La mafia está entre nosotros

El verdadero nombre de la “corrupción” del poder popular es redistribución de la riqueza

 

Sistema de poder

El origen etimológico de mafia es incierto. En el árabe existen varias expresiones que evocan la palabra. Mahias, quiere decir desfachatado, prepotente. Mu afah, proteger, tutelar. Mahfil, lugar de reunión, de encuentro. La palabra hace pie en la lengua italiana y de ahí se ha proyectado a una escena global a través de migraciones masivas y narraciones elaboradas por distintos aparatos culturales. “Dado el carácter misterioso del fenómeno, ajeno a cualquier forma de criminalidad tradicional, también se ha olvidado que la palabra maffia siempre ha existido en la lengua italiana [...]. no significaba delincuencia sino pobreza (F. Renda, Storia della mafia, Sigma 1997, p. 44). La grafía con doble f aparece en la literatura y el cine nacional: las aguafuertes arltianas, el Rosendo de Walsh o una película de Torre Nilsson. El poder mafioso llega a la Argentina en la estela de las migraciones del meridione de Italia, entre 1880 y 1955. Sin embargo, se trata menos de un poder de base étnica —no depende de los rasgos “naturales” de ciertos hombres pertenecientes a ciertas sociedades; si así se entendiera, se activarían prejuicios de coloratura racista— que de una cuerda vibrante propia del capitalismo. La cultura mafiosa no es prerrogativa ni de un pueblo ni de una región. Pese a la definición de Renda, mafia nombra menos un fenómeno residual, ejemplo de marginalidad y subdesarrollo, que un modo del capitalismo que ante ciertas situaciones de crisis es capaz de activar uno de sus complementos: el poder fascista. Clara Zetkin captó con sagacidad esta cuestión: cuando la burguesía “no puede confiar en los medios de fuerza regulares de su Estado para asegurar su dominio de clase” o cuando le parecen demasiado ineficaces o lentos recurre a “un instrumento de fuerza extralegal y no estatal. Eso se lo ha ofrecido el variopinto ensamblaje que conforma la mafia fascista” (Der Kampf gegen den Faschismus, 1923).

Mafia es un sustantivo colectivo que no nombra organizaciones criminales específicas. Refiere más bien a un sistema, a un modo de vida, una forma cultural de poder (integrado por lenguas arqueológicas, mitos antiguos, modos subordinantes de las relaciones sociales, etc.) de base familiarista, un orden racional y psicológico, un aparato de normas de comportamiento, un código de “valores” y una manera de desempeñarse en la realidad. Los valores esenciales que configuran ese poder son: honor, exaltación de la violencia, omertà y capacidad de llevar a cabo una vendetta privada. Si bien la palabra no dice gran cosa sobre las modalidades de poder que nombra, posee una potencia evocativa que la vuelve aprehensible en cualquier lengua, en cualquier cultura y en cualquier parte del mundo. Ese sistema de poder puede pulsar en la esfera de la economía, en un club de fútbol, una iglesia new age, una empresa, un cartel; dentro de la estatalidad, la mediaticidad (sobre todo cuando es monopólica) y, más recientemente, también en el mundo paralelo de las redes sociales, puesto que la esfera de la Internet parece estar liberada de cualquier huella de control jurídico o legal.

 

 

La recolección de datos empíricos para el estudio del sistema mafioso es compleja a causa de la índole secreta de las organizaciones y la naturaleza multiforme de su poder. Esto hace a su complejidad, debida a su opacidad, que comparte con todas las formas ocultas de poder. La mafia es la celebración del poder invisible. Por eso mismo, paradójicamente, no puede prescindir del aparato político y el Estado: o los coopta —captura sujetos no encuadrados en las organizaciones para ponerlos a su servicio—, o los coloniza, con hombres que revistan dentro de las estructuras mafiosas. Necesita de la política y el Estado para que su poder secreto pueda operar a la luz del día sin que sea reconocible, para producir sentido social y político masivo y no ser reprimido. Además, cuando el Estado es capturado por la mafiosidad opera con modos propios de ese poder. La corrupción —lo que es apostrofado como corrupción— es un síntoma evidente, que hace al enriquecimiento de los sectores mafializados de la política, pues el poder mafioso siempre persigue exclusivamente el beneficio propio. Cuando fuerzas reaccionarias acusan de “corrupto” a un gobierno popular se trata en general de una pase distractivo para fomentar la indignación de lxs estúpidxs, manipuladxs. El verdadero nombre de la “corrupción” del poder popular es redistribución de la riqueza.

