SUBORDINACIÓN Y PAVOR

Georges Didi-Huberman argumenta a los jóvenes en favor del espíritu crítico y la desobediencia

 

Filósofo, historiador del arte, Georges Didi-Huberman (Saint-Etienne, 1953), vaca sagrada de la intelectualidad francesa, a fuerza de arltiana prepotencia de trabajo ostenta una prolífica carrera en la docencia y el ensayo dentro del oficio de pensar. Y decir lo que piensa sobre los problemas de nuestro tiempo; en particular, los totalitarismos. Posicionamientos que le merecieron, al concluir la pandemia, la inusual convocatoria de la gestora cultural y teatrista Gilberte Tsaï de sumarse a las “pequeñas conferencias” dirigidas a los jóvenes y quienes les acompañen. Se reunió un nutrido auditorio de adolescentes que mediaban la escuela secundaria, en su mayoría europeos de clase media, atentos, bien informados. Un público difícil para quien está acostumbrado a dirigirse a pares y estudiantes universitarios. Para la oportunidad, el orador eligió como tema “Por qué obedecer”, que ahora llega como libro de pequeño formato.

El filósofo arranca desmitificando la idea de que los pibes tienen una vida fácil. Describe ante un colectivo proveniente de familias clásicas, protegidos, pequeño-burgueses. De inmediato se encarga de aclarar que una vida fácil de modo alguno implica que sea tranquila, por el contrario. Traslada la perspectiva a los adultos y “su molesta costumbre de simplificar la complejidad”, visible en la contraposición entre la libertad de jugar y la obligación de obedecer. Intimación ésta última donde se “pone en cuestión toda su intimidad”. Ejemplifica: “Si se les dice: ‘¡No nades en esa parte del río!’, no saben con certeza si se trata de un consejo que viene de alguien con experiencia y quiere evitar que se ahoguen, o si se trata de una orden que viene de alguien que desea gratuitamente ejercer sobre ustedes su poder de control y de coacción”.

 

El autor, Georges Didi Huberman.

 

Con la paradoja como fuerza retórica directriz, Huberman demuestra que quienes están obligados a obedecer son los adultos —mucho más que los purretes—, desentendiéndose del por qué y para qué de la directriz. Tesitura que desemboca sin escalas en la distinción entre lo bueno y lo malo. Vuelve a ejemplificar, esta vez con Adolf Hitler (no olvidar que Francia estuvo ocupada por los nazis entre 1940 y 1944, dejando siniestras marcas indelebles hasta hoy); específicamente en la razón de “por qué tanta gente obedeció a las órdenes nefastas”. A la violencia bélica suma la anulación del sentido crítico ante la fascinación ejercida por el dictador, quien mantenía a la población subyugada, “bajo su yugo”. Sostener esa condición, señala, requiere de una red, una “cadena de obediencia”, de ejecutores secundarios (voluntarios o no), disimulada detrás de falacias como que los faraones construyeron las pirámides de Egipto: “fueron obreros e incluso esclavos quienes realmente” lo hicieron; “lo que es cierto de la belleza de las pirámides lo es también del horror de los sistemas totalitarios”.

Enamoramiento, sometimiento o alienación, se instalan al modo de “paroxismos afectivos” desencadenantes de una insensibilidad social capaz de cualquier atrocidad, ingrediente principal de una “cultura de la barbarie”. Correlato de tamaños procedimientos, el autor describe el experimento concebido por el psicólogo estadounidense Stanley Milgram a mediados del siglo pasado en la Universidad de Yale. Consistía en medir el grado de obediencia de una persona del común mediante un dispositivo mecánico programado a fin de hacerle daño a otra persona mediante choques eléctricos. El detallado ejemplo causó conmoción entre el auditorio. No menos que enterarse de la actividad del profesor de derecho y economía convertido en general de las SS, Reinhhard Höhn, autor de las técnicas de aniquilación de pueblos enteros, reciclado después de la guerra como fundador de un instituto de “gestión de recursos humanos” en Harvard. Creador del concepto “capital humano”, hasta 1990 enseñaba a los gerentes de empresas la clave de la dominación: “hacer creer a las personas que son libres… aunque solo libres para obedecer”.

 

 

En la misma línea, Huberman instala al premio Nobel 1974 Frederich Hayek, adalid de la “libertad de mercado” y, como variante, la utilización de la publicidad, basada en la conmutación de las “ganas de aprovechar” (la oferta) en “ganas de comprar”, que en el imaginario convierte el gasto en ganancia. Sistema perfeccionado por Edward Bernays a través del direccionamiento de los deseos inconscientes, perversión de los descubrimientos de su tío, Sigmund Freud. Homologación del “poder del comercio” en “comercio del poder”, punto cúlmine de la dominación ideológica, el filósofo propone la contrapartida del ejercicio del “espíritu crítico: aprender, conocer, comparar, tomar posición, abrirse”.

No es difícil conjeturar el grado de saludable estupefacción resultante en el joven auditorio y sus acompañantes. Informados de una serie de referencias históricas, conceptos, en fin: herramientas, durante la charla de rigor al concluir la exposición, el intercambio ofrece alguna pauta. A través de las ejemplificaciones trabajadas, los pibes fueron arribando a las ideas centrales, aún las más abstractas. En el pasaje del lenguaje coloquial al libro no solo se conserva la eficacia didáctica, sino que ofrece la oportunidad de explorar durante la detención de la lectura, de ampliar el panorama. Con ¿Por qué obedecer?, el libro, esa perspectiva logra un efecto multiplicador, siempre necesario, nunca suficiente. Más aún en estos tiempos y en la Argentina, cuando cualquier coincidencia no es para nada casual y, en la improbable oportunidad de que éstas y otras construcciones de Georges Didi-Huberman perturben las retinas de los propagandistas del poder vigente, sean caratuladas de “adoctrinamiento”. Así es es como denominan a la conciencia crítica.

 

 

 

 

 

FICHA TÉCNICA

¿Por qué obedecer?

Georges Didi-Huberman

Traducción de Delfina Cabrera y Mariano Goicochea

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2024

56 páginas

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