La economía local avanza hacia una zona de creciente inestabilidad, en la que se está expresando una profunda puja de intereses sectoriales, todos pertenecientes a fracciones económicas propietarias locales o extranjeras. En esta pelea por el rumbo inmediato de la gestión de Milei, los intereses de las mayorías carecen completamente de representación.
Para decirlo en términos sencillos: lo que la población podrá utilizar para sobrevivir de aquí en adelante será lo que quede luego del reparto que está en proceso de negociación. Lo que sobre, luego de que los sectores concentrados se apropien de los dólares, los negocios múltiples, los recursos naturales y los derechos adquiridos sobre diversas rentas de privilegio que se repartan entre los sectores concentrados.
La puja sobre qué hacer con la riqueza que se produce en Argentina, se expresa en los posicionamientos de diversos actores empresariales y economistas del establishment que están proponiendo soluciones divergentes –según los intereses que representan— a la actual encrucijada a la que arribó el gobierno por sus propios medios, guiado por su propia ideología.
La puja tiene una dimensión internacional. Abarca también la discusión sobre qué hacer con los recursos naturales del país, requeridos por los diversos bloques mundiales en disputa por la dirección de la globalización, para continuar sus propios proyectos estratégicos de crecimiento.
En esa disputa global, Argentina es un espacio materialmente muy atractivo pero políticamente marginal, debido a la completa defección de las elites locales que se expresa, por ejemplo, en el rechazo al proyecto de integración regional. Esa característica de marginalidad en la actual gestión mileísta se ha agudizado hasta el punto de constituir al país en un mero satélite político norteamericano, sin perspectiva propia alguna.
La pelea de los elefantes
El gran tema de corto plazo son los dólares. Los reales y los potenciales. Los muy pocos que hay hoy, y los que se podrían obtener de las más diversas formas. La gran pregunta para el gobierno es cómo hacer de este páramo de billetes verdes un vergel en poco tiempo, en el cual puedan alimentarse y prosperar todos los que hoy están requiriendo dólares del gobierno.
Hagamos una breve lista de los pretendientes a los dólares actuales y por venir, en la que por supuesto no está incluida la gente común.
- El actual Presidente quiere dólares para poder concretar su objetivo de dolarización. La dolarización forma parte del proyecto satelital en relación a los Estados Unidos, de atarse a la menguante zona dólar, y de recorte aún mayor de las capacidades regulatorias del Estado nacional. La dolarización es, políticamente hablando, una estafa que atrae a las masas, pero no tiene ninguna ventaja para nuestro país. Estimaciones indican que para efectuar esa operación de eliminación de la moneda nacional, en diciembre de 2023 se requerían unos 40.000 millones de dólares, pero en la actualidad, devaluación y achicamiento de la cantidad real de pesos mediante, se requerirían 28.000 millones, que no hay. Milei aspira a conseguirlos.
- El campo, que consigue dólares propios, quiere que se los paguen mucho más altos que el actual tipo de cambio oficial, para aumentar su rentabilidad, a costa del resto de los sectores sociales y del poder de consumo de las mayorías.
- Los acreedores externos quieren dólares, presentes y futuros. Este año, la cifra que requieren es casi 7.000 millones, y en 2025 serán 17.000 millones de vencimientos de deuda externa. En ese lugar están el FMI y los acreedores privados. No ven que el gobierno los consiga. Tampoco pueden concebir que un gobierno tan amigo de los intereses globales pueda caer en default.
- Las multinacionales que operan en nuestro país quieren dólares para poder enviar utilidades al exterior. Tienen envíos atrasados en ese sentido, y sostienen que nadie más vendrá a invertir aquí si no hay dólares disponibles para enviar a sus casas matrices.
- Sectores empresarios cuya operatoria en parte es en negro, necesitan dólares que no consiguen por sí mismos para fugarlos del país. El gran suministrador de esos billetes verdes ha sido tradicionalmente el Estado nacional, al cual culpan de todos los males.
- Los capitales especulativos, locales y extranjeros que ganaron en el primer semestre de este año 40% en dólares, necesitan que el Banco Central les suministre esas divisas a buen precio, para vender los bonos locales indexados por la inflación, convertir las ganancias obtenidas a moneda fuerte (dólares), y enviar esas ganancias inconseguibles en cualquier otro lugar, al exterior.
La suma de todos estos usos de los dólares (olvidándonos de dólares para importaciones, turismo, ahorro, etc.), da muchísimo más que los dólares disponibles en las reservas del Banco Central. Una eventual “apertura del cepo”, o sea la venta libre de dólares por parte del Estado, llevaría la cotización de esa divisa a cifras explosivas, no sólo económica sino también socialmente.
Todos los grandes jugadores quieren dólares, y nadie importante quiere ponerlos.