Pese a su opacidad, es posible identificar lógicas de funcionamiento mafioso. Primera entre todas, aquella implicada en el empalme entre lo legal y lo ilegal. El límite y las relaciones entre legalidad e ilegalidad varía en función de las regiones, la porosidad de los poderes políticos, la conducción de los Estados, si se encuentran dirigidos por fuerzas reaccionarias o populares, y por la relación de las sociedades con la estatalidad (considerada, según el caso, antagonista o parte de unx mismx), la disposición de cooptación de los aparatos públicos, la permisividad de las leyes, el sistema productivo, la mayor o menor presencia del imperialismo. Sin embargo, el sistema de poder mafioso tiende a activar dentro del mercado y del Estado una estructura cuya racionalidad es casi siempre la misma: ofrecer la mayor variedad posible de bienes y servicios ilegales con visos de legalidad. Esto significa disponer trampas que implican la dificultad empírica de rastrear el origen ilícito de sus ingresos. El blanqueo de capitales —política de la que el gobierno libertariano no está exento— reduce al mínimo la posibilidad de dictar alguna sanción legal. El poder mafioso tiene además una intención monopolística que “debe entenderse no tanto como la centralización [...] de todas las fases de un proceso de producción (por caso, el refinado y la comercialización de droga) sino más bien como el control (al menos en términos de recaudación) de todas las actividades presentes en el territorio sobre el que pretende ejercer su dominio” (F. Armao, Il sistema mafia. Dall’economia-mondo al dominio locale, 2000, p. 22). El poder mafioso puede ser imaginado entonces como un resorte pulsante que arroja un pulso ilegal —que parte del territorio de radicación de la organización— y que se expande hacia la estatalidad, los mercados legales, hasta llegar al sistema de las relaciones internacionales para aprovechar los recursos económicos, sociales y políticos, y luego volver al corazón de ese resorte de manera legalizada.

 

Familia de clase

El concepto de “famiglia mafiosa” refiere menos a tal o cual clan que a un tipo de modelo familiar que favorece la emergencia del poder mafioso y permite la reproducción de ese sujeto colectivo. Esta estructura organizativa relacional es la primera raíz de la mafia y ámbito de reclutamiento de la organización, que además garantiza su carácter secreto. Para el reclutamiento el parentesco es importante pero no determinante. La cooptación depende de la adhesión a las normas del poder mafioso y éstas habilitan la coparticipación en los negocios (sean estrictamente criminales, políticos o económicos). Dentro de la famiglia revistan los “amigos de la vida”, pero cuando un mafioso invoca la virtud de la amistad no alude a una persona por la que tiene afecto sino a alguien que pueda ayudarlo a avanzar en el mundo, en quien confiar para hacer negocios, o en quien de alguna manera (se) depende. Los mafiosos rechazan el mote de mafia por vulgar —no se reconocen en esa identificación— y consideran noble y legítima solo la denominación de famiglia (F. Di Maria, Il segreto e il dogma. Percorsi per capire la comunità mafiosa, Franco Angeli, 1998). Uno de los propósitos de la famiglia consiste en ocupar el mayor número posible de puestos de mando y conducción dentro de cualquier institución, sea esta una empresa, cartel, club de fútbol, segmento de la estatalidad o el propio Estado. Cuanto más avanza la lógica del “mayor número”, más se apodera el mafioso de recursos económicos, empresariales o políticos. Lo cual implica un riesgo evidente si el estado busca excluirlo de la estructura de autoridad del sistema social o político.

