La era de la incertidumbre

Múltiples posibilidades en la política internacional contemporánea

 

Marine Le Pen puede repetir los resultados de las recientes elecciones europeas y ganar de nuevo en las parlamentarias francesas. O puede no hacerlo. La política contemporánea abre todas las posibilidades. Se vuelve impredecible. La crisis en la que se encuentra la torna muy volátil. La incertidumbre es el clima dominante en todas partes.

Apenas se vislumbró el triunfo del partido de Le Pen, Rassemblement National (RN, Agrupación Nacional), en las votaciones para la Eurocámara de hace dos semanas, el Presidente Emmanuel Macron llamó, antes siquiera de que se dieran a conocer los resultados oficiales, a nuevos comicios legislativos y disolvió la Asamblea Nacional, el Congreso del país.

El calendario que impuso fue perentorio. La primera vuelta se celebrará este domingo próximo; la segunda, el siguiente. Según habría alardeado ante empresarios, Macron “lanzó su granada” a la oposición eligiendo las fechas más cercanas posibles; pero quizá le explote demasiado cerca.

Le Pen más que duplicó los guarismos de Macron en las europeas. El espectro de las izquierdas, que hizo en ellas una elección mediocre, reaccionó a tiempo y forjó una amplia alianza. El Nouveu Front Populaire (NFP o Nuevo Frente Popular) evoca al Front Populaire que intentó contrarrestar al fascismo y accedió al poder en 1936 encabezado por el socialista Léon Blum hasta 1938. En la memoria popular, el Front Populaire es recordado por sus históricos avances sociales.

El nuevo frente, que reúne a un abanico de socialdemócratas, verdes, comunistas y anticapitalistas de diversas familias, se vio beneficiado por un impulso increíble apenas constituido. Las encuestas lo ubican a escasa distancia de su adversario ultra-derechista. Presentará candidaturas únicas en las diversas circunscripciones electorales donde se eligen a los 577 diputados de la Asamblea. Es muy posible que, en muchas de ellas, las listas de Renaissance, el partido de Macron, ni siquiera superen la primera vuelta. De pronto, la pugna principal es entre la ultra-derecha y la izquierda unida.

El programa del NFN tiene algún punto de contacto con el de Macron (defensa de Ucrania, o sea, de la política de la OTAN que está dejando en ruinas a ese país), pero repudia sus políticas sociales. El programa enfrenta a Le Pen en cuestiones centrales como la de los inmigrantes. Se pronuncia, además, por un alto el fuego en Gaza, por la liberación de los rehenes israelíes y por el reconocimiento del Estado palestino. El documento detalla una serie de medidas inmediatas y otras para tomar durante los primeros cien días.

Si el NFN logra imponerse, o al menos se convierte en una presencia decisiva de la política francesa, logrará un impacto a nivel europeo. Francia es un país de gran peso en un continente cuyas fuerzas progresistas, más allá de algunos resultados alentadores en ciertos países, sufrieron el golpe de una avalancha de votos para las formaciones más derechistas. En lo inmediato, ayudará particularmente a los laboristas británicos que, según los sondeos, triunfarán en las próximas elecciones nacionales, si bien su candidato a Primer Ministro no despierta entusiasmo entre los izquierdistas de ese partido.

 

 

En Francia, los gaullistas de la derecha tradicional se dividieron cuando se conocieron los resultados. Uno de sus principales dirigentes corrió a rendirse ante Le Pen, pero la mayoría de ellos se resistieron a esa capitulación y presentarán candidaturas con su vieja marca. El problema es que su electorado parece haberse decidido por la ultra-derecha. Es un desafío que afrontan las derechas convencionales en todas partes: sus votantes se sienten atraídos por posturas cada vez más radicales y, decepcionados, abandonan los vetustos aparatos que antes apoyaban por alternativas más espeluznantes. Algunos políticos de aquellas derechas corren detrás de sus votantes hacia zonas más extremas, a pesar de que todavía se los denomina “dirigentes”. Una tendencia centrífuga comparable la experimentaron en la Argentina los radicales, en su momento, con el macrismo, y este con Milei ahora.

Una derecha ultra, aún más ultra, aunque minoritaria, también sufrió desprendimientos hacia la triunfante Le Pen.

