sea en nuestro país un valor socialmente relevante, y que las universidades públicas figuren entre las instituciones sociales más valoradas, es un dato reconfortante sobre nuestra sociedad, y un punto de encuentro más que interesante para todos los que se opongan al oscurantismo y la ignorancia representados en la actual gestión.

Sin desmerecer el logro político que significa movilizar a muchísima ciudadanía en los más diversos rincones del país, creemos que es necesario que se empiece a cerrar la brecha –cuando no el abismo— que existe entre la valoración de la educación pública, y la comprensión de que ésta sólo tiene sentido cuando existe un proyecto colectivo de país.

Es evidente que la gente que está estudiando o que piensa estudiar lo hace porque quiere trabajar en temas vinculados a los saberes que está incorporando. Cada quien, en ese sentido, hace una apuesta a un futuro interesante, no sólo desde el punto de vista de sus ingresos, sino desde el interés que le genera la profesión que eligió.

Si bien no se concibió ni se planificó para eso, la educación universitaria masiva, con todas sus dificultades y contratiempos a lo largo de la historia democrática reciente, tiene un impacto notable en el nivel conjunto de la sociedad argentina. No sólo por la difusión masiva de saberes específicos, sino por la experiencia intelectual que implica estar encuadrado en un ámbito académico y tomar contacto con diversas formas y metodologías del pensamiento organizado y sistematizado.

Eso, por supuesto, no alcanza para que la democracia funcione bien. Muchísima gente asocia educación con una mejor comprensión política. No es así.

El capitalismo actual garantiza buenos niveles de desinformación para todas las capas sociales, y para todos los niveles socioeconómicos. Unos cuantos profesores universitarios, y también miembros del CONICET, votaron por este gobierno, como a su turno lo hicieron por el de Mauricio Macri, desconociendo su letalidad para la investigación y el desarrollo científico.

La formación política requiere, necesariamente, de capacidades de comprensión y de abstracción, pero además, de acceso a un conjunto de ideas y prácticas que –al contrario de lo que sostienen los macartistas de La Libertad Avanza— no están disponibles en un grado significativo en las universidades públicas. De hecho se puede atravesar toda la trayectoria formativa en muchísimas disciplinas, sin entender absolutamente nada sobre el mundo en el que se está viviendo, ni sobre los determinantes sociales de la existencia que inciden directamente en nuestra ideas y comportamientos.

 

 

 

 

 

Despolitización

El amplio consenso existente en torno al tema “educación pública” no se traduce en una comprensión colectiva más profunda sobre la relación que hay entre la formación académica anual de cientos de miles y la existencia de un país que esté en condiciones de aprovechar esos saberes, proporcionándoles a los nuevos egresados un lugar laboral adecuado para que pueden aplicarlos y, así, realizarse profesionalmente.

Por un lado estamos defendiendo –correctamente—, la existencia y continuidad de una Universidad Pública, Gratuita y de Calidad. Pero no terminamos de entender que esa Universidad no puede existir en un entorno de subdesarrollo, miseria, de quiebra de empresas y destrucción del aparato estatal.

Si bien parece una realidad evidente, no lo es, por el grado de despolitización enorme en que ha caído nuestra sociedad, y el individualismo que fue creciendo en paralelo a las frustraciones nacionales.

La despolitización generalizada impide vincular los elementos de los que está constituida la realidad nacional y comprender los múltiples vínculos con nuestra propia realidad personal. Bien lo saben los cientos de miles de despedidos desde diciembre del año pasado hasta hoy: no son ellos los culpables de su desempleo, no es su “ineficiencia” o su “falta de emprendedorismo” la razón por lo que hoy están sin trabajo, sino por el proyecto político que actualmente genera desolación en el Argentina.

Porque, ¿de dónde salen los puestos de trabajo?

Tres opciones: sector privado, sector público, sector de economía popular y cooperativa.

Algunas profesiones son especialmente requeridas por el sector privado (contadores, administradores, abogados, sistemas), lo que no significa que sean más importantes que otras que tienen más demanda en los diversos niveles del Estado.

En el capitalismo periférico argentino, no cabe duda que los científicos de mayor formación tendrán lugar en áreas estratégicas del Estado Nacional, o no tendrán trabajo, dada la bajísima disposición del empresariado local a aprovechar los buenos talentos que emergen de las universidades públicas.

Todo lo que constituye un buen Estado de Bienestar, que protege y ampara a su población, como los que funcionan en el norte de Europa, Canadá, y que está tratando de construir China, requiere innumerables profesionales de las más diversas disciplinas. En esas áreas es y será el Estado el principal empleador. Pero debe quedar claro que no hay magia: hay que pensar que educación pública masiva y de calidad sólo es sostenible con un país en desarrollo, no estancado y mucho menos en retroceso.

