La naturaleza, afirmó Galileo, es un libro escrito en caracteres matemáticos. Pero los números de la política no siempre hablan de su verdadera naturaleza. Las cifras de las últimas elecciones legislativas francesas están a la vista; según como se lean, ofrecen diferentes imágenes sobre la realidad del país.
El panorama resulta paradójico porque el Presidente Macron justificó su precipitado llamado a la renovación del Parlamento o Asamblea Nacional para clarificar el escenario y superar una situación que se tornaba ingobernable. Ocurrió todo lo contrario: más confusión y más ingobernabilidad de la que había.
Por cierto, su verdadera intención era algo distinta de la proclamada. En su imaginación pretendía capitalizar los votos de una izquierda dispersa para enfrentar a través de un “frente republicano” monopolizado por él a la ultra-derecha de Reagrupación Nacional (RN), que venía de lograr un impactante resultado en las legislativas europeas. Pero la izquierda consiguió unirse rápidamente en un Nuevo Frente Popular (NFP) y arruinó esos planes, quizá menos delineados por la fría racionalidad del gobernante que por su apasionado amor a sí mismo.
El NFP acabó haciendo una extraordinaria, inesperada elección y es ahora el mayor grupo parlamentario. Macron arriesgaba perderlo todo y salvó algo de ropa: su partido alcanzó el segundo lugar. La ultra-derecha sufrió una dura derrota en sus aspiraciones por lograr una mayoría absoluta e imponer Primer Ministro (que en Francia lo nombra el parlamento). Terminó tercera. Esa es una forma de ver las cosas, pero hay otras.
Bizarre ménage à trois
Si bien consiguió una clara victoria parlamentaria, el NFP no tiene ni líder nítido ni mayoría suficiente para instalarlo en el gobierno en el caso de que llegara a consensuar uno o una. Sus tensiones internas pueden derivar en una ruptura tras alcanzar la meta inmediata que se había propuesto: frenar a la ultra-derecha. Los integrantes del NFP son La Francia Insumisa (LFI), los verdes, los socialistas, los comunistas y una pequeña tendencia trotskista. Por fuera de ese frente hay otra izquierda, independiente, con una marginal representación en la Asamblea, que podría apoyar al NFP en algunas cuestiones.
Jean-Luc Mélenchon es un dirigente discutido dentro y fuera de La Francia Insumisa, y a la vez indiscutido como figura nacional de amplia trayectoria. Su corriente perdió parlamentarios, si bien continúa siendo el grupo más numeroso dentro del NFP. Los socialistas ganaron terreno en la Asamblea, así como los verdes, mientras que los comunistas conservaron el suyo. Con todo, el principal dirigente comunista cayó derrotado en el distrito por el cual competía. En contraste, el desprestigiado ex Presidente de la nación François Hollande, cuya gestión había arrastrado al socialismo a su peor situación (cayó al 2% en 2022), pudo conseguir un escaño en su circunscripción.
Macron, por su parte, perdió casi un centenar de diputados y con ellos la mayoría relativa en la cámara. Pese a esa mayúscula privación, se lo considera un sobreviviente de este proceso electoral, puesto que estaba al borde de una disolución completa. Si continúa en el poder lo hará como un Presidente muy debilitado. Debe buscar algún tipo de alianza en uno u otro extremo del arco político para que surja un gobierno de difícil cohabitación.
Es también posible que quiera constituir un gobierno “técnico”, o sea, neutral y ocupado de la gestión diaria, sin grandes iniciativas, que le permita atravesar el desierto de un año hasta que legalmente pueda llamar a nuevas elecciones parlamentarias y probar suerte en ellas. En un clima de polarización extrema, esa salida parece remota. Su viacrucis presidencial se extiende constitucionalmente hasta 2027.
Socia natural de Macron, la derecha republicana carece de volumen para asegurarle un apoyo suficiente. La operación a la que se enfrenta el Presidente es ardua; su figura despierta muchos rechazos en la izquierda y en la ultraderecha. Como era de esperar, los mensajes de campaña de ambas agrupaciones lo eligieron como blanco cuando no chocaban duramente entre sí.
Durante la primera vuelta, Macron denostó por igual a los que llamaba extremistas de izquierda (su blanco preferido) y de derecha. Para la siguiente, no vaciló en llegar a un pacto tácito con los primeros para reconstruir el tradicional cordón sanitario, retirando las respectivas candidaturas menos competitivas para así fortalecer un voto republicano que impidiera el acceso al poder a los segundos. Los macronistas se vieron beneficiados: sumaron más votos de la izquierda que esta de aquellos.
El salvavidas de Macron puede provenir de los socialistas si defeccionan del NFP, algo que no se descarta, puesto que detestan a Mélenchon y a su grupo dominante en ese frente. El Presidente había traicionado a los socialistas en su momento. Era ministro de Hollande y lo abandonó a su suerte para lanzar su propia candidatura. El miércoles, Le Parisien dio a conocer el primer pronunciamiento del Presidente tras las elecciones. Se trata de una carta en la que afirma que las elecciones no arrojaron mayorías absolutas (en el NFP lo interpretan como un intento de ignorarlos) y llama a los políticos republicanos al diálogo, dado que la extrema derecha fue expresamente rechazada por los votantes. El llamado podría ser un intento de romper el NFP y separar a los socialistas del partido de Mélenchon.