 

 

Marine y los Horacios

Despejando algunas especulaciones según las cuales Macron anticipó las elecciones para perderlas y tener una buena excusa para renunciar, el Presidente afirmó que se quedaría fuera cual fuese el resultado. No es muy seguro; todo depende, justamente, del resultado. Es posible que si el Parlamento le da la espalda, Macron no tenga mucha sobrevida a pesar de que constitucionalmente le restan tres años en el cargo. De su parte, el candidato de Le Pen, el joven de 28 años Jordan Bardella, aseguró que no sería Primer Ministro a menos que lograra la mayoría absoluta. Las apuestas son altas en ambos bandos.

Tras la asunción de Milei, quedó claro que carecía de cuadros para integrar el aparato del Estado. Era un improvisado que declamaba dogmas, sus listas estaban saturadas de arribistas y gente inexperimentada. El vacío fue llenado por unos profesionales del establishment que a último momento le redactaron leyes con sus reivindicaciones particulares.

No sería el caso de Madame Le Pen. Ella parece contar con un grupo subterráneo de altos funcionarios estatales que están disponibles para organizar una transición ordenada y la vienen planificando hace tiempo. Se los denomina “los Horacios”, en alusión a unos romanos del siglo VII A.C., tema de una tragedia de Corneille (1640), a la que Salieri le puso música en 1786, tomada de una historia de Tito Livio e inmortalizada en un lienzo de Jacques Louis David (1784). Las referencias conjugan motivos clásicos con altas tradiciones culturales francesas. Una combinación muy delicada al servicio de la segregación social.

Los Horacios franceses son experimentados burócratas, formados en las mejores escuelas de administración pública. Por supuesto, se hallan bajo la supervisión interesada de directores ejecutivos de empresas nacionales importantes. Nada más lejos que los tórpidos economistas de Milei, ávidos de ocupar lugares en un Estado que el espíritu de Chicago los adiestró para desmantelar en beneficio de firmas internacionales. Sin embargo, no sería la primera vez que un grupo de planificadores estatales sofisticados deba meter violín en bolsa y volver a sus hogares a rumiar los motivos de su fracaso ante la proximidad al poder y el típico “giro pragmático” de los jefes a los que servían con lealtad e idealismo.

A diferencia del subproducto sudamericano, Le Pen y sus Horacios mantienen por ahora una visión nacionalista. Pero es difícil que la puedan sostener. La globalización no benefició a Francia, la subordinó no sólo a Estados Unidos, sino también a Alemania. Como en los últimos años estos últimos dos países no dan suficientes muestras de poder, Macron imaginó que podría abrirse paso solo y constituir una hegemonía con su sello personal. Sus ambiciones “gaullistas” no tomaron en cuenta el precio social que su duro plan de austeridad iba a pagar. Entonces hubo un pequeño accidente que su mentalidad de banquero y su ego a toda prueba era incapaz de calcular: se derrumbó en las últimas elecciones y es probable que termine de hundirse en las próximas a las que él mismo llamó, desmesura narcisista mediante.

¿Cuál sería la situación si Macron se auto-aniquila, el RN no consigue su anhelada mayoría contundente y el NFP queda muy cerca de este último en las elecciones? Ese escenario no es imposible; antes bien, queda dentro de las probabilidades. La crisis política sería manifiesta. El NFP tiene mucho terreno para conquistar, puesto que en las últimas votaciones sólo participó el 51,49% del padrón. Si logra movilizar un porcentaje de quienes se quedaron en casa, puede obtener resultados impactantes, ya que, al menos en las encuestas, ya se ubicó como segunda fuerza a pocos puntos de Le Pen. Apenas después de los comicios, entre el 26 de julio y el 11 de agosto se celebrarán las XXXIII Olimpíadas en Francia. Como en el deporte, tampoco en la política actual se puede predecir con seguridad quién ganará o perderá. Todo puede suceder en la era de la incertidumbre y el malestar generalizado. También es factible que ocurra todo lo contrario a lo esperado por las expectativas más informadas. En el país de Descartes, como en el resto del mundo, nada resulta claro y distinto.

 

 

 

 

 

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