La famiglia funciona como un aparato ideológico consolidado que estimula “en los afiliados un sentimiento de pertenencia que es garantía de cohesión” (Armao, p. 43). En tanto aparato ideológico, permite la defensa de las propias tradiciones ante culturas extranjeras, y en tanto estructura, fue exportada exitosamente a otras latitudes geográficas distantes del sur de Italia. Esto no quiere decir que la famiglia mafiosa constituya una estructura cerrada, sino más bien todo lo contrario. Es una red de parentesco abierta en la que cualquier nuevo integrante —tenga la nacionalidad que tenga— debe hacer mérito y propios, los modos culturales del poder mafioso. En este sentido, el matrimonio exogámico es una manera de anudar dos o más grupos de parentesco para aumentar las ventajas económicas y asegurarse nuevas alianzas políticas. Cuando muchos grupos parentales ponen en común sus recursos y se empeñan en distintos tipos de acumulación de capital, lo que están haciendo es organizar también una estructura securitaria.

 

 

Puesto que la famiglia tiende a emplear las estructuras de parentesco para propagarse —casi sin límites—, el sistema de poder mafioso puede tener dimensiones de fenómeno de masas en el mundo global a través de las migraciones y las nuevas ampliaciones familiares. Propagación que crea una nueva clase social: la burguesía mafiosa, un “concepto mucho más amplio, que comprende aquellos estratos sociales que en el entramado de prácticas ilegales y legales tienen su base de acumulación y de poder y ese conjunto, complejo y articulado, de relaciones que configuran una identidad” (U. Santino / G. La Fiura, L'impresa mafiosa. Dall’Italia agli Stati Uniti, Franco Angeli 1990, p. 116). Esta clase suele reunir a empresarios, políticos, profesionales liberales, narcotraficantes, banqueros, deportistas, jueces, fiscales, policías, servicios, streamers, influencers etc. Y en tanto clase tiende a invadir los espacios relativos a la gestión de lo público, sometiéndola a intereses privados. De esto desciende que el sistema de poder del que hablamos surge de distintas fuentes y se ejerce en distintos lugares. Los integrantes de la burguesía mafiosa no son necesariamente miembros orgánicos de una estructura específica —aunque esto puede acontecer—, sino que replican sus lógicas de funcionamiento dentro de una estructura de poder global: el capitalismo mafioso. La clase de la que hablamos constituye una zona de apoyo para los clanes.

 

Conflicto total

Mafia es, entonces, un aparato cuyo propósito tiene que ver con cometer crímenes de poder, complejos, de envergadura, a gran escala y sostenidos en el tiempo. Refiere al crimen como empresa o a la empresa criminal. El mafioso tiende a desarrollar una visión estratégica —nunca meramente táctica— del crimen que se propone llevar a cabo. Es un sujeto que no cede ante la tentación de cometer un crimen individual sino que concibe y estructura una organización institucionalizada y jerárquica, tabicada, cuyo propósito no consiste en conseguir una ganancia inmediata. El propósito de la organización es la acumulación desorbitada de poder, que el mafioso usa para luchar dentro de la esfera empresarial o de la política. Esa lucha implica siempre un conflicto total. La acumulación desorbitada de poder es sostenida por la acumulación económica de una élite criminal-empresarial a través de la colonización, control y expansión de posiciones de poder político dentro de las distintas reparticiones del Estado, el control masivo —y tendencialmente monopólico— de mercados ilegales (sean cuales fueran, de los más primarios, por ejemplo, el robo de autopartes, a los más sofisticados: narcotráfico a gran escala), cuyos capitales son reinsertados en sectores cada vez más amplios de los mercados legales. El poder mafioso crea riqueza, pero se trata de una riqueza improductiva, pues no va de la mano de la ocupación. Un distintivo evidente de los territorios donde opera el poder mafioso es la pobreza de su población porque la riqueza creada no se distribuye. La mafiosa es una racionalidad que exaspera las discriminaciones existentes en cualquier sociedad capitalista. Su herramienta indeclinable (aunque no la única) es la violencia, expandida por un aparato criminal-militar subordinado a la élite criminal-empresarial. El sistema de poder mafioso no puede afirmarse en ausencia de la exaltación de la violencia, un índice de la propia capacidad disuasiva. El mafioso es un poder que no existiría en ausencia de la capacidad efectiva de ejecutar, por ejemplo, una sentencia de muerte, dictada tras un juicio sumario, ante un enemigo definido como tal porque se ha vuelto incómodo (por limitar, obstruir o afectar la expansión del poder mafioso). El aparato criminal-violento tiende, además, a ocultar la selva tupida de la élite e indica que las distintas mafias responden a un criterio de organización jerárquico. Entre nosotrxs basta pensar en la banda —bautizada con un nombre simpático— de “copitos”.