Si bien en esta segunda vuelta RN duplicó su representación parlamentaria, fue incapaz de conseguir el gran premio que ambicionaba y aparecía dentro de las probabilidades: el poder. Además, sufrió la humillación de comprobar que la izquierda a la que había atacado con tanta vehemencia en la campaña le robaba los titulares de la prensa en la noche electoral. Pero en cantidad total de votos emitidos sigue superándola: obtuvo algo más de diez millones de sufragios, contra cerca de siete millones y medio de sus, sin embargo, triunfantes rivales.
La ultra-derecha cosechó asimismo otras victorias simbólicas. La principal de ellas fue su normalización como corriente política. Históricamente demonizada, su camino hacia el poder chocaba contra un muro de repudios populares en los balotajes. Esa barrera se alzó sorpresivamente en la primera vuelta electoral. Pero volvió a interrumpirle el paso en la segunda, al menos de manera parcial. Le Pen se consuela argumentando que a pesar de todo queda abierta para ella una oportunidad para las próximas presidenciales. No es una hipótesis a subestimar. En 2017 su bancada tenía solo ocho diputados; desde el domingo pasado cuenta con 143.
La participación electoral en la segunda vuelta fue apenas inferior a la registrada en la previa 66.63% contra 66,71%, pero en ambas fue superior a la de las europeas celebradas pocos días antes, donde arrolló RN. Se emitieron algo más de un millón de votos en blanco.
El diseño y la distancia
El resultado en tres tercios de la elección francesa para la Asamblea Nacional es en parte efecto de la movilización social que consiguió activar la izquierda para evitar la consagración de Le Pen y su corriente. La semana que medió entre una vuelta electoral y la otra despertó a la sociedad que salió a la calle donde expresó su creatividad y su fuerza. Ese es un mérito indiscutible del NFN. Pero hay que reconocer que el diseño del sistema electoral y el pacto del NFN con Macron en las distintas circunscripciones también fueron claves para obtener el triunfo que este frente celebró con toda justicia el lunes pasado.
Del otro lado del canal de la Mancha hubo un proceso en cierto modo similar. Las cifras arrojaron claros ganadores. Pero si se mira un poco por debajo de la superficie de la numerología institucional, el panorama adquiere otros matices.
En el sistema británico el primero se lleva todo, aunque sea por un voto. El nuevo Primer Ministro sir Starmer “arrasó” con sólo el 33,7% de los sufragios; lo apoyaron casi diez millones de electores y consiguió una mayoría aplastante en el parlamento: el 64% de los asientos. Pero esto es menos de los casi 13 millones (el 40%) que consiguió Jeremy Corbyn en 2017, considerado un fracaso en su momento. Corbyn terminó expulsado del partido, pero el jueves 4 desplazó al candidato laborista en su distrito, un empresario con planes para seguir privatizando el Servicio Nacional de Salud.
La extrema derecha de Reform UK cosechó un 14% de los votos, obteniendo sólo cinco escaños (uno de ellos para Nigel Farage, campeón del Brexit) y quedó segundo después de los laboristas en muchos distritos. Los verdes lograron cuatro escaños con sólo el 7%. Las desproporciones que genera el sistema británico son enormes. Los votos sumados de la ultra-derecha de Farage y los derrotados conservadores forman una mayoría del 38%. ¿Victoria de la izquierda? También esta columna se hizo eco la semana pasada del “arrollador” triunfo del laborismo que proclamaba la prensa.
La duda alude sólo a los números, no a la calificación del laborismo, cuya más probable gestión se ajustará al mismo neoliberalismo de los conservadores con distinta retórica. Lo cierto es que los votantes descreyeron del “cambio” que promocionaban los laboristas: no acudieron a votarlo en masa. Después de Estados Unidos, Gran Bretaña es el país más desigual de todos los desarrollados. El 4 de julio se registró una enorme abstención electoral. Quienes lo votaron desconfían razonablemente. No habrá luna de miel con el nuevo gobierno.
¿Qué conclusiones hay que extraer de esta confusa numerología? Más allá de las legítimas esperanzas por los triunfos de las izquierdas —más inesperadas y entusiastas en Francia, más previsibles como restringidas en el Reino Unido— las amenazas de las extremas derechas no se han disipado en ninguno de los márgenes del canal de la Mancha. Siguen siendo tan manifiestas en Francia como potenciales del otro lado.
A la habitual distancia con las necesidades populares que por lo común se le reprocha a la clase política, se le agrega ahora una inusual ventaja para la izquierda proporcionada por el diseño institucional. El desafío es no confundir esa ventaja con un apoyo absoluto de la población que aguarda expectante medidas efectivas contra la desigualdad que la margina día tras día. Si la izquierda no le responde, la derecha extrema está muy disponible para defraudarla en el futuro.
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