Los justos y las ratas

El relato maniqueo de Javier Milei

 

El uso de la palabra “casta”, utilizada en un sentido despectivo para referirse a la clase política, se popularizó en Europa en el año 2008 cuando dos periodistas del diario italiano Corriere della Sera, Sergio Rizzo y Gian Antonio Stella, publicaron La casta (Ed. Capitán Swing), un libro que vendió más de un millón de ejemplares, en el que hacían un minucioso registro de los atropellos cometidos por los políticos italianos. En la citada obra daban acabada cuenta de los innumerables abusos de poder, casos de corrupción, nepotismo, clientelismo, despilfarro y financiación abusiva de los partidos políticos italianos. También alertaban de que cuando afloraba el sentimiento anti-político, siempre aparecían los salvadores que prometían poner fin a esos privilegios, pero que indefectiblemente terminaban participando del festín. La difusión del libro sirvió a los estrategas políticos italianos, que lanzaron el Movimiento 5 Estrellas liderado por Beppe Grillo para anunciar una cruzada contra la “casta”. Luego, en el 2014, la palabra casta también fue utilizada en España por Podemos, que hizo un uso intensivo del término, hasta que en el 2020 Pablo Iglesias se incorporó a la “casta” como Vicepresidente en el gobierno socialista de Pedro Sánchez.

 

 

La circulación de las elites

La idea de que existe una elite que gobierna las sociedades y obtiene ciertos privilegios por la función que cumple fue objeto de estudio por la naciente sociología a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, cuando se publicaron obras como La circulación de las elites de Vilfredo Pareto, La clase política de Gaetano Mosca y el estudio Los partidos políticos de Robert Michels (en el que describe la ley de hierro de las oligarquías). Con estas aportaciones, lúcidos intelectuales de sesgo conservador introdujeron importantes matices en las interpretaciones del marxismo clásico, basadas en la lucha de clases, y modificaron las concepciones optimistas tradicionales de los demócratas liberales. Para Vilfredo Pareto, las elites y las aristocracias no perduran, ya que degeneran en el transcurso del tiempo, y con la decadencia de una elite, una nueva elite llena de fuerza y vigor se forma en el seno de la sociedad. Para el autor, la lucha y la circulación de las elites es la esencia de la historia y añade que los levantamientos populares no siempre tienen consecuencias positivas para el pueblo, ya que en el fondo solo sirven para facilitar la caída de la vieja elite y el surgimiento de la nueva. Pareto parte de la premisa de que la verdadera lucha por el poder no se realiza entre las masas y los líderes, sino entre los líderes existentes y los líderes nuevos, desafiantes y en ascenso. Desde su pesimismo antropológico, considera que aun cuando parezca que la nueva elite está guiada por la buena voluntad y el deseo de servir a las masas, la realidad prueba que al final del recorrido esto nunca se verifica.

 

 

La clase política

Gaetano Mosca, en su teoría de la clase política, postulaba la existencia inevitable en el seno de cualquier sociedad de una “minoría organizada” que detentaba el poder frente a la masa de ciudadanos. Esta minoría utilizaba una “fórmula política” para sostenerse, conformada por el conjunto de ideologías, creencias y mitos que la clase política produce para justificar su dominio sobre el resto de la sociedad. Sostenía que cuando los que están en la cima de la clase gobernante son los intérpretes exclusivos de la voluntad de Dios o del pueblo, ningún control eficaz sirve para frenar la tendencia a abusar del poder. “Una clase gobernante que se puede permitir todo en nombre de un soberano, que puede hacerlo todo, experimenta una verdadera degeneración moral: la degeneración común a los hombres cuyos actos están exentos del freno del control que les impone la opinión y la conciencia de sus semejantes”.

 

 

La oligarquización de los partidos

Por su parte, Robert Michels señalaba que el liderazgo es un fenómeno necesario en toda forma de vida social, pero que todo sistema de liderazgo termina siendo incompatible con los postulados más esenciales de la democracia. Consideraba que la causa principal de la oligarquización de los partidos democráticos se debía a la “indispensabilidad técnica del liderazgo”. Opinaba que la ley sociológica fundamental de los partidos políticos se formula en los siguientes términos: “La organización es la que da origen al dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores. Quien dice organización dice oligarquía”. Por consiguiente, la formación de oligarquía dentro de diversas especies de democracia es la consecuencia de una necesidad funcional y, por tanto, afecta a todas las organizaciones, ya sean socialistas o anarquistas. Consideraba que aun admitiendo la posibilidad de un avance moral de la sociedad, “los materiales humanos de cuyo uso no pueden prescindir los políticos y los filósofos, en sus planes de reconstrucción social, no justifican, por su naturaleza, un optimismo excesivo”. También alertaba de que siempre que aparecen nuevos acusadores denunciando a los traidores de ayer, inevitablemente terminan por fundirse con la vieja clase dominante, tras lo cual debían soportan el asedio de nuevos advenedizos, en un juego que, como las olas del mar que acarician las playas, continuaba indefinidamente.

