CARTAS DEL HIJO PRÓDIGO

La correspondencia entre Dominguito Sarmiento y su madre durante la guerra de la Triple Alianza

 

Un profuso intercambio epistolar entre un hijo en el campo de batalla y su madre, se produce a partir del lunes 7 de junio de 1865, a un año de comenzadas las acciones bélicas conjuntas de Brasil, Uruguay y Argentina contra el Paraguay. Esa correspondencia podría sumarse al inmenso contingente de cartas entre soldados y familiares, si no fuera por la particularidad de que su protagonista fue Domingo Fidel Sarmiento, hijo del autor de lo que se considera la primera novela argentina, Facundo, prócer en ciernes que un par de años más tarde fuera elegido Presidente de la República y para ese entonces se desempañaba como diplomático en los Estados Unidos, entre otras cosas.

Marca indeleble entre ambas iniciales (DFS), se suma al apodo familiar del vástago, condenado al diminutivo: Dominguito (1845- 1866). Legados en apariencia de amorositud dinástica, acaso aparejaban alguna dificultad en la construcción identitaria: ¿cómo diferenciarse si ya en su nacimiento cargaba una prosapia literaria y política que apilaba libros, cargos, disputas, exilios y hasta una gobernación? A falta de escudo nobiliario, Domingo Faustino marca cada uno de sus pasos mediante palabras indelebles, un estilo muy propio y la correspondiente rúbrica a todos sus actos. Así fue también con Ana Faustina (1832-1804) hija mayor de Domingo Faustino con la chilena María Jesús del Canto durante su primer exilio en Santiago; cría dilecta de bajísimo perfil, lo acompañó hasta su muerte.

 

Dominguito Sarmiento.

 

Dominguito fue bautizado como Domingo Fidel Castro, dado que Benita Martínez Pastoriza, su madre, estaba casada con el comerciante Domingo Castro y Calvo, quien muere al poco tiempo. Los dimes y diretes de la época sostenían que en realidad el niño era fruto de una relación clandestina con Domingo Faustino, con quien se casa prontamente, adoptando al pequeño. Escolarizado en Santiago de Chile, termina la secundaria en lo que hoy es el Colegio Nacional Buenos Aires, incursiona en el periodismo e inicia estudios de Derecho. Una vez declarada la guerra con el Paraguay en 1864, se enrola como capitán en el Regimiento 12 de Infantería de Línea comandado por el entonces teniente coronel Lucio V. Mansilla (antes de Una excursión a los indios ranqueles, 1870). El hijo pródigo, sin vueltas, muere el 22 de septiembre de 1866 durante la feroz batalla de Curupaytí, forjándose dos versiones míticas del hecho: una, en la trinchera, desangrado por una herida en el tobillo como Aquiles, el héroe troyano; otra, en la retaguardia, de un disparo en el pecho. Época en que la historia se recluía en la construcción de los Grandes Hombres, el final de Domingo Fidel dio lugar a controversias. En especial para su padre quien, veinte años después, escribe la leyenda oficial y definitiva en lo que sería asimismo su último libro: La vida de Dominguito.

 

 

Medio siglo después de su última edición parcial, vuelve a publicarse la recopilación de correspondencia entre Benita y el vástago luz de sus ojos, de diecinueve años. Arranca con las fuerzas acantonadas en Rosario, las sigue hacia Concordia, el Ayuí, Gualeguaycito, Mandisoví, hasta el mismo frente de batalla. Son cartas domésticas, con requerimientos de comida y vestimenta de un lado y reclamos afectivos desde el materno. Hasta aquí, nada inusual en esas circunstancias, labradas sobre el papel en un lenguaje cuidado y dentro de lo que hoy se observaría como una simpática dialéctica edípica. Oficial con tropa plebeya a cargo dentro de un regimiento más que militarmente de elite, socialmente de alcurnia, consigna un desfile de apellidos que ya eran (o pronto serían) parte del patriciado. Mientras el rugir de los cañones sonaba en lo lejano, las preocupaciones de la oficialidad pasaban por los galones y borlas del uniforme, así como por los manjares y licores que llegaban en las constantes encomiendas. El tono jacarandoso declinaba a medida que se conocían las bajas y el peligro acechaba.