El gobierno apuesta
- al blanqueo, que no traería dólares en cantidades suficientes;
- al RIGI, que atraería inversiones, pero que comenzarían a entrar en el mediano plazo;
- al apretón monetario y recesivo actual, que obligaría al sector privado local a vender dólares para subsistir, pero con alto costo político dado el derrumbe consiguiente de la economía; y
- a la futura llegada de Trump al gobierno de los Estados Unidos.
Trump sería el benefactor de última instancia del actual gobierno, tan hiper-trumpista en sus formas y declaraciones. Si Trump, eventualmente, asume el gobierno de Estados Unidos, será a partir del 6 de enero de 2025. En la agenda de gobierno republicana, los monitos de Argentina están en el puesto 130 de prioridades nacionales. Esta edición del Cohete está fechada el 21 de julio de 2024. Falta una eternidad para que Trump pueda y quiera hacer lo que hizo por su amigo Macri y los fondos de inversión que estaban atrapados en Argentina en 2018.
La única medida “popular”: la lenta reducción del aumento de precios
Fuera del show reaccionario de todos los días, con medidas de impacto simbólico en las noticias pero de escaso valor sobre el bienestar general, el único “logro” cierto que se exhibe ante la población es la inflación en decrecimiento. Que eso pueda presentarse como la máxima meta social es un síntoma del retroceso político e ideológico del espacio popular.
Es que se admite como un logro algo que es una mala noticia, es decir, que los precios, la carestía de la vida, siguen subiendo, pero menos. O, lo que es lo mismo, que el salario real sigue bajando, pero menos. Que esta noticia esté en el centro de las expectativas populares, sólo puede entenderse en el contexto del enorme poder comunicacional de la derecha, su persistencia en sus objetivos estratégicos, y en el menguante y enflaquecido poder de los sectores contra hegemónicos para confrontar discursivamente en esta cuestión, como en otras tantas.
Fiel a sus dogmas imposibles de demostrar, el gobierno ahora acudió al expediente de la emisión cero para insistir en su lucha contra la inflación. Lo que está haciendo es empujando a una recesión aún mayor que la actual, “secando de pesos la plaza”. La V del rebote económico ascendente se evaporó como tantas cosas que se dijeron en esta administración intensiva en fantasías.
Caputo se ilusiona con que la medida promoverá que se tengan que poner en circulación los miles de millones de dólares atesorados por sectores medios, medios altos y altos, para poder cubrir sus gastos. La idea es obligar a movilizar recursos monetarios que duermen en cajas fuertes o de seguridad, o en latas de galletitas.
Por otra parte, la confirmación de la continuidad de la política de mini devaluaciones pautadas —2% mensual— y la venta de reservas para controlar el dólar CCL –y por lo tanto bajar el “dólar blend” que perciben los exportadores agrarios— no puede sino incrementar la negativa a liquidar divisas y el malestar del FMI con un gobierno que no cumple con lo pactado en materia de acumulación de reservas. El FMI le reclama al gobierno que sacrifique su único logro oficial, la desaceleración de la inflación, en el altar de una devaluación que le permita hacerse de dólares para pagarle a los acreedores externos, entre los que se encuentra.
A pesar de la fe monetarista del gobierno, en las primeras semanas de febrero subieron fuerte los precios de los alimentos. Se dijo que estos incrementos habían tenido que ver con razones climáticas, pero también con el salto en el dólar paralelo. La ignorancia oficial sobre el comportamiento empresarial, que ha indexado su tasa de ganancia al dólar paralelo, impide que se haya ocupado de tomar otras medidas adecuadas para contener esos movimientos que nada tienen que ver con los movimientos de la masa monetaria en pesos.
Vivir de ilusiones o preparar el cambio
Hay sectores de la política popular que —en un cuadro de resignación sorprendente— esperan el premio consuelo que la propia impericia del gobierno, o las pujas sectoriales entre las fracciones propietarias, vayan a generar finalmente una crisis económica, cuyas repercusiones sociales y políticas desestabilicen la actual gestión y posibiliten un cambio de rumbo.
Incluso hay sectores dentro del kirchnerismo que tienden a imaginar una repetición del ciclo económico-político que dio origen a esa fuerza:
- dominio fuerte del neoliberalismo en lo económico, lo político y lo cultural (los '90), luego
- gravísima crisis provocada por los graves desequilibrios macroeconómicos acumulados por ese modelo rentístico-financiero, y
- profunda crisis e implosión de ese modelo, que abre una brecha para que políticos con una visión diferente lleguen al gobierno, promoviendo un nuevo escenario de reparación económica y social.
Efectivamente, en la crisis del 2001-2002, y sin mediar ninguna organización kirchnerista –porque no existía tal cosa—, el proceso político se encausó de tal forma que la Argentina pudo contar con una salida progresista que se sostuvo hasta 2015.