 

 

El maniqueísmo de Milei

Todos los autores que hemos citado han reflexionado sobre el fenómeno inevitable de la constitución de una minoría de gobierno en las democracias representativas. Y han advertido que quienes impugnan a las minorías dominantes y buscan sustituirlas, terminan por desplazarlas para ocupar su lugar, es decir, para reconvertirse en nuevas elites que desempeñan el rol funcional previsto en las instituciones. El mérito de estos intelectuales es que describieron un fenómeno que se daba detrás de las bambalinas y que no era visible a los ojos de todos. Sin embargo, ninguno incurrió en la ingenuidad de suponer que la renovación de las elites se convertía en una parousía religiosa, provocando una división maniquea entre los arribistas (“los justos”) y los desplazados (“las ratas”). El relato maniqueo que impulsa Milei, invocando estar al frente de unas fuerzas del cielo impolutas que vienen a desplazar a una casta privilegiada y corrupta, es un relato pueril de un cinismo escandaloso que solo puede provenir de un mentiroso compulsivo. Son meras ocurrencias oportunistas de un sociópata que no tiene el menor recato moral en decir una barbaridad tras otra, revestidas todas de una moralina de sacristía. Han bastado nueve meses de gobierno para mostrar el uso arbitrario del poder y llevar a extremos impensables las prácticas más antirrepublicanas de las que se tenga memoria. El uso de los impuestos coparticipables para extorsionar a los gobernadores; la utilización de las cajas del ANSES y de otros organismos autónomos para colocar militantes de la causa; la pretensión de desviar los fondos secretos de la SIDE para financiar operaciones oscuras; la asignación arbitraria de la pauta publicitaria a través de empresas públicas como YPF; las maniobras para quedarse con el diario Perfil; la utilización de los fondos públicos para financiar las actividades de las bandas de trolls; la pretensión de retacear el acceso a la información pública; los ataques a periodistas críticos; el uso del avión presidencial para realizar viajes internacionales de promoción personal; los límites abusivos al derecho de huelga; la conversión del derecho a manifestarse en un delito; la utilización permanente de datos falsos, tergiversados o exagerados; la destrucción de la política cultural oficial ,conforman la lista incompleta de los excesos registrados en tan breve tiempo.

La última jugada patibularia ha quedado inmortalizada para la historia en la foto que lo sitúa a Milei en una mesa con cinco diputados radicales que se prestaron a modificar su voto para negarles un aumento a los jubilados a cambio de recompensas que aún no han sido develadas. Algunos opinan que han bastado las promesas de incorporar a estos tránsfugas en las listas electorales de la LLA, pero a la vista de la quimérica zanahoria ofrecida a Lucila Crexell para que cambiara su voto, es difícil imaginar que puedan haber sido seducidos por recompensas tan etéreas. El episodio revela que Milei no solo pretende actuar como topo del Estado, sino que también aspira a horadar la estructura de los partidos políticos tradicionales utilizando aviesamente para ello los recursos del Estado. Es una tentación constante de los líderes autoritarios tratar de socavar las organizaciones partidarias rivales que denuncian el juego sucio y ponen límites a los excesos del poder. Ahora bien, el hecho de que Milei sea un embaucador no debe hacernos perder de vista que el relato sobre los abusos en que ha incurrido el conjunto de la clase política y la tendencia de los partidos a apropiarse del Estado describe una realidad que pocos se atreverían a negar.

 

 

Republicanos ante su espejo

Es menos visible que las imposturas intelectuales de Milei vienen provocando daños colaterales que afectan la perjudicada credibilidad del ahora disperso bando de los republicanos argentinos, que se han pasado alertando durante los últimos veinte años sobre el peligro de que nuestro país fuera atraído por la fuerza gravitatoria del agujero negro del chavismo. Los historiadores que repasen la historia de la Argentina del primer cuarto del siglo XXI, a través de las portadas de los diarios del establishment, comprobarán el enorme grado de preocupación por las supuestas violaciones de las libertades constitucionales que abrigaban tantos intelectuales hipersensibles a los excesos institucionales y que hoy acompañan con un silencio atronador la andadura autoritaria de Milei. Desde el pasado 10 de diciembre la tan manida palabra populismo ha desaparecido de los medios tradicionales como si el populismo de ultraderecha no fuera un peligro para la democracia. En el caso de los empresarios que reciben gozosos el anuncio de que el gasto público se reducirá al 25% del PBI y por consiguiente bajarán sus impuestos, el silencio es comprensible. Pero en quienes se sienten motivados por lógicas diferentes a las del beneficio, no hay justificaciones que valgan. Eduardo Fidanza, en una reciente entrevista en Radio con Vos, no ha dudado en señalar que los anarco-libertarios constituyen la mayor amenaza a la democracia liberal de los últimos 40 años. También ha tomado distancia de los escurridizos republicanos argentinos al reconocer que el peronismo pertenece a la estirpe democrática mucho más de lo que algunos están dispuestos a aceptar.

 

 

En estos tiempos de intemperancia verbal resultan apropiadas las consideraciones de Robert Michels hechas hace más de 100 años: “Quizá los únicos que estén en condiciones de formular un juicio justo acerca de la democracia sean quienes sin caer en un diletantismo sentimental reconozcan que todos los ideales humanos tienen valores relativos”.

 

 

 

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