Una exquisitez

La música que escuché mientras escribía

 

Gracias a BeBop, Buenos Aires puede conocer a las principales figuras del jazz mundial, en un local que no tiene nada que envidiarles a los mejores del recalentado planeta Tierra. La semana pasada fue el turno de Cécile McLorin Salvant, una cantante de 35 años que lleva tres lustros ganando los premios más importantes y aclamada por los principales medios. Mejor que te lo cuenten el doctor Google y su socia Wikipedia.

Con ella vino un pianista descomunal, Sullivan Fortner, sin trazas de McCoy Tyner en sangre. Desde sus actuaciones y grabaciones con Coltrane, tratando de reproducir  en el teclado lo que el genio hacía con el caño, McCoy Tyner se convirtió en una referencia ineludible para quienes se sentaban frente a un piano. Fue hasta su muerte, hace cuatro años, un grandísimo intérprete. Pero la cantidad de clones que proliferaron en el medio siglo siguiente fueron indicio de un estancamiento, por supuesto con la excepción de los incomparables, como Monk, Powell, Tristano o Brubeck.  Sullivan  abruma con su sutileza y su inventiva.

Es la pieza exacta que encaja con Cécile. Se sabía que era hija de padre haitiano y madre francesa. Pero escucharla cantar un bolero en impecable castellano fue un grato sorpresón. Como quien no quiere la cosa, contó que vivió un año en Buenos Aires, cuando tenía cinco. Vaya si lo aprovechó. Cantó también uno de esos temas que saben todos, Alfonsina y el mar, de Ariel Ramírez, escrito antes de que ella naciera. Cuando terminó me di cuenta que por primera vez había comprendido a fondo la letra de Félix Luna, y no porque le hayan faltado grandísimos intérpretes antes de Cécile.

No sé si Cécile lo sabe, pero es una gran actriz, como lo es la Tana, Susana Rinaldi, de modo que interpreta un tema en todas sus dimensiones. Tiene algo de payasa, también, reforzado por su encantadora vestimenta, y sabe moverse como un robot, con deliciosos movimientos. Con su bocha rapada y sus ojos enormes, su expresividad me hizo recordar la del joven Louis Armstrong, con quien comparte además un ostensible animus iocandi. Y sin embargo todo lo que hace es muy serio, porque tiene una voz impresionante y le saca partido. Puede ser una susurrante diseuse (principalmente en francés, su lengua madre) y pasar sin dificultad de mezzosoprano a contralto, de pianissimo al fortissimo. Por eso la comparan con Sarah Vaughan, que también tenía un instrumento prodigioso. Sin embargo, ella se declara rendida ante Abbey Lincoln.

Después de uno de sus temas, le comenté a Tarantino (el programador de una radio tanguera, que no es pariente de ningún otro) que me había hecho pensar en Kurt Weill (el autor con Brecht de la Ópera de los Tres Centavos). "Es de Kurt Weill", me contestó con seca precisión. Sabrán disculpar mi brutalidad, que de todos modos comparto porque el hecho también sugiere que no tengo mal oído.

El público la amó tanto, que ojalá vuelva pronto. Entretanto, podés escuchar y ver algunas filmaciones anteriores.

 

Cécile McLorin Salvant - Mélusine

 

McLorin Salvant - Ghost Song

 

Cécile McLorin Salvant - Over the Rainbow (Live at Jazz at Lincoln Center)

 

Cécile McLorin Salvant - Est-ce ainsi que les hommes vivent

 

Cécile McLorin Salvant - Doudou

 

Aquí una versión de Alfonsina y el Mar que grabó en España.

 

Y para terminar, una hora y media en dos videos con Cécile y Sullivan, que da una buena idea de la maravilla que trajeron a Buenos Aires.

 

 

 

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