 

 

 

"Gobierne quien gobierne, yo tengo que trabajar"

El individualismo es realmente un problema social grave, que aqueja a una parte importante de la población. Muchos se conciben a sí mismos como átomos “libres” desvinculados del resto de las personas, como lo sostiene contra todo el pensamiento sociológico serio el neoliberalismo ignorante, y por consiguiente, no son capaces de comprender el vínculo central entre su bienestar y el progreso colectivo. “A mí no me va a pasar”. “Yo voy a conseguir un buen trabajo porque soy yo”. “A mí no me van a despedir”, etc. Los que así piensan, confunden la excepción con la regla: en un país que se hunde, pocos se salvan. Del Titanic algunos se salvaron. El individualista, en vez de ver cómo eludir al iceberg, fantasea que él va a encontrar un lugar en algún botecito.

Así como muchísima clase media nunca comprendió la vinculación entre el evidente ascenso en su condición social en los años de la expansión kirchnerista, auto-atribuyéndose en forma exclusiva los méritos de esa mejora, hoy parece que no se advierte que el futuro de todos los profesionales argentinos depende de la construcción de un proyecto político de desarrollo nacional, inteligente, organizado, y socialmente abarcativo. Que pueda aprovechar y canalizar todo el saber y el talento que hoy estamos creando en las universidades públicas.

En ese sentido, no alcanza con sortear todos los obstáculos que está levantando este gobierno para que las universidades públicas puedan funcionar. Si prospera el perfil de país bananero que está implícito en las políticas de la gestión mileísta, no sólo las universidades públicas se derrumbarán más tarde o más temprano, sino que los egresados se encontrarán con un panorama laboral desolador. Y que no fuguen con sus fantasías hacia “el mundo”, porque si no lo saben, el mundo —este mundo altamente conflictivo— no los está esperando para salvarlos. Es aquí donde hay que construir.

¿Qué puede esperarse de un proyecto que viene destruyendo empresas privadas y públicas, qué sólo apuesta a emprendimientos productivos multinacionales que no requieren de cantidades importantes de mano de obra local, y que alienta además –vía revaluación de la moneda— la importación destructora de empresas y empleos locales?

¿Qué puede esperarse de un proyecto de desmantelamiento estatal, en un país que requiere en toda su extensión una masa muy grande de servicios que sólo puede brindar el Estado, y que hacen a tener una sociedad saludable, educada, integrada y con buenas perspectivas de progreso?

¿Qué puede esperarse de un gobierno troglodita, ideologizado, que desconoce el funcionamiento del capitalismo contemporáneo donde la articulación planificada entre el sector público y el privado muestra casos eficaces de funcionamiento, que garantizan buenos niveles de vida para el conjunto de la sociedad?

La pregunta es: ¿existe alguna compatibilidad entre un futuro promisorio para cientos de miles de argentinxs que van a acceder a un título universitario, con un proyecto de desintegración nacional que pulveriza las estructuras productivas y que concentra aceleradamente la riqueza en una cúpula fuertemente internacionalizada?

 

 

 

Que NO parezca un accidente

A la última pregunta que formulamos, Milei la responde a través de sus acciones: no hay compatibilidad alguna entre el futuro de lxs profesionales argentinxs y el proyecto de país bananero que está impulsando. Eso explica que haya empezado un intento de demolición de las universidades públicas, que no cesará mientras no termine este proyecto retrógrado. El país bananero se quiere “ahorrar” esos “gastos” para bajarle más los impuestos a los más ricos.

Porque la idea final es que quede poco y nada de ese extraordinario monumento institucional que hemos construido entre generaciones y generaciones, desde la Reforma del '18, la gratuidad implementada por Perón y la ampliación geográfica democratizante de los Kirchner.

No hace falta idealizar al sistema universitario nacional: tenemos problemas diversos, tenemos que mejorar en muchos planos, tenemos que sintonizar más con el país y sus necesidades. Pero es una de las instituciones que más ha contribuido a mejorar el país, a diferencia de la Justicia, los banqueros, el periodismo mentiroso o los políticos de alquiler.

El mileísmo, heredero de las peores artes del menemismo y del macrismo, busca destruir y debilitar al Estado nacional y atomizar a la sociedad argentina, porque el proyecto es hacer de Argentina un territorio sin capacidad real de autogobierno, para beneficio de los capitales del mundo.