Bajo el título de Querida vieja, esta recopilación aúna documentos conservados en el Archivo General de la Nación y algunas cartas publicadas por la fenecida Ediciones El Lorraine de 1975. A fin de facilitar la legibilidad de los originales, los editores actuales han intervenido puntuación y sintaxis, así como los modismos de época. Como relicto, por ejemplo, ha quedado solo el término “expresiones”, hoy en desuso, que resume “saludos”, “cariños”, es decir manifestaciones de afecto y empatía. La adaptación a la lengua escrita contemporánea, como es lógico, comporta ganancias y pérdidas. Entre las primeras, la fluidez y legibilidad resultan lo más notable; en tanto etno-historiadores, semiólogos, lingüistas, investigadores y lectores curiosos en general pueden verse restringidos en la  pesquisa sutil y detallista de aspectos enredados en los manierismos de entre líneas. Pues, como muchos de sus contemporáneos, Benita y Dominguito no podían dejar de ser salpicados por la robusta escritura sarmientina, de tan peculiar como farragosa originalidad. Un encuadre indispensable resulta el sucinto ensayo de la investigadora y académica Lara Segade (Buenos Aires, 1981), al prologar el libro con una serie de aportes históricos y literarios finamente entrelazados.

El intercambio epistolar entre madre e hijo obvia en casi todo momento cualquier referencia al padre, siempre un personajón, en ese momento destacado con un cargo diplomático en el exterior. Surge una alusión directa aunque interpósita por parte de Benita en septiembre de 1865, a propósito de una carta de Domingo Faustino en el diario de Bartolomé Mitre: “Buena para escribirle a un amigo privadamente, pero no para la prensa” por utilizar la expresión “meter la espada hasta el puño”. Y añade: “En un hombre como Sarmiento y en su posición le hará un mal grandísimo y servirá (estoy cierta) a sus enemigos a las mil maravillas para probar los instintos malos de su carácter que siempre le atribuyen”. Dominguito se abstiene de responder la diatriba de su madre; al fin y al cabo había mantenido contacto con su padre por última vez —señala Segade— a los diecisiete años, cuando (a requerimiento de ésta) le había solicitado recomponer la pareja. Ya en amoríos con Aurelia Vélez, Domingo Faustino rechaza el convite, para ofensa de todos.

 

 

A medida que el capitán Domingo Fidel se aproxima al campo de batalla, la guerra más rápido avanza en sentido contrario, se impone cubriéndolo todo: “No hay caballos todavía, y así mismo se carnea cada dos días por falta de ganado y de incumplimiento de proveedores. La tropa está desnuda: la ropa de brin hecha pedazos, sin mochilas, sin mantas, sin capotes. Solo tienen zapatos, armas y municiones buenas, y estas últimas pueden perderse si nos llueve marchando”. Presencia el fusilamiento de dos desertores en una macabra ceremonia con todo el ejército presente. Una escaramuza donde las fuerzas aliadas baten en retirada al enemigo culmina con una carga de caballería asesinado a los sobrevivientes. Los sueños heroicos se revuelcan en el barro triunfalista del comienzo y la aventura deja de ser la festichola adolescente. De nada sirven los libros de los generales franceses enviados por la familia ni los entorchados ingleses de los sastres porteños; los jóvenes oficiales ruegan a sus madres alimento y abrigo. Disimulan el desasosiego sin lograr ocultarlo. El primer día de mayo de 1866, escribe: “El primero de junio me separaré del Ejército. Para calaverada está bueno un año y después ‘a la que te criaste’: a los libros. Tengo que no emplear más tiempo en ésto. Tengo una obra por otro lado a la que tengo que dedicarme”. Ninguno de ambos propósitos son logrados; permanece en la lucha hasta septiembre, cuando la muerte se interpone.

Dos años más tarde, ya Presidente, Domingo Faustino pone fin a la masacre. La mitad del pueblo paraguayo ha perdido la vida; el noventa por ciento de los varones. Son los brasileños quienes definen la contienda, para algarabía de los comerciantes británicos. Las cartas entre doña Benita y Dominguito testimonian otra lucha, la cotidiana atravesada por la distancia que no alcanza a quebrar del todo la vida doméstica y sus afectos. Entre tanto la rutina castrense es roída en forma paulatina por una naturaleza hostil y las banalidades formales  con que el ritual uniformado procura sustituir mediocres capacidades de comando y adiestramientos inexistentes. Conjunto de experiencias emergentes en forma dispar dentro de Querida vieja, reflejo condensado de vínculos filiales, masas humanas en movimiento y pugna, pasiones más o menos reprimidas, solidaridades entrañables, confusión e ideales finalmente puestos en cuestión, cuando más que ganadores y perdedores hay solo muertos y sobrevivientes.

 

 

 

 

FICHA TÉCNICA

Querida vieja

Dominguito Sarmiento

Prólogo de Lara Segade

Ilustraciones de Fábrica de Estampas

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2024

250 páginas

 

 

 

 

 

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