Cuando se escenifica políticamente y se propaga a través de la potencia de medios y redes, el ideal de acumulación desorbitada se proyecta sobre el conjunto de la sociedad. Un efecto inmediato de esa refracción es la fragilización de la mutualidad, la reciprocidad y la solidaridad social. Resultado: sociedad rota. El poder mafioso destruye sistemáticamente cualquier forma de cohesión social entre pares en el orden de los derechos y los deberes porque, primero y antes que nada, no cree en la igualdad, la descalabra.

 

 

Psicología

El conflicto total se debe al empalme entre dos racionalidades contradictorias: la legalidad y la ilegalidad. Esa conflictividad tan peculiar convierte en enemigo a cualquier antagonista. Aquí tenemos un hecho diferencial entre el “variopinto ensamblaje” zetkiniano —que organiza a otro como enemigo absoluto, con quien no comparte ni lengua, ni reglas, ni autoridades— y el poder democrático, que organiza un antagonismo que puede subsumirse en la afirmación de una relación de hegemonía. Otro punto de contacto entre el “variopinto ensamblaje” consiste en que ambos son incapaces de respetar —sea a otro humano, sea a la naturaleza—, porque lo que los anima es la insaciabilidad dracúlea del capital. El mafioso mata, viola, contamina, destruye. El complemento psicológico del conflicto total es la apatía moral (una de las dimensiones que definen la psicopatía junto con la inmadurez afectiva y la conducta antisocial): la “falta de sentimientos de remordimiento o culpa, falta de responsabilidad, falsedad e insinceridad sistemáticas” (Armao, p. 31). El mafioso es un sujeto criminal que atraviesa estados de alteraciones psicológicas o, mejor, que presenta trastornos de la personalidad. Estos se deben en parte al contexto familiar (la famiglia es un grupo que tiende a exaltar los lazos de subordinación jerárquica, encuadrables dentro de una estructura patriarcal, que acentúa la dependencia y la desresponsabilización ante decisiones que toman otros).

Además de la apatía moral, otro rasgo psicológico evidente del sujeto inervado por el poder mafioso es un acendrado narcisismo: una enorme percepción de sí mismo: “el impulso que lo motiva [...] tiende a la satisfacción de objetivos dictados exclusivamente por las necesidades de su propio yo” (Armao, p. 33). Complementariamente, otra característica de esos tipos de personalidades es la incapacidad de aceptar a unx otrx como verdadero interlocutor. Por eso, es mejor suprimirlx. En la Argentina, esta oración tiene una declinación en femenino.

Las interpretaciones psicológicas nos indican que las “características singulares” de un sujeto no son más que el rasguño que dejan en él las leyes sociales, que ven más allá de los individuos, aunque actúan a través de los individuos y que activan las grandes fuerzas motrices de la historia, muchas veces en sentido contrario a la emancipación. El sujeto mafioso puede identificarse también desde un punto de vista social. Toda sociedad implica inherentemente el propósito de la cooperación. Es la “gota de sangre” de la cual todo sujeto prescinde y se despoja para contribuir a la existencia de tejido conectivo y colectivo, mayor, que habitamos y nos contiene, cuyo propósito es el bienestar social de un complejo comunitario. Esa gota se transfiere a través de múltiples afluentes: los modos de la estatalidad, los impuestos, el trabajo, la filantropía, la caridad, la reciprocidad, la donación, la acción social, la multiplicidad de la militancia. El mafioso, en cambio, es un sujeto que no está dispuesto a ceder ni una gota, por mínima que sea, de su sangre; pero sí a apropiarse violenta, extorsiva y sistemáticamente de los flujos de sangre de lxs demás, sean estxs otrxs seres humanxs o la naturaleza. La nula consideración por el bien común hace al cursus honorum del “variopinto ensamblaje” zetkiniano. Los mafiosos son sujetos no cooperativos, esto es: tienen una incapacidad para desarrollar sentimientos sociales. “Qué se mueran los que se tengan que morir” va en ese sentido. La batería antipopular de políticas libertarianas, también comparten ese sentido.

 

 

 

 

 

 

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