CON LA MÚSICA A ESTA PARTE

El músico Daniel Melero y el escritor Mariano Vespa diseccionan la vida rocanrolera

 

“El mundo entró en las leyes del mercado capitalista salvaje que penetró en todos los sectores de la sociedad. Siempre pensaba en esa tendencia de vestirse de negro que se mantuvo durante tanto tiempo, tanto en Europa como acá. Esa estética dark que duró como veinte años. Era como un duelo por la muerte de la utopía, que en definitiva es un ideal; pero si vos no tenés un ideal, no tenés referencia. No es que vas a lograr que el mundo sea utópicamente maravilloso, pero si ya de entrada está descartada la utopía por ingenua —que fue un poco lo que pasó— es la muerte de un arquetipo”.  Testigo de los ‘80 y ‘90, la multifacética Katja Alemann (Buenos Aires, 1957) caracteriza desde su particular perspectiva aquellos años de posdictadura en que buena parte de una generación ingresa a la movida generada por diversas variantes del rock. Caída de los ideales revolucionarios, estéticos y sociales que dan lugar a un vacío raudamente camuflado de escepticismo, banalidad, sustancias, transgresión y desborde.

Aquello de lo que la actriz, bailarina, escritora y Lady Godiva del boliche Cemento da cuenta desde la óptica del fashion, bien puede trasladarse a las producciones sociales y culturales de un colectivo etario abstraído de los trágicos acontecimientos experimentados durante la década anterior, principalmente por su edad. No todos, desde ya. Aunque quien más, quien menos, había percibido los ramalazos del terror dictatorial. Así, heteróclita, resultaba la marca de la época.

 

Daniel Melero.

 

 

“‘Si tu concepto es fuerte, genera cambios’, digo en esa ocasión. Un mirada que siempre me acompaña. No me defino como anarquista a la vieja usanza, con los valores de Sacco y Vanzetti, sino en la potencias de un nuevo orden atravesado por el diálogo (…) en un momento muy atravesado por el terror y la posdictadura: los conceptos del anarquismo impulsaban desde lo colectivo la posibilidad de ‘reconstruir a un dañado ser’”. Postula así, en 1987, una de sus pautas programáticas Daniel Melero (Buenos Aires, 1958), músico, autodefinido “artista conceptual, artesano de los ruidos”, oriundo del barrio de Flores, hijo de una madre hipocondríaca y un padre comisario retirado, quien rechazó la gobernación de Tucumán ofrecida por el dictador Juan Carlos Onganía para no tener que reprimir a los estudiantes; en versión del vástago.

Información y reflexiones entremezcladas, dispersas entre la epifanía y la verosimilitud, desandan la trayectoria artística de Melero en primera persona, según la “escucha reducida” del escritor  Mariano Vespa (Tres Arroyos, 1988) en Incierto y sinuoso. Descriptivo título para los contenidos editados al modo de una simulación autobiográfica validada en las citas provenientes de una colección de declaraciones y viejos archivos. Al desarrollo cronológico de las peripecias del biografiado, en los separadores titulados “Intermitencias” se destacan otras voces operando “como sampleos” (la especialidad de Melero) oportunos al otorgar atmósferas y ritmos alternos al hilo narrativo. La labor co-autoral de Vespa, en este aspecto promueve calidad y calidez al lenguaje coloquial, a la vez que construye un puente entre la semblanza y la lectura.

La historización del circuito y evolución estrictamente musical del artista, queda para los críticos especialistas en la materia, que ya han sabido dar cuenta con holgura tanto de las producciones como de las innovaciones estéticas y tecnológicas efectuadas por Melero, así en su carrera personal como en la colaboración con otras bandas e intérpretes. Participaciones ampliamente detalladas en el texto y en su momento consignadas con precisión técnica, permiten ahora hacer hincapié en la traslación literaria y los correspondientes usos del lenguaje. Al fin y al cabo, de un libro —y no de un disco— se trata.

 

Mariano Vespa, co-autor.

 

Ya en el párrafo sobre el anarquismo arriba destacado el músico define una retórica que valoriza la innovación (el “nuevo orden”) en tanto ruptura y discontinuidad, dentro del rescate parcial de ciertos elementos clave como lo colectivo. El procedimiento apunta a la restauración de un ideal alternativo, atinente más a la “reconstrucción” que al “dañado ser”, asumido sin pruritos. Músico, al fin y al cabo; ni sociólogo ni filósofo, el posicionamiento abstracto, el ensamble de palabras sin atención al diccionario ni las etimologías, instala el discurso limpio de vanidad y pretensiones. En todo caso, las petulancias, propias de todo artista que en el instante creativo nada podría producir sin estar mínimamente enamorado de su obra, corren por otros andariveles, los sonoros. Economía, desparpajo, a la vez emergente de la unidad cognitiva expresada en la reiterada utilización de la palabra “concepto”, abre una tan extensa como polisémica e indefinida —en última instancia— incógnita. Manojo de sentidos prêt-á-porter, herramienta multipropósito (no casualmente utilizada en la publicidad) destinada a la transmisión de un contexto o atmósfera, “concepto”, de significación tácita supuesta en la interlocución.

Esquema discursivo recurrente, Melero lo aplica tanto en descripciones como en metáforas y reflexiones, por encima de los contenidos. Acuerdo imaginario, sostiene la propuesta del “diálogo” como promoción del intercambio, toma la forma de norma de conducta, directriz del particular modo de producción artística, arbitra un método basado en esa sinécdoque expansiva. Código tribal, herramienta y jerga, expone cuando oculta, ofrece pistas al neófito y claves al entendido, es apto para la calma chicha no menos que en los tiempos tormentosos. “Durante la dictadura, la cultura-rock es un refugio. La única manera de recuperar esa situación de lugar liberado es viajar alrededor de mi habitación a través de las canciones, no solo en medio del tormento del ‘afuera’, sino también frente a una estandarización rockera muy pegada a tocar escalas”.

 

Melero y su banda Los Encargados en BA Rock.

 

Pasión y siempre trabajo, por más que muchas veces el oficio sea reacio para acercar el billete, el músico pesquisa la razón de ser y la encuentra en cierto despliegue ideológico: “Hay cuanto menos tres utilizaciones básicas de la música por parte del poder. Por un lado, como si la música fuera utilizada para hacer olvidar la violencia general, un rito de búsqueda de olvido. Por otro, para hacer creer en la armonía del mundo, en el orden, en lo legítimo del poder comercial, y por si fuera poco, para hacer callar, produciendo en serie una música ensordecedora, que censura a los restantes ruidos de la humanidad”.

Crítico y escéptico, generador y tecnocrático, revulsivo y condescendiente, Daniel Melero expone su existencia con idéntica potencia a como protagoniza los escenarios. Aledaño al memorial, Incierto y sinuoso reúne los datos biográficos con coherencia y rigurosidad, establece un documento crucial para los historiadores del rock, no menos que para una revisión profunda, etnográfica, de una generación sorprendida dentro de la bisagra de los tiempos y sus consecuencias. Mariano Vespa, por su parte, organiza ese alud de situaciones con profesionalismo y destreza; sin ser parte del coro, filtra su voz literaria cuando la sonoridad del biografiado deambula entre los andariveles del pentagrama. Entre ambos ejecutan una rara sinfonía de acordes eléctricos, dentro de un libro repleto de personajes —célebres e ignotos— y códigos abiertos a la sensibilidad de quien escucha y, esta vez, lee.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

Incierto y sinuoso

Daniel Melero y Mariano Vespa

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2024

208 páginas

 

 

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