 

 

Observemos cómo actúa el gobierno en función de su proyecto de destrucción nacional, para pensar qué le espera al sistema universitario. Si bien el gobierno en las negociaciones para que saliera la Ley Bases “aceptó” formalmente que Aerolíneas Argentinas no se privatizaba, hoy está haciendo lo imposible para destruir la empresa, con la colaboración de la derecha encabezada por Mauricio Macri.

El menemismo intentó destruir la CONEA a través de generar su muerte lenta, mediante la asfixia presupuestaria y el desaliento del personal, pero afortunadamente el organismo logró sobrevivir, aunque pudo haberse expandido mucho más en investigación y servicios al país.

La táctica de la derecha destructora es hacer como que el destrozo de aquello público que es apreciado por la ciudadanía, se produzca como “por accidente”. Ojo, porque eso es lo que van a hacer con nuestras unidades académicas. Ya hoy, entre destrucción salarial, y tarifazos al transporte y aumento brutal de la canasta básica de consumo, a muchos docentes les resulta muy difícil continuar dando clases. También a los estudiantes mantenerse adentro de las cursadas. Parece un fenómeno que se produce sólo, por exclusiva decisión de los individuos. Pero lo cierto es que la universidad, en este contexto macroeconómico y presupuestario, se está vaciando de docentes, y de alumnos. Al final vendrá otro burócrata derechista, en otra gestión neoliberal, y proclamará: “Ven, estamos gastando plata en algo vacío, mejor cerrémosla”.

De esa misma índole es el argumento completamente refutable, pero efectista, repetido por el Presidente: “¿Qué quieren, que saque la plata de la comida de los pobres? O la versión característica de Patricia Bullrich: “¿Qué quieren, que retire la policía de Rosario, para que vuelvan los narcos?”. Todos deberíamos repetir, al unísono, para que también lo escuche todo el mundo “No. No jodan más a los pobres, ni a los rosarinos. Hagan lo siguiente: no le sigan bajando los impuestos a los ricos. Cobren el impuesto a los Bienes Personales a los estratos más pudientes, y tendrán plata de sobra para las universidades y otras cuestiones imprescindibles”.

Pero lamentablemente, despolitización mediante, incomprensión de lo que se juega mediante, no apareció un respuesta unificada y contundente frente a las falacias mileístas.

Las Universidades Públicas, gratuitas, son un factor indiscutible de democratización social y de creación de demandas de más y mejores puestos de trabajo. Eso es completamente ajeno a un proyecto de redistribución ultra-regresiva del ingreso, ataque a toda organización representativa de trabajadores y desocupados, y de difusión de una moral neo esclavista entre los jóvenes despolitizados y desinformados.

Bajar el nivel cultural de toda la sociedad es fundamental para asentar este proyecto de dominación. En la campaña electoral norteamericana –hablamos de la primera potencia mundial— uno de los candidatos sostuvo, sin ponerse colorado, que “en Springfield, (los inmigrantes haitianos) se comen a los perros, a los gatos, a las mascotas de la gente que vive allí”. Alguien que es capaz de pedir el voto en base a esta idiotez, será votado por casi la mitad de los votantes estadounidenses, lo que habla del derrumbe cultural de la sociedad más influyente del mundo.

Es bueno que sepamos que la universidad pública, pluralista, pluriclasista, diversa, también es un antídoto para el avance de la idiotización colectiva, tendencia cultural creciente en el occidente crepuscular contemporáneo.

 

 

 

No tiene que seguir

El camino hacia la degradación económica, social y cultural de nuestro país no debe continuar. Los universitarios, como parte de la comunidad nacional, tienen que entender el lugar complejo pero también estratégico en el que están ubicados.

Gozan de un privilegio extraño: la sociedad prefiere solidarizarse con ellos en un grado mayor que con quienes tienen hambre y están siendo despojados de lo más básico.

Los universitarios gozan de otro privilegio: la grieta construida por la derecha anti-kirchnerista para dividir a las mayorías no está funcionando en esta cuestión. Sus agresores están social y políticamente en clara minoría. Los medios conservadores están divididos.

Hoy nuestras universidades están bajo el asedio de las fuerzas del capitalismo salvaje que no sienten ninguna atadura en relación al país y a su destino. Todo para este gobierno se resume en pagar deudas, tomar nuevas deudas y hacer negocios con todo recurso que el país no sepa defender. El destino común no existe. Habitan en el cortoplacismo de la tasa de interés.

Las universidades nacionales tienen que ser capaces de superar una concepción liberal e individualista de su rol social, para sumarse decididamente a un amplio frente de rechazo a la destrucción de nuestro destino común. Es en esa confluencia con un proyecto nacional que las valore y les dé sentido en donde encontrarán la verdadera protección a su valiosa tarea.

 

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