Fracciones de la elite argentina parcialmente desplazadas de las palancas del Estado, aborrecieron ese rumbo, y trabajaron con múltiples recursos, desde 2008, para erradicar al kirchnerismo como fenómeno político y cultural.
El kirchnerismo mostró crecientes dificultades para hacer pie en la escena política posterior a su salida del gobierno, rodeado por una “cordón sanitario” y judicial establecido por la elite de poder y sus medios de comunicación, lo que lo llevó durante el fiasco macrista a formular la pírrica salida político electoral de 2019, Fernández-Fernández.
En el transcurso de esa gestión aún reciente, se debilitó en el campo popular la expectativa de que un gobierno con vocación igualitaria pueda establecer un claro rumbo progresista y logre neutralizar las presiones regresivas de la derecha económica.
La irrupción de la tromba mileísta encontró al espacio popular en completo estado de desorientación, desalentado y continuando con una renovada actitud defensiva.
En la actualidad, algunos esperan que el propio caos mileísta se devore a la actual experiencia. Y ven con cierta esperanza los obstáculos crecientes que aparecen para la actual gestión.
Pero se trata de obstáculos ocasionados por las pujas de poder entre fracciones de capital –por ejemplo el agro-negocio, núcleo directriz de lo que se denominó en su momento “el campo”—, o el FMI, representante de las potencias occidentales y conocido por su ferocidad ajustadora, o los grandes fondos de inversión extranjeros, a quienes no les importa nada lo que ocurra con la mayoría de la población argentina.
Vale la pena repetirlo porque no está nítidamente claro en el espacio popular: el interés masivo de la población no es sólo que baje la inflación, lo que constituye un prerrequisito completamente insuficiente para concretar la agenda básica de las mayorías. Es recuperar en forma estable un mejor nivel de vida, el acceso a bienes y servicios que supo tener y que le han sido arrebatados, el poder vivir más allá de sobrevivir.
La agenda popular positiva se llama mejora de los ingresos, precios accesibles de los bienes y servicios básicos, el empleo no precario, la seguridad física, los apoyos estatales imprescindibles para garantizar un piso de igualdad, y la recuperación de un estado de bienestar fuerte y eficiente. Nada de esto está en el horizonte de las actuales pujas entre los grandes elefantes del capital, más allá de cuál sea finalmente el rumbo que la economía argentina tome en los próximos meses.
Lo que parece incontrovertible es que la dinámica antipopular que ha impulsado este gobierno se va a profundizar en los próximos tiempos, en forma inclemente, porque nadie representa hoy a las mayorías en la mesa en la que se toman las grandes decisiones.
El sistema parlamentario está parcialmente capturado por intereses económicos minoritarios, completamente distorsionado, donde las corporaciones tienen más representantes que decenas de millones de habitantes.
El efecto concreto de esta seria distorsión es que se sigue profundizando un camino de desmantelamiento nacional y de empobrecimiento popular.
De los tres poderes del Estado, el Ejecutivo mileísta representa abiertamente al capital global, el Poder Judicial luce completamente arrodillado frente a los intereses corporativos, y el Legislativo ha mostrado con la sanción de la ley Bases su abierta permeabilidad a los intereses de las elites. El sistema federal, los poderes provinciales, salvo honrosas excepciones, reproducen esa misma distorsión democrática.
La falta de fuerza de los sectores populares para oponerse a la agresión constante a la que están sometidos por la actual gestión merece un largo debate. Es una discusión imprescindible, que requiere el aporte de diversos puntos de vista complementarios que permitan llegar a una comprensión profunda del fenómeno. Para actuar sobre él.
En el mediano plazo, el clima de irrealidad política que genera la ausencia de representación de dos tercios de la población en los centros de toma de decisiones, está llamado a evaporarse de una forma u otra.
Un error habitual de los economistas es hacer proyecciones lineales de determinadas variables, sin tomar en cuenta el conjunto de factores operantes, y la interacción con otras variables que pueden modificar drásticamente todo el esquema. También en la política es así: es un error hacer proyecciones lineales. Ni la paciencia ni las fantasías populares sobre Milei son entes metafísicos, inmunes a la abrasión que está generando, y que va a generar, la realidad material.
Hoy en la Argentina se están tomando decisiones por parte de fracciones económicas, en una mesa de minorías ínfimas, sin considerar que además de todo, vive gente en nuestro país.
La política, en un sentido muy amplio, debería ser la encargada de recordarles que hay otros habitantes, que pueden constituirse sorpresivamente en actores. No en vano ese tipo de concepción política que incluye las necesidades populares en la toma de decisiones ha sido perseguido, vilipendiado, y marginado del mundo de la política “aceptable” por los factores de poder.
La falta de consideración social básica, la falta de contacto con el cada vez más extendido y hundido subsuelo de la Patria, no van a salirle gratis a los líderes u cómplices políticos y económicos del actual modelo empobrecedor.
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