Ganó el mejor. Francia fue más que la Argentina. El orgullo y la resistencia estuvieron a punto de cambiar un final que parecía inevitable por donde se lo mire. No hay jugador en el mundo más porfiado que el argentino para aceptar la derrota. No alcanzó esta vez. Francia, lejos de su techo futbolístico, superó con creces a una Argentina que se alejó de su piso hasta dónde pudo.
El impulso de la victoria ante Nigeria determinó que la selección dejara de balancearse peligrosamente y provocó un mínimo de seguridad que todavía precisaba asentarse. En distintos momentos del juego frente a Francia, tuvo elementos como para conseguirlo: el empate primero, y el 2 a 1 parcial después. Sin embargo no despejaron el panorama lo suficiente como para sostener un partido más exigente. Los goles argentinos no fueron la consecuencia del funcionamiento, mientras que los goles franceses llegaban al cabo de la producción colectiva de un equipo que de principio a fin se insinuó más depurado.
La lógica de Messi partiendo de centroatacante era conseguir establecer superioridades en la mitad de la cancha: el descenso del 10 argentino para integrarse al juego de los mediocampistas podía, en teoría, permitir jugar a los costados y a las espaldas del mediocentro francés. No sucedió jamás, ni siquiera en los momentos favorables del juego (más favorables por los impulsos anímicos que por la explotación de pases y espacios).
Con Messi más cerca de Mascherano, la Argentina despobló el área francesa, dejando sin trabajo a los zagueros galos Varane y Umtiti. Un par de decisiones tácticas acentuaron la eficacia defensiva del rival. Enzo Pérez subiendo a oficiar transitoriamente de 9 para ocupar la parcela que Messi abandonaba, fue un enroque tan forzado y antinatural como improductivo. Los defensores franceses ni lo notaron.
Por otro lado, sin un 9 en el área batiéndose con los centrales, más que desbordes de los extremos, se precisaban asociaciones cortas. Sampaoli insistió con Pavón en la derecha y Di María en la izquierda, procurando desbordes para alimentar a nadie. Que hubieran invertido los perfiles no garantizaba nada per se, pero parecía más razonable para insertar a Messi en el juego del último tercio, o eventualmente para juntar adversarios y despejar la medialuna procurando el remate de media distancia.
Casi nada funcionó bien con la pelota. El equipo volvió a ser espeso como frente a Islandia, solo que un poco menos desprolijo. Sin la pelota, el intermitente talento de Pogba, la perfecta lectura de Kanté y la imparable velocidad inteligente de Mbappé, hicieron el resto.
El funcionamiento sirve para poder explotar lo mejor de cada futbolista, y si no de todos, al menos de los mejores. Francia lo hizo con Mbappé, despejándole el camino para que pudiera volar. Tan simple como difícil de lograr. Una vez que este jovencito de 19 años corría sin jamás perder el control de la jugada ni de la pelota, era indefendible. Esa gambeta, a esa velocidad, esa intuición para tirar diagonales y desmarcarse... todo eso junto no se puede defender solo con esfuerzo y diligencia. La Argentina no pudo con tanto, porque cuando la pelota llegaba al delantero, ya era tarde. Para controlar a Mbappé había que empezar a tomar medidas 4/5 segundos antes, y 20 o 30 metros más atrás.
Los momentos de juego son dos: posesión y recuperación. El paso de una fase a otra, incluye algunos pocos segundos tremendamente importantes, lo que hoy muchos llaman transiciones (término importado del básquet). En esas transiciones fue dónde Francia sacó ventajas inmensas. Administró esos segundos con armonía para contraerse ante la pérdida y desplegarse apenas recuperada la pelota. Cómo maneja un equipo esos instantes breves e imperceptibles, dice mucho de su calidad.
El tercer gol francés fue definitivo. Dentro de la cancha no había respuestas, ni siquiera intentos desesperados, y fuera del campo el entrenador no daba señales de tener mejores ideas. El gol de Agüero llegó muy sobre la hora, si no es probable que Francia no hubiera podido aguantar semejante arremetida argentina, siempre seducida por la épica.
La selección empujó el partido hasta donde pudo, con carácter y arrojo, y con los escasos recursos colectivos que tiene desde hace tiempo. Pudo quedar afuera del Mundial en las Eliminatorias y pudo quedar afuera en la primera ronda. Probablemente llegó más allá de lo que podía presumirse, para finalmente ceder ante un equipo superior, que merece estar en cuartos